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Un resumen de la literatura española del siglo xx, explorando las principales corrientes literarias, autores clave y sus obras. Se analizan movimientos como el novecentismo, la generación del 98, el modernismo y la generación del 27, destacando las características de cada uno y la influencia de autores como unamuno, baroja, machado, valle-inclán y otros. El documento también aborda la evolución de la novela y el teatro español durante este periodo, incluyendo la influencia del naturalismo, la renovación de la farsa y la aparición de nuevas formas de expresión.
Tipo: Monografías, Ensayos
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La Generación del 98 se refiere a los jóvenes autores y pintores que vivieron el "desastre" de las guerras coloniales de 1898, sintiéndose defraudados por las expectativas incumplidas de la Revolución del 68. Algunos de los autores más destacados de esta generación fueron Unamuno, Baroja, Ramiro de Maetzu, Azorín, Blasco Ibáñez, Machado, Ganivet y Valle-Inclán. Estos autores compartían una sensación general de decadencia y vergüenza nacional tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Criticaban diversos defectos del pueblo español, como la indolencia, la falta de curiosidad intelectual, la miseria espiritual, la resignación, la falta de sentido colectivo y de conciencia histórica. Sin embargo, Pío Baroja negó la existencia de una "Generación del 98" real, considerándola un "invento" de Azorín, ya que no veía un sustrato ideológico común.
El Novecentismo o Generación del 14 se refiere a los autores catalanes que querían definir un nuevo proyecto cultural y político para Cataluña, adaptado al espíritu de transformación del nuevo siglo. Ortega y Gasset fue uno de los líderes de este grupo, que incluía también a poetas como Juan Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala y Ramón Gómez de la Serna. Los postulados del Novecentismo incluían el intento de huir del pesimismo de "los del 98", una concepción más lúdica de la vida, la defensa del acceso al poder por parte de las élites juveniles, la reivindicación de la sensibilidad artística y el impulso de una literatura más sensible con el mundo. A diferencia de la Generación del 98, los del 14 tenían una voluntad más europeísta y cosmopolita, buscando la peculiaridad del carácter nacional a través de la revisión de la historia de España.
El Modernismo fue el equivalente hispanoamericano del parnasianismo y simbolismo franceses, con el poeta nicaragüense Rubén Darío como gran líder. Se trataba de un movimiento "antiprosaico y antiverista" que reaccionaba contra el realismo positivista, defendiendo la libre imaginación para crear belleza. El rasgo particular del Modernismo era el escapismo: el escritor modernista no le gusta la realidad y quiere evadirse hacia el pasado nacional o el mundo mitológico clásico. Aunque inicialmente opuesto a la Generación del 98, hoy se considera que los escritores de la época mostraron posturas mezcladas y un cierto sentido elitista de la cultura.
La Generación del 27 estuvo formada por jóvenes autores durante la dictadura de Primo de Rivera, más distanciados de los debates políticos que las generaciones anteriores. Estos autores, influidos por los primeros manifiestos vanguardistas europeos, prefirieron mirar con optimismo a los "felices años 20", abandonando el lamento por lo perdido. Sin embargo, la Guerra Civil de 1936 volvió a provocar profundas diferencias de pensamiento y actitud entre los autores de esta generación.
La nueva prosa del siglo XX se caracterizó por un subjetivismo impresionista, con una mayor reflexión personal y menos afán cultista y erudito. Autores como Ortega y Gasset, Machado (a través de sus heterónimos) y Unamuno fueron destacados representantes de esta nueva "prosa de ideas". Unamuno, en particular, es considerado el ensayista por excelencia de la Generación del 98, con obras como "Del sentimiento trágico de la vida" y "La agonía del cristianismo". Unamuno también destacó por sus libros de viajes, en los que buscaba motivos de reflexión histórica, ideológica y política sobre el paisaje y la cultura españoles.
El paisaje castellano y la reflexión histórica en
el 98
Para Unamuno y Azorín, el paisaje castellano es el impulsor de la reflexión histórica. Mirar a un labriego castellano es como ver la España de comienzos del siglo XVI, donde se forjó el 'alma española' y su literatura
La lámpara maravillosa de Valle-Inclán es un texto fundamental para entender su filosofía creadora y su estética, considerado "el texto más logrado y representativo del pensamiento estético modernista". En él, Valle- Inclán expone una variedad de temas inusuales hasta entonces en el ensayo español, como las doctrinas esotéricas y su tendencia al misticismo. El libro se subtitula "Ejercicios espirituales" y aspira a ser una iniciación a la disciplina de la 'Contemplación' o lámpara que ilumina una realidad que escapa a la razón.
