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Este documento explora el pensamiento mítico del fascismo, utilizando el caso italiano como paradigma. Se analiza la sacralización de la política, la figura del líder carismático y la construcción de un nuevo culto político. También se examinan las relaciones laborales y el estado corporativo en el contexto del fascismo italiano.
Tipo: Apuntes
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*Catedrático de Derecho del Trabajo. Universidad de Granada (^1) Esa idea del «fascismo genérico» es una de las bases de la completa obra de R. O.
PAXTON, Anatomía del fascismo , Ediciones Península, Barcelona, 2005. (^2) S. G. PAYNE, Historia del fascismo , Editorial Planeta, Barcelona, 1995, p.12. El autor
parte de las dificultades definitorias, pero de la utilidad funcional del «fascismo genérico» siempre que se reconozcan sus limitaciones (Ibidem, en especial, pp.585 y ss.). La conside- ración del fascismo como «tipo ideal» en el sentido de Max Weber es aplicada por R. GRIFFIN, «Cruces gamadas y caminos bifurcados: las dinámicas fascistas del Tercer Reich», en J. A. MELLON, Orden, jerarquía y comunidad. Fascismos, dictaduras y postfascismos en la Europa contemporánea , Tecnos, Madrid, 2002, p.109.
JOSÉ LUIS MONEREO PÉREZ
mo en sentido técnico y contemporáneo nació en Italia tras la Primera
Guerra Mundial. Se manifestó como un movimiento político y social nove-
doso, nacionalista y modernista, revolucionario y totalitario, místicos y
palingenésico, organizado en un nuevo tipo de régimen fundado en el par-
tido único, en un aparato policial represivo, en el culto del líder y su orga-
nización, en el control y la movilización permanente de la sociedad en
función del Estado. Emilio Gentile destaca las tres principales «novedades
características del fascismo italiano en el siglo XX, las cuales lo identifican
en su singularidad»:
a) Constituyó el primer movimiento nacionalista revolucionario, organi-
zado en un «partido milicia», que conquistó el monopolio del poder político
y destruyó la democracia parlamentaria para construir un Estado nuevo y
regenerar la nación;
b) Es el primer partido que «llevó el pensamiento mítico al poder» e
institucionalizó la sacralización de la política mediante los dogmas, los mitos,
los ritos, los símbolos y los mandamientos de una religión política exclusiva
e integrista, impuesta como fe colectiva 3. De ahí que se reconociera una
(^3) El propio autor en otro ensayo ha observado que «el fascismo ha sido una de las
principales manifestaciones de la sacralización de la política en el siglo XX. Tanto su ideología como su estilo poseían las características de una religión política». Teniendo en cuenta que la «sacralización de la política» refiere «a la formación de una dimensión religiosa de la política en cuanto política, distinta y autónoma respecto a las religiones históricas institucionales. Se puede hablar de sacralización de la política cuando una entidad política, por ejemplo la Nación, el Estado, La Raza, la Clase, el Partido, el Movimiento, se transforma en una entidad sagrada, es decir, trascendente, indiscutible, intangible y, como tal, se convierte en el eje de un sistema, más o menos elaborado, de creencias, mitos, valores, mandamientos, ritos y símbolos, transformándose así en objeto de fe, de reverencia, de culto, de fidelidad y entrega para los ciudadanos hasta el sacrificio de la vida, si fuera necesario. Cuando esto ocurre, nos encontramos ante la constitución de una forma moderna de religión política , entendiendo por religión un sistema de creencias, de mitos, de ritos y de símbolos que interpretan y definen el significado y el fin de la existencia humana, haciendo depender el destino del individuo y de la colectividad de su subordinación a una entidad suprema. La religión política en el sentido en que la acabamos de definir, no es una ideología ni un estilo político que se viste con atuendos religiosos sino un modo de concebir la política que excede el cálculo del poder y del interés, y se extiende hasta abarcar la definición del significado y del fin último de la existencia». Cfr E. GENTILE, «La sacralización de la política y el fascismo», en J. TUSSEL, E. GENTILE, G. DI FEBO, (Eds.). Fascismo y franquismo cara a cara. Una perspectiva his- tórica , Biblioteca Nueva, Madrid, 2004, p.57. Destaca, por otra parte, que «la sacralización de la política es un fenómeno moderno que se produce en sociedades en las que ya se ha puesto en marcha el proceso de secularización: se manifiesta sólo cuando la política, después de haber conquistado, mediante la laicización de la cultura y del Estado, la autonomía con respecto a las religiones históricas, adquiere una dimensión religiosa propia» (Ibidem, p.58). Para él, «el fascismo puede considerase el prototipo de las religiones políticas del siglo XX, ya que es el primer movimiento totalitario que: a) proclama abiertamente que quiere ser una
JOSÉ LUIS MONEREO PÉREZ
c) Por último, es el primer régimen político que, atendiendo a lo indica-
do, ha sido definido «totalitario» desde sus inicios, mientras esta definición
sólo sucesivamente ha sido extendida, por analogía, también al bolchevis-
mo y al nacionalsocialismo.
