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El texto realiza un análisis acerca de las nuevas formas de pensar las masculinidades
Tipo: Monografías, Ensayos
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Herramientas pedagógicas para facilitar talleres con adolescentes y jóvenes. Se terminó de editar en diciembre de 2019, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Coordinación: Agostina Chiodi Contenidos: Instituto de Masculinidades y Cambio Social Agostina Chiodi, Luciano Fabbri y Ariel Sánchez. Diseño: Dolores Castellá Corrección: Josefina Itioz Fotografía: Agostina Chiodi, Jorgelina Tomasin y Juan Diego Ruiz Videos: Privilegiados Andrés Arbit y Gustavo Gersberg Este material se realizó con la colaboración de:
Introducción ......................................................................................................................... Capítulo 1 ............................................................................................................................... ¿Qué es el género? ................................................................................................................. ¿Qué tiene que ver la orientación sexual con el género? ...................................................... ¿Qué es y qué no es la masculinidad? ................................................................................... Masculinidades normativas y subordinadas .......................................................................... Los varones y las resistencias a pensarse como sujetos de género ...................................... Capítulo 2 .............................................................................................................................. Los mandatos tradicionales de la masculinidad y sus privilegios .......................................... Resultados de la socialización jerárquica .............................................................................. Costos de los mandatos tradicionales de masculinidad ........................................................ Desplazamiento de las fronteras del género ......................................................................... Capítulo 3 .............................................................................................................................. Violencia y complicidad ........................................................................................................ Grupos de varones: formas de complicidad y resistencias al cambio ................................... Aprender la violencia: el rechazo a lo femenino como elemento definitorio ........................ El violento (siempre) es el otro .............................................................................................. Miedo, incertidumbre y resistencias .....................................................................................
¿Cómo repercuten los cambios producidos por los fe- minismos y las diversidades sexuales y de género en la vida cotidiana de las/os adolescentes y jóvenes? ¿Qué lugar deben ocupar los varones^1 cisgénero^2 he- terosexuales en estos cambios? ¿Cuáles son sus res- ponsabilidades frente a la puesta en cuestión de los mandatos de masculinidad normativa? ¿Se pueden 1 A lo largo de este documento utilizaremos el sustantivo “ varones ” en lugar de “ hombres ” por el uso pretendidamente universal del término “ hombre ” como sinónimo de humanidad. Asimismo, cada vez que hablemos de varones, salvo que especifiquemos que nos referimos a varones trans, estamos hablando de varones cis. 2 Cuando el género autopercibido se corresponde con el asignado al nacer. A diferencia de, por ejemplo, los varones transgénero, que generalmente fueron asignados “mujeres” al nacer. construir otras maneras de habitar la masculinidad que no estén ligadas a formas de violencia y humilla- ción? El material que presentamos aquí surge de estas inquietudes tan presentes en las agendas sociales co- tidianas, y pretende ser una herramienta que colabo- re con los trabajos de prevención de las violencias de género, y la promoción del derecho a una vida libre de violencias. Los textos y audiovisuales que forman parte de este kit se enmarcan en la Iniciativa Spotlight, una alian- za global de la Unión Europea y las Naciones Unidas que busca prevenir, atender y sancionar la violencia contra las mujeres y las niñas en el mundo. El objetivo de dicha iniciativa en Argentina es reducir la violen- cia contra las mujeres y niñas y su manifestación más extrema, el femicidio.
Uno de los pilares fundamentales para ello es la prevención de la violencia de género. En este sentido, resulta esencial contar con herramientas para trabajar con los varones y las masculinida- des, problematizando los mandatos, los privile- gios, las relaciones de desigualdad y de compli- cidad. Los adolescentes y jóvenes varones heterosexua- les dialogan de manera cotidiana y conflictiva con el cuestionamiento de los mandatos de mas- culinidad dominante vigentes en nuestra socie- dad. Ante la identificación de prácticas machis- tas propias y de su entorno, navegan y naufragan entre la culpa paralizante, el silencio cómplice, el paternalismo heroico y las resistencias. Estas últimas, cuando no son confrontadas y acompa- ñadas en un sentido pedagógico transformador, suelen convertirse en sensibilidades autoritarias que nutren las reacciones patriarcales, buscan- do disciplinar a las feminidades empoderadas a través del recrudecimiento de las violencias ma- chistas e intentando defender el statu quo ante el riesgo de perder los privilegios. Por ello, resulta estratégico trabajar con educadores/as, equipos técnicos, personal de salud, y demás actores in- volucrados en el acompañamiento de adolescen- tes y jóvenes en sus procesos de socialización. En ese sentido, con este documento nos propo- nemos contribuir a la prevención de la violencia de género y la discriminación. En sus capítulos, recorremos el cuestionamiento a los mandatos de la masculinidad patriarcal y sus costos para los varones y las personas con las que se relacionan; la naturalización de los privilegios masculinos, las relaciones de complicidad machista entre varo- nes; y, por último, la necesidad de promover mas- culinidades libres y diversas, que tomen distancia consciente y activa del machismo como cultura de violencia y opresión.
