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Extraño presentimiento (1984) Título Original: Strange feeling Editorial: Harlequín Ibérica Sello / Colección: Jazmín 229 Género: Contemporáneo Protagonistas: Dominie Worthing y Rohan De Arden
CAPÍTULO 1
La luna llena hacía que la nieve que cubría las montañas brillara como si se tratara de un diamante. En el jardín, las ramas dibujaban sobre el césped sombras solitarias y contornos indefinidos, donde las flores y arbustos, exhibían sus magníficos colores. A pesar de ser una noche clara y bella, todo esto pasaba desapercibido para la joven que permanecía inmóvil en lo alto de la escalera.
Fue a asegurarse de que la puerta principal estuviera bien cerrada, pero la abrió para observar el tranquilo y nevado paisaje, adornado aún por las centelleantes estrellas.
Oyó voces infantiles, que provenían de una colina cercana y con un rápido movimiento, Dominie cerró la puerta y echó la llave. Navidad... Sus amigos le habían enviado numerosas invitaciones, pero ella, cortésmente, las había rechazado. Estaba decidida a no estropear la fiesta de Navidad a nadie, había mentido al afirmar que se quedaría con un pariente lejano que sus amigos no conocían; lo que motivó continuas preguntas:
—No nos estás mintiendo, ¿verdad, Dominie? —le preguntó Hilary Fletcher, un compañero de trabajo—. ¿Pasarás estos días con tu tía?
—Por supuesto que sí —fue la respuesta, e Hilary, al igual que los demás la creyeron.
«Noche de Paz, noche de...» cada vez se oían más cerca los cánticos infantiles, lo que hizo que Dominie entrara en la salita de estar y apagara las luces. Se dejó caer en una silla y con los labios temblorosos, fijó la mirada en el fuego de la chimenea. Había llorado durante dos días y tenía ganas de seguir haciéndolo el resto de su vida.
Transcurrieron algunos minutos y Dominie se estremeció, pero no a causa del frío sino por el recuerdo de la terrible prueba por la que había pasado. Sentía cómo sus nervios se alteraban por el recuerdo del rostro desfigurado de su hermano. Pensando que desvariaba, comenzó a rezar con desesperación, pidiendo paz para su espíritu, aunque fuera por breves minutos.
Su oración no fue escuchada y continuó reviviendo la imagen de su hermano de dieciocho años, al tener que identificar su cadáver en el depósito, ya que no tenían parientes cercanos y tuvo que hacerlo sola. Recordaba que tenían una tía, pero Jerry y ella hacía diez años que no la veían. El rostro del ser querido estaba casi irreconocible.
Cerró los ojos con fuerza y trató de desviar su pensamiento hacia otros momentos en que había sido feliz, a pesar de tener siempre mucho que hacer, ya fuera cumpliendo con su trabajo o desempeñando las labores de ama de casa y madre de su hermano, siete años menor que ella. Reconocía que el tiempo que habían pasado juntos, había sido inolvidable.
El jefe de Dominie, director de una importante empresa que fabricaba artículos eléctricos, se mostraba siempre paciente y comprensivo cada vez que ella, su
Dominie frunció el ceño. —Creo que algo sucedió, algo de suma importancia. Sus pensamientos volvieron a la escena del depósito cuando una mujer policía se le acercó ofreciéndole con amabilidad un vaso de brandy. Dominie trató de rechazarlo, alegando que tenía que conducir, pero ya el vaso estaba en sus manos. Sin embargo, antes de que pudiera llevárselo a los labios, un fuerte temblor la recorrió, haciendo que el líquido se derramaba sobre su abrigo. Durante el recorrido de regreso, el coche olía tanto a alcohol que ella llegó a sentirse indispuesta.
—Yo no me preocuparía demasiado —le repetía Mavis, intentando sacarla de su obsesión—. Nada grave debe haber sucedido; de otra forma, ya estarías enterada.
—Tienes razón, pero todo es tan confuso —frunció de nuevo el ceño y se quedó pensativa.
«¿Qué había ocurrido en esos breves momentos?» Mavis afirmaba que no podía ser algo grave y Dominie trataba de convencerse de que tal vez fuera así. Sin embargo, ¿por qué esa terrible angustia volvía una y otra vez? Dominie suponía, con inquietud, que llegaría el momento en que sus recuerdos volverían a la luz.