En la dimensión cultural el simbolismo 6 político en la sociedad de masas
es un factor esencial en la comprensión del fascismo (y también del
nacionalsocialismo) 7. La creación del «hombre masa» fue una consecuen-
cia necesaria de la industrialización de Europa y el mundo del mito y del
simbolismo en el que se movía esa política de masas proporcionó uno de
los más efectivos instrumentos de deshumanización. Todo ello pese al hecho
de que los hombres veían en el drama de la política, en sus mitos y sím-
bolos 8 , la realización de sus anhelos en lo tocante a conseguir un mundo
saludable y feliz. El populismo reduce todo a fórmulas elementales. Ello le
permite ser más comprensible, de este modo utilizando un lenguaje de la
gente se muestra capaz de ir más allá de las cuestiones concretas y de
hacerse cargo del traslado político de ciertos valores fundamentales postu-
lados, sin quedar reducido a la simple gestión de lo cotidiano y material. En
una sociedad como la nuestra, cada vez más compleja, el abandono de la
libertad y la responsabilidad nunca ha carecido de atractivos. Una de las
innovaciones del fascismo y del nacionalsocialismo (que, no obstante, reco-
gió mucho de la tradición y de los argumentos totalitarios y raciales, que
encontraron su culminación en los regímenes fascistas contemporáneos)
fue el haber inventado un estilo político nuevo, donde los actos políticos
la raza superior), pero no está expuesto en una serie de afirmaciones categóricas y dogmá- ticas. Sobre este punto, este libro de Paxton se aproxima a la postura de Neumann. Existe una relación peculiar del fascismo con su ideología, simultáneamente proclamada como algo básico y, sin embargo, enmendada o violada cuando conviene (en realidad, oportunismo pragmático). (^6) El mito y el simbolismo fascista, en particular nazi, queda perfectamente reflejado en
la estética poderosa del documental de Leni Riefenstahl, «El Triunfo de la Voluntad» ( Triumph des Willens , NSDAP-Reichsleitung, 1934). En él se asiste a todo un espectáculo mítico y épico a servicio de una filosofía fascista extraordinariamente impactante y eficaz por el impre- sionante manejo de la técnica y la propaganda de masas. (^7) G. L.MOSSE, La nacionalización de las masas , Marcial Pons, Madrid, 2005. (^8) Sobre los mitos sociales y políticos y el pensamiento mítico, véase la influyente obra
de G. SOREL, Reflexiones sobre la violencia , aproximadamente pp. 15 a 18. Sorel entendía que la agitación de las masas exigía el reclamo de los mitos, un sistema de imágenes que estimulasen la imaginación de las masas. Es evidente que tanto Hitler como Mussolini habían captado y aprendido el inmenso poder que ejercen los símbolos sobre las masas indiferenciadas y acometieron la tarea de dar vida a los mitos que subyacían en el inconsciente colectivo de los pueblos alemán e italiano. El elemento mítico es fácilmente apreciable en A. HITLER, Mi lucha , Editorial Antalbe, Barcelona, 1984.
Fascismo y crisis política de Europa: crítica del fascismo en Hermann Heller (II)
reflejaban la dramatización de los nuevos mitos y cultos, y la mitificación de
la voluntad de la masa en acción. Se dio culto al pueblo como unidad
sustancial (cuando no orgánica) y a la nación, a la manera de una «religión
secularizada», que obedecía a unas circunstancias históricas y como par-
ticular modo de reacción a una situación de crisis de identidad. No se
puede ignorar el atractivo del fascismo como movimiento de masas y el
hecho incontestable de su gran atractivo popular. «El fenómeno totalitario
moderno ha permitido conjugar en el fascismo, paradójicamente, un fuerte
apoyo popular y una política selectiva de violencia y terror sobre una parte
relevante de la población» 9. El fascismo transformó a la multitud en una
fuerza política cohesionada, y el nacionalismo, en su utilización de la nueva
política, proporcionó un culto y una liturgia que podrían alcanzar ese pro-
pósito. En Alemania e Italia «el ascenso del nacionalismo y de la democra-
cia de masas, son los dos factores que estimularon retóricamente el culto
al pueblo como religión secular, que proporciona un mecanismo de control
social de las masas». Los símbolos, la materialización de los mitos popu-
lares, proporcionan al pueblo su identidad 10. Es lo cierto que el pensamiento
político fascista y nacionalsocialista no puede juzgarse en función de la
(^9) Para una versión amplia del totalitarismo, véase W. EBENSTEIN, El totalitarismo , Editorial
Paidós, Buenos Aires, 1965. La política totalitaria, tanto del fascismo como del comunismo, se opone a la democracia. El totalitarismo es la esencia misma del fascismo. Toda esfera de la actividad humana queda intensamente afectada por la intervención estatal. Es la máxima de Mussolini: «todo dentro del Estado, nada en contra del Estado, nada fuera del Estado». Véase B. MUSSOLINI, El fascismo , Bau Ediciones, Barcelona, 1976. (^10) G. L. MOSSE, La nacionalización de las masas , Marcial Pons, Madrid, 2005, pp.16 y
ss. En realidad, se puede decir que en la época moderna se produjo un desplazamiento- sustitución de los mitos religiosos (especialmente de la Iglesia Católica) por nuevos mitos populares «secularizados». Mosse parece referirse a ello cuando más adelante subraya que la Revolución Francesa fue el primer movimiento moderno en el que el pueblo intentó ado- rarse a sí mismo al margen de cualquier marco cristiano o dinástico. Se suponía que el «culto a la razón» debía sustituir al ceremonial católico. De hecho, la Diosa Razón sustituyó a la Virgen María en iglesias que, a su vez, fueron transformadas en templos dedicados al culto a la revolución. La «voluntad general» se convirtió en una nueva religión (Ibidem, p. 28). Por otra parte, «la acusación de que mediante la propaganda los nazis pretendían erigir un mundo terrorista hecho de ilusiones sólo puede mantenerse hasta cierto punto. Nadie puede negar la presencia del terror, pero se han acumulado pruebas suficientes para explicar las genuina popularidad de la literatura y el arte nazis, que no precisaban del estímulo del terrorismo para ser efectivos. Así ocurre también en el caso del estilo político nacionalsocialista: tuvo aceptación porque se levantó sobre una tradición conocida con las que se podría sim- patizar» (Ibidem, p. 26). Apunta que las tradiciones que el nacionalsocialismo (y el fascismo) acabó adoptando, como movimiento de masas, esa doctrina consiguió adaptar una tradición que, cuando los propios movimientos fascistas se convirtieron en una realidad política, ya llevaba alrededor de un siglo ofreciendo una alternativa a la democracia parlamentaria. (Ibidem, p. 24).
