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Modelos de trabajo social capítulo 12
Tipo: Apuntes
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¡No te pierdas las partes importantes!
Mark Beyebach^2
La Terapia Breve Centrada en las Soluciones (TBCS) nació a comienzos de los años setenta en la ciudad norteamericana de Milwaukee, cuando un grupo de trabajadores sociales instaló un espejo unidireccional y empezó a experimentar con las ideas del M.R.I. de Palo Alto. A este equipo inicial, que incluía a Insoo Kim Berg, Jim Derks, Elam Nunnally, Marilyn LaCourt y Eve Lipchik, se unió Steve de Shazer, que durante un tiempo había formado parte del equipo del MRI y volvió a Milwaukee para casarse con Insoo Kim Berg. El grupo empezó a reunirse en la casa de ambos, haciendo terapia gratuitamente para experimentar con nuevas ideas, siempre con el afán de contestar a la pregunta “¿Qué es lo que funciona en la terapia breve?” (Lipchik, Derks, Lacourt & Nunnally, 2012). En 1978, este equipo creó el Brief Family Therapy Center , un centro clínico que desde el principio funcionó como un “think-tank” en el que los terapeutas pasaban cientos de horas observando sesiones de terapia, tratando de identificar lo que mejor funcionaba y sometiendo a prueba en sesión los nuevos descubrimientos. En este sentido, se puede afirmar que desde sus inicios la TBCS surgió como una práctica basada en la evidencia (Lipchik, Derks, Lacourt & Nunnally, 2012), mediante un proceso recursivo y dinámico de intervención, observación y teorización. A largo de los años se fueron sumando a este esfuerzo nuevos terapeutas (Scott Miller, Wally Gingerich, Gale Miller, Michele Weiner-Davis) e invitados de todo el mundo (Bill O´Hanlon, Yvonne Dolan, Karl Tomm, Michael Durrant y Brian Cade). El método terapéutico se fue alejando cada vez más del foco sobre los problemas y centrando progresivamente sobre las soluciones, manteniendo en todo momento la fidelidad al principio minimalista de la “navaja de Ockham, a saber, que no se deben multiplicar los entes explicativos sin necesidad. Por su parte, Steve de Shazer reconoció siempre formar parte de una tradición de terapia breve que arrancaba de Milton Erickson y desembocaba en Milwaukee, pasando por los teóricos y terapeutas del MRI y tamizado por la influencia del pensamiento budista y taoísta (De Shazer, 1982).
Steve de Shazer (de Shazer, 1982, 1985, 1988, 1991, 1994; de Shazer et al., 2007) e Insoo Kim Berg (Berg & Dolan, 2001; Berg & Miller, 1992; Berg & Reuss, 1998) son sin duda las dos figuras centrales de la TBCS y quienes más han contribuido a difundir el enfoque centrado en las soluciones más allá del terreno de la terapia familiar en el que se inició. De hecho, hoy en día se puede hablar de trabajo social centrado en soluciones (Berg, 1994), de protección de menores centrada en soluciones (Berg y Kelly, 2000; Turnell & Edwards, 1999), de coaching , counseling y mediación centrados en soluciones (Grant, 2003, Bannink, 2007), de orientación e intervención escolar centradas en soluciones (Murphy, 2008; Franklin & Streeter, 2004), de enfermería centrada en soluciones (McAllister, 2007), de psicología organizacional basada en soluciones (McKergow, 2012), e incluso de pastoral centrada en soluciones (Kollar,
(^1) Capítulo aceptado para publicación en: Alicia Moreno Fernández (ed.) Modelos de Terapia Familiar Sistémica.
Bilbao: Desclée de Brouwer.