—Debemos marcharnos —dijo Mavis, mirando primero su reloj y después la estufa eléctrica—. ¿Por qué tiene que trabajar la gente? ¡Hace tanto frío fuera!
—Ha caído una fuerte nevada. He oído que hay retenciones en el tráfico desde temprano —comentó temblando Dominie.
Estos días de frío intenso traían a su memoria recuerdos del accidente. —Espero que no hayan suspendido el servicio de autobuses. He llegado tarde dos veces en los últimos diez días, por fortuna tengo un jefe muy comprensivo.
—Eso mismo me ocurre a mí. Durante todo este tiempo mi jefe ha sido generoso conmigo, me concede todos los permisos que le solicito.
De nuevo Dominie tuvo que faltar a su trabajo. Había recibido una carta donde le informaban que debía presentarse en el bufete un abogado por tratar el asunto de una herencia. Recibió la misiva dos días antes de su conversación con Mavis y ésta se mostraba más nerviosa que la misma Dominie.
—Espero que sea una cuantiosa fortuna —le comentó—, una pequeña no sabes cómo emplearla, gastarla toda en un capricho, o si depositarla en un banco. En cambio, con una suma considerable, puedes hacer ambas cosas.
—No puedo imaginarme quién me ha nombrado su heredera. A no ser que sea la tía de la que te he hablado, que siempre fue pobre y además, no he tenido noticias suyas desde hace doce años.
Los abogados le informaron que la señora Halliday le había dejado la herencia y sólo le llevó unos minutos recordarla.
—¡La anciana con la que solía charlar cuando salía del trabajo! —exclamó—. Cuando el tiempo se lo permitía, se quedaba en la puerta y yo me detenía unos momentos para hablar con ella al bajar del autobús. Vivía sola y yo sentía pena de ella. Parecía como si se pasara todo el día en ese lugar, observando a los peatones.
El abogado sonrió: —Parece que la señora Halliday estaba agradecida por el tiempo que usted le dedicó. A otras cuatro personas, que también se mostraron amables con ella, les legó parte de su herencia —después añadió—: Mil libras no es una cantidad despreciable, señorita Worthing y menos si uno no la espera. ¿Tiene alguna idea de qué va a hacer con ella?
Negó con la cabeza, asombrada aún por el legado. —Tengo que pensarlo, aunque creo que lo más sensato sería ahorrarlo para las épocas difíciles.
—Yo no lo ahorraría todo. ¿Por qué no coge unas vacaciones? Usted misma ha comentado que hace mucho que no disfruta de un descanso.
—En efecto, ya le expliqué. Mi hermano murió en un accidente hace dos años y realmente creo que aún no me he recuperado. Mi jefe me aconseja que tome unas vacaciones, pero creo que no podría.
—¿Qué edad tenía su hermano? Dominie le contestó y habló de la vida que había llevado después de la muerte de sus padres, cuando ella sólo tenía diecisiete años. Murieron ahogados cuando su pequeña embarcación de recreo zozobró.
—Debe haber sido muy doloroso —respondió con gravedad el abogado, mirando su pálida rostro. Los ojos de Dominie reflejaban el dolor y sus labios temblaban al recordar—. Tómese un descanso –la aconsejó con dulzura—. ¿Por qué no hace un crucero? El aire del mar es un tónico maravilloso.
—¡Un crucero! Mavis era también de la misma opinión: —James y yo iremos a visitar a mi madre durante la Navidad —le recordó a Dominie—. ¿Por qué no vas en esos días? Durante la Navidad hay cruceros increíbles. Hace unos días vi anunciado uno en la agencia de viajes de Travelseene, se trata de una travesía por el Caribe.
¡Navidad! Dominie temía esa época. Sería una buena idea tomarse unas vacaciones para esa fecha.
La orquesta estaba tocando una alegre marcha cuando el gigantesco trasatlántico blanco abandonó el muelle de Southampton. De pie, apoyada sobre la barandilla junto con docenas de pasajeros, Dominie no pudo evitar sentirse excitada ante la perspectiva del viaje.
—Nosotros somos norteamericanos, pero hemos estado viviendo en Inglaterra con mamá. Como ha muerto, iremos a vivir con papá todo el tiempo, ¿sabes? estaban separados.
Mirando de reojo a Jake. Dominie notó que se ruborizaba y se ponía nerviosa por la franqueza de la niña. Sintió pesar por Jake. Sin embargo, él se limitó a sonreír y comentó que no había forma de evitar que los niños hablaran.
