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verdad_es_un_placer_tener_hijos, Apuntes de Ciencias

verdad_es_un_placer_tener_hijos

Tipo: Apuntes

2019/2020

Subido el 10/04/2020

willermer-garcia
willermer-garcia 🇻🇪

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¿DeVerdadesunPlacerTenerHijos?
EMAriza
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¿De Verdad es un Placer Tener Hijos?

EM Ariza

¡¡Dios existe!!

Probablemente, estimado lector, usted se estará preguntando como puedo llegar a esta conclusión sobre un tema en el que filósofos, teólogos y pensadores llevan siglos debatiendo y devanándose los sesos sin llegar a conclusiones definitivas. Pues sí señor, me reafirmo en ella, ¡Dios existe!

Y usted me preguntará: — ¿Qué compleja y sofisticada reflexión le lleva a tan rotunda afirmación? Y yo le contesto: — Mirar por la ventana. Sencillamente mirar por la ventana y ver un día tan perfecto como el de hoy. Una brisa suave y ligera; un sol brillante pero templado; unos árboles meciéndose tiernamente…En otras palabras, lo que puede denominarse con justicia un día perfecto que invita a saborear la vida. Solo Dios ha podido crearlo, pues si hubiese sido obra del hombre seguro que algo habría funcionado mal: o la brisa sería demasiado violenta; o el sol quemaría, o…el día habría llegado con retraso esta mañana…En fin, cualquier fallo.

Pero nada de eso ha sucedido, todo es perfecto y la perfección solo Dios la puede conseguir. Por tanto, Dios existe.

Así que con ánimo alegre, y encantado por haber realizado esta contribución fundamental a un complejo dilema religioso que hace siglos se debate, me dispuse a disfrutar del inmenso regalo que significa un día tan hermoso. Para ello nada mejor que dar un largo paseo mañanero por el parque de mi ciudad.

Antes de seguir le explico lo esencial de dicho parque para que lo pueda recrear en su mente. Como todos es céntrico, sirviendo de pulmón a los honrados ciudadanos que se hacinan entre el asfalto de las calles y el hormigón de los edificios; y como todos tiene árboles, fuentes, caminitos de

neuronas en reposo, y por ello, tras una apresurada despedida, finalicé la llamada.

Mi ánimo, aunque algo menguado, seguía elevado y me decidí a acercarme un poco más a aquel amplio grupo de alegres infantes con sus correspondientes madres.

Según me fui aproximando pude comprobar que era más variado el grupo de lo que desde lejos parecía. Por ejemplo, había un par de embarazadas dando cortos paseos, con las manos en los riñones, que parecían caminar imitando a los patos del estanque vecino.

Es verdad – reflexioné –, la época del embarazo debe ser muy sufrida para la mujer. Su cuerpo soporta cambios de todas clases, y aunque yo nunca he sido madre comprendo que esa etapa debe ser incomoda pero, sin embargo, no hay más remedio que pasarla si se quiere tener hijos. El premio lo merece, aunque durante unos meses la mujer sienta que pierde su cintura, su dulzura y sus femeninos andares. Pero el que algo quiere…..”

Es evidente que lo positivo y bueno viene después, cuando la criatura aparece, pues del parto más vale no hablar. Yo tengo un amigo que asistió al nacimiento de su hijo y todavía aunque hace veinte años de aquello , está traumatizado por los insultos barriobajeros que su mujer le dirigió en esas penosas circunstancias.

Como decía el disfrute viene después, es decir, cuando el proyecto se convierte en niño. Y aquí había, junto a las madres y al estanque de los patos, una buena muestra de ellos. Así que, con una amplia sonrisa en la cara, me dispuse a observarlos.

Ligeramente apartados del grupo de señoras que charloteaban alegremente había tres púberes a la sombra de un árbol, que tendrían entre uno y dos años. Estaban entretenidos jugando con unas pequeñas piedras.

De pronto, en la hermosa mañana, sonó un grito desgarrador. Busqué con la mirada qué tragedia es la que acontecía y cuál era la garganta que tenía tan altas facultades para emitir alaridos. Lo descubrí. Era una madre aullándole a uno de aquellos críos.

A la distancia que me encontraba no pude ver a que obedecía dicho grito de alarma, por ello me acerqué un poco más y pude entender el drama cuando la señora que había chillado introducía su dedo índice en la boca de uno de esos niños y extraía de ella una piedra. Como si hubiesen tocado a zafarrancho otras dos señoras supuestamente las madres de los otros dos se lanzaron sobre los compañeros de juego del primero y, con maestría inigualable, repitieron la misma operación del dedo en la boca con idéntico resultado: estaban llenas de pequeñas piedras y tierra.