(^2) Mark Beyebach. Universidad Pública de Navarra. mark.beyebach@unavarra.es
2010). El enfoque se utiliza en terapia y asesoramiento individual, familiar y de pareja, en el trabajo con grupos y con instituciones, y se aplica prácticamente a todo el espectro de problemas clínicos, desde la depresión (Knekt y Lindorfs, 2004; Estrada y Beyebach, 2007) hasta la esquizofrenia (Eakes et al., 1997), pasando por los trastornos de alimentación (Jacob, 2001), el manejo de enfermedades físicas como las lesiones de espalda (Cockburn, Thomas y Cockburn, 1997) o el Chron (Vogelaar et al., 2011), la violencia en pareja (McCollum, Stith & Thosen, 2012), los pacientes somatomorfos (Schade, Torres y Beyebach, 2011) o el abuso de sustancias (Berg & Reuss, 1998; Smock et al, 2011). Desde el punto de vista institucional, el impulso de Steve de Shazer e Insoo Kim Berg llevó a la creación en 1993 de la European Brief Therapy Association (www.ebta.nu) y, unos años más tarde, de la Solution Focused Brief Therapy Association norteamericana (www.sfbta.org). Posteriormente se han ido creando diversas asociaciones nacionales de terapia centrada en soluciones (Inglaterra, Suecia, Finlandia) así como organizaciones profesionales con vocación de regular la formación y la acreditación en este campo (www.iasti.org).
El espíritu de rigor e indagación constante de los pioneros de la TBCS se ha difundido como parte integral del enfoque y propiciado que se realizaran numerosas investigacionessobre los resultados y los procesos de la TBCS en todo el mundo. A fecha de hoy, tenemos constancia de la publicación de 43 estudios comparativos y de 21 estudios controlados y aleatorizados sobre TBCS, además de medio centenar de estudios de seguimiento y varias decenas de investigaciones de proceso y proceso- resultado (en www.ebta.nu puede encontrarse una lista en constante actualización). Considerando el conjunto de estas investigaciones, podemos extraer las siguientes conclusiones (para una discusión más profunda, véanse Beyebach, Estrada y Herrero, 2006; Corcoran, 2012; Gingerich & Eisengart, 2000; Gingerich et al., 2012; Kim, 2012; McKeel, 2012):
a) Los datos confirman que la TBCS es un enfoque breve, que permite obtener resultados positivos en un número reducido de sesiones, que en la mayoría de investigaciones publicadas se sitúa entre las 3 y las 6. Además, se confirma que la TBCS se adapta bien a una gran variedad de contextos clínicos y no-clínicos. De todos modos, varios estudios apuntan a que probablemente, dentro de la brevedad, tener alguna sesión más permita alcanzar mejores resultados.
b) Los meta-análisis existentes permiten asegurar que la TBSC tiene al menos un efecto entre pequeño (Kim, 2008) y moderado (Stams et al., 2006), y existen estudios de calidad que puntualmente ofrecen tamaños de efecto superiores, en torno a d=.80 (por ejemplo, Knekt et al., 2008; Schade, Torres y Beyebach,
c) En la actualidad disponemos de un considerable número de estudios de proceso y proceso-resultado que apoyan el efecto positivo de determinadas técnicas centradas en soluciones (como la negociación de objetivos y la conversación sobre cambios pretratamiento, Rodríguez Morejón, 1993; o la Tarea de Fórmula de Primera Sesión, Adams, Piercy & Jurich, 1991). Además, estos estudios
rechazar la noción de que los problemas humanos cumplen funciones sistémicas tiene profundas implicaciones para la terapia, puesto que hace innecesario el concepto de “resistencia familiar” y por tanto permite que la posición del terapeuta sea más transparente y colaborativa con sus usuarios: la “muerte de la resistencia” que Steve de Shazer postuló con brillantez en un artículo ya clásico (de Shazer, 1984).
Pongamos un ejemplo. Supongamos que una familia compuesta por los padres, un hijo de 9 años y unas hija de 5 pide ayuda por los graves problemas de conducta que plantea el hijo mayor, que tiene rabietas incontrolables en las que rompe todo tipo de objetos, agrede a su hermana e incluso a sus padres y ha llegado varias veces a amenazar con suicidarse. La madre, que renunció a su carrera profesional cuando nació la hija, es quien pasa más tiempo en casa, y se presenta angustiada y derrotada por la situación; el padre, pequeño empresario agobiado por las deudas, pasa muchas más horas en el trabajo que en su hogar. El la acusa a ella de ser poco firme con el hijo; ella le recrimina a él que “huya” de casa. Desde una perspectiva sistémica clásica, se hipotetizaría que la conducta del hijo cumplen una función para la familia, por ejemplo enmascarar el conflicto entre los padres, lo cual llevaría a intentar “resignificar” el comportamiento del hijo y a dar prioridad en la terapia a resolver el presunto conflicto de pareja. Un terapeuta sistémico breve no asumiría esta hipótesis y en todo caso entendería que las diferencias entre los padres respecto a la educación del hijo son una consecuencia de los desafíos que plantea éste. Un terapeuta MRI trataría de entender cuál es el intento ineficaz de solución de los padres, para bloquearlo y modificarlo; un terapeuta TBCS trataría de encontrar aquellas ocasiones en que los padres sí son eficaces y las cosas con el hijo son de otra manera. En ambos casos, el énfasis estaría ante todo sobre cómo los padres manejan las conductas del hijo, más que en su interacción como pareja.