—Los niños siempre dicen lo que piensan —añadió cogiendo la carta—. Mi esposa tenía la custodia de ellos, y como era inglesa, vivían en Inglaterra. Falleció hace tres semanas y he venido para encargarme de ellos.
—También vivíamos contigo —le recordó su hijo venciendo su timidez. Pasábamos contigo dos meses al año. Me gustaba visitarte porque el clima de la isla es formidable, en cambio en Inglaterra llueve mucho y hace frío.
—Vivo en la isla de Saint Thomas —le informó Jake a Dominie, agregando que tenía negocios en Nueva York, razón por la cual debía viajar con frecuencia a esa ciudad—. Tendré que contratar a una persona para que cuide a los niños —concluyó y de pronto pareció desalentado.
Dominie comprendía su inquietud y deseó que encontrara a alguna persona digna de confianza que cuidara de ellos.
—¿Entonces abandonarán el crucero en Saint Thomas? —preguntó la joven y Jake asintió.
—¿Usted inicia su viaje? —preguntó. —Sí, deseo conocer algunas de las islas del Caribe. —Y a los bailarines y orquestas típicas —sonrió Jake. —Así es. ¿Son tan alegres como aseguran en todos los libros que he leído? —Desde luego. Estoy seguro de que disfrutará de sus visitas a restaurantes y centros nocturnos. Sé que la compañía naviera ha organizado algunas excursiones para los pasajeros.
—Es cierto, pero aún no he reservado plaza. El costo era elevado y Dominie había dudado en adquirir los billetes, ya que su agente de viajes la había prevenido acerca de la imposibilidad de comprarlos si esperaba a que llegara a bordo.
—¿No ha hecho la reserva? Tendrá que decidirse a primera hora mañana porque se agotan muy rápido.
—¿Podría sugerirme alguna excursión en especial? —preguntó y Jake prometió charlar sobre el tema cuando los niños estuvieran en su camarote.
—Trataré de encontrar a alguna persona que se haga cargo de ellos para las nueve de la noche —comentó Jake y Susie le interrumpió protestando por su decisión.
—Yo tampoco quiero ir a la cama hasta que tú vayas —agregó Geoffrey.
—Os acostaréis a las ocho y media —ordenó Jake y Susie hizo un gesto de disgusto.
—¡Se lo voy a decir al tío Rohan! —amenazó enfadada. —Es probable que te ganes unos azotes. Tío Rohan no hace caso de tonterías. —¿Tiene un hermano? —preguntó Dominie después de elegir su cena y cesar la discusión.
—No, Rohan De Arden es un vecino que quiere mucho a mis hijos y siempre están con él.
—A él le agradan más las niñas —interrumpió Susie. —¡También le gustan los niños! —afirmó Geoffrey retando a su hermana. Divertida, Dominie miró a Jake con curiosidad. —Él ha tenido algunas experiencias desagradables en lo que a mujeres se refiere —comentó con seriedad—. Pero, volviendo a lo que estaba diciendo: Es mi vecino y los chicos le llaman tío. Debería tener sus propios hijos, y a pesar de mi insistencia, parece que no está interesado en el matrimonio.
—¿Es de origen francés? —Es una combinación interesante. Su padre era francés; su abuela materna, norteamericana y su abuelo materno inglés. El resultado es una personalidad seductora y en cuanto a presencia se refiere, es el sueño de toda mujer.
—¡Qué extraño que no le interese el matrimonio! —comentó Dominie pensando en el cariño que profesaba a los niños y sorprendida de que permaneciera soltero al conocer su edad—. Treinta y cuatro años. Cualquiera pensaría que debía estar casado, sobre todo siendo tan atractivo como usted dice.
—Sin lugar a dudas todas las mujeres opinan lo mismo y encuentran casi imposible resistirse a sus encantos, pero se decepcionan al ver su falta de interés en el...
—Porque a él sólo le gustan las «chicas» —intervino Susie hablando con la boca llena.
Había estado escuchando con atención, y Jake hizo una seña casi imperceptible a Dominie.
—Seguiremos charlando más tarde —y la conversación cambió de tema. Después de cenar quedaron en el centro nocturno Calypso. Cuando llegó Jake, Dominie ya tenía reservada una pequeña mesa en el fondo. Había llevado los folletos de las excursiones, pero Jake no mostró ningún interés.
