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Año 2025 materia administración general cbc
Tipo: Apuntes
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¿Escuchaste alguna vez hablar de Foxconn? Aun cuando tal vez nunca hayas escuchado hablar de ella, no importa en qué lugar del mundo vivas, difícilmente pasa un día completo sin que uses alguno de los dispositivos que ellos fabrican. Foxconn es el mayor fabricante de electrónicos del mundo. Entre otros “productitos”, son quienes producen el iPad, el iPhone, el Kindle, la Playstation 4, la Wii y los Blackberry más avanzados. Esta relativamente poco conocida compañía tiene otra particularidad: es el tercer mayor empleador privado del mundo, con 1,2 millones de trabajadores. Sólo McDonald’s y Walmart dan empleo a más personas. En 2011 Foxconn sorprendió al mundo con una noticia: anunció que iba a instalar un millón de robots para reemplazar trabajo humano. En 2012 Canon fue un paso más allá: presentó su plan para abrir una fábrica completamente robotizada, donde no trabajará gente. La tecnología, con todos sus efectos beneficiosos para la vida, es también una amenaza en el aspecto laboral. Cada cambio tecnológico aporta mayor productividad a las personas. Imaginemos el trabajo de mover piedras muy pesadas entre un punto y otro. Cuando no existía tecnología alguna, sólo contábamos con nuestras manos y pies; podíamos cargar unos pocos kilos moviéndolos muy lentamente. Incorporemos ahora un avance: la carretilla. Gracias a ella, repentinamente podemos cargar algo más de peso y avanzar un poquito más rápido. Llega un nuevo avance: ahora agreguemos un motor a la carretilla. Una vez más, nuestra productividad aumenta; sin el condicionamiento de tener que empujar para desplazar las piedras, podemos ahora ir al trote y llevar muchas más rocas. Pero, ¿para qué ir caminando atrás si podemos ir sentados arriba? Inventemos ahora el camión, capaz de cargar enormes pesos y moverse a gran velocidad por largas distancias. Con cada avance, podemos producir más y más. Esto, por supuesto, genera un segundo efecto: hace falta menos gente para hacer la misma tarea. Un solo hombre con un camión hace más que cien con sus manos y caminando. El trabajo de ensamblar productos electrónicos es rutinario y repetitivo. El de mover piedras es físicamente extenuante. Aun cuando los plazos puedan ser un poco más largos, parece inexorable que los seres humanos no podamos competir con los robots en este tipo de tareas. Los robots trabajan 24 horas al día, no se cansan, no se distraen, no se aburren. El primer round, el del trabajo físico y/o repetitivo, tiene un ganador previsible.
Aun cuando el desajuste entre las habilidades disponibles y las requeridas por los nuevos empleos genera cierta fricción y sufrimiento en el plano individual, desde una perspectiva social todo este proceso de migración laboral fue sin dudas positivo. Cada cambio de empleo implicó usar menos la fuerza bruta y más la capacidad intelectual, hacer tareas menos repetitivas y más creativas, aprovechar cada vez más nuestra capacidad única de realizar actividades cognitivas. Hasta hace muy poco, parecía que habíamos encontrado en el comercio y los servicios nuestro lugar definitivo: nadie imaginaba que las computadoras pudieran competir de manera efectiva en las tareas intelectuales que hoy nos ocupan mayormente. Sin embargo, como vimos en varios capítulos anteriores, las máquinas también han comenzado a desarrollar habilidades cognitivas. Si bien aún son incapaces de superar la calidad del trabajo humano en este tipo de tareas, el segundo round entre humanos y máquinas parece cada vez más inminente.