Ahora bien, si los problemas humanos no surgen como síntoma de alguna disfunción familiar o de un conflicto interpersonal más profundo, ¿cómo se explican su aparición y su mantenimiento? Aunque Steve de Shazer no se interesó apenas por esta cuestión, su posición básica es la que había aprendido en el MRI: los problemas se originan porque en algún momento alguien empieza a considerar como problemática cierta dificultad y trata de resolverla. Habitualmente esta dificultad inicial es el resultado de algún cambio vital o simplemente el resultado del azar o de un suceso inesperado. En cualquier caso, si el intento de solución que se le aplica tiene éxito, no llega a haber un problema; si no lo tiene, se abren dos posibilidades diferentes. Por un lado, es posible que la persona o personas implicadas se den cuenta de que su intento es ineficaz y cambien de estrategia. Sin embargo, también cabe la posibilidad de que ante la falta de resultados entiendan que no han aplicado una dosis suficiente de la solución intentada y redoblen sus esfuerzos. En este caso se puede pasar a una situación de “más de lo mismo”, a un círculo vicioso en el que, cuanto más se empeñan los implicados en resolver la dificultad inicial, más se enquista ésta, de modo que la solución pasa a ser el problema. El aspecto que subraya Steve de Shazer es que, a lo largo de este proceso, la persona percibe cada vez más su problema y su incapacidad de resolverlo, pasando por alto aquellas ocasiones en las que el problema no se da, o se da con menor intensidad o duración. En otras palabras, el encuadre “tengo un problema” impide detectar posibles variaciones y excepciones. En este contexto, el objetivo de la terapia es ayudar al consultante a deshacer ese encuadre problemático, de modo que pueda percibir las excepciones como “una diferencia que marca una diferencia” y
aumentarlas hasta que el problema deje de ser tal. Una manera de entender este proceso de cambio es como una inversión figura/fondo, en el que las excepciones, que constituían el fondo, avanzan a un primer plano, pasando el problema a tener menos relevancia.
De todos modos, la concepción del cambio en la TBCS no es puramente cognitivista, como la descripción anterior podría hacer pensar. Al contrario, Steve de Shazer siempre fue muy consciente del contexto interaccional en el que el cambio tiene lugar, y de hecho afirmó que “un cambio no es tal hasta que no es percibido como tal en su contexto social” (de Shazer et al., 2007, pp.47). En otras palabras, las personas relevantes deben percibir los cambios y reaccionar ante ellos, de modo que se instauren secuencias alternativas de interacción. Por ese motivo, los terapeutas centrados en soluciones suelen invitar a las sesiones a todas las personas motivadas para mejorar la situación; esto significa que a menudo (aunque no siempre) se trabaja con todos los miembros de la familia. El énfasis en los aspectos conductuales del proceso de cambio ha llevado a algunos autores, incluso de la propia órbita de la TBCS, a señalar que los aspectos emocionales y relacionales corren el riesgo de ser pasados por alto (Lipchik, 2002).
Volviendo al caso del ejemplo, es posible pensar que las rabietas del hijo se fueron construyendo en un proceso de ampliación de la desviación, en el que respuestas poco eficaces de los padres a enfados inicialmente pequeños del hijo (por ejemplo, ceder ante ellos; o responder de forma desmesurada) fueron aumentando el problema, lo que a su vez fue exacerbando la intensidad de las rabietas. Si el terapeuta centrado en soluciones ayuda a la familia a identificar incluso ocasiones en las que el hijo responde de una forma más adecuada que desde la rabieta, y/o ocasiones en que ante una rabieta los padres consiguen responder mejor), podrá después iniciar un proceso para ir ampliando estas excepciones.