—Me siento agotado —se reclinó y descansó en la silla mirando distraído a las parejas que bailaban un fox–trot.
Dominie permaneció en silencio, adivinando que eso era lo que él necesitaba. Jake cerró los ojos abandonándose al cansancio, pero al sentir la mirada femenina
Alicia tenía entonces sólo veinte años, pero gracias a su talento ya había trabajado en dos películas. Él solía asistir a sus ensayos con frecuencia, porque le gustaba verla actuar tanto en televisión como en el cine y en una de esas ocasiones Rohan la invitó a Saint Thomas a pasar unas vacaciones, precisamente para Navidad, creo que fue hace dos años.
Dos años... Dominie cerró con fuerza los puños, intentando alejar sus tristes pensamientos, fijando su atención en las parejas que bailaban y en las personas que charlaban y bebían.
—¿Qué sucedió entonces? —preguntó, a la vez que luchaba por no recordar el rostro de su hermano.
—Rohan había alquilado un coche para llevarla al aeropuerto, hubo un accidente y Alicia murió...
—¿Murió? ¡Oh, qué espantoso! Dominie se clavó las uñas en la palma de la mano. ¡Cómo podía olvidar su propia angustia al oír a Jake que le estaba relatando otro accidente de las mismas características que el de Jerry!
—Sí, fue algo terrible, un golpe irreparable para Rohan. Iba por la carretera principal cuando, de un camino vecinal, salió un coche que conducía una mujer que no redujo la velocidad, ni tocó el claxon. Rohan trató de evitar el accidente dando un volantazo, pero chocó contra un poste de luz. La mujer siguió adelante, y se detuvo el tiempo suficiente para que un testigo pudiera darse cuenta de que estaba ebria. Aceleró y se alejó sin dejar rastro.
—¡Qué irresponsable! ¿La detuvieron? —Nunca se supo quién era. El testigo afirmó que olía a whisky o algún otro licor y que oyó que balbuceaba algo antes de partir. Era de noche y el hombre no pudo distinguir la matrícula. Rohan estaba totalmente abatido cuando regresó a casa y asegura que hubiera podido matar a la mujer si la hubiera atrapado —Jake se detuvo ante la palidez del rostro de Dominie—. ¿Se siente indispuesta? —preguntó ansioso.
—Mi hermano falleció hace dos años, dos días antes de Navidad. Tal vez en la misma fecha que la hermana de Rohan.
—¿Su hermano? ¡Oh, cuánto lo siento! De haber sabido que el tema le iba a afectar, no lo hubiera mencionado. Supongo que le he hecho revivir un amargo recuerdo. Mi pequeña niña, discúlpeme...
—No se preocupe —trató de tranquilizarle—. Usted ignoraba mi tragedia. —No... —Jake se dejó llevar por sus pensamientos—. ¡Qué extraña coincidencia que su hermano y la hermana de Rohan murieran en la misma fecha y ambos en accidentes automovilísticos! —murmuró al final.
—Sí, es una desafortunada coincidencia —Dominie se detuvo un momento—. Ahora comprendo por qué Rohan odia a las mujeres. ¡Pobre chica! En la flor de la vida y cuando se encontraba en el umbral de su carrera...
Jake continuó: —¡Era una persona tan dulce y encantadora! Todos la queríamos mucho —de nuevo se quedó pensativo y de pronto cogió la mano de Dominie y exclamó:
—¡Bailemos! No volveremos a mencionar el asunto. Se pasaron el resto de la velada bailando o sentados tomando una copa. A media noche, al empezar el espectáculo, Dominie expresó su deseo de retirarse a descansar y Jake estuvo de acuerdo, ya que en varias ocasiones había tenido que acudir a cerciorarse de que los niños estaban bien y estaba cansado.
Al abandonar el salón Calypso iban comentando la proposición que le había hecho la pareja que se sentó en la mesa de al lado de la suya y que tenían dos niños de la misma edad que Susie y Geoffrey.
—Tal vez podríamos compartir el cuidado de los niños —sugirió Dorothy, al ausentarse su esposo por segunda ocasión—. Deseamos asistir a una fiesta, y si ustedes pueden hacerse cargo de los niños ese día, nosotros podríamos encargarnos de los suyos si desean desembarcar en Barbados el miércoles por la tarde.