Fascismo y crisis política de Europa: crítica del fascismo en Hermann Heller (II)
tró que los trabajadores también se vieron atraídos por la nueva política y
liturgia del fascismo; que esa forma de hacer política fue en realidad enor-
memente interclasista (aunque no siempre), y que el ideal de unificación
nacional se difundió en sentido descendente, siendo las clases bajas atraí-
das hacia él, por ejemplo, mediante sus organizaciones deportivas y coros
masculinos. La atmósfera nacionalista reinante determinó que el factor esencial
fue la habilidad de los nacionalsocialistas para forzar incluso a sus enemi-
gos a argumentar desde el interior de un marco que ellos habían creado.
Las masas dejaron de ser una multitud caótica. Para ello se apeló a sen-
timientos y aspiraciones, encarnándolos en el mito y en el símbolo, y su
representación en el Estado totalitario, a través de lazos directos entre la
población y la elite y partido dirigente; esto es, suprimiendo el sistema de
partidos y de asociaciones democráticas 14.
Un rasgo esencial del fascismo es su talante aparentemente anticapitalista
y antiburgués 15. Critica el materialismo imperante en el capitalismo y bus-
caban nuevas formas de organización del mismo; esto es un «capitalismo
organizado» sin cuestionar sus pilares e instituciones fundamentales. Pero
el fascismo en el poder se mostró especialmente radical respecto al socia-
lismo, pretendiendo una redistribución del poder del poder social, político y
económico» 16. El fascismo no fue una simple reacción antimoderna, ni menos
aún una dictadura modernizante; fue más bien un modo nuevo de respon-
der a los grandes problemas planteados desde la modernidad.
La naturaleza del fascismo es, pues, altamente compleja, pues no
obedecía a un sistema elaborado. Se ha dicho expresivamente que «no le
proporcionó soportes intelectuales ningún constructor de sistemas, como
orígenes del totalitarismo , Vol. II, Planeta-Agostini, Barcelona, 1994, p. 386. Arendt subraya que el éxito de los movimientos totalitarios entre las masas significó el final de dos espejismos de los países gobernados democráticamente, en general, y de las Naciones-Estado europeas y de su sistema de partidos, en particular. El primero consistía en creer que el pueblo en su mayoría había tomado una parte activa en el Gobierno y que cada individuo simpatizaba con su propio partido o con otro. Al contrario, los movimientos mostraron que las masas política- mente neutrales e indiferentes podían ser fácilmente mayoría en un país gobernado democrá- ticamente, que, por eso, una democracia podía funcionar según normas activamente recono- cidas sólo por una minoría. El segundo espejismo democrático, explotado por los movimientos totalitarios, consistía en suponer que estas masas políticamente indiferentes no importaban, que eran verdaderamente neutrales y no constituían más que un fondo indiferenciado de la vida política de la nación» (Ibidem, p. 393). (^14) Véase G. L. MOSSE, La nacionalización de las masas , op. cit., pp. 269 y ss. (^15) R. O. PAXTON, Anatomía del fascismo , Ediciones Península, Barcelona, 2005, p.11. (^16) R. O. PAXTON, Anatomía del fascismo , op cit., p.18 y 19.
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Marx, ni tampoco una inteligencia crítica importante, como Mill, Burke o
Tocqueville». Era una afirmación de la lucha darwiniana. Ascendieron al
poder por sus propios impulsos, pero también fueron ayudados. Llegaron al
poder con la ayuda de ex liberales asustados y tecnócratas oportunistas y
ex conservadores, y con el apoyo de fuerzas económicas. En gran medida
pudieron gobernar en una asociación más o menos incómoda con ellos.
Pero, además, los excesos duraderos del fascismo sólo fueron posibles
contando también con una «amplia complicidad» entre los miembros del
orden establecido: magistrados, funcionarios de policía, oficiales del Ejérci-
to y hombres de negocios. El fascismo contó con importes apoyos sociales
y su relativo éxito en la formación de un movimiento compuesto que incluía
elementos de todas las clases 17. El fascismo es un fenómeno político espe-
cífico, de masas, totalitario (penetra en todos los ámbitos y sectores de la
vida social), organicista en su cosmovisión cultural. En la perspectiva eco-
nómico-social, es un fenómeno propio del capitalismo (se construye sobre
el modelo económico del capitalismo organizado dentro del proceso de
modernización, respeta las instituciones económicas inherentes a ese mo-
delo, la libertad económica de la empresa y el régimen salarial.
El fascismo fue la expresión de un movimiento político, cultural y social
surgido de la experiencia de la Gran Guerra, en el que confluyeron corrien-
tes antidemocráticas del radicalismo tanto de derechas como de izquierdas,
que tenían en común, además del rechazo hacia el marxismo y el liberalis-
mo, la aspiración a dejar atrás las crisis de la modernidad, en su versión
racionalista y democrática, a través de la creación de un Estado nuevo y de
una nueva civilización, basados en la primacía totalitaria de la política y en
la subordinación del individuo a la colectividad nacional 18. Fue un fenómeno
(^17) R. O. PAXTON, Anatomía del fascismo , op. cit., pp. 29 y ss. y 246. (^18) El planteamiento llegó a alcanzar a negar la idea misma de derecho subjetivo (en un
sentido distinto a autores como León Duguit que lo habían hecho anteriormente). Se afirmó que «no teniendo ya personalidad individual, los individuos tampoco pueden pretender poseer derechos subjetivos. Sin embargo, vista su personalidad comunitaria, los mismos ostentan la situación jurídica de miembros de la comunidad. La meritada situación está constituída por los deberes que les incumben, a fin de ejercer sus funciones en la repetida comunidad. Al no poseer derecho alguno, no tiene tampoco a su disposición ninguna via de derecho que ase- gure la propia protección. La intervención jurisdiccional sólo puede funcionar en provecho de la comunidad. El derecho ya no es el ordenamiento de gobierno establecido para los indivi- duos y a su provecho, a fin de regular sus relaciones. El derecho es el ordenamiento vital de la comunidad, que tiende a asegurar la vida y el desarrollo de aquélla. El nacional-socialismo preconiza la eliminación del individuo, así como la desaparición del mismo en el mundo jurídico público. Al parecer le considera como algo esencialmente nocivo para los altos fines de la Historia». Cfr. R. BONNALD, El Derecho y el Estado en la doctrina Nacional-socialista , op. cit., pp. 242 y 243.
