Lo he visto pasar por la puerta de mi casa, recorre las calles del barrio y su voz se escucha
mucho antes de que llegue su figura. Mi barrio silencioso y monótono, con vecinos
desconocidos entre sí. En ese barrio hay un hombre, un hombre prolijo en su vestir, con su
cabello casi blanco, sus zapatillas modernas y siempre limpias, camina largas cuadras. Su
semblante es claro y su voz potente, siempre tiene algo para decir. Camina solo, nunca lo he
visto acompañado, habla solo como manifestándose. Grita sus opiniones, quiere contar lo que
sabe y también lo que piensa y valora. Al principio asusta, porque sus gritos arremeten en el
silencio de la tarde y parece que discute. Pero no, él es enfático en el monólogo que pregona,
pero no discute, no frena en su proclama, nadie lo interrumpe. No se de dónde viene, tampoco
a donde va, solo llama mi atención su práctica habitual de informarnos su conocimiento de
historia y su posición política. Me llama la atención su interés por compartirse, por abrirse en
un mundo que se cierra más cada día. Ese hombre que transita por mi barrio como un radio
viviente, como una radio ambulante que rompe la monotonía invita a no quedarse con la
sabiduría y a no quedarse solo.