—Preferiría resolver ese asunto más tarde —concluyó Jake que en ese momento estaba solo, porque Dominie se había ausentado.
Después de despedirse de Dorothy y Vic fue a hablar con ella de la posibilidad de desembarcar juntos en Barbados.
—¿Por qué no vienes conmigo al Hamilton a probar la exquisita barbacoa y a disfrutar del espectáculo? Además podríamos bailar. ¡Anímate! Estoy seguro de que te gustará.
—Se lo agradezco, es muy gentil de su parte invitarme. —De ninguna manera. Soy muy afortunado al haber encontrado una compañera tan agradable y seductora —agregó con sonrisa paternal.
—Gracias de nuevo —repitió con timidez—. Me hace usted muy feliz. —Si no me consideras un viejo aburrido y molesto, ¿me permitirás ser tu pareja hasta llegar a Saint Thomas? ¿Aceptarías, Dominie? —habían llegado a la Cubierta A, donde estaba el camarote de Dominie.
—¡Me encantaría! —respondió entusiasmada, calculando que cuando llegaran, la fecha tan temida habría pasado.
—Me sentiré muy honrada con su compañía, Jake —le dijo pronunciando sus palabras con firmeza.
—Considérame como un padre —contestó besándola ligeramente en la mejilla.
—Gracias. Eres una chica magnífica —sonrió al apreciar que ella se sonrojaba—. Volviendo a mi esposa, la verdad es que ella no era feliz y finalmente me propuso la separación. De alguna manera se avergonzó de mí.
—¡Eso es imposible! —afirmó conteniendo el aliento y posando su mirada en el firme y bondadoso rostro—. ¿Cómo es posible que tuviera esa opinión? —continuó; a la vez que apreciaba su elegante traje que realzaba su perfecta figura.
—No me refería a mi apariencia física en especial, Dominie. Quiero decir que no estaba orgullosa de mí como hombre. Si conocieras a Rohan, entenderías a lo que me refiero.
—¡Pero es uno entre mil! Lo mismo sucede con las mujeres. Se puede conocer a una que nos parezca inigualable o perfecta, pero no por eso las demás van a considerarse inferiores. Y tal vez, este Rohan no posea una personalidad arrolladora, característica de algunos hombres —añadió con creciente tono de indignación en la voz—. Por lo general, cuando son tan admirados, carecen de ella.
Jake empezó a reír. La joven estaba criticando a uno de sus mejores amigos y Dominie tuvo que disculparse.
—¿Cómo he podido olvidarlo? Estoy avergonzada —repitió. —No te preocupes, querida, no vale la pena —añadió mientras sus ojos azules brillaban al posarse en las sonrojadas mejillas—. Vuelvo a asegurarte que no tiene importancia.
—Lo he dicho sin pensar —murmuró, mordiéndose el labio—, o nunca me hubiera atrevido a decir eso de su amigo.
—Seguramente Rohan estará impaciente por ver a los niños —señaló Jake, desviando el tema para que Dominie no se sintiera avergonzada por su falta de tacto— y creo que va a estar muy contento cuando se entere de que van a quedarse conmigo en casa.
De momento Dominie no pronunció palabra alguna cuando regresaron al hotel. Hasta los jardines llegaba el sonido de la orquesta y se podía apreciar el exótico aroma de las flores tropicales.
—¿Es Saint Thomas tan hermoso como Barbados? —preguntó ella. —Los que vivimos en ese lugar, lo consideramos superior. Aquí se aprecia una gran diferencia entre ricos y pobres y en Saint Thomas, que es propiedad de los Estados Unidos, el nivel de vida es alto —se detuvo un momento como si dudara en exteriorizar sus pensamientos—. Es una pena que no te quedes algún tiempo en Saint Thomas, yo podría enseñarte toda la isla.
—Reservaré una plaza para una excursión y así al menos podré conocer alguna de sus maravillas.
Jake asintió de nuevo, pensativo. —Creo que está programado que el buque permanezca anclado nueve horas, ¿me equivoco?
—Llegamos a las nueve de la mañana y zarpamos a las siete de la tarde. —No es suficiente —comentó—. Los preparativos para la excursión llevarán una hora y es probable que haya otro retraso al dejar el puerto Charlotte Amalie. ¡Qué pena que no tengas más tiempo para la visita!