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variedad de planos, en los que las actividades colectivas y personales exceden
del campo de la política. Por su parte, la dirección totalitaria democrática
está basada en la suposición de una verdad política única y exclusiva.
Podría ser llamado mesianismo político, en el sentido de que postula es-
quemas de realidades perfectas, preordenadas y armoniosas, hacia las cuales
los hombres son llevados irremisiblemente y a los que están obligados a
llegar. Además, reconoce un solo plano de existencia: el político. Extiende
el campo de la política hasta abarcar toda la existencia humana. Trata todos
los pensamientos y acciones humanos como si tuvieran únicamente sentido
social, y es así como los hace caer dentro de la acción política. Sus ideas
políticas no son un conjunto de preceptos pragmáticos o un conjunto de
proyectos aplicables a una rama especial de la conducta humana. Son
parte integrante de una completa y coherente filosofía. La política es defi-
nida como el arte de aplicar esta filosofía a la organización de la sociedad,
y el objetivo final de la política solamente será conseguido cuando esta
filosofía reine de una manera absoluta sobre todos los campos de la vida 21.
(^21) J. L. TALMON, Los orígenes de la democracia totalitaria , Aguilar, México, 1956, «In-
troducción», pp.1 y 2. Observa que la democracia totalitaria, lejos de ser un fenómeno recien- te y extraño a la tradición occidental, tiene sus raíces en el tronco común de las ideas del siglo XVIII. Ha brotado como rama nacida, identificable, del curso de la Revolución francesa y, desde entonces, ha tenido vida. Sus orígenes se remontan más allá de los ideales y modelos del siglo XIX, tales como el marxismo, pues el mismo marxismo fue solamente una más, aunque haya que admitir que la más vivaz de entre las varias versiones del ideal democrático totalitario que se han sucedido, una tras otra, en el transcurso del siglo veinte. Fue la idea dieciochesca del orden natural (o de la voluntad general) como algo alcanzable, ciertamente como fin inevitable y totalmente satisfactorio, la que engendró la actitud mental desconocida hasta entonces en la esfera de la política, que se caracteriza por la creencia en un avance continuo hacia un dénouement del drama de la historia, acompañada de una aguda conciencia de la incurable crisis estructural de la sociedad existente. Este estado mental encontró su expresión en la tradición democrática totalitaria. La dictadura jacobina, enderezada a la inau- guración del reino de la virtud y el esquema o trazado de una sociedad comunista igualitaria, por los babuvistas… fueron las dos primeras versiones del moderno mesianismo político. Uno y otro transfieren a la humanidad un mito y algunas lecciones prácticas, pero ambos fundaron una tradición viva que no se ha interrumpido. Muy pronto la democracia totalitaria evolucionó hacia un modelo de coerción y centralización… El hombre tenía que ser soberano. La idea del hombre «per se» iba a una con la suposición de que existía un punto común en que todas las voluntades necesariamente coinciden. El corolario era la tendencia democrática plebiscitaria. Los hombres como individuos, y no los grupos, los partidos o las clases, eran llamados a decidir. Incluso, el parlamento no era la última autoridad, pues era también un cuerpo, una corporación con sus propios intereses. El único camino para elicitar la pura voluntad general de los hombres era permitirles que elevaran su voz individualmente y al mismo tiempo. Así fue que el ideal, aparentemente ultrademocrático, de la soberanía popular ilimitada se tornó luego en coacción idealizada. A fin de crear las condiciones de expresión de esta voluntad general, se creyó necesario eliminar los elementos que la torcieran, o, a lo menos, negar su
Fascismo y crisis política de Europa: crítica del fascismo en Hermann Heller (II)
Con estas premisas, Talmon ha hecho notar que «la democracia totalitaria
moderna es una dictadura que descasa en el entusiasmo popular… En
tanto se trata de una dictadura basada en la ideología y en el entusiasmo
de las masas, es consecuencia de la síntesis entre la idea del orden natural
del siglo XVIII y la idea rousoniana de la realización y autoexpresión del
pueblo. Por razón de esta síntesis, el racionalismo se convirtió en una fe
apasionada. La ambigua naturaleza de la voluntad general de Rousseau,
concebida como algo que, por una parte, es válido a priori, y por otra es
inherente con la voluntad del hombre; al par algo exclusivo e implicando
unanimidad, llegó a ser la fuerza conductora de la democracia totalitaria y
la fuente de todas sus contradicciones y antinomias» 22. En realidad, la
democracia totalitaria, constituye una religión laica moderna, obedeciendo
a un mesianismo secular y religioso. El mesianismo político moderno ha
tenido siempre la intención de producir una revolución total en la socie-
real efectvidad. El pueblo había de ser liberado de la perniciosa influencia de la aristocracia, de la burguesía, de los interees creados, e incluso de los partidos políticos, de modoe que ahora pudiera querer con eficacia lo que estaba destinado a conseguir. Esta tarea tenía que preceder al acto formal de la voluntad popular. Implicaba dos cosas: el sentido de un estado de guerra provisional y un esfuerzo por reeducar a las masas, hasta que hubiera hombres capaces de querer libremente y con plena voluntad su verdadero querer. (Ibidem, pp. 271 a 273). En un momento posterior, y desde las posiciones del marxismo revolucionario, se afirma cierta compatibilidad paradójica entre la dictadura y la democracia. Es significativo que un autor como Max Adler afirmara que «no existe ninguna contradicción entre dictadura y demo- cracia, tal como se comprende generalmente, es decir: la democracia política... En nuestros días, la social-democracia debe comprender claramente que la dictadura del proletariado no está de ninguna manera en oposición con la democracia comprendida en el sentido de la democracia política, que, por el contrario, es una consecuencia de la democracia basada en la potencia del proletariado». Cfr. M. ADLER, «Dictadura y democracia», en M ADLER, De- mocracia política y democracia social , Ediciones Roca, México, 1975, p.113. (^22) J. L. TALMON, Los orígenes de la democracia totalitaria , Aguilar, México, 1956, «In-