Cuando se introduce la perspectiva de género, suele afirmarse que nacemos con un sexo biológico (macho o hembra) y, en base al mismo, se nos asigna un género (masculino o femenino) a partir del cual conformamos nuestra identidad (en principio binaria, varón o mujer según el caso). De esta manera, mientras el sexo sería natural, el género sería aprendido culturalmente. Pero existe una forma alternativa de explicarlo: los seres humanos nacemos con diferentes características cor- porales, como resultado de procesos que sí son bioló- gicos. Entre ellas, nacemos con diferentes genitales. Sin embargo, es la cultura en que nacemos, y no la naturaleza, la que hace de las diferencias genitales LA DIFERENCIA (que llamamos diferencia sexual) que nos clasifica y divide entre machos (quienes nacen con pene) y hembras (quienes nacen con vagina). Esta cla- sificación entre machos y hembras, entonces, no es un mero hecho biológico, sino una interpretación cultural que hace que toda la variedad de cuerpos sea reduci- da a dos únicos sexos. Esa interpretación cultural es lo que llamamos “género”: un dispositivo de poder, un guion, que so- cializa a los cuerpos con pene en la masculinidad, para que se conviertan en varones, y a los cuerpos con vagina en la feminidad, para que se conviertan en mu- jeres. Aquellas personas que se identifican con el género que les fue asignado al nacer, se consideran personas cisgénero (el prefijo “cis” significa “del mismo lado”). En cambio, las personas trans (travestis, transexuales y transgénero) son quienes se identifican y perciben en un género distinto al que les asignaron al nacer (por ejemplo, un varón trans es aquella persona que asignada hembra/mujer al nacer, se siente, construye y percibe a sí misma como varón). Entonces, nuestras formas de actuar, de ser, de sentir no responden a diferencias naturales entre los varones y las mujeres, sino que son resultado de lo que llama- mos socialización de género. Es decir, de las formas en que nos crían y educan en lo que es masculino o feme- nino según la cultura y el momento histórico. Por eso mismo, y a pesar de su fuerte arraigo en las costum- bres, tradiciones y religiones, esas formas son posibles de ser modificadas. La socialización de género es un proceso que se da durante toda la vida y en todos los ámbitos en los que una persona se mueve: la escuela, el barrio, los medios, las instituciones, las familias, los grupos de amigos. Decimos que esta socialización de género es opresi- va porque de forma más o menos evidente nos condi- ciona a desear unas cosas y a rechazar otras, a jugar, a expresarnos, a vestirnos, a desarrollarnos según un guion que establece qué es “de varón” y qué es “de mujer” en un momento histórico particular. De ese modo, se ven vulnerados nuestros derechos a desa- rrollarnos libremente y de forma autónoma. Además, la socialización de género no nos hace sim- plemente diferentes, sino que también nos hace des- iguales. Nuestras culturas otorgan diferentes oportu- nidades a varones y mujeres, dando mayor valoración a lo masculino y dejando en un lugar de subordinación a lo femenino.
