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Vacunación en Adultos: Importancia, Esquemas y Controversias, Monografías, Ensayos de Medicina Preventiva

A pesar de que las vacunas han demostrado su eficacia, no han logrado prevenir una gran cantidad de enfermedades que aún diezman la salud de los seres humanos. Los desafíos son muchos y variados, inclusive, han surgido padecimientos relativamente nuevos para los cuales no hay cura y que tienen el potencial de convertirse en verdaderas epidemias con alcances de morbilidad y mortalidad inimaginables, como por ejemplo la gripe aviar o el SARS. Gran parte de los esfuerzos de la medicina actual, están dirigidos al tratamiento de enfermedades que padecen los adultos, no obstante, el enfoque que privilegia la prevención al de la curación, o reparación del daño, es considerado cada vez más como el de mayor eficacia, por lo que las vacunas han pasado a constituir un recurso privilegiado de intervención sanitaria.

Tipo: Monografías, Ensayos

2019/2020

Subido el 17/01/2024

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Cuando se habla de vacunación, casi siempre se piensa en los niños; la segunda mitad del siglo XX
fue testigo del surgimiento de una cultura de vacunación infantil, no sólo como política de salud
pública implementada por las autoridades gubernamentales, sino como parte de una conciencia
ciudadana que asumía la tarea de prevenir las enfermedades de sus hijos a través de la acción
conciente y el convencimiento incuestionable de los beneficios de la vacunación. El esfuerzo a
nivel nacional e internacional de las instituciones sanitarias mundiales y de cada país, llevaron a
alcanzar una meta que parecía increíble, la erradicación de enfermedades, como la polio y la
viruela. En la década de los ochenta, los avances científicos y su aplicación en el ámbito de la
medicina podían vanagloriarse de haber mejorado la calidad de vida de los habitantes del planeta,
así como, la expectativa de vida de los mismos. Ciertamente, la incidencia epidemiológica de la
inmunización ha sido uno de los grandes logros de la ciencia.
A pesar de que las vacunas han demostrado su eficacia, no han logrado prevenir una gran cantidad
de enfermedades que aún diezman la salud de los seres humanos. Los desafíos son muchos y
variados, inclusive, han surgido padecimientos relativamente nuevos para los cuales no hay cura y
que tienen el potencial de convertirse en verdaderas epidemias con alcances de morbilidad y
mortalidad inimaginables, como por ejemplo la gripe aviar o el SARS. Gran parte de los esfuerzos
de la medicina actual, están dirigidos al tratamiento de enfermedades que padecen los adultos, no
obstante, el enfoque que privilegia la prevención al de la curación, o reparación del daño, es
considerado cada vez más como el de mayor eficacia, por lo que las vacunas han pasado a
constituir un recurso privilegiado de intervención sanitaria.
Los esquemas de vacunación en el adulto, han dejado de ser vistos como complemento a los
esquemas de inmunización infantil para pasar a constituir un área de rápido desarrollo
denominada inmunoterapia1. No obstante, la generalización de la vacunación en el adulto ha
enfrentado serias dificultades, entre las que se pueden señalar la insuficiente cultura preventiva
de la sociedad mayor de 18 años, incluyendo al personal de salud, los costos de establecer
esquemas poblacionales y la falta de programas sanitarios al respecto. Sin embargo, hay aspectos
que ya han sido superados gracias a la experiencia que en vacunación infantil tienen las
instituciones de salud, como la distribución, la logística de aplicación, el almacenamiento, las
reacciones diversas; así como la conceptualización de la acción de las vacunas en la preservación
de la salud.
Bajo un punto de vista biológico, la vacunación del adulto resulta incluso más sencilla que la del
niño, pues el adulto cuenta con un sistema inmunitario maduro que garantiza una mejor respuesta
que la que ocurre en muchos sujetos pediátricos; no existe el inconveniente de la transmisión
transplacentaria de anticuerpos que puede interferir o modular la respuesta a la inmunización.
Además el adulto entiende mejor que el niño la necesidad de que se le aplique una vacuna. Los
adultos están expuestos a ciertos riesgos como los laborales o los relacionados con la actividad
sexual que pueden propiciar enfermedades prevenibles a través de la vacunación2.
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Cuando se habla de vacunación, casi siempre se piensa en los niños; la segunda mitad del siglo XX fue testigo del surgimiento de una cultura de vacunación infantil, no sólo como política de salud pública implementada por las autoridades gubernamentales, sino como parte de una conciencia ciudadana que asumía la tarea de prevenir las enfermedades de sus hijos a través de la acción conciente y el convencimiento incuestionable de los beneficios de la vacunación. El esfuerzo a nivel nacional e internacional de las instituciones sanitarias mundiales y de cada país, llevaron a alcanzar una meta que parecía increíble, la erradicación de enfermedades, como la polio y la viruela. En la década de los ochenta, los avances científicos y su aplicación en el ámbito de la medicina podían vanagloriarse de haber mejorado la calidad de vida de los habitantes del planeta, así como, la expectativa de vida de los mismos. Ciertamente, la incidencia epidemiológica de la inmunización ha sido uno de los grandes logros de la ciencia. A pesar de que las vacunas han demostrado su eficacia, no han logrado prevenir una gran cantidad de enfermedades que aún diezman la salud de los seres humanos. Los desafíos son muchos y variados, inclusive, han surgido padecimientos relativamente nuevos para los cuales no hay cura y que tienen el potencial de convertirse en verdaderas epidemias con alcances de morbilidad y mortalidad inimaginables, como por ejemplo la gripe aviar o el SARS. Gran parte de los esfuerzos de la medicina actual, están dirigidos al tratamiento de enfermedades que padecen los adultos, no obstante, el enfoque que privilegia la prevención al de la curación, o reparación del daño, es considerado cada vez más como el de mayor eficacia, por lo que las vacunas han pasado a constituir un recurso privilegiado de intervención sanitaria. Los esquemas de vacunación en el adulto, han dejado de ser vistos como complemento a los esquemas de inmunización infantil para pasar a constituir un área de rápido desarrollo denominada inmunoterapia1. No obstante, la generalización de la vacunación en el adulto ha enfrentado serias dificultades, entre las que se pueden señalar la insuficiente cultura preventiva de la sociedad mayor de 18 años, incluyendo al personal de salud, los costos de establecer esquemas poblacionales y la falta de programas sanitarios al respecto. Sin embargo, hay aspectos que ya han sido superados gracias a la experiencia que en vacunación infantil tienen las instituciones de salud, como la distribución, la logística de aplicación, el almacenamiento, las reacciones diversas; así como la conceptualización de la acción de las vacunas en la preservación de la salud. Bajo un punto de vista biológico, la vacunación del adulto resulta incluso más sencilla que la del niño, pues el adulto cuenta con un sistema inmunitario maduro que garantiza una mejor respuesta que la que ocurre en muchos sujetos pediátricos; no existe el inconveniente de la transmisión transplacentaria de anticuerpos que puede interferir o modular la respuesta a la inmunización. Además el adulto entiende mejor que el niño la necesidad de que se le aplique una vacuna. Los adultos están expuestos a ciertos riesgos como los laborales o los relacionados con la actividad sexual que pueden propiciar enfermedades prevenibles a través de la vacunación2.