troducción», p. 6. Distingue entre un totalitarismo de derecha y un totalitarismo de izquierda: «El acento de esta teoría está siempre puesto en el Hombre, y aquí está la nota diferencial entre el totalitarismo de izquierda, del que se ocupa este estudio, y el de derecha, Mientras que el punto de partida del totalitarismo de izquierda ha sido, y sigue siéndolo, el hombre, su ser y su salvación, el de las escuelas del totalitarismo de derecha ha sido la entidad colectiva, el Estado, la nación, o la raza. El primero permanece esencialmente individualista, atomista y racionalista aún cuando hace levantarse la clase o partido al nivel de los fines absolutos. Estos, clase o partido, son, después de todo, sólo grupos formados mecánicamente. Pero los totalitarios de la derecha operan unicamente con entidades históricas, raciales y orgánicas, conceptos complemetamente ajenos al individualismo y al racionalismo. Por esto las ideolo- gías totalitarias de la izquierda siempre tienden a asumir el carácter de un credo universal, mientras que el totalitarismo de la derecha carece por completo de esta tendencia» (Ibidem, pp. 6 y 7).
Fascismo y crisis política de Europa: crítica del fascismo en Hermann Heller (II)
El proceso de corporativización del sistema («totalitarismo corporativista»),
alcanzaría a crear una Cámara de Corporaciones profesionales llamada a
sustituir al Parlamento (lo que si se produjo en Italia a partir de 1939). Pieza
clave, a la que se ya se hizo referencia, en la política de integración fue el
intento de orientar el sistema educativo hacia la fabricación del hombre
nuevo.
«La tarea del trabajador consiste en legitimar los medios técnicos que
han movilizado al mundo, es decir, que lo han colocado en una situación de
movimiento ilimitado. La pura presencia de esos medios se opone cada vez
más al concepto burgués de libertad y a las formas de vida que se adecuan
a ese concepto; demanda que se lo domeñe mediante una fuerza que esté
a la altura de su lenguaje… el sentido, la metafísica, del instrumental téc-
nico queda al descubierto tan sólo cuando aparece la raza del trabajador,
que es la magnitud que a ese instrumental le está asignada» (Ernst Jünger) 26.
Es así que el nuevo régimen pudo proceder a instaurar las nuevas
formas de intervencionismo económico y al desmantelamiento del sistema
democrático de relaciones laborales 27. Se recortarían, primero, y, después,
«Entre los problemas de interés general europeo figuran el de la integración de los obreros en el Estado, como ha definido Carl Schmitt, la cuestión relativa a la superación de la lucha de clases, y el de la solución del problema constitucional de base postdemocrática» (Ibidem, p. 188). Ese carácter revolucionario del fascismo, fue también apreciado por observadores especialmente lúcidos y atentos a los hechos, como el mismo H. HELLER, Europa y el fascismo , op. cit., cap. IV («La renovación fascista de la forma política»), pp.61 y ss. Es claro, afirma, que el carácter revolucionario de la «marcha sobre Roma» se ha de entender desde un punto de vista mítico. Ahora bien, cuando Mussolini consiguió el poder se limitó a definir la revolución como «la voluntad firme de conservar el poder» (Discurso pronunciado en la Cámara el 15 de julio de 1923). Precisamente el objetivo contra el cual se dirigía la revolución fascista, lo que esta revolución ha destruido, aparece muy claro ahora: es el Estado de Derecho con su división de poderes y sus garantías fundamentales. (^26) El Trabajador. Dominio y figura , op. cit., p. 255. (^27) En lo que se refiere al régimen de las relaciones de trabajo y la ordenación general
de la empresa, es crucial la Ley de Ordenación del Trabajo en la Empresa, de 20 de enero de 1934. Nombraba a los empresarios «jefes de empresa», con atribuciones para tomar todas las decisiones de trascendencia, a la vez que relegaba a obreros y empleados a la condición de «comparsas» y obligados a obedecer. La prohibición de las organizaciones obreras inde- pendientes y la aplicación del principio del «caudillaje» al campo de la economía arrebataba a los asalariados toda posibilidad de manifestar siquiera sus intereses y, aún más, de impo- nerlos. En contraposición, los grandes industriales, poseían ya conexiones directas con los órganos de decisión política, conservaron sus asociaciones y con ellas la posibilidad de incidir en la voluntad política y en su formación. La justificación ideológica corrió a cargo de la
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se suprimirían las libertades sindicales y los denominados «sindicatos»
fascistas se insertarían en las estructuras institucionales del Estado 28. En