Comúnmente, entendemos que la heterosexualidad es la orientación sexual de aquellas personas que se sienten atraídas por el “sexo opuesto”. Ahora bien, así como señalamos que la cultura hace que una variedad de cuerpos sea construida en dos únicos sexos, dife- rentes y desiguales, esa misma cultura nos dice que esos sexos también son complementarios. En ese sen- tido nos dirán, “lo que no tiene uno, lo encuentra en el otro, y viceversa”. El problema no estaría en la complementariedad, ya que, en general, los seres humanos buscamos com- plementarnos con otros para vivir en comunidad. El problema es que, al suponer que la única forma de ha- cerlo es a través del establecimiento de una relación sexoafectiva con el sexo considerado opuesto, la hete- rosexualidad deja de ser una orientación posible para transformarse en una norma, en la única orientación sexual considerada normal y legítima. Para describir críticamente este fenómeno se usa el concepto de “heterosexualidad obligatoria”. Suele afirmarse que esta orientación es la “normal” porque es la que permite la reproduccción. Sin em- bargo, las vías de acceso a la maternidad y paterni- dad, hoy en día, son múltiples y no dependen exclusi- vamente de la reproducción biológica entre un varón y una mujer. Y, además, ¿por qué creer que el fin prime- ro y último de la sexualidad es la reproducción? La sexualidad es un proceso complejo de construc- ción en el que inciden múltiples factores. No puede ser reducido a explicaciones genéticas, biológicas ni psicológicas. Las orientaciones sexuales son diversas y no debemos atribuirles valores morales. Lo único importante con relación a nuestra sexualidad, es que podamos vivirla de forma libre, placentera, cuidada, sin violencias ni discriminación. Es importante mirar nuestras relaciones desde el enfo- que de género, ya que esto nos permite observar que allí donde creíamos que había simples e inocentes di- ferencias, hay relaciones de desigualdad. Y que estas relaciones, no son así, sino que están así, y es nuestra responsabilidad contribuir a transformarlas. La masculinidad es un concepto difícil de definir, por lo que vamos a empezar por lo que la masculinidad NO ES. La masculinidad NO ES un hecho biológico, no de- pende de los genitales con los que hayamos nacido. La masculinidad NO ES la manifestación de una esen- cia interior, no está determinada ni por el alma ni por las energías. La masculinidad NO ES un conjunto de atributos propiedad de los varones, no es algo que se tiene o que se posee. Pero entonces, ¿qué es la mas- culinidad? La masculinidad es un concepto relacional, ya que existe solo en contraste con la feminidad. Se trata, además, de un concepto moderno, no ha existido desde siempre ni en todas las culturas. Es un conjunto de significados, siempre cambiantes, que construimos a través de nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros y con nuestro mundo. La masculinidad no es estática ni atemporal, es histórica. Qué tiene que ver la con el género Qué es y qué no es la
social está lleno de peligros, con riesgos de fracaso y con una competencia intensa e imparable que hacen que el miedo a quedar afuera del grupo de pares (“que te quiten la credencial de macho”) sea la emoción que moviliza cada gesto, práctica, palabra en el recorrido de “hacerse varones”. La violencia aparece allí como una de las formas más destacadas de validación de la masculinidad normativa y la complicidad machista como uno de los mecanismos más comunes para evitar su cuestionamiento. También es relevante considerar que, así como hay normas de masculinidad y mas- culinidades normativas que son las que se aproximan con mayor éxito a encarnar sus mandatos, también hay masculinidades su- bordinadas. La masculinidad no es una, ni es única, sino que está estructurada en una jerarquía “interna” de poder. Por ejemplo, la masculinidad de varones de pueblos ori- ginarios y de sectores empobrecidos está en posiciones de subordinación respecto a la de los varones blancos y de clase media/ alta; la de varones trans respecto a la de va- rones cisgénero; la de varones homo o bi- sexuales respecto a la de varones hetero; la de varones adultos respecto a la de niños y adolescentes; la de varones con discapa- cidad respecto a la de los varones sin apa- rente discapacidad; y las masculinidades de personas que no se identifican como varo- nes respecto a las de quienes sí lo hacen. Sin embargo, también es probable que esos varones subordinados tengan posiciones sociales más ventajosas que las mujeres con las que comparten un mismo grupo social en términos de clase, etnia u orientación sexual.