Una de las madres dio unos ligeros azotes a un chico, mientras otra golpeaba suavemente la manita del suyo reflexionando con él sobre la improcedencia de su conducta. Tengo mis dudas de que el crío, que berreaba llorando, fuese demasiado sensible en esas circunstancias a los argumentos de la buena señora.

Separé de allí la mirada y comencé a observar otro grupo de niños –que rondarían los siete u ocho años– los cuales jugaban con tranquilidad junto al estanque. Era evidente que a esa edad ya habían emprendido el largo camino de la maduración, no como los otros mocosos pequeños. Estos eran otra cosa. Dedicaban toda su tranquila y silenciosa atención a algo que compartían pero que con su cuerpo tapaban y no me era posible ver; pero aquello, fuese lo que fuera, les mantenía unidos en divertida camaradería.

De repente, como impulsados por un muelle, todos ellos se pusieron de pie al tiempo que de sus manos escapaba aterrorizado un pato, el cual salió disparado. Todo fue confusión: pato, niños y plumas que volaban formando un cuadro de lo más ruidoso y dinámico. El pato casi desnudo, pues según deduje el juego había consistido en arrancarle las plumas, emprendió la huida hacia el estanque. Los niños, aunque lo persiguieron, no pudieron evitar que aquel se refugiara en el agua con cara de pánico.

Miré a las madres que observaban la escena entre risas, esperando que les llamaran la atención y oportunamente reflexionaran con ellos sobre la improcedencia del maltrato animal. Pero lo único que les oí decir y sonriendo tiernamente fue aquello de “¡Son niños…!”

Sólo una de ellas se levantó y se dirigió con expresión seria hacia los

cernía sobre mí, así que no pude observar a tiempo que otros dos mocosos perseguían en una carrera ciega a un saltamontes al que intentaban atrapar y yo, involuntariamente, estaba en su línea de impacto. Lo único que recuerdo con cierta lucidez es que de repente sentí un fuerte golpe en la pierna izquierda, a la altura de la pantorrilla, y que instantes más tarde dos niños lloraban caídos junto a mis pies por haber tropezado conmigo. Cuando miré mi pantalón vi, en el mismo lugar donde había sentido el golpe instantes antes, una visible mancha cuya naturaleza parecía estar en una mezcla de restos aplastados de insecto y de una sustancia viscosa y pegajosa, que deduje provenía de las narices de los susodichos niños.

Levanté la mirada con la intención de pedir explicaciones a las madres sobre el comportamiento de sus hijos, pero inmediatamente hube de desistir porque observé unas miradas torvas que aquellas respetables señoras me dirigían; incluso diría que tal vez se podrían calificar como amenazadoras, y entre ellas estaban las miradas de las dos que momentos antes peleaban, las cuales, al parecer, habían hecho una tregua al encontrar en mí un nuevo enemigo.

Resumiendo, sacudí ligeramente la pernera del pantalón, me puse el periódico bajo el brazo lo que siempre da un cierto aire de respetabilidad y con dignidad tomé la única decisión sensata que cabía en ese momento: huir de allí.

Aun cojeando como consecuencia del golpe inicié la búsqueda de otras zonas del parque donde no existiese esta variada y peligrosa fauna de patos, saltamontes, madres y niños.

Según me alejaba el griterío fue sonando cada vez más remoto y ello permitió que, poco a poco, mi espíritu y mi pierna se fuesen recuperando, consiguiendo que mi mente comenzara a funcionar con la agilidad habitual.

A partir de ahí comenzaron a surgirme nuevas conclusiones y reflexiones sobre el tema de los hijos. Las explico. Es razonable admitir que el embarazo y el parto tienen más inconvenientes que ventajas; esto es un hecho constatado. También tras esta experiencia mañanera había aprendido que los niños durante su primer decenio regalan alguna sonrisa, pero te dan muchos sustos y malos

ratos, y, sobre todo, absorben tu vida como una aspiradora. Por ello deduje que lo bueno de los hijos debería venir después, pues si no fuese así la gente no los tendría.

Comencé a situar mi mente en ese después, mientras pasaba por zonas no peligrosas del parque.

Cavilé detenidamente sobre este endiablado asunto de los hijos basándome en el conocimiento que la observación y la experiencia ajena me enseñan, ya que yo no tengo ninguno. Evidentemente si durante las etapas iniciales no eran una bendición, sería al llegar a la pubertad cuando consuelan todos los malos ratos y surgen las compensaciones emocionales para los padres.