Entre las influencias decisivas del Modernismo, destaca la del poeta simbolista francés Paul Verlaine y su ideal de l'art pour l'art. El gran líder del nuevo movimiento, Rubén Darío, mantuvo una gran amistad con Valle- Inclán desde que llegó a Madrid en 1899.
Los modernistas hablaron de una revolución que había traído como consecuencia la valoración suprema de la sensibilidad personal para crear ilusiones de belleza. Adoptaron una actitud cosmopolita que suscitaba desconfianzas por parecer atentar contra los valores nacionales.
La principal novedad del Modernismo fue la valoración de la propia 'materialidad' del lenguaje poético, dando prioridad a sus propiedades físicas, a los sonidos y los efectos rítmicos. Esto les hizo buscar la emoción lírica por vía de los sentidos, según lo explicado por Valle-Inclán en La lámpara maravillosa.
La evolución de la poesía modernista en
España
Si bien el escapismo hacia escenarios exóticos estuvo presente en la poesía modernista española, también se manifestó a través de la evasión temporal, como el interés de Valle-Inclán por la Francia medieval y los jardines versallescos, o el de Villaespesa por los delicados palacios árabes. La búsqueda de refinamiento llevó a los poetas modernistas a seleccionar un vocabulario no tanto por su precisión, sino por su brillantez, haciendo del epíteto el máximo responsable y procurando choques semánticos imprevistos.
La convención modernista dio vía libre al uso de un léxico insólito y a la admisión de neologismos y arcaísmos, con una curiosa preferencia por las palabras esdrújulas en la creación de metáforas. En cuanto a la estructura del verso, se propusieron nuevas posibilidades métricas y estróficas para romper la monotonía de los metros clásicos, como el soneto en alejandrinos
de Villaespesa. Se buscó una nueva musicalidad en el verso, utilizando metros como el dodecasílabo de 7 + 5, el eneasílabo y el endecasílabo acentuados en la 5° y 10° sílabas.
Juan Ramón Jiménez, nacido en 1881 en Moguer, Andalucía, fue el autor donde mejor se conjugaron las características del modernismo. Jiménez consagró su vida a la búsqueda de la belleza a través de la poesía, que para él correspondía a tres elementos fundamentales: belleza, conocimiento y eternidad. Su trayectoria poética evolucionó desde un influjo romántico, pasando por una época modernista y una vanguardista, hasta llegar a una etapa de exilio marcada por temas más filosóficos y metafísicos.
Jiménez fue el principal defensor de la "poesía pura", una poesía de gran concentración intelectual, ahistórica y destemporalizada, que se desnudaba de toda descripción anecdótica para buscar lo esencial de las cosas. Esto lo anticipó a lo que Ortega y Gasset llamaría "arte deshumanizado".
En contraste con Jiménez, Antonio Machado concebía la poesía como un acto comunicativo. Nacido en Sevilla en 1875, Machado pasó de ser poeta maldito durante el franquismo a emblema de la juventud progresista durante la transición democrática.
Machado se sintió inicialmente atraído por la estética modernista en su primer libro, Soledades (1903, 1907), pero luego se distanció del modernismo, manteniendo siempre su raíz romántica. Su poesía es intimista, sensible a la influencia de la climatología y el paso del tiempo, y maneja símbolos recurrentes como el camino, el río, la fuente o el mar. La memoria y el poder del recuerdo están en la base de su honda meditación.
Campos de Castilla (1912, 1917) es una obra fundamental de Machado, en la que refleja su traslado a Baeza, Jaén, y su toma de conciencia de la mezquindad moral de los terratenientes, lo que le llevó a añadir nuevos poemas y revisar algunos.
La poesía de Antonio Machado
Muchos vieron en la poesía de Antonio Machado la síntesis de los presupuestos éticos y estéticos de la Generación del 98, aunque el mismo Machado no creyera en la unidad de dicha generación. Gran parte de sus
Inclán. Estas novelas se distanciaron de la situación política concreta, centrándose en el mundo propio y personalísimo de sus autores.