¿Cuáles son las dificultades de los varones para intro- ducirse en un proceso en el que nos pensemos en clave de género? ¿Qué resistencias podrían empezar a apa- recer al trabajar estos temas? En nuestra experiencia como facilitadores/as de talle- res de masculinidad con varones nos hemos encontra- do con diversas resistencias. Si bien no tienen por qué aparecer en todos los casos y pueden darse en dife- rentes medidas, en función del contexto, del trabajo previo, de las relaciones de género que caracterizan ese espacio, nos parece importante advertir sobre estas cuestiones, para que no se desanimen y puedan atravesarlas sin abandonar el proceso. Una de las características fundamentales de la mascu- linidad, como estructura de poder, es su invisibilidad como conjunto de normas, valores, expresiones, roles que definen lo que debe o no ser un varón en nues- tra sociedad. La masculinidad parece adquirir notorie- dad solo cuando aparece en un cuerpo que no es el del varón blanco heterosexual de clase media. Michel Kimmel (1997), en este sentido, plantea que los varones viven como si no tuvieran género. Y ejemplifica dicha invisibilidad y su relación con la resistencia de los va- rones a transformar sus prácticas de género, a partir de una anécdota muy ilustrativa, sobre un encuentro entre una mujer blanca y una mujer negra. Ésta última pregunta: “Cuando te miras al espejo, ¿qué ves?”. “Veo una mujer”, responde la blanca. Es entonces cuando la mujer negra explica: “Ese es el problema, cuando yo me miro al espejo, veo una mujer negra. Para ti la raza es invisible, porque así funcionan los privilegios”. Kimmel ilustra con esto que los privilegiados no saben cómo o por qué lo son. Y dice: “Antes, cuando me veía al espejo veía a un ser humano, sin raza, clase o género: un sujeto universal. A partir de esa conversación me convertí en un hombre blanco de clase media. Me di cuenta de que la raza, la clase y el género también tenían que ver conmigo. Si queremos que los hombres entren a la discusión de la salud sexual y reproductiva, tenemos que hacer la masculinidad visible para ellos y darnos cuenta de que la invisibilidad es consecuencia del poder y el privilegio” (Kimmel, 2000: 7). La masculinidad no solo aparece como el elemento jerarquizado del par de género binario (masculino/fe- menino), sino que también se ubica como representan- te de la totalidad de la humanidad, como lo universal que habla, mira, juzga y decide. Así, cuando habla un varón, si cumple con las características de la mascu- linidad normativa (varón, heterosexual, blanco, clase media/alta), pareciera que lo hace en nombre de la totalidad de los seres humanos. Y ello también es un privilegio naturalizado, por eso, cuando pretendemos que los varones se piensen como sujetos de género, situados, con intereses parciales y responsabilidades concretas, no saben cómo hacerlo, no quieren hacerlo, se sienten interpelados y cuestionados. Esa reacción, aunque muchas veces inconsciente, es una forma de defender el privilegio de ser considerado un sujeto uni- versal, es el privilegio de que sus privilegios no sean visibles ni se encuentren amenazados. Para poder comenzar a problematizar las desigualda- des de género, resulta fundamental que quienes se asumen como varones hagan el ejercicio de pensarse como grupo social, trascendiendo la individualidad. Y esa es la principal resistencia que hemos encontrado: ubicarse como sujeto de género en el marco de una construcción colectiva. “¿Se refieren a uno/nosotros o a los varones en general?”, “No somos todos iguales”, “No nos metan a todos en la misma bolsa”, son las ex- Los varones y las a pensarse como
Lo que nos interesa destacar para el fin que este cuadernillo fue elaborado, es que todos los varones fueron, son y serán socializados en los discursos nor- mativos de la masculinidad. Y que, cada uno, con sus diferencias y singularidades, pueda reflexionar en qué medida está encarnando dichos mandatos, así no sea en la medida más evidente, grosera y violenta. De lo contrario, la construcción de estereotipos de mascu- linidades de machos alfa y violentos, solo sirve para desidentificarse, tomar distancia y evadir la respon- sabilidad de problematizar qué prácticas machistas sigo reproduciendo. Y acá una salvedad: en el marco de una cultura machista y una organización patriarcal de la sociedad, no hay quien esté libre de machismo y, por ende, de la necesidad de mirarse al espejo. Los varones, en general y los adolescentes, en par- ticular, se encuentran desorientados ante un mundo que está cambiando vertiginosamente y ante sus compañeras mujeres que ya no callan, que denuncian las violencias y las injusticias, demandan ser tratadas como semejantes y en igualdad de condiciones. Cabe destacar que, para la cultura patriarcal, el mandato de feminidad es no amenazar los privilegios de los varo- nes. Por eso, es común que en esta coyuntura donde más que nunca las mujeres elaboran discursos que los interpelan, ellos traduzcan su desorientación en enojo, malestar e incomodidad. Nuestro rol como facilitadores/as no es ahorrarles esa incomodidad, que es fruto de la historia en movimien- to. Por el contrario, debemos invitar a transitar y abra- zar dicha incomodidad como principio de transfor- mación, como una oportunidad histórica para soltar tanto mandato y tanta norma, como una ocasión para ser más libres y, también, más justos con ellos mismos y con quienes tienen la posibilidad de compartir sus vidas.