Intenté enfocar mi mente en las vivencias que me habían contado varias parejas de amigos que tenían hijos en esa edad de transición de la niñez a la madurez.

He de comenzar, estimado lector, viéndome obligado a hacer una precisión para los no iniciados y que usted, si aún no es padre o madre, seguro agradece. Hay dos tipos de hijos: los niños y las niñas. Pues bien, aunque pudiera parecerle un asunto trivial porque solo se diferencian en la última letra de la palabra, no son la misma cosa. Créame, las diferencias son mucho mayores de las que puede suponer una simple letra del abecedario ; porque, al parecer, durante la pubertad la cosa varía bastante si son de un sexo u otro.

A saber, si es niña tendrá complejos por tener demasiado pecho o demasiado poco; por estar demasiado delgada o gorda; por ser demasiado alta o demasiado baja; un día amanecerá llorando y al siguiente eufórica sin motivo aparente; aborrecerá a sus padres por no tener nada que ponerse y porque no le entienden; o porque están anticuados y no le compran la ropa y zapatos que necesita –aunque tenga lleno el armario , y así jamás podrá gustar al chico de sus sueños. En resumen, lo que se podría definir como un montón de razonables reclamaciones a la vida y a los padres.

Si se trata de un niño la cosa varia pues solo tendrá en común con las niñas lo del aborrecimiento a los padres que no le entienden, pero en todo lo demás las diferencias son notables. El chico, de pronto, llegado a esta edad no sabe

los queramos para que los cuidemos y subsistan, y a que nuestras células una vez cumplida esas funciones envejezcan y mueran, dejando paso a la siguiente generación que hará lo mismo. Eso es todo. Son tareas programadas desde antes de nacer y destinadas al mantenimiento de la especie. El placer de los padres es solo el instrumento que el programa utiliza para conseguir su colaboración.”

La verdad no lo entendí muy bien, aunque recuerdo sus palabras fielmente y le aseguro que fueron exactamente estas que acabo de compartir con usted. Supongo que usted, igual que yo, verá estas reflexiones de Zoilo como el que se sumerge en la niebla del mar; como una noche sin luna; como el que pasa por un oscuro túnel…. ¡Vaya, que no hay quien las entienda!

Pero entonces, de repente, vi la luz. Me llegó la inspiración en la sosegada mañana en el parque y lo descubrí: ¡Ya sé cuándo los hijos son un placer! Veamos, no lo son antes de nacer ni en el momento del nacimiento; no lo son durante la infancia pues absorben toda vida a su alrededor, ni en la pubertad

- por cierto, etapa que no hubiese estado mal que la naturaleza, si fuese tan sabia como dicen, hubiese eliminado de nuestro periodo evolutivo . No, no son un placer en ninguna de estas etapas. Lo son después, cuando se casan o rejuntan y se largan de casa de los padres.

En principio quedé deslumbrado por la brillantez de mi propio razonamiento. Me pareció casi tan sólido como el que expresé en el inicio de este escrito con referencia a la existencia de Dios. ¡Claro, el placer está en cuando se van del nido hogareño! ¿Cómo no me había dado cuenta hasta ahora de algo tan obvio? Seguro que fue el sosiego existente en la zona del parque por donde ahora paseaba lo que me inspiró.

Pensé que aquello merecía otra llamada a Zoilo para compartirlo con él. Pero, un momento después, el más elemental sentido de la prudencia me llevó a decidir darle un par de vueltas a esta nueva idea, no vayamos a que mi amigo me la desmonte en un instante, lo que te hace quedar fatal.

Así que seguí paseando un rato más mientras rumiaba mi teoría, y de pronto lo vi: en realidad mi tesis, como el Titanic, había que reconocer que hacia agua por todas partes. Pues sería la misma que alguien podría

argumentar al invitarte a calzar unos zapatos pequeños para que te duelan los pies, con el único fin de posteriormente tener el placer de quitártelos y que deje de dolerte. Es decir, crear sufrimiento con el único objeto de sentir placer al dejar de sufrir. La verdad, incluso a mí como padre de la teoría me parece un poco absurdo, y temo que esto lo deduciría Zoilo en un par de segundos. Mejor no llamarlo.

El sol comenzaba a calentar cuando decidí volver a casa. He de confesar que me encontraba un tanto desesperanzado. Y de pronto, no sé por qué, me volvieron a la cabeza las misteriosas palabras que Zoilo había pronunciado esta misma mañana: “¡Sólo el que se disfruta nueve meses antes de que nazcan!”

He de reflexionar sobre esto, seguro que tiene algún sentido. Mañana pensaré en ello….

EM Ariza

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