Estos nuevos narradores manifestaron un claro desprecio por las novelas del último tercio del siglo XIX, rechazando un determinado tipo de novela realista que simulaba imitar lenguajes y comportamientos humanos desde realidades adulteradas. Buscaron hacer un realismo "menos realista" pero más fiel a lo real.
Además, mostraron un mayor interés por experimentar con la perspectiva del narrador, tratando de trascender el punto de vista omnisciente. La modernidad del género se buscó tratando de hacer un realismo más fiel a lo real, como quería Unamuno.
El naturalismo seguía vigente tanto en la novela como en el teatro, como demuestran la explosión de traducciones de novelistas extranjeros como D'Annunzio y las reediciones de las novelas de los naturalistas españoles.
En la obra de estos autores apareció un nuevo planteamiento de las relaciones sentimentales y eróticas, con una visión tradicional del matrimonio y del adulterio, y una consideración especial de la mujer dentro de la nueva sociedad urbana. Autores como Felipe Trigo defendieron la liberación sexual como vía de reforma moral y social.
Los cambios en la evolución del naturalismo español resultaron fundamentales para comprender algunas de las mejores novelas del momento, que tendieron a explorar nuevos ambientes degradados y a dar importancia a la psicología en la narración, debido al interés en examinar pasiones humanas extremas y destructoras.
Vicente Blasco Ibáñez, considerado el "Zola español", aplicó los principios naturalistas de Zola a la novela social, dirigida al análisis de los distintos ámbitos vitales de su región natal, Valencia. Blasco intentaba desmitificar la imagen de una Valencia rural bucólica y armónica, destapando la violencia soterrada en los campesinos.
Blasco volvió también sobre el patrón de la "novela de tesis" en cuatro textos que planteaban utopías sociales, ambientadas en distintos escenarios de la geografía española. Estas novelas han sido criticadas por su esquematismo y la división maniquea de personajes simbólicos.
Lo más interesante es el modo en que Blasco Ibáñez se enfrentó al tema del mundo del campo y el abandono en que se encuentra el campesinado frente a la actividad frenética de la ciudad de progreso, dejando abierta una brecha de esperanza para el obrero urbano, a diferencia del fatalismo de Palacio Valdés.
Pío Baroja es uno de los narradores más prolíficos y completos de la literatura española, con un don natural para crear una atmósfera particular en cada una de sus novelas. Baroja entendía la novela como un género abierto a posibilidades infinitas, prefiriendo la "novela de argumento disperso" construida por sartas de episodios.
Baroja no parece creer en soluciones filosóficas, políticas o sentimentales que den respuesta a problemas generales. Sus historias muestran un cierto halo de irracionalismo, reflejando su consideración de la vida del hombre como un simple hecho biológico sin consecuencias.
Sus relatos son básicamente "de protagonista", con un personaje central que en la mayoría de los casos resulta una clara proyección de sí mismo: un hombre culto con clara conciencia de sí mismo y de sus vínculos con la sociedad. Su primera gran novela, "Camino de Perfección", es el relato de un viaje por la geografía española que enmarca la evolución de un personaje antiheroico.
Pío Baroja y la novela española
La obra narrativa de Pío Baroja se caracteriza por ser una empresa en solitario, al igual que el viaje en la novela picaresca. Los diálogos con los personajes que el protagonista encuentra en su camino son esenciales, ya que en ellos Baroja refleja la cortedad de miras del "españolito provinciano" y los ritos y tópicos vacíos de su pueblo. Además, Baroja incluye elementos románticos como la visita a un cementerio o a un convento.
El narrador se presenta como antiguo compañero del protagonista y conocedor de su personalidad, pero en la última parte utiliza el recurso del cuaderno manuscrito encontrado por azar, al igual que en el Quijote. Hay capítulos en primera persona, como si fuera un diario, aunque en las páginas finales recupera la voz de la tercera persona.
Las relaciones amorosas tienen gran importancia en la narrativa de Baroja, y pueden entenderse como un debate íntimo entre la pasión unida a una "religión" personal y el catolicismo convencional sostenido por reglas morales caóticas, responsable del "mal español" del que se quejaron los del
"El árbol de la ciencia" (1911) es casi una autobiografía de la juventud del autor, que narra la trayectoria vital de Andrés Hurtado desde sus años de estudiante de Medicina hasta su suicidio final. Hurtado se presenta como un analista incapaz de actuar, lo que plantea uno de los grandes asuntos noventayochistas: la contradicción entre pensamiento y acción.