Habría que mencionar que en el ámbito de la investigación inmunológica, a pesar de los importantes avances que ha tenido, hay muchos retos por enfrentar aún, inclusive en lo que se refiere a la vacunación infantil. Por ejemplo, se ha descubierto que algunas vacunas aplicadas en la niñez deben ser reforzadas en la edad adulta, pues la inmunidad no es permanente en todos los casos y la vacunación sólo pospone la enfermedad. También es importante hacer notar que los criterios para la vacunación en los adultos aún se están estableciendo y es comprensible que las indicaciones puedan variar conforme se acumule información relacionada con ellas3. Mientras la efectividad contundente de las vacunas no se haya demostrado plenamente, las controversias médicas en torno a la conveniencia de la vacunación en los adultos seguirán siendo un freno a la aplicación de esquemas precisos en la inmunización de la edad adulta. No obstante, consideramos que deben darse pasos certeros hacia la sistematización de la vacunación en el adulto, por lo que proponemos el diseño de una cartilla de vacunación del adulto, similar a la que existe para los niños, incluyendo el cumplimiento del esquema recomendado para el adulto sano, así como el confeccionado de acuerdo con el perfil de riesgo de cada persona4. La diversidad de las vacunas aplicables en la edad adulta, puede prevenir padecimientos en distintos grupos de edad (como se muestra en el cuadro 3-1), por ejemplo, en adultos de 18 a 24 años es recomendable la aplicación de las vacunas del tétanos y difteria, de la hepatitis B, del sarampión y de la rubéola, esta última en mujeres en edad reproductiva, no embarazadas y sin inmunidad previa. Para personas entre 25 y 64 años se recomiendan también el tétanos, la difteria y la rubéola, y para los adultos de 65 años en adelante sanos la del tétanos y difteria, la del neumococo y la influenza. La mayoría de las vacunas mencionadas, tienen una eficacia alta, por lo que todas las personas deben recibirlas. El toxoide combinado Td (tetánico-diftérica) es la preparación preferida de la vacuna5, cuya serie primaria consiste en dos dosis de 0.5 ml por vía intramuscular a la semana 0, al mes y a los 6 meses. Aquellos adultos que no recibieron al menos tres dosis de toxoide deben completar un esquema primario con el toxoide combinado Td o T; las dosis de refuerzo, administradas a intervalos tan prolongados como 25 a 30 años, producen incremento significativo en los valores de antitoxinas de la difteria y el tétanos. El refuerzo con Td o T tradicionalmente se aplica cada 10 años. La rubéola es una enfermedad de origen viral, de curso agudo, por lo general benigna, exantemática, con morbilidad y mortalidad bajas. Por lo general, se considera una enfermedad de la infancia, que puede tener efecto teratógeno si la infección se presenta durante el embarazo. La vacuna para prevenir la rubéola se implementa en programas de vacunación con diferentes estrategias, ya que en general está dirigida a proteger al feto más que a la madre. Las dos estrategias propuestas han sido: vacunación universal en la niñez o la vacunación selectiva de niñas y mujeres en edad fértil, aunque también puede considerarse como estrategia no aplicar el producto biológico. La experiencia después de casi tres décadas de autorizado el uso de la vacuna contra la rubéola, sería la aplicación de programas conjuntos para abarcar ambas poblaciones, ya