En Singularity University tuvimos la oportunidad de realizar varias visitas al Googleplex, el campus principal de Google, que queda a unas pocas cuadras de NASA Ames. Allí pudimos conversar con la persona que estaba a cargo de dirigir Google Translate, el traductor automático de Google, que compartió con nosotros algunos datos interesantes. Por un lado, nos contó que periódicamente evalúan la calidad de las traducciones que realizan y “se ponen una nota”. Si bien la calificación había mejorado de manera sostenida, al momento de esa charla la nota que se daban a sí mismos apenas superaba un 4. Sin embargo, los algoritmos que usa Google para traducir cuentan con tres fuentes muy poderosas de aprendizaje: por un lado, igual que con otras tecnologías, la traducción se beneficia del poder de cómputo creciente de las computadoras. Por otro, Google utiliza todas las páginas web que están en múltiples idiomas para aprender cómo traducir, de modo que el aumento en el número de páginas web (que también es hasta ahora exponencial) brinda cada vez más fuentes de aprendizaje, a partir de observar cómo traducen los seres humanos. Finalmente, también ofrece a los usuarios la posibilidad de corregir los errores que encuentran, de modo que hay un ejército de millones y millones de personas ayudando a los algoritmos a aprender. Basados en la experiencia reciente sobre el progreso de la nota, Google espera sacarse un 7 y ser competitivo con un traductor humano promedio antes del final de la década. Si la sofisticación del lenguaje es la característica más distintiva que tenemos los humanos, la traducción de textos es la tarea que plantea el mayor desafío cognitivo, por los múltiples sentidos que puede adoptar cada palabra, cada oración, cada párrafo; por el uso de metáforas, ironías,
expresiones idiomáticas. La mayoría de las personas que se dedican profesionalmente a este oficio ve una traducción actual hecha por computadora y encuentra completamente inverosímil la idea de que una máquina pueda reemplazarlos alguna vez. Sin embargo, año más, año menos, no falta mucho para que se nos haga imposible competir en esta tarea tan “humana”. Otra área en que las computadoras están haciendo grandes progresos es en la escritura de artículos periodísticos. Narrative Science, una compañía creada por un par de expertos en inteligencia artificial, desarrolló una plataforma llamada Quill (“pluma de escribir” en inglés) capaz de redactar noticias publicables en tiempo real sin la intervención de un humano. Todavía es imposible hacer una editorial aguda o la crítica de un espectáculo, pero sus crónicas de eventos deportivos o su cobertura financiera sobre acciones de la bolsa salen cotidianamente en medios tradicionales muy prestigiosos, sin que nadie sospeche que es una computadora la que escribe. Incluso, existe un punto donde las máquinas rápidamente pueden tomar ventaja: usando tecnologías de big data , pueden descubrir referencias y relaciones con partidos jugados cuarenta años antes o analizar las estadísticas detectando patrones y datos que ningún periodista podría encontrar. Si además metemos en escena a Watson y su aplicación inicial a la medicina más su transformación en plataforma abierta para darle nuevos usos, resulta claro que en los próximos años no habrá mucho lugar donde refugiarse. Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Oxford en 2013 estimó que la mitad de los empleos están en riesgo de perderse en los próximos veinte años. De acuerdo con Carl Frey y Michael Osborne, que lideraron la pesquisa, el arribo de las tecnologías de big data está solucionando la mayoría de las trabas que evitaban la computarización de empleos hasta ahora. Como resultado, estimaron cuál es la probabilidad de que diferentes profesiones sean reemplazadas por computadoras durante las siguientes dos décadas: según sus resultados, los empleos con mayor riesgo son el telemarketing, la contabilidad y la auditoría, la venta minorista, la escritura técnica y periodística, los agentes de venta de propiedades, los procesadores de textos y tipistas, los conductores y los pilotos comerciales. Parafraseando la célebre frase de Martin Niemöller: “Primero vinieron por los estibadores, pero yo no protesté porque no era estibador. Después vinieron por los agricultores, pero no protesté porque no era agricultor. Después vinieron por los operarios, pero yo no era operario. Después vinieron por los traductores, los periodistas y los médicos, pero no protesté porque yo no era uno ni otro. Ahora vienen por mí y no queda nadie que proteste”.
aspiracionales influenciando nuestra vocación; pero, dada su escasez, conocemos muchos menos ingenieros, matemáticos o programadores. Por último, parte de la razón es que mucha gente elige sin estar al tanto de las cosas que están pasando y que este libro describe. Sus elecciones, entonces, son producto de la desinformación por lo que espero estar aportando mi grano de arena a que los lectores tomen mejores decisiones.
