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Resumen del Renacimiento, manierismo y barroco, Resúmenes de Historia del Arte

Historia del arte, resumen del renacimiento, manierismo y barroco. Con los autores como Argan, Gromlich, Hauser, Wofflin.

Tipo: Resúmenes

2024/2025

Subido el 23/06/2025

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El Renacimiento: contexto, estética y pensamiento según Hauser, Argan y otros autores
El Renacimiento, uno de los momentos más complejos y fascinantes de la historia del arte
occidental, no puede ser reducido a un simple “retorno a la Antigüedad clásica”. Es, más bien,
el resultado de una transformación profunda en el pensamiento, la cultura y las estructuras
sociales de Europa, especialmente en Italia, entre los siglos XIV y XVI. Desde la mirada de
Arnold Hauser, este período es la expresión artística del ascenso de una nueva clase social: la
burguesía urbana, culta y laica, que empieza a disputar la hegemonía ideológica al poder
eclesiástico y nobiliario. Para Giulio Carlo Argan, en cambio, el Renacimiento es también la
consolidación de un nuevo tipo de artista: el intelectual moderno, que ya no es un artesano
anónimo, sino un individuo con pensamiento propio, capaz de construir una cosmovisión a
través de su obra.
El Renacimiento se gesta en Florencia durante el llamado "proto-renacimiento" o Trecento,
con figuras como Giotto, quien anticipa el naturalismo y la tridimensionalidad espacial que
más tarde serán sistematizados por artistas como Masaccio, Brunelleschi y Donatello en el
siglo XV (Quattrocento). Esta primera etapa renacentista se caracteriza por la búsqueda de
orden, proporción y armonía, principios extraídos de la antigüedad clásica pero
reinterpretados a través del cristianismo y del nuevo pensamiento humanista. El arte ya no se
centra exclusivamente en lo sagrado, sino que incorpora al hombre como medida del mundo:
el cuerpo humano, el paisaje y la razón recuperan un lugar central.
Desde la perspectiva de Hauser, este equilibrio es más una necesidad ideológica que una
realidad concreta. La burguesía emergente necesita representar un mundo racional y
ordenado para afirmar su visión de la realidad. Sin embargo, bajo esta superficie armónica
persiste una fuerte tensión social e histórica. El Renacimiento se da en un contexto de
guerras, crisis religiosas, cambios en la economía y en la organización del poder. En este
sentido, para Hauser, el Renacimiento no es un tiempo de estabilidad, sino de transición: la
armonía del arte es una construcción cultural para enfrentar el caos de la época.
Argan, por su parte, profundiza en cómo la figura del artista se transforma en este período. El
creador renacentista se emancipa del sistema gremial medieval y comienza a trabajar por
encargo de mecenas laicos o cortesanos, lo que favorece su autonomía intelectual. Artistas
como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y Rafael no sólo son reconocidos por su destreza
técnica, sino también por su capacidad de reflexión filosófica, científica y teológica. El artista
se convierte en un intelectual capaz de pensar el mundo desde su arte. Leonardo, por
ejemplo, estudia anatomía, óptica, mecánica y geometría para dotar a su obra de una
veracidad nueva; su “Hombre de Vitruvio” es símbolo de esta síntesis entre ciencia y arte,
entre cuerpo y cosmos.
Wölfflin, aunque más centrado en el análisis formal, también aporta herramientas
fundamentales para diferenciar el arte renacentista del barroco. En su famoso esquema de
oposiciones, señala que el Renacimiento se caracteriza por lo lineal, lo plano, la forma
cerrada, la claridad y la multiplicidad (cada figura se presenta autónoma), frente a las
características dinámicas y teatrales del Barroco.
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El Renacimiento: contexto, estética y pensamiento según Hauser, Argan y otros autores El Renacimiento, uno de los momentos más complejos y fascinantes de la historia del arte occidental, no puede ser reducido a un simple “retorno a la Antigüedad clásica”. Es, más bien, el resultado de una transformación profunda en el pensamiento, la cultura y las estructuras sociales de Europa, especialmente en Italia, entre los siglos XIV y XVI. Desde la mirada de Arnold Hauser, este período es la expresión artística del ascenso de una nueva clase social: la burguesía urbana, culta y laica, que empieza a disputar la hegemonía ideológica al poder eclesiástico y nobiliario. Para Giulio Carlo Argan, en cambio, el Renacimiento es también la consolidación de un nuevo tipo de artista: el intelectual moderno, que ya no es un artesano anónimo, sino un individuo con pensamiento propio, capaz de construir una cosmovisión a través de su obra. El Renacimiento se gesta en Florencia durante el llamado "proto-renacimiento" o Trecento, con figuras como Giotto, quien anticipa el naturalismo y la tridimensionalidad espacial que más tarde serán sistematizados por artistas como Masaccio, Brunelleschi y Donatello en el siglo XV (Quattrocento). Esta primera etapa renacentista se caracteriza por la búsqueda de orden, proporción y armonía, principios extraídos de la antigüedad clásica pero reinterpretados a través del cristianismo y del nuevo pensamiento humanista. El arte ya no se centra exclusivamente en lo sagrado, sino que incorpora al hombre como medida del mundo: el cuerpo humano, el paisaje y la razón recuperan un lugar central. Desde la perspectiva de Hauser, este equilibrio es más una necesidad ideológica que una realidad concreta. La burguesía emergente necesita representar un mundo racional y ordenado para afirmar su visión de la realidad. Sin embargo, bajo esta superficie armónica persiste una fuerte tensión social e histórica. El Renacimiento se da en un contexto de guerras, crisis religiosas, cambios en la economía y en la organización del poder. En este sentido, para Hauser, el Renacimiento no es un tiempo de estabilidad, sino de transición: la armonía del arte es una construcción cultural para enfrentar el caos de la época. Argan, por su parte, profundiza en cómo la figura del artista se transforma en este período. El creador renacentista se emancipa del sistema gremial medieval y comienza a trabajar por encargo de mecenas laicos o cortesanos, lo que favorece su autonomía intelectual. Artistas como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y Rafael no sólo son reconocidos por su destreza técnica, sino también por su capacidad de reflexión filosófica, científica y teológica. El artista se convierte en un intelectual capaz de pensar el mundo desde su arte. Leonardo, por ejemplo, estudia anatomía, óptica, mecánica y geometría para dotar a su obra de una veracidad nueva; su “Hombre de Vitruvio” es símbolo de esta síntesis entre ciencia y arte, entre cuerpo y cosmos. Wölfflin, aunque más centrado en el análisis formal, también aporta herramientas fundamentales para diferenciar el arte renacentista del barroco. En su famoso esquema de oposiciones, señala que el Renacimiento se caracteriza por lo lineal, lo plano, la forma cerrada, la claridad y la multiplicidad (cada figura se presenta autónoma), frente a las características dinámicas y teatrales del Barroco.