El aspecto más radical de la concepción del cambio terapéutico estriba en que para Steve de Shazer los problemas y las soluciones no están necesariamente conectados, sino que son independientes. En otras palabras, es probable que para dos personas con problemas prácticamente iguales las soluciones sean muy distintas; y a la inversa, que dos personas o dos familias con problemas diferentes lleguen a soluciones similares. Esta idea por un lado refuerza el planteamiento no-normativo de que no es necesario diagnosticar a las familias, y por otro reformula la concepción de la terapia: la intervención ya no se entiende como un proceso de “resolución de problemas” sino como una labor de “construcción de soluciones” (de Shazer et al., 2007) para la que en rigor ni siquiera es necesario tener información sobre los problemas. Construcción de soluciones que, como veremos a continuación, se realiza en constante negociación y conversación con los consultantes, en una posición colaborativa y de “guiar desde atrás” que contrasta, por ejemplo, con la posición más directiva de los terapeutas familiares estructurales.
Así, en el caso del ejemplo, un terapeuta centrado en soluciones no tendrá un gran interés en explorar cuál es la historia de las rabietas y ni siquiera necesitará una descripción detallada de cada una de ellas. Sin embargo, sí querrá tener una visión muy concreta de cómo suceden las cosas los días en los que no se producen rabietas, qué hace cada personas en las ocasiones en que una rabieta está a punto de
centrada en soluciones, empleando las técnicas que constituyen la “entrevista interventiva” (Lipchik & De Shazer, 1986) que describiremos en el apartado siguiente. Desde el punto de vista práctico, la TBCS es un tratamiento breve, con un promedio de sesiones que oscila entre 3 y 6 en la mayoría de las investigaciones publicadas. La periodicidad de las sesiones está en función de las preferencias de los consultantes, pero suele ser bi- o trisemanal. Aunque el planteamiento es contextual, desde un enfoque centrado en las soluciones no es imprescindible contar en las sesiones con toda la familia; a menudo es suficiente con contar solamente con las personas más motivadas. Incluso se puede intervenir en una pareja atendiendo sólo a uno de sus miembros.
Si el contexto lo permite, los terapeutas hacen una pausa al final de cada sesión para consultar con su equipo o, si no tienen equipo, simplemente reflexionar sobre la entrevista antes de dar un mensaje final a la familia. Esta devolución suele incluir elogios y tareas para realizar hasta la siguiente consulta. En primera entrevista es típico preguntar por los cambios pretratamiento y utilizar la pregunta milagro o alguna otra técnica de proyección al futuro (véase la sección siguiente). Las sesiones posteriores se comienzan preguntando qué va mejor y buscando modos de aumentar y consolidar estas mejorías. Si no hay avances, el terapeuta se replantea si está realmente trabajando por los objetivos de la familia y como segunda opción procura hacer “algo diferente”; con ello ya se sitúa en una línea de interrupción de la secuencia problema más propia del MRI.
4. ESTRATEGIAS Y TECNICAS EN LA TBCS
4.1. Estrategias comunicacionales en la entrevista interventiva
Las técnicas centradas en soluciones son probablemente lo más conocido y divulgado de este enfoque terapéutico, más allá de los límites de la terapia familiar e incluso de la psicoterapia en general. Sin embargo, no debería confundirse la TBCS con la aplicación más o menos automática de técnicas como la Pregunta Milagro o las Preguntas de Escala, por citar las dos más conocidas. Hacer una intervención centrada en soluciones no sólo requiere emplear ciertas técnicas, sino hacerlo desde la posición terapéutica que hemos descrito en el apartado anterior, y sobre todo, utilizando cuidadosamente el lenguaje. Así, no es suficiente con plantear a una familia la Pregunta Milagro; hace falta, además, trabajar con las respuestas que sus miembros vayan dando y seguir preguntando para lograr que estas respuestas resulten útiles. Y tampoco basta con lanzar una Escala de Avance y limitarse a tomar nota de la cifra con la que respondan nuestros interlocutores; además, será necesario gestionar sus respuestas para generar nueva información sobre los avances ya producidos, las expectativas de futuro y los pasos siguientes a dar. Denominamos a estos procesos terapéuticos “estrategias”, a sabiendas de que no estamos utilizando el término en el sentido que le dan por ejemplo la terapia familiar estructural o estructural-estratégica^3 , sino para referirnos a patrones transversales de comunicación terapéutica, formas de
(^3) Las estrategias terapéuticas en el sentido tradicional se refieren a la concatenación de determinadas maniobras
por parte del terapeuta, por ejemplo, apoyar a los padres para que trabajen en equipo; o promover la comunicación de sentimientos en la pareja. Las estrategias entendidas en este sentido son ajenas al enfoque centrado en soluciones, que como acabamos de ver rechaza la idea de que haya “tipos de soluciones” para “tipos de problemas”.