Como decíamos antes, cada vez que los seres humanos nos vimos desplazados de una tarea, encontramos refugio en otra mejor. De construir pirámides a mano pasamos a cultivar la tierra, de allí a ensamblar en fábricas, luego a trabajar en un call center u oficina, después a hacer cosas como diseñar campañas publicitarias. En definitiva, frente a cada desplazamiento siempre fuimos logrando generar nuevos empleos de mayor calidad. Sin embargo, esta vez no parece ser este el caso. Si las computadoras nos desplazan de los trabajos intelectuales y creativos en el terreno de los servicios y gerenciales, no quedan nuevas áreas a las que movernos. La cadena de migraciones hacia empleos de más calidad parece haber llegado a su fin. De hecho, un grupo de profesores del MIT plantea que ya se ve el efecto de este callejón sin salida. Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee escribieron La carrera contra la máquina , un libro que plantea el dilema de la competencia entre el hombre y la computadora por el empleo. Allí observan que a lo largo de la historia económica de la humanidad, el crecimiento de la economía y el nivel de empleo mostraron siempre una correlación muy fuerte: mientras en períodos de auge el desempleo cae, en momentos de recesión el desempleo se dispara. Sin embargo, la crisis global del 2008 mostró por primera vez un fenómeno diferente. La caída del producto bruto de Estados Unidos como consecuencia de la crisis financiera de ese año generó un impacto negativo fuerte en el empleo: el desempleo pasó de un promedio de 4,6 por ciento en 2007 a un pico de 10 por ciento a fines de
científicos tienen razón, estamos entrando en una nueva era en la que una porción creciente de la población mundial carecerá de empleo. La respuesta a la pregunta que da título a esta sección pareciera ser que, de acá a un tiempo, gran parte de nosotros no trabajaremos. Aun cuando probablemente la mayoría creamos que un mundo donde buena parte de la población esté sin trabajo sería algo parecido al apocalipsis, con hordas de seres desaforados arrasando la civilización como la conocemos, esto no necesariamente deberá ser así.
En una charla TED brindada en 2013, McAfee menciona una supuesta conversación, probablemente apócrifa, entre Henry Ford II y el líder del sindicato de la industria automotriz, mientras recorrían una de las plantas más nuevas, llena de robots:
—Hey, Walter, ¿cómo vas a hacer para que estos robots se afilien al sindicato? —preguntó provocadoramente Ford. —Hey, Henry, dime tú cómo vas a hacer para que te compren autos… —replicó triunfante el líder sindical.
En el mundo en que vivimos, cualquiera de nosotros podría haber contestado de esa misma manera. Sin embargo, el proceso que empezamos a vivir desafía esa lógica. Al no estar causada por una recesión, esta caída en el número de personas que trabajan no debería estar acompañada de una falta de bienes materiales suficientes para todos, producidos por máquinas y software. Este desacople entre empleo y producción abre la puerta a otra posible separación: la del trabajo y el ingreso personal. Como parte de sus programas sociales, numerosos países han introducido diversas variantes de planes asistenciales que brindan un ingreso condicional a los sectores menos favorecidos de la población. La Argentina, por ejemplo, creó en 2009 una asignación por hijo que aspira a proporcionar a padres y niños acceso a ciertos bienes mínimos que permitan una buena crianza. Algunos países, no obstante, previendo un futuro de relativa abundancia de bienes y escasez de empleos, consideran hoy una alternativa más radical: un ingreso universal para TODOS los ciudadanos, que cubra todas las necesidades fundamentales para vivir sin necesidad de trabajar. Si lo primero que te viene a la mente al escuchar esta idea es pensar en gobiernos socialistas, tal vez tengas que volver a pensarlo: la idea de un ingreso universal no es nueva y ha sido impulsada, de diversas maneras, por numerosos economistas en Estados Unidos y Europa, incluyendo ultra