Sin embargo, para Hauser, esta lectura formal corre el riesgo de pasar por alto los contenidos sociales e ideológicos que definen las transformaciones estilísticas. El Renacimiento, más que un estilo, es una manifestación del nuevo pensamiento moderno, donde el ser humano se coloca en el centro del universo, pero también empieza a vislumbrar el vacío que implica la pérdida de los valores medievales. En la arquitectura, esta racionalidad se expresa en el uso de módulos proporcionales y en la recuperación del orden clásico (columnas, frontones, cúpulas), como se ve en las obras de Alberti o en la cúpula de Brunelleschi en Florencia. En la pintura, la perspectiva lineal y aérea, la composición piramidal y la anatomía idealizada son herramientas para representar un mundo inteligible. En escultura, Donatello, Verrocchio y el joven Miguel Ángel dan forma al cuerpo humano con una verdad física y espiritual inédita desde la Antigüedad. Hacia el siglo XVI (Cinquecento), el Renacimiento alcanza su cúspide con las obras de Rafael, Leonardo y Miguel Ángel, especialmente en Roma, bajo el mecenazgo de los papas. Sin embargo, en esta misma etapa ya se hacen visibles las tensiones que llevarán a la crisis manierista. Hauser señala que esa armonía comienza a quebrarse desde adentro: el artista ya no puede sostener la idea de un mundo perfectamente ordenado. Las composiciones se tornan más tensas, los cuerpos más musculosos y dramáticos, y la estabilidad cede ante la inquietud existencial. El equilibrio ha llegado a su límite. Así, el Renacimiento no es un bloque uniforme. Tiene etapas (experimental, sistemática, expansión, auge y crisis), espacios diferenciados (Florencia, Roma, Venecia) y líneas internas (la clásica, la popular, la científica). Es, ante todo, una época de síntesis entre fe y razón, entre tradición y modernidad, entre el ideal y la observación empírica, que marcará profundamente el arte occidental hasta nuestros días. El Manierismo: crisis del ideal clásico y nuevas búsquedas expresivas El Manierismo se desarrolla aproximadamente entre 1520 y 1600, es decir, en el período que sigue al auge del Renacimiento clásico. Su origen está profundamente ligado a la crisis del ideal de armonía y racionalidad que había dominado el Cinquecento, especialmente en Roma. Desde la mirada de Arnold Hauser, el Manierismo no es un estilo decorativo ni un simple alargamiento del Renacimiento, sino una verdadera crisis de valores, una época de contradicciones internas en la que el arte comienza a reflejar la inestabilidad social, espiritual y política del momento. La Reforma protestante, la Contrarreforma católica, las guerras religiosas, la inestabilidad de las cortes, el colapso de Roma en 1527, entre otros factores, generan un clima de incertidumbre que se expresa claramente en el arte de este período. Hauser sostiene que el Manierismo nace del agotamiento del equilibrio renacentista. Ya no se cree posible representar un mundo armónico y coherente. El artista manierista se repliega sobre su propia subjetividad y comienza a experimentar con nuevas formas de representación que rompen con las reglas establecidas: las figuras se alargan, los espacios se vuelven inestables, los colores se vuelven ácidos o irreales, las composiciones son densas, desequilibradas o incluso artificiales. Esta manera (de ahí el nombre "manierismo") no es una