cuidado médico a largo plazo, pacientes con enfermedades pulmonares o cardiovasculares, sujetos en cuidado médico permanente como diabéticos, con insuficiencia renal, anemia de células falciformes, hemoglobinopatías o inmunodeficiencia), sino para la población en general. Los grupos de alto riesgo deberían ser vacunados de manera obligatoria cada año por vía intramuscular en el área deltoidea a dosis de 0.5 ml entre septiembre y noviembre. La vacuna del neumococo debe ser aplicada a los mismos grupos de alto riesgo mencionados en el párrafo anterior y se puede aplicar simultáneamente a la de la influenza aunque en una región corporal distinta. La vacuna ha sido usada de forma amplia, aunque aún no masiva, y aún se cuestiona su utilidad9, pues la eficacia ha variado en diferentes estudios controlados y al azar en distintas poblaciones. No obstante, se recomienda comenzar la vacunación a la edad de 50 años en pacientes en riesgo. Se recomienda por ejemplo aplicarla a sujetos que egresan de estancias hospitalarias, especialmente a los ancianos o a quienes son ingresados por neumonía, pues se ha visto que en este tipo de pacientes es posible prevenir hasta 15 a 30 % un nuevo episodio neumónico. Se considera conveniente revacunar a pacientes con muy alto riesgo de infección neumocócica fatal, seis años después de la vacunación. Se ha sugerido también revacunar a los mayores de 65 años de edad que tengan por lo menos seis años de haber sido inmunizados. La vacuna del papiloma humano en mujeres de 19 a 49 años deberá administrarse en tres dosis. Por su parte, la vacuna de la varicela deberá administrarse en dos dosis entre los 19 y 49 años de edad, tomando en cuenta que en pacientes inmunocomprometidos y en el embarazo está contraindicada. En el cuadro 3-3 se describen las reacciones secundarias y las contraindicaciones de las vacunas en los adultos que deben ser tomadas en cuenta por el personal de salud que aplica la inmunización10 y por los médicos que atienden a los pacientes y la población en general. Además de las vacunas mencionadas, hay otras que deben ser aplicadas en grupos especiales de población como la vacuna de la Fiebre Q en personas que tengan contacto con ganado y veterinarios. Existen vacunas que los viajeros deben aplicarse al trasladarse a distintas regiones del mundo (ver cuadro 3-4), por ejemplo la vacuna contra la fiebre amarilla a personas que van a África, sudeste asiático y América del Sur, la vacuna de encefalitis japonesa para quienes van a Lejano Oriente (China, Japón, Tailandia), la de hepatitis A para quienes visitan México, Centroamérica y/o Sudamérica, la vacuna contra el meningococo a quienes van al SubSahara y la vacuna contra el cólera para quienes viajan a Asia, África, América Latina e India.