gestionar la información en el transcurso de la entrevista que se aplican a todas las técnicas de entrevista interventiva que describiremos más abajo. Tres son las estrategias principales:
Excepciones. Son las situaciones en las que se espera pero no se da el problema (en el caso del ejemplo, el padre tiene todas las semanas algún día en el que no bebe), pero también aquellas en las que el problema se da con menor intensidad, duración o frecuencia (hay días en los que bebe, pero para antes; hay días en los que bebe menos; hay días en los que consume bebidas menos fuertes). De nuevo, el punto clave es no sólo detectar posibles diferencias, sino seguir conversado sobre ellas hasta lograr que el cliente las concrete y asuma cierto grado de control sobre ellas. En este sentido, es fundamental comenzar ampliando hasta conseguir una buena descripción de la excpeción, en términos conductuales y concretos, para después empezar a atribuir control. De esta forma conseguiremos co-construír “excepciones deliberadas”, es decir, no sólo situaciones en las que el problema no se da, sino situaciones en las que los consultantes son capaces de identificar que actuaron de determinada manera, repetible y replicable, de modo que podrán hacerlo más en un futuro.
Preguntas de escala. Invitan a los miembros de la familia a puntuar algo entre 0 y 10 (o entre 1 y 10). La escala más utilizada es la Escala de Avance: “Si 10 es que estos problemas están del todo superados, y 1 cuando peor estaban, ¿dónde diríais que están ahora las cosas?”. Otras variaciones son la Escala de Confianza (“De 0 a 10, donde 10 es que tienes toda la confianza del mundo en que vas a ser capaz de mantener estos cambios positivos y 0 lo contrario, ¿dónde te situarías?”), la Escala de Decisión (“¿Cómo estás de decidido de 0 a 10, 10 es que estás completamente decidido a no probar el alcohol en esta semana, y 0 lo contrario?”). La utilidad de las escalas reside en que permiten descomponer situaciones dicotómicas y crear un amplio rango de matices entre dos posiciones extremas. En cualquier caso, lo importante es trabajar con las respuestas que los consultantes nos den, primero ampliando el punto en el que se sitúan (“Así que dirías que ahora tenéis una comunicación de 8. ¿Qué entra en ese 8, qué ha mejorado respecto de cuando estabais en el 1?” “¿Y qué más entra?”), después atribuir control (“¿Cómo habéis conseguido subir de 1 a 8?” “¿Qué dirías que ha puesto tu marido de su parte?”) y finalmente negociar el paso siguiente (“¿Cuál sería la primera señal de que vuestra comunicación está ya en un 9?” “Qué podrías hacer para que fuera un poco más sencillo subir hasta ese 9?”).
Preguntas de afrontamiento. Sirven para conversar sobre los recursos de la familia en situaciones negativas, incluso de extrema adversidad. Cuando no es posible identificar excepciones o mejorías, es preferible no empeñarse en encontrar excepciones a toda costa, y en lugar de ello adaptarse a la postura negativa de los consultantes “¿Qué estás haciendo para sobrellevar todos estos problemas?” “¿Cómo consigues seguir levantándote por las mañana y atender a tus hijos, pese a todo?”.
Secuencia pesimista. Es un paso más en la línea anterior. Aquí la terapeuta no sólo renuncia a buscar excepciones, sino que adopta una postura incluso más negativa que la de los propios consultantes: “¿Cómo es que no habéis tirado la toalla, en vista de las dificultades?” “¿Os habéis planteado dar a vuestro hijo en adopción?”. Está indicada cuando los consultantes responden las preguntas más directas de forma negativa y pesimista, o cuando expresan abiertamente su falta de esperanza en que las cosas puedan mejorar.