—Tengo la impresión de que en ningún lugar nos hemos detenido lo suficiente. Me hubiera gustado permanecer una semana en Barbados y sin embargo, sólo disfrutamos de unas cuantas horas.
—Todos estos cruceros están mal organizados. Tienes que viajar seis días completos para arribar en el Caribe y cuando llegas queda tan poco tiempo que con dificultad puedes apreciar toda su belleza. Es lamentable, porque cada una de las islas es un paraíso tropical.
Todavía pasearon un rato más por la playa, pero a pesar de que estaban muy contentos, Jake miró el reloj y decidió que era hora de regresar.
—He pasado una velada maravillosa —comentó Dominie cuando llegaron a bordo—. Gracias por tu gentileza, Jake.
—Hemos llegado a nuestro destino, Dominie —exclamó Jake con tristeza cuando los niños se sentaron a desayunar a la mañana siguiente de Navidad—. ¡Aquí es donde tenemos que decirnos adiós!
De pronto Dominie se sintió abatida; se había encariñado con Susie y con Geoffrey y por supuesto, había disfrutado de la compañía de su padre. Le consideraba un caballero en todos sentidos, siempre atento y considerado. En su visita a Curaçao, había insistido en regalarle una pulsera y a pesar de sus protestas y con el apoyo de los niños, había tenido que aceptar una joya que ella nunca hubiera podido comprarse.
—Sin ti no sé qué habría hecho con los chicos —dijo Jake ante su negativa—. ¿Quién se habría encargado de su ropa?
—No fue nada; si de todos modos tenía que arreglar la mía, ningún trabajo me costaba ayudarlos.
—Queremos que tengas una pulsera de recuerdo —le dijo Susie—. ¡Es preciosa y es de oro!
—Te queda muy bien, tía Dominie —comentó Geoffrey con entusiasmo—. Mi mamá tenía cientos de pulseras.
—Cientos no, Geoffrey —corrigió su padre—. No exageres. Dominie llevaba puesta la pulsera y al verla, sintió una gran pena al comprender que no volvería a ver ni a los niños, ni a su padre. Jake había comprobado que al morir su esposa, sus sentimientos eran confusos. Sus esperanzas de una reconciliación, que guardaba en silencio, se habían visto truncadas y no aceptaba con agrado el hecho de que sus hijos le visitaran durante dos meses al año. Aun cuando le entristecía la muerte de su esposa, que era diecisiete años más joven
—Recuerda que estamos en una isla ——fue su único comentario. Más tarde Dominie se enteraría de que su amigo era uno de los hombres más ricos y conocidos de Saint Thomas.
—¿Ha estado antes en la isla, señorita? —le preguntó el chófer mientras conducía.
—Nunca —le contestó. —Entonces, ¿viene de paso? —La señorita Worthing viaja en el crucero —aclaró Jake—. Es su primera visita al Caribe.
—¡Nuestra isla es la mejor de todas! —aseguró el nativo con orgullo—. ¡América! Nosotros sabemos hacer las cosas, por eso somos tan felices.
—¿Es usted americano? —Por supuesto —contestó y con un tono de disgusto añadió—: ¿No le he dicho que los americanos sabemos cómo hacer las cosas? Vea esos hoyos en el camino. Un día cavamos uno y aunque no terminemos el trabajo, lo rellenamos; al día siguiente lo volvemos a cavar y lo rellenamos de nuevo. A los americanos nos encanta encontrar hoyos en el camino.
—Parece que tenemos algo en común —sonrió Dominie—. A los ingleses también nos gustan los hoyos.
—¿Es cierto eso? —preguntó el chófer sorprendido. —Aunque usted no lo crea. —¡Qué locura! —comentó el joven que, después de una pausa, le pidió a Dominie que le llamara Joe—. ¿Desearía la señorita que regresara para llevarla al barco?
—No, gracias —se adelantó a contestar Jake—. Yo la llevaré. —Está bien, quería asegurarme de estar libre a esa hora por si me necesitaban. Me pregunto, ¿por qué su chófer no estaba esperándole?
—Es algo que yo también ignoro —afirmó Jake. El automóvil tomaba ahora la ruta sinuosa de la montaña, hacia el otro lado de la isla se podía apreciar una vista de singular belleza. Desde ese lugar se veían las numerosas islas, isletas y bahías que circundaban Saint Thomas. Eran cumbres volcánicas y cimas de cordilleras que se encontraban sepultadas en el océano.