La narrativa de José Martínez Ruiz, conocido como Azorín, corrobora la existencia de un protagonista típicamente del '98. Sus novelas como "Diario de un enfermo" (1900) y "La voluntad" (1902) reflejan el conflicto de un hombre vitalista que llega a la idea del suicidio, víctima de la rutina.
Por su parte, Miguel de Unamuno, principal exponente de la Generación del 98, concebía la novela como el mejor vehículo para interpretar la realidad. Obras como "Amor y pedagogía" (1902), "Niebla" (1914) y "Abel Sánchez" (1917) reflejan sus inquietudes existenciales, influenciadas por la lectura de Kierkegaard, y la idea de la existencia humana como una novela que escribe su propio protagonista.
La indagación sobre la personalidad y el
teatro de Miguel de Unamuno
La indagación sobre la personalidad fue el gran motivo inspirador de la obra de Miguel de Unamuno, incluyendo su teatro. En su novela más leída, San Manuel Bueno, mártir (1930), Unamuno presenta a un párroco que no llega a confesar a sus feligreses que no cree en Dios, para poder alimentar en ellos un sentimiento de fe. El personaje de don Manuel representa el afán de Unamuno por el símbolo de una aldea inventada, Valverde de Lucerna, que se presenta como emblema de un sueño colectivo, el de una fe necesaria y hasta indispensable para la supervivencia. La historia está contada por una mujer, Ángela Carballino, que fue ferviente seguidora y confidente del cura, y conocedora de su secreto. Detrás de don Manuel se puede ver una figura que es mitad Jesucristo, mitad Don Quijote benefactor, ya que al morir quiso llamarse Alonso Quijano el Bueno. La intención del testimonio de Ángela es una lección muy cervantina: preguntarse qué es en realidad creer, y defender el que cada cual pueda creerse su propia 'mentira' para poner a salvo una verdad que considere superior.
Sus poemas y obras teatrales abordaron los mismos temas de su narrativa: los dramas íntimos, amorosos, religiosos y políticos a través de personajes conflictivos y sensibles ante las formas evidentes de la realidad. Su obra y su vida estuvieron estrechamente relacionadas, lo que explica las contradicciones y paradojas que le valieron ser calificado por Antonio Machado como 'don quijotesco'. Unamuno fue un intelectual inconformista que hizo de la polémica una forma de búsqueda.
La modernidad en la novela española: Ramón
del Valle-Inclán
Ramón del Valle-Inclán (1866-1936) es considerado uno de los autores clave de la literatura española del siglo XX. Se inició como narrador con una prosa de corte modernista, mostrando los ideales aristocráticos que le acompañarían durante toda su novelesca vida. Sus Cuatro Sonatas (1902-1905), tituladas según las estaciones del año, se han definido como 'cuatro fantasías exóticas de lenguaje exquisitamente trabajado' por su voluntad de escapar de la prosaica realidad presente. En estas narraciones se enlazan tres grandes temas: la religión, el erotismo y la muerte, con un personaje central romántico: el Marqués de Bradomín, un don Juan feo, católico y sentimental. Las Sonatas tienen como fondo histórico el ambiente de las guerras carlistas y se conciben como las memorias de este personaje. El decadentismo que recorre las Sonatas no era un mero escapismo, sino un rechazo de la escala de valores convencionales como el materialismo, la hipocresía y la mediocridad de la clase media.
En esta trilogía (Los cruzados de la causa, El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño), Valle-Inclán concentra la parte de la Historia de España que más le interesaba. Lo que empezó siendo una exaltación de la guerra que pretendía restituir a Carlos M.ª Isidro como rey, fue cambiando a medida que Valle se fue adentrando en el estudio de los acontecimientos históricos. En El resplandor de la hoguera (1909), Valle retrata con el mismo entusiasmo a todos los que luchan en bandos contrarios, adoptando un estilo bautizado como 'tremendismo'. En Gerifaltes de antaño, Valle utiliza su más cruel sarcasmo especialmente contra los militares y aristócratas, culpando de la decadencia de ese mundo señorial a la parte bárbara de aquellos señores.