Prevención de recaídas. Aunque la mayoría de los autores centrados en soluciones no suelen describirla, a nosotros esta técnica nos parece fundamental, especialmente en la intervención con problemas que suelen cursar con recaídas, como los hábitos autodestructivos (Selekman y Beyebach, 2013). Eso sí, optamos por hacer prevención de recaídas centrada en soluciones (Beyebach, 2006). Se trata de investigar primero qué factores podrían precipitar un retroceso terapéutico o una recaída, y luego discutir los planes de acción de la familia: “Imaginaos que pese a vuestras buenas intenciones volvéis a enfadaros y estáis a punto de tener una pelea. ¿Cuál es vuestro plan para evitarla?” “Y si, pese a todo, la pelea se produjese, ¿qué podríais hacer para detenerla?” “Imaginaos que la pelea no sólo se produce, sino que no conseguís detenerla y se os va de las manos. ¿Qué ideas tenéis sobre cómo volver a hacer las paces?”
Además de las técnicas de entrevista, otros dos instrumentos al servicio del cambio en la terapia familiar centrada en las soluciones son:
Elogios. Consisten en señalar aquellas cosas que los clientes están haciendo bien, que les ayudan o de las que pueden estar orgullosos. También se pueden elogiar cualidades, valores y relaciones, procurando que los elogios incluyan a todos los miembros de la familia. Habitualmente los elogios se reservan para el mensaje final. A diferencia de la connotación positiva sistémica, que puede tener un cierto matiz estratégico e incluso manipulador, los elogios deben ser genuinos, ya que de otra forma resultarían poco creíbles.
Tareas. Se trata de sugerir a la familia algo para pensar o hacer en el espacio entre sesiones. Las tareas se derivan de lo hablado en la entrevista y se procura que sean lo más simples que resulte posible. Para asegurarse de que los clientes lleven a cabo las propuestas, la terapeuta centrada en soluciones sólo propone tareas a aquellos consultantes que se muestren dispuestos a hacerlas; a aquellos que se presenten en posición de “visitantes”, es decir, que no consideran que haya un problema, solamente se les elogia (De Shazer, 1991). Tareas típicas en TBCS son sugerir a los miembros de la familia que dos días por semana simulen, en secreto, que ha ocurrido el “milagro”; estar atentos a todos aquellos momentos en los que sientan que están un punto más arriba en la escala de avance; o pedirles que se fijen en qué hacen diferente en las ocasiones en que se produce una excepción. Además, hay un gran número de tareas procedentes de otros enfoque pero fácilmente integrables en un planteamiento centrado en soluciones (Beyebach y Herrero de Vega 2010).
5. EJEMPLO DE CASO: “LA INDEPENDENCIA DE VERO”
María, una mujer casada de 40 años, llamó preocupada por su hija Vero, de 16. Por teléfono explicó que últimamente sus notas habían bajado mucho, que estaba “insoportablemente rebelde” y que sospechaba que su novio la pudiera estar maltratando psicológicamente. Unos días antes Vero había hecho el amago de escaparse de casa y en esa ocasión los padres habían descubierto que tenía cortes en los brazos. Como los dos hermanos mayores de Vero, de 24 y 26 años, vivían fuera de Salamanca, invité a la sesión a la chica y a los padres, María y Juan.
tras las citas con su novio, deprimida o enfadada; ellos sospechaban que los cortes se producían en esos momentos. Además, el padre añadió que temía que su hija pudiera realmente escaparse de casa e irse a vivir con su novio. Cuando les pregunté qué idea tenían sobre cómo podían ayudar a Vero en este tema, reconocieron que en realidad no podían hacer más de lo que estaban haciendo: estar a la expectativa, dispuestos a ayudar a su hija si ella se lo solicitaba, pero sin presionarla “para no echarla en los brazos de él”. Les animé a seguir en esta línea y pasé a hablar con Vero.