—Aquella es Tortola, una de las islas Vírgenes inglesas —indicó Joe señalando hacia un lugar determinado—. La que está al lado de Jost Van Dyck.
—¿Están deshabitadas algunas de las islas más pequeñas? —preguntó Dominie con interés.
—Así es, señorita. Una está deshabitada, pero la dedicamos al cultivo —le informó el chófer, señalando los setos de hibiscos rojos y los árboles reales de
ponciana, sembrados a lo largo del camino—. Aprovechamos la temporada de lluvia y nosotros la consideramos un paraíso.
Jake miró a Dominie, quien sonrió al oír el comentario de Joe; los taxistas de Barbados le habían dado a su isla el mismo nombre.
El taxi disminuyó la velocidad al llegar ante unas enormes rejas de hierro, Dominie contuvo el aliento al contemplar la enorme mansión.
—¡Jake, no tenía la menor idea!... —se detuvo al notar la sonrisa de su amigo. ¡Qué sencillo eral Jamás había hecho mención de su fortuna. La residencia, de una sola planta y color blanco, destacaba sobre la imponente propiedad en la que arbustos y vegetación exótica se entremezclaban. La piscina, de forma irregular y agua de un azul cristalino, también captó su atención.
—Hemos llegado, señor Harris —indicó Joe al abrir la puerta del coche—. Parece que Paul no está por aquí tampoco.
—Tienes razón. Al principio creí que se había retrasado, pero nos habríamos cruzado con él en el camino.
No parecía que Jake estuviera disgustado, más bien pensaba que había una buena razón para la ausencia de su chófer.
Después de pagarle a Joe, los cuatro entraron en la casa, donde un sirviente se hizo cargo del equipaje.
—Primero tomaremos una taza de café, más tarde permitiré que los niños te enseñen la propiedad, mientras me hago cargo de los asuntos más urgentes.
Jake hizo sonar una campanilla y apareció Molly, el ama de llaves, con una sonrisa de bienvenida en el rostro. Miraba a Dominie con curiosidad cuando Jake le explicó:
—La señorita Worthing va a quedarse entre nosotros unas horas, ¿podría traernos un poco de café, por favor?
—Sí señor, al momento. —¿Hablan todos un inglés tan correcto? —preguntó Dominie, sorprendida. —El inglés es el idioma que predomina en la isla, aun cuando los nativos de la región acostumbran hablar patois, dialecto de las Indias Occidentales, que es una combinación de francés, español, alemán y holandés. El dialecto es el resultado del esfuerzo de los traficantes que se empeñaban en que los esclavos hablaran idiomas europeos. En la actualidad, todo ha cambiado y el inglés es el idioma oficial.
—¡Todos parecen felices y satisfechos! —Así es. En general el nivel de vida en la isla es alto y de alguna manera ellos participan del bienestar económico.
Dominie tomó asiento mientras los niños corrían por el jardín y Jake echaba un vistazo al montón de cartas que había cogido de la mesita del recibidor.
Se sentía incapaz de apartar la mirada de, su rostro, que revelaba gran vigor y orgullo y que parecía una máscara sin expresión.
Rohan De Arden fijó su mirada en la joven y ella pudo entonces apreciar sus bonitos ojos, sus labios sensuales, así como su negro cabello que caía con descuido sobre la frente despejada. Sus ojos tenían un tono indefinido, un color castaño sin brillo, que con la repentina aparición de Susie parecieron cobrar vida.
—Tío Rohan —le saludó la niña con cariño, colgándose de su cuello. En ese momento su padre la apartó cogiéndola de la mano. —Rohan, el barco parte a las cinco... —¡A las cinco! —repitió, consultando su reloj—. ¡Suba, señorita Worthing! Ella contemplaba absorta la incomparable Bahía Magens, por última vez, cuando oyó una exclamación del silencioso conductor. Al volver la cabeza notó cuál había sido el motivo de tal exclamación. Frente a ellos, en una curva pronunciada, habían chocado dos coches. Al parecer los ocupantes habían salido ilesos, pero la carretera estaba bloqueada por completo.
Rohan abandonó el auto y ayudó a mover uno de los vehículos, lo que le llevó mucho tiempo y cuando al fin el camino quedó despejado, vieron al barco que abandonaba la bahía. Él se detuvo y pudo apreciar la expresión de desaliento que apareció en el rostro de Dominie.