En este apartado vamos a analizar cuáles son los man- datos tradicionales para alcanzar la masculinidad cul- turalmente esperada o “normativa”, es decir, el con- junto de discursos y prácticas en el que es socializada la mayoría de los varones. Nos detendremos, también, en los beneficios o privilegios que se desprenden del ejercicio de estos mandatos, a través de los cuales los varones son reconocidos y tratados. Luego, reflexio- naremos sobre determinados costos a los que se ven expuestos los varones; costos que se desprenden de su posición de privilegio en el orden social. Como ya advertimos, las personas no somos criadas de la misma manera. Se puede hablar de una crianza MANDATOS
tener el hogar económicamente, saliendo a trabajar principalmente en el ámbito de lo público y recibiendo un salario. Este mandato, no solo los aleja del traba- jo no remunerado dentro del hogar (tareas domésti- cas, de crianza y de cuidado), que fundamentalmen- te queda a cargo de las mujeres, sino que, además, les permite manejar los ingresos familiares, ejercer el poder sobre los demás miembros de la familia e impo- ner sus reglas para la convivencia. Cabe destacar que los varones gozan de una mejor inserción en el merca- do laboral: la diferencia entre varones y mujeres con relación a la tasa de empleo en Argentina supera los veinte puntos (Shokida, 2019). La posibilidad de traba- jar fuera del hogar también es una fuente de amplia- ción de libertades. El trabajo productivo es generador de poder económico y social, de estatus y de presti- gio, produce bienes materiales y/o servicios que, en su mayoría, manejan los varones. Cabe destacar que las ocho personas más ricas del mundo son empresarios varones, que acumulan más riqueza que la mitad de la población del mundo más pobre, unos 3600 millones de personas (Oxfam, 2017). En contraposición, las mujeres siguen accediendo a trabajos más precarizados, informales y ligados al cui- dado de otros/as. Más allá de los supuestos cambios en la distribución de las tareas dentro del hogar, pro- ducto de los avances en los derechos de las mujeres que se dieron en los últimos años, el 75% de las tareas de cuidado y reproducción para otros/as miembros del hogar las realizan las mujeres, mientras que solo un 25% las realizan los varones (INDEC, 2018).
Ser protector es otro mandato presente en la sociali- zación masculina y está relacionado con la responsa- bilidad de cumplir la función de proteger a las demás personas, especialmente, a las mujeres (quienes serían más débiles y, por lo tanto, necesitarían de la protec- ción masculina). Esta supuesta cortesía o caballerosi- dad, atribuida a la masculinidad hegemónica, les quita a las mujeres el reconocimiento en tanto sujetas seme- jantes y las ubica como objetos valiosos a conseguir y a defender o, por lo menos, las pone en un lugar de inferioridad y fragilidad. En este caso, la protección no está vinculada al cuidado (asumido como femenino), sino al sentido de propiedad y se puede convertir en ejercicio de poder y control hacia las ellas. El ejemplo más representativo de esto son algunas de las formas de la violencia de género: revisarle el celular, no res- petar su privacidad, controlar cómo se viste, adónde va y con quién. Asimismo, existe la exigencia de ser procreador, que se basa en la idea de que para ser un “verdadero varón” hay que tener la capacidad de fecundar y tener hijos (si son varones mejor), lo que implica condicionamien- tos de potencia y virilidad. A su vez, incluye la moti- vación de una iniciación sexual temprana, la presión de tener múltiples conquistas amorosas, la obligación de estar siempre dispuesto a tener relaciones sexua- les, más allá del propio deseo erótico y, además, con buen rendimiento y siempre con erección, y también incluye la imposibilidad de negarse ante la seducción sexual de una mujer, para evitar ser catalogado de “gay”. Solo a fin de ejemplificar, podemos observar al- gunas estadísticas anunciadas en la prensa por el Sin- dicato Argentino de Farmacéuticos y Bioquímicos: el consumo anual en Argentina de sildenafil (viagra) en el año 2013 fue de 7,5 millones de comprimidos (54 com- primidos por minuto) en población masculina menor de 21 años (30% del consumo total) (SAFYB, 2013); en el año 2015 en Argentina se realizaron solo 56 vasec- tomías en varones frente a 550 ligaduras tubarias en mujeres (PNSSyPR, 2015). Si bien recaen sobre los varones presiones de hete- rosexualidad y rendimiento, su sexualidad no es mo- ralizada y custodiada, pueden vivirla más tempra- namente, de forma activa y exenta de vigilancia. En contraposición, la sexualidad de las mujeres suele ser tutelada, reproductora, proscripta, sancionada y vio- lentada, y en general son los hombres quienes se en- cargan de hacerlo. Vayamos a algunos ejemplos de estas diferencias: los adolescentes pueden hablar acerca de la masturba- ción o el autoplacer con total naturalidad entre ellos, escena que difícilmente ocurre entre las adolescentes mujeres. Además, los varones heterosexuales gozan del reconocimiento de sus pares cuando tienen múl- tiples conquistas amorosas, en contraposición a las adolescentes mujeres, que si se muestran “demasia- do” deseantes son sancionadas socialmente como “rá- pidas” o “putas”.