solo la cítara, los empresarios prescindirían de los operarios y los señores de los esclavos”. En un provocador libro titulado Los robots van a dejarte sin trabajo, pero está OK , Pistono menciona la cita de Aristóteles y provoca diciendo: “Hace 2.000 años teníamos la visión pero no las herramientas. Hoy tenemos las herramientas pero no la visión”. Por esa razón, propone invertir la ecuación: fijar como meta el “pleno desempleo”, dejando más y más el trabajo en manos de robots, eliminando la obligación de trabajar y liberando nuestro tiempo para tareas más edificantes. “No podemos ganar la carrera CONTRA las máquinas, pero sí ganar nuestra propia carrera CON ellas”, asegura. Dejar de trabajar presenta desafíos individuales y sociales enormes que van más allá de la disponibilidad y el reparto de los bienes. Buena parte de los adultos que vivimos actualmente en América descendemos de inmigrantes que huyeron de Europa empujados por el hambre, y en algunos casos de la persecución. Nuestros abuelos llegaron a esta tierra sin nada más que su fuerza de voluntad y sus ganas de progresar. Su meta fue enviar a sus hijos, nuestros padres, a la universidad, para que pudieran tener una vida mejor que la de ellos. Esos valores influenciaron de manera sutil pero profunda nuestra manera de vivir, haciendo que para muchos de nosotros el trabajo sea un valor, pero también un imperativo. Y la “vagancia” nos parezca uno de los peores defectos. Ninguno de los que crecimos en ese contexto puede siquiera imaginar cómo sería vivir sin trabajar. El trabajo está centralmente ligado a nuestro sentido de propósito y nuestro proyecto de vida. La generación que nos sigue, de todos modos, parece estar rompiendo ya con esa lógica. Los integrantes de la “generación Z”, término que se usa para designar a los jóvenes que hoy rondan los veinte años, parecen, mirados desde nuestra óptica, poco comprometidos con el empleo e inconstantes. Las áreas de Recursos Humanos de las empresas se esfuerzan en vano por retener a los más talentosos. En su búsqueda de la realización personal el trabajo parece ocupar un lugar secundario que a los mayores nos preocupa y a veces irrita. Es posible que ellos, de manera intuitiva, estén viendo antes que nadie el mundo que viene. Esta nueva realidad resignificará totalmente la elección vocacional de la que hablamos anteriormente: si el trabajo va a faltar de todos modos y el ingreso no dependerá de éste, ¿por qué no elegir la profesión con total libertad, dedicándonos a aquello que más nos guste, de manera totalmente desligada del mercado de trabajo? En sintonía con los tiempos que vienen, la generación Z visualiza un mundo donde no haya que “ganarse la vida”. Donde la vida ya esté ganada, el trabajo pierda importancia y el mayor desafío sea la búsqueda de la felicidad.
Con una visión impresionante, John Maynard Keynes, uno de los mayores economistas del siglo XX, previó este cambio del rol del trabajo en nuestra vida hace más de ochenta años. En un impactante ensayo titulado “Posibilidades económicas para nuestros nietos”, escrito en 1931 en medio del desastre de la gran recesión, Keynes pronosticó para cien años después un mundo donde el crecimiento económico hubiera solucionado “el problema económico”, garantizando a todos un estándar de vida muy elevado y la reducción o eliminación lisa y llana de la necesidad de trabajar. Fue el primero en discutir el concepto de “desempleo tecnológico” y en pensar que el problema de la escasez que define el campo de acción de la economía podía ser una fase temporaria en la historia de la humanidad. Keynes sabía del carácter revolucionario de su visión en un mundo en el que sobrevivir ha sido siempre el problema más acuciante, no sólo para la humanidad sino para todas las formas biológicas desde el inicio de la vida. “Si el problema económico es resuelto, la humanidad será privada de su propósito tradicional”, afirmó. Hace más de doscientos cincuenta años Voltaire vio con claridad los múltiples beneficios del trabajo en nuestra vida. Con el cinismo que caracteriza a su obra mayor, en la novela Cándido afirma: “El trabajo nos libera de tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la necesidad”. Los robots y las máquinas pueden producir los bienes que necesitemos y hacer que la necesidad material desaparezca sin tener que trabajar, pero no solucionan en nada los otros dos efectos positivos sobre nuestra vida. En palabras de Keynes: “Para aquellos que sudan diariamente para ganarse el pan, el ocio es un dulce anhelado. Hasta que lo consiguen”. Este economista vio el “problema del ocio” como el verdadero dilema permanente de la humanidad: cómo ocupar el tiempo libre para “lograr vivir sabiamente, de manera agradable y buena”. “Ningún país o persona puede anhelar la era del ocio y la abundancia sin preocupación”, advirtió Keynes. Es que, en muchos sentidos, un mundo donde la mayoría de la población tenga sus necesidades básicas cubiertas y esté todo el día sin verse obligada a hacer nada puede ser una distopía tan atemorizante como la de las hordas mencionada párrafos atrás. Relevados de la obligación laboral, el ocio, la depresión y la falta de propósito o proyecto de vida pueden probar ser enemigos aún más temibles que la escasez y la obligación. ¿Estamos a la altura de semejante libertad?
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