expresar la complejidad del mundo moderno, ya no a través del artificio intelectual del manierismo, sino a través del movimiento, la emoción y el dramatismo. El Barroco: expresión del poder, la fe y la emoción en tiempos de conflicto El Barroco surge a fines del siglo XVI y domina buena parte del siglo XVII, expandiéndose por Europa con características distintas según el contexto político, social y religioso. Desde una mirada histórica, se vincula con la Contrarreforma católica, la afirmación del poder absoluto en las monarquías europeas, y las transformaciones culturales que trae el mundo moderno: la ciencia, la exploración del mundo exterior, y el enfrentamiento entre razón y fe. Pero el Barroco también responde a una profunda necesidad de comunicar, conmover y persuadir, en una sociedad dividida, emocionalmente inestable y profundamente jerárquica. Para Arnold Hauser, el Barroco no es sólo una estética, sino un síntoma ideológico: un arte al servicio del poder, ya sea eclesiástico (la Iglesia católica en Roma y España) o monárquico (las cortes absolutistas de Francia, Austria y otros reinos). Este arte se pone al servicio de una retórica visual que busca emocionar al espectador, sumergirlo en un mundo grandioso, teatral, conmovedor. Frente al racionalismo renacentista y la intelectualización manierista, el Barroco quiere capturar el alma del espectador, no convencerlo con argumentos, sino conquistarlo con la fuerza de la imagen. En ese sentido, el Barroco católico está profundamente vinculado a la Contrarreforma impulsada por el Concilio de Trento. La Iglesia, frente al avance del protestantismo, decide que el arte debe ser claro, directo, emotivo y pedagógico. Las pinturas y esculturas deben inspirar devoción, reforzar la fe y representar con realismo escenas religiosas. Aquí brillan figuras como Caravaggio, quien, con su uso del claroscuro y su naturalismo violento, logra conmover al público popular sin necesidad de alegorías complejas. El dramatismo de su obra es una forma de verdad, una verdad sentida. También Bernini, arquitecto, escultor y escenógrafo, crea un universo donde el espectador se ve envuelto por la obra. Sus esculturas, como el “Éxtasis de Santa Teresa”, no sólo representan un momento religioso, sino que te hacen vivirlo. Su arquitectura en San Pedro del Vaticano, con columnas curvas, luz dramática, espacios envolventes, busca crear un ambiente donde lo celestial y lo terrenal se funden. En pintura, además de Caravaggio, destacan artistas como Rubens, con su exuberancia, color y dinamismo; Rembrandt, desde el Barroco protestante, con una pintura más introspectiva y personal; y Velázquez, figura clave del Barroco español, cuya obra es profundamente compleja, oscilando entre el realismo cortesano, la crítica velada y la exploración de la pintura como lenguaje (como se ve en “Las Meninas”). Giulio Carlo Argan ve en el Barroco un momento en el que el arte deja de ser representación para convertirse en experiencia. Lo barroco ya no busca mostrar el mundo, sino construirlo, sumergir al espectador en una realidad aumentada, espectacular. Lo teatral, lo ilusorio y lo sensorial se convierten en estrategias estéticas. En arquitectura, esto se ve en las plantas ovaladas, los juegos de luz, las fachadas curvas, las cúpulas que rompen con la simetría

renacentista. En pintura, en la composición en diagonal, el claroscuro y el movimiento. En escultura, en los gestos intensos, los pliegues dramáticos, el dinamismo del mármol como si fuera carne viva. El Barroco, sin embargo, no es homogéneo. En el norte protestante, como señala Hauser, aparece un Barroco más burgués, cotidiano, introspectivo y realista. En lugar de grandes escenas religiosas o mitológicas, se representan retratos, interiores domésticos, naturalezas muertas y paisajes, como en la obra de Vermeer, Rembrandt o Frans Hals. Este Barroco no busca tanto la espectacularidad como la intimidad, y responde a una clase media urbana que ve en el arte una afirmación de su mundo moral y cotidiano. El Barroco protestante y el católico no son estilos distintos, sino manifestaciones de dos cosmovisiones opuestas: una busca convencer desde la grandiosidad y el dogma, la otra desde la reflexión y la experiencia interior. En ambos casos, el arte se aleja del equilibrio clásico y se vuelca hacia lo afectivo, lo sensorial, lo dinámico. Como dijo Wölfflin, el Barroco es “pintura del devenir”, no del ser; es movimiento antes que forma, emoción antes que idea. Desde la línea del tiempo que compartiste, se observa cómo el Barroco se despliega tanto en Italia (Roma, Florencia, Nápoles), como en España, Francia, y en los Países Bajos, cada región adaptando los elementos barrocos a su contexto. Así, el arte se convierte en una herramienta política, religiosa y estética, capaz de moldear percepciones, imponer visiones del mundo y generar experiencias sensoriales y espirituales complejas. Para Hauser, el Barroco no es una decadencia, como se pensó durante mucho tiempo, sino un pico expresivo de un mundo en transformación. Un mundo ya plenamente moderno, lleno de conflictos, desigualdades, pasiones y contradicciones, que sólo podía representarse de forma intensa, plural, escenográfica y profundamente humana.