concepción comunitaria basada en la ideología de la armonía de clases. Un procedimiento aún más eficaz de establecer la «armonía de clases» fue el de agrupar a empresarios y obreros en organizaciones unitarias que, además, estaban sometidas al control del Estado fascista: estas organizaciones recibieron en Alemania el nombre de Frente alemán del trabajo (« Deutsche Arbeitsfront »), en Italia el de «corporaciones» y en España el de «sindicatos- verticales». El objetivo del Frente alemán del trabajo era constituir una auténtica comunidad popular y eficiente de todos los alemanes. Pero un elemento fundamental fue la articulación de una política de masas. Con su propaganda, el fascismo no hubiera despertado en las masas la esperanza de una mejora concreta de sus condiciones de vida. La propaganda afirmaba que, para conseguir este objetivo, había que acabar primero con numerosos enemi- gos. Ante todo, con los enemigos internos: el socialismo, la democracia, los judíos; y, des- pués, con los enemigos exteriores, que impedían a Alemania y a Italia hacer uso adecuado de sus derechos «pueblo de señores». Pero, junto al aspecto material, había que destacar asimismo el psicológico de esta ideología del «pueblo señor». La pertenencia a la nación y a la raza elegida favorecían cierta satisfacción frente a los otros. Pero todo ello se hizo acompañar de la movilización, organización y dirección de las masas, porque «algo que distingue asimismo al régimen fascista de las formas parlamentarias y constitucionales de dominio burgués es el intento de integrar toda la sociedad en una sistema total de organiza- ciones populares, con el objeto de organizar, adoctrinar y controlar políticamente, lo más estrechamente posible, a cada uno de los grupos sociales. Una amplia red de organizaciones le permitió al Estado fascista despertar sentimientos de idealismo y de abnegación, movilizó las energías de las grandes masas y proporcionó a éstas la sensación de ser elementos activos y de haber sido llamadas a participar en las grandes decisiones. Así pues, en el sistema de dominio fascista, las organizaciones de masas cumplían diversas funciones: 1. Permitían estructurar cuerpos organizados, así como adoctrinar y dirigir políticamente toda la sociedad en orden a la consecución de los objetivos internos y externos del fascismo, con- solidando así las bases de poder del régimen. 2. Servían para controlar las masas y contri- buían con ello a sofocar, en su mismo germen, los intentos de oposición. 3. Proporcionaban al orden social capitalista una base popular que éste no podía conseguir ya por medio de elecciones libres y de una democracia parlamentaria (El hecho de que este aspecto fuera ocultado mediante la demagogia social no cambia en nada la realidad de la situación). 4. Constituían la base de la posición de fuerza que ocupaba el partido dentro de la alianza que había dado origen al régimen fascista. Precisamente por contar con sus organizaciones po- pulares y por haber podido proporcionar al capitalismo, con métodos nuevos, una base po- pular, el ejecutivo fascista constituía un factor político autónomo capaz de enfrentarse a las clases sociales superiores, sabedor de su propia fuerza. Véase R. KÜHNL, Liberalismo y fascismo: dos formas de dominio burgués , Fontanella, Barcelona, 1978, pp. 222 y ss. y 266 y 267. (^28) El Estado fascista negaba el pluralismo y reivindicaba para sí su condición de orga-
nización soberana de la sociedad en su conjunto. «Sólo el Fascismo pudo superar el dilema obligando al sindicalismo a convertirse de órgano de disgregación en elemento de integración social, reconociéndolo e introduciéndolo en la vida del Estado, no para abdicar en él su soberanía, sino para hacerlo un instrumento de ella. Por esto se ha dicho, y con razón, que el Estado fascista, mediante la organización corporativa, contiene el Sindicalismo y al mismo tiempo lo supera». Cfr. E. ERCORE, La revolución fascista , traducción de L. Prieto Castro y Prólogo de Salvatore Villari, Librería General, Zaragoza, 1940, p. 87. La explicación en la
JOSÉ LUIS MONEREO PÉREZ
prohibir las instituciones de defensa en el mundo del trabajo (la huelga y el
cierre patronal) y creó la Magistratura del Trabajo, con la finalidad de resol-
ver los conflictos planteados. El sistema de libre sindicación fue sustituido
por un régimen autocalificado de corporativo, en cuyo marco los sindicatos
reconocidos (fascistas) podían celebrar contratos colectivos de eficacia general,
insertos en el ordenamiento jurídico del Estado totalitario. Éste incrementó
su política social populista (especialmente en materia de asistencia y pre-
visión social) y la intervención sistemática en las relaciones laborales. Dentro
del nuevo ordenamiento corporativo 30 , aparte de las estructuras del sindica-
lismo corporativo, constituyó una pieza clave en la delimitación de los nue-
vos principios y valores introducidos por la «Carta del Lavoro», de 21 abril
mienza a dotarse de una administración laboral específica conforme al
esquema corporativo del nuevo sistema político. En efecto, en 1926 se creó
el Ministerio de la Corporación, algunos años después se constituye el
«Consejo Nacional de las Corporaciones» (1930) dentro de las estructuras
del Estado fascista. El corporativismo se presentó oficialmente como una
tercera vía alternativa al liberalismo y al socialismo, aunque en la práctica
no tuvo la operatividad pretendida, porque nunca se llegó a crear verdade-
ramente una «sociedad corporativa», que condujese a una corporativización
plena y efectiva 31. Precisamente una de las pretensiones de Heller en su