Cuando puse sobre la mesa la preocupación de sus padres respecto de su novio, Vera se puso inicialmente a la defensiva insistiendo en lo mucho que le quería, pero luego reconoció que en su día el chico había conseguido controlarla en casi todos los aspectos de su vida; ella se había dado cuenta y estaba empezando a ponerle en su sitio. Me interesé vivamente por este cambio pre-tratamiento y Vero me explicó que últimamente había empezado a “pararle los pies a Manuel” y que había vuelto a llamar a sus propias amigas para quedar con ella. Charlamos un rato sobre cómo había tenido esa buena idea, y cómo estaba consiguiendo llevarla a cabo, y exploré también qué otras ideas tenía Vero para seguir recuperando su independencia. Después pregunté por los cortes. Vero reconoció que la mayoría de las veces que se había cortado era porque había tenido alguna pelea con su novio, pero añadió que desde que le estaba poniendo límites, estaba haciendo lo mismo con los cortes. Exploré de qué forma Vero había logrado limitar los cortes, e identificamos varias estrategias útiles: llamar a una amiga para desahogarse, darse una ducha caliente y escuchar “música cañera”. La elogié por su sensatez, validé su amor por Manuel y apoyé su decisión de ser “una mujer enamorada pero independiente”.
Tras hacer una pausa, di un mensaje final conjunto a la familia. Elogié su determinación de recuperar la buena relación entre ellos, les recordé que seguramente conseguirlo exigiría trabajo duro y manifesté mi confianza en que serían capaces de hacerlo, gracias al cariño mutuo que habían demostrado en la sesión así como por los objetivos que compartían. Después les propuse que al menos dos días por semana simularan, en secreto, alguna pequeña parte del milagro que habían descrito; la misión de cada uno sería no sólo simular el milagro sino tratar de “pillar” a los demás cuando lo simularan.
En la segunda sesión , dos semanas más tarde, la situación había mejorado. Los “días del milagro” la madre se había esforzado por no entrar en la habitación de su hija ni una sola vez, y Vero se sentía menos presionada y agobiada en el tema de los estudios. Eso la había ayudado a concentrarse mejor al estudiar y también a estar más relajada en casa: había mantenido algunas charlas sobre política con su padre y la tarde anterior, tras repasar un examen, se había quedado en casa viendo una película con su madre. Tras ampliar un estos cambios y entender qué habían puesto cada uno de su parte, planteé de nuevo la Escala de Avance, comprobando que la situación había subido a un 5 (Vero), un 4.5 (la madre) y a un 4 (el padre). Cuando negociamos qué sería una pequeña señal de que habían subido un punto más, Vero comentó que le gustaría ver a su padre hablando de su novio “sin criticarle”; el padre, a su vez, expresó que hasta que él no comprobara que las notas habían mejorado “no daría el 5”; y para María, una señal de 5 sería ver a su hija volver sonriendo a casa por la noche.
Hablé brevemente a solas con Vero, interesándome por los nuevos pasos hacia la independencia que había conseguido dar con su novio. Me contó, satisfecha, que había salido dos noches con sus amigas sin cogerle el teléfono y que luego se había mantenido firme cuando él la había criticado por ello. Curiosamente, a partir de ese momento, el chico se había mostrado “más cariñoso y atento con ella”, y ella no había vuelto a cortarse. Vero aprovechó para contarme que en realidad estaba muy preocupada por los exámenes; que sus padres confiaran más en ella le quitaba parte de la presión y le permitía estudiar mejor, pero por momentos era ella misma la que perdía la confianza en su propia capacidad. “Entonces me empiezo a agobiar y a pensar que me va a salir mal, y me bloqueo”. Decidí explorar en qué notaría Vero que aumentaba su confianza en ella misma. Respondió que sentiría una mayor confianza si era capaz de ponerse a estudiar antes, al menos una semana antes de un examen, y el día anterior dedicarse sólo a repasar, y si podía ir a los exámenes sin ir pensando “la voy a cagar”. Cuando exploré qué frase le gustaría decirse a sí misma, pensó un momento y me dijo “Has estudiado un montón y mereces aprobar. ¡¡Adelante!!”. La elogié por sus buenas ideas y le sugerí que practicara esa frase; además, le propuse que estuviera atenta a todas las demás cosas que aumentaran su confianza.