—Tendrá que ir en avión al siguiente puerto del itinerario —comentó con indiferencia—. ¿Cuál es? ¿Lo recuerda?
—La Martinique —respondió cerrando inconscientemente los puños—. Todo mi equipaje está a bordo.
—Ya me lo imagino —añadió con sarcasmo—. ¿Cuándo está programada la llegada?
—Para mañana a las diez —comentó abatida—, y parte doce horas después. —Le será imposible conseguir un vuelo con tanta urgencia —afirmó encogiéndose de hombros—. ¿Qué otros lugares visitará?
—Ninguno, hasta una semana después que llegará a un puerto de Madeira — contestó nerviosa—. He perdido casi la mitad de la travesía —murmuró.
—¡Qué mala suerte! —señaló Rohan con el mismo tono de indiferencia. Parecía que no le interesaba en absoluto su problema——. Tendrá que esperar una semana para reunirse con el grupo.
Durante el trayecto de regreso a Sunset Lodge, Jake no hallaba la forma de disculparse; su ansiedad y el modo en que miraba a Dominie, atrajeron la atención de Rohan, que miraba a uno y otro sin entender su actitud.
—¿No se les ocurrió pedir un taxi? —señaló a Dominie en un tono suave. —Jake le llamó pero no pudo llegar. —Ya entiendo. Cualquiera diría que estaba predestinada a perder el barco.
Dominie le miró indignada. Su indiferencia le molestaba; aunque ella fuera una desconocida podría al menos mostrar comprensión ante tal contratiempo, como ser humano. Jake continuaba pidiéndole que no se preocupara demasiado; que él arreglaria todo lo necesario para que pudiera llegar a tiempo a Madeira.
—No será tan terrible, querida —añadió Jake en tono tranquilizador—. Yo me encargaré de que disfrutes el tiempo que permanezcas en la isla —prosiguió mientras su mirada se posaba en la expresión de Rohan, que mostraba un claro aburrimiento por el asunto del barco.
—Te encantará pasar unos días más aquí —agregó al darse cuenta de que Dominie también observaba a Rohan y se daba cuenta de su expresión.
Jake tuvo razón. Después de arreglar su viaje se sintió más tranquila y pudo disfrutar de su estancia en la isla caribeña. En una de las habitaciones encontró dos enormes baúles con ropa que la esposa de Jake había dejado cuando se marchó a Inglaterra, con los niños.
Como algunos vestidos le quedaban un poco grandes, Dominie supuso que la señora había sido menos delgada y más alta que ella; sin embargo, como su ropa se había quedado en el barco, se sintió contenta de poder usar los bañadores que le permitieron tomar el sol y adquirir un atractivo bronceado.
—Voy a organizar una fiesta —le comunicó Jake una tarde cuando tomaban el té en los jardines—. Vendrán unas doce personas y me gustaría que asistieras. Si no encuentras un vestido a tu gusto, quisiera que me permitieras comprarte uno.
—No lo puedo permitir —añadió negando con la cabeza—. Has sido muy generoso conmigo y mi visita debe resultarte incómoda.
—Por el contrario, Dominie. Hace mucho tiempo que no me sentía tan complacido, ojalá tú sientas lo mismo.
—No lo dudes —afirmó entusiasmada—, y para serte franca, creo que estoy mucho mejor aquí que en el barco.
—Gracias por tus palabras, querida —estaban sentados bajo un frondoso árbol y Jake se interrumpió al notar que Rohan se acercaba a ellos—. Hola, Rohan llegas a tiempo para acompañarnos a tomar una taza de té.
—Gracias —se dejó caer en la silla estirando las piernas con desenfado—. He venido a preguntarte si podría traer unos invitados a tu fiesta de esta tarde. Sylvia y sus padres han llegado hoy y me han llamado desde el hotel. No podía permitir que se alojaran en otro lugar que no fuera mi casa; tengo varios negocios con el señor Fortescue y me siento muy comprometido.
Su voz normalmente baja e indiferente, adoptó un tono autoritario, por lo que Dominie se preguntó si Rohan creía que cuando él deseaba algo, los demás estaban obligados a complacerle.
—Los Fortescue llegaron en avión a la isla; fue un regalo por sus bodas de plata que Tom quiso obsequiar a su esposa y Sylvia, su hija, viaja con ellos y me gustaría traerlos conmigo.