forzosa para todos los pertenecientes a determinada profesión, ni tampoco una federación de diversos sindicatos separados por tendencias particulares. La legislación sindical de 1926 y la «Carta del Lavoro» de 21 de abril de 1927 consagraron como representación de las diver- sas categorías profesionales para la organización de la producción, a sus respectivos sindi- catos reconocidos por el Estado; el sindicato pasó a ser una institución del Estado en la que el apoyo espontáneo de los afiliados pasaba a segundo término. Los acuerdos suscritos por tal sindicato, que es el que disfruta del reconocimiento oficial, obliga a todos cuantos perte- nezcan a la profesión por él representada, de quienes, sean o no miembros del sindicato, puede ésta exigir el pago de las cuotas necesarias para su sostenimiento… Los sindicatos son pues órganos del Estado que si bien, según el texto de la ley, disfrutan de personalidad autónoma, se hallan de hecho respecto de aquél reducidos a ser instrumentos para su pene- tración y arraigo en el seno del pueblo. Cfr. E. W. ESCHMANN, El Estado fascista en Italia , op. cit., pp.109 y ss. (^30) Sobre el «Derecho fascista» y la teoría del Estado corporativo-sindical, véase la obra
constructiva de los orígenes de S. PANUNZIO, Il fondamento giuridico del fascismo, Introduzione di Franceso Perfetti , Bonacci Editore, Roma, 1987; ID.: Teoria generale dello stato fascista , Padova, Casa editr.,dott. Antonio Milani, 1939. Es significativa la evolución de la trayectoria intelectual de Panunzio desde el «socialismo jurídico» hacia la concepción del Estado fascista corporativo o, en otros términos igualmente correctos, del sindicalismo revolucionario al cor- porativismo. (^31) La presentación oficial de la revolución fascista como revolución corporativa fue evi-
dentemente muy distinta. Paradigmáticamente se afirmó: «Todo el que aprecie en su conjunto
Fascismo y crisis política de Europa: crítica del fascismo en Hermann Heller (II)
«Europa y el Fascismo» era desvelar la ilegitimidad del régimen fascista
como supuesta tercera vía alternativa a las otras opciones políticas en
confrontación (el liberalismo y el socialismo) ante los dilemas planteados en
la democracia de masas. La solución totalitario-corporativa no es capaz de
resolver duraderamente los problemas suscitados por la democracia de
masas, determinando una neutralización de los valores consagrados en la
modernidad (el fascismo sustituyó los principios de 1789, contraponiendo a
la triada «libertad, igualdad y fraternidad» la triada autoridad u orden, dis-
ciplina y jerarquía) y la instauración de un Estado totalitario (Estado dicta-
torial, «fuerte» y de partido único, configurado como organismo absorbente,
que reivindica para sí el control de todos los aspectos de la vida social) que
negaba en términos de principio la democracia. En este sentido, en la
autoafirmación de Estado corporativo del Estado fascista encuentra la
el ordenamiento corporativo dado al Estado italiano por la Revolución fascista, el «conjunto de instituciones, con sus normas de organización y funcionamiento, llamadas a presidir la disciplina de las relaciones económicas» según el principio de subordinación ordenada y sucesiva del interés económico individual al interés de las categorías económicas y de la economía nacional, que es en lo que se resuelve el llamado principio corporativo , advertirá inmediatamente que, aun formando un sistema coherente, lejos de haber nacido como un todo perfecto y de una vez, es el producto de un largo y complejo proceso de formación, aún no terminado, en el cual se pueden distinguir, hasta el presente, tres momentos o fases….». «Tan fuerte y apremiante se manifestó en el Sindicalismo en formación la tendencia a superar el Sindicalismo clasista mediante un organismo más amplio (en el que se consiguiese, por interés nacional, la solidaridad entre los diversos factores de la producción), que logró llevar a los Sindicatos a organizarse en Corporaciones, aunque todavía ésas no comprendían más que a trabajadores u obreros, y que aún ensayase con anterioridad a la Ley de 3 de abril de 1926 y de su Reglamento, una primera expresión corporativa con las Corporaciones integrales o nacionales (como fueron las llamadas del trabajo industrial, del trabajo agrícola, del comer- cio, de las clases medias e intelectuales), especie de Sindicatos mixtos, que reunían en una misma organización a empresarios y trabajadores. Pero ninguna de estas Corporaciones fascistas anteriores a la Ley de 3 de abril de 1926 tenían nada de común –aparte del nombre y tendencia- con las Corporaciones creadas por esa Ley y posteriores, porque todas ellas, aun proponiéndose colaborar con el Estado para los fines de la paz social y la prosperidad nacio- nal, vivían fuera del Estado, concibiendo el colaboracionismo entre las clases sociales, de manera que todavía se descartaba la intervención directa del Estado. La transición de la fase inicial del sindicalismo fascista al verdadero y propio corporativismo , tal como lo estableció después la Revolución, es paralela al proceso de evolución del colaboracionismo fascista, que primero no excluía en todo caso y ocasión la posibilidad de acudir a la lucha, a la autodefensa, entre las clases sociales en pugna, para la tutela de los intereses legítimos (concebidos como conformes a los de la Comunidad), y luego pasa a un colaboracionismo que, en obsequio a la superioridad de estos intereses nacionales, no admite en ningún caso, ni siquiera en hipótesis, la lucha entre clases. Pues este modo de concebir y practicar el colaboracionismo entre capital y trabajo, lejos de coincidir con los principios del sindicalismo fascista, fue el resultado de una lenta y no fácil elaboración…. Cfr. E. ERCORE, La revolución fascista , op. cit., pp. 136 y 138.
Fascismo y crisis política de Europa: crítica del fascismo en Hermann Heller (II)
tos internos de la empresa. El trabajador era relegado a la categoría de
«séquito» («Gefolsgschaft») respecto al jefe de empresa («Betriebsführer»).