En mi mensaje final conjunto elogié los avances producidos, previne a la familia acerca de posibles momentos de “bajón” o aparente retroceso, y les sugerí que estuvieran atentos a todos los momentos en los que estuvieran un punto más arriba en la escala. En la tercera sesión , tres semanas más tarde, padre e hija empezaron pesimistas, refiriendo una fuerte discusión que habían tenido el día anterior por un desacuerdo en los horarios de salida. Sin embargo, la conversación posterior reveló que en realidad la casi totalidad de las tres semanas había sido positiva, con una Vero mucho más centrada y tranquila, que estaba recuperando la confianza en sí misma y que sabía apreciar que sus padres le dejaban más libertad. Es más, había conseguido aprobar todas las asignaturas excepto una, incluso con algún notable. De hecho, sin contar los dos últimos días, el tiempo desde la última sesión merecía un 7 en la escala para Vero, y un 6 para los padres. Dedicamos un tiempo a hablar sobre cómo podían recuperar este “nivel 6/7” y no sin cierto esfuerzo la familia pudo identificar los pasos siguientes: ayudaría que padre e hija se fueran a dar un paseo juntos (algo que no hacían desde que habían empezado los problemas), y que los padres ampliaran el horario de salidas de su hija, quien a su vez se comprometería a respetarlo más. Hablé brevemente con Vero, que me contó que los buenos resultados habían aumentado su confianza en ella misma, y que eso parecía también haberla ayudado en el tema de los cortes, que no habían vuelto a producirse.
En la cuarta sesión , un mes más tarde, la situación se había encauzado completamente. Vero se veía ya en un 8.5 en la escala, y los padres “casi en el 8”. De hecho, el fin de semana anterior habían hecho un viaje a Cádiz, dejando a su hija sola con total tranquilidad. Vero no había vuelto a cortarse, y la relación con su novio era “mucho más tranquila”, algo que los padres también habían llegado a percibir. Dedicamos la sesión a ampliar y anclar las mejorías y a hacer prevención de recaídas y fijamos una sesión para dos meses más tarde. Puesto que entonces las cosas seguían bien en la familia y también en el plano académico, acordamos no concertar otra cita en principio, y tener un contacto telefónico al final de curso. Durante esta breve conversación, tanto Vero como su madre confirmaron que las cosas seguían bien. En nuestro seguimiento telefónico, un año más tarde, la madre informó que las cosas
sobre el proceso terapéutico. Un texto de similar calidad, aunque más actual y aún no traducido, es el manual póstumo de Steve de Shazer “More than miracles” (de Shazer et al., 2007).
Franklin, C., Trepper, T.S., Gingerich, W., & McCollum, E. (2012). Solution-focused Brief Therapy. A handbook of evidence-based practice. New York: Oxford University Press. Este libro recoge el “estado de la cuestión” en TBCS mediante una completa y actualizada compilación de textos que examinan desde diferentes ángulos la evidencia empírica a favor de la TBCS. Se describen los orígenes del modelo, se proponen y evalúan diferentes instrumentos de medida adecuados para TBCS, se revisa la investigación realizada hasta la fecha y se incluye una amplia selección de capítulos sobre la aplicación de la TBCS en contextos y con poblaciones diversas.
Beyebach, M. (2006) 24 ideas para una psicoterapia breve. Barcelona: Herder. Este trabajo presenta y analiza en detalle 24 técnicas de entrevista y/o intervención, la mayoría de ellas centradas en soluciones, aunque incluye también procedimientos estratégicos y narrativos como la redefinición, el uso de metáforas o el manejo de recaídas. Un manual de entrenamiento en técnicas de terapia familiar breve, práctico y sencillo.
Beyebach, M. y Herrero de Vega, M. (2010). 200 tareas en terapia breve individual, familiar y de pareja. Barcelona: Herder. Se trata de una compilación de tareas terapéuticas, muchas de ellas encuadradas en la TBCS y otras con orígenes diversos pero integrables en una terapia breve colaborativa. Para cada una de las 200 tareas se presenta una ficha con sus características principales, su grado de dificultad y las principales indicaciones y contraindicaciones.
Selekman, M. (1996). Abrir caminos para el cambio. Soluciones de terapia breve para adolescentes con problemas. Barcelona: Gedisa. Matthew Selekman integra los procedimientos de la TCS dentro de un marco más amplio, que él denomina Terapia Familiar Breve Basada en Fortalezas. Una lectura de interés no sólo para quienes trabajen con adolescentes y sus familias, sino también para quienes deseen conocer cómo se pueden combinar los procedimientos centrados en soluciones con otros modelos de terapia familiar.
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