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poema redactado de la materia expresion
Tipo: Esquemas y mapas conceptuales
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Miguel Ramos Carrión (Español. (1845-1915) El seminarista de los ojos negros I Desde la ventana de un casucho viejo abierta en verano, cerrada en invierno por vidrios verdosos y plomos espesos, una salmantina de rubio cabello y ojos que parecen pedazos de cielo, mientras la costura mezcla con el rezo, ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo. Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo, marchan en dos filas pausados y austeros, sin más nota alegre sobre el traje negro, que la beca roja que ciñe su cuello y que por la espalda casi roza el suelo. 393 Un seminarista, entre todos ellos, marcha siempre erguido, con aire resuelto. La negra sotana dibuja su cuerpo gallardo y airoso, flexible y esbelto. El solo a hurtadillas y con el recelo de que sus miradas observen los clérigos, desde que en la calle vislumbra a lo lejos a la salmantina de rubio cabello, la mira de fijo, con mirar intenso. Y siempre que pasa le deja el recuerdo de aquella mirada de sus ojos negros. III
Monótono y tardo va pasando el tiempo y muere el estío y el otoño luego, y vienen las tardes plomizas de invierno. Desde la ventana del casucho viejo siempre sola y triste rezando y cosiendo, la tal salmantina de rubio cabello ve todas las tardes pasar en silencio los seminaristas que van de paseo. Pero no ve a todos; ve sólo a uno de ellos; su seminarista de los ojos negros. IV Cada vez que pasa gallardo y esbelto, observa la niña que pide aquel cuerpo en vez de sotana marciales arreos. 305 uando en ella fija sus ojos abiertos con vivas y audaces miradas de fuego, parece decirla: -¡Te quiero!, ¡Te quierol, iyo no he de ser cura, yo no puedo serlot ¡Si yo no soy tuyo me muero, me muero! A la niña entonces se le oprime el pecho, la labor suspende, y olvida los rezos, y ya vive sólo en sus pensamientos el seminarista de los ojos negros. V En una lluviosa mañana de invierno la niña que alegre saltaba del lecho, oyó tristes cánticos y fúnebres rezos: por la angosta calle pasaba un entierro. Un seminarista sin duda era el muerto; pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro con la beca roja por cima cubierto, y sobre la beca el bonete negro.