Se pretendió una «articulación concreta entre el Estado y la empresa». Un
figura significativa en ese enlace fue la del «fiduciario del trabajo» («Treuhand
der Arbeit»), dependientes del Ministerio de Trabajo, establecida por la Ley
de 19 de mayo de 1933, cuyo cometido fue la regulación de las condiciones
de trabajo, supervisando la paz entre los trabajadores y empresarios, ya
que se había suprimido por la dictadura los procedimientos de negociación
colectiva vigentes en la democracia 35. Las relaciones laborales continuaron
manteniendo básicamente su soporte típico capitalista (libertad de empresa
y sus manifestaciones, propiedad, contrato y régimen del trabajo asalaria-
do). Es más, el régimen fascista (tanto de Italia como de Alemania) pudo
llevar a cabo hasta su máxima expresión el despotismo de fábrica y la
racionalidad instrumental en el campo de la producción 36. La organización
(^35) Véase A. A. CIERI, «Arbeit mach frei». El trabajo y su organización en el fascismo
(Alemania e Italia) , El Viejo Topo, Barcelona, 2004, p. 326, el cual subraya, por otra parte, que esa organización autoritaria de la empresa facilitó la aplicación radical de las técnicas de organización científica del trabajo. También S. BOLOGNA, Nazismo y clase obrera , Akal, Madrid, 1999. Véase también F. GALLEGO, De Múnich a Auschwitz , op. cit., p. 321, quien subraya que se establecía un Tribunal de Honor ante el que debían presentarse aquellos empresarios, trabajadores o funcionarios que atentaban contra la paz social. El lenguaje de solidaridad, cooperación y espíritu unitario iba acompañado de la entrega del poder en la empresa al empleador, que recuperaba así una autorización que antes había sido atemperada por el pacto social de 1918 en la República de Weimar (Ibidem, p. 322). Sobre la posición de los Sindicatos libres en el régimen nacionalsocialista, y sus esfuerzos de reacción y adapta- ción, puede consultarse el estudio descriptivo realizado en N. PUIG RAPOSO, Trabajo, socie- dad y Estado. Los Sindicatos Libres en la República de Weimar , Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1988, especialmente, pp. 416 y sigs. La posición estratégica de los sindicatos estaba muy debilitada por la crisis económica y política. Inicialmente se intentó fundir organizativamente a las centrales sindicales, pero sólo cuando la amenaza podía poner en peligro la existencia de las organizaciones. Tras los intentos de adaptación llegó también la división interna del movimiento sindical y sus distintas estrategias de actuación respecto del Estado nazi. Al final, Hitler había decidido acabar con estos «incómodos interlocutores del Estado» antes de que los dirigentes sindicales aceleraran la metamorfosis de sus organiza- ciones, y a Robert Levy, el futuro jefe del sindicato nazi se le había dado el encargo de la «coordinación forzosa» ( Zwangsgleichschaltung ) de los sindicatos. El proceso fue tanto más penoso cuanto que las medidas de esta «coordinación» (que se consumó el 2 de mayo de
moderna y sus riesgos, M. HORKHEIMER, Crítica de la razón instrumental , Trotta, Madrid, 2002.También en una perspectiva más amplia de crítica de la razón imperante y desviante de la modernidad, M. HORKHEIMER, y T. ADORNO, Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos , Trotta, Madrid, 1998. Se ha señalado que el lenguaje corporativo y arcaizante de la Ley Fundamental del Trabajo no debe llamarnos a engaño: lejos de ser una desviación del curso de la modernización tecnológica, se adaptaba perfectamente a las condiciones de la
JOSÉ LUIS MONEREO PÉREZ
interna de la empresa se configuraba como un «orden concreto», basado
en el plano jurídico en los principios de jerarquía, disciplina y comunidad de
intereses. Se pretendió instaurar una «constitución del trabajo autoritaria (a
menudo presentada oficialmente como corporativo-autoritaria) 37 , que partía
de la negación del supuesto base del conflicto laboral» 38.
A diferencia de la concepción liberal individualista de la propiedad y de
la empresa, la ordenación de las relaciones entre empresario y trabajador
se sitúan dentro de la empresa como un nuevo «derecho autoritario de la
producción». Así, en la visión del corporativismo fascista italiano, la decla-
ración VII de la «Carta del Lavoro» (1927) orientaba la organización privada
de la producción haciendo preeminentes los «intereses nacionales». La
empresa es configurada como un todo orgánico, como una comunidad de
intereses sociales que prevalecen sobre los individuales concurrentes; y es
una célula económico-social vinculada y dependiente del Estado fascista-
corporativo, que encontraba en ella una forma privilegiada de control social
racionalidad industrial, mediante la introducción de una norma disciplinaria que superaba los mecanismos de canalización del conflicto social que se habían establecido en Weimar. Por otra parte, los trabajadores se vieron despojados de sus instrumentos tradicionales de defen- sa de clase sin una movilización para impedirlo. Es lo cierto que el terror influyó de forma decisiva en su falta de resistencia, en una etapa marcada, además, por la desmoralización y la impresión de derrota generalizada que había provocado la Gran Depresión. Cfr. F. GALLE- GO, De Múnich a Auschwitz , op. cit., pp. 322 y 324. (^37) Carl Schmitt había teorizado esa idea de la empresa autoritaria como orden concreto
de regulación jurídica. Véase J. L. MONEREO PÉREZ, «El espacio de lo político en Carl Schmitt», Estudio Preliminar a C. SCHMITT, El Leviatán en la teoría del Estado de Tomás Hobbes , trad. de F.J.Conde, Comares, Granada, 2004. Para la delimitación de su modo de pensamiento del orden concreto, véase C. SCHMITT, Sobre los tres modos de pensar la ciencia jurídica , Estudio preliminar, traducción y notas de M. Herrero, Tecnos, Madrid, 1996, pp. 9 y ss. (^38) Que incluso alcanza a desnaturalizar al convenio colectivo de trabajo, el cual aparece
como instrumento de composición débil de los conflictos sociolaborales en beneficio de su concepción como un instrumento formal que expresa una solidaridad corporativista unitaria a la cual se anudaba un principio de subordinación de los intereses particulares a los «intereses superiores de la producción». En efecto, según el art. IV de la Carta del Trabajo «La solida- ridad de los diversos factores de la producción encuentra su expresión concreta en el contrato colectivo de trabajo, obtenido por la conciliación de los intereses opuestos de los patronos y de los obreros y su subordinación a los intereses superiores de la producción». La idea de comunidad y de solidaridad unitaria se refleja en la misma configuración de las «corporacio- nes» como «órganos de representación de los intereses unitarios de la producción» (art.VI de la Carta del Trabajo). La preferencia de la tutela del principio de la producción y del rendimien- to conduce a entender al trabajo como deber social: «El trabajo en todas sus formas, intelec- tuales, técnicas o manuales, ya se trate de organización o de ejecución, es un deber social. Solamente bajo este concepto está bajo la salvaguardia del Estado» (art.II, párrafo 1º de la Carta del Trabajo).