Tirano Banderas (1926) es considerada lo mejor de la producción de Valle-Inclán. Aquí cambia radicalmente de escenario y se sitúa en México, que ya había evocado en algunas de sus Sonatas. El protagonista, un dictador latinoamericano, es definido burlescamente por Valle, resaltando su mezquina personalidad, falta de ingenio y cinismo. Las últimas novelas de Valle-Inclán formaron parte del proyecto de una serie de nueve, bajo el título El ruedo ibérico, de las que llegó a escribir
el mundo solo puede ser bien comprendido desde la combinación de perspectivas.
El teatro de Francisco Ayala
En la novela de Francisco Ayala, se destaca el cuidado del estilo en el que se expresan cada uno de los personajes, demostrando una riqueza de registros comparable a lo que se ha denominado el "habla total" de Valle-Inclán. El tema del amor es central en obras como "Luna de miel, luna de hiel", donde hay una profunda preocupación del autor por la psicología y la educación del adolescente. Se pone en evidencia la falta de educación sexual en España y los prejuicios que acarrea. La trama es simple: una pareja de jóvenes inexpertos que al casarse deben afrontar todos los problemas derivados de su absoluta ignorancia erótica, contrastando con que los personajes hagan continuas citas de Dante, Goethe o Rousseau.
La segunda parte de esta obra, "Los trabajos de Urbano y Simona", tiene claramente el Persiles de Cervantes como referente, sin que ello suponga una interpretación del sentido de la novela cervantina, sino solo concentrar el conflicto en la relación entre amor y sexo.
Las novelas consideradas la culminación del arte narrativo de Ayala tienen como tema central el honor: "Tigre Juan" (la más realista, que se sirvió de la leyenda de don Juan) y su continuación, "El curandero de su honra", ambas de 1926.
El panorama del teatro español a comienzos del siglo XX era bastante desolador, con cuatro tendencias fundamentales: teatro poético/modernista; teatro cómico; comedia tradicional; y teatro renovador. La mediocridad se hacía más notoria en contraste con el gran impulso renovador que se estaba produciendo en Europa, con propuestas naturalistas, simbolistas y de "teatros libres".
El problema español no fue tanto la falta de talentos, sino la imposibilidad de que estos se dieran a conocer, debido a lo poco arriesgado que fueron los empresarios teatrales ante proyectos novedosos que no les aseguraran ganancias. Además, la sombra vigilante de los censores planeaba sobre cualquier posible salida de la ortodoxia. Así, los autores de verdadera altura dramática terminaban siendo eclipsados por aquellos otros dramaturgos que sí sabían plegarse a las imposiciones del teatro comercial.
Los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, sevillanos, fueron comediógrafos de fama inigualable. La mayor parte de sus obras eran de carácter cómico, demostrando habilidad en concebir el teatro como producto de consumo a través de los modelos del llamado "género chico".
Las piezas breves con partes cantadas, sostenidas por textos de mediana o baja calidad, pero con vistosas puestas en escena, resultaron tan lucrativas para las compañías teatrales que llegaron a construir un auténtico monopolio.
Entre 1887 y 1920, veinte teatros madrileños se dedicaron a ese tipo de género, que empezó a dar cabida a las "variedades" y los "cupos". Su aceptación social animó hasta a los autores más serios a escribir libretos de zarzuela, que se convirtió en el género preferido de varias generaciones de españoles hasta los años 30.
El gran renovador del teatro español desde comienzos de siglo fue Jacinto Benavente, culto y liberal, con gran conocimiento de las técnicas dramáticas que fue perfeccionando en sus viajes por Europa. Su primera obra, "El Nido ajeno" (1984), fue una original vuelta sobre la posición de la mujer casada en el matrimonio de clase media, estableciendo un vínculo interesante con "Casa de muñecas" de Ibsen.
Su primer gran éxito fue "La noche del sábado" (1903), que ofrecía en un escenario fantástico una sátira de la hipocresía de la aristocracia europea. Benavente logró seducir al público burgués al que pertenecía, "educándolo" para la recepción de piezas reflexivas y moralizantes, con agudas y sutiles ironías, creando un nuevo lenguaje teatral.
Benavente se especializó en protagonistas femeninas, desde las que lanzaba toda una lección nacional-católica sobre el matrimonio y la familia. Fue en el impulso que consiguió dar al drama rural donde debe buscarse a Benavente de mayor éxito, como en "Señora ama" (1908) y "La Malquerida" (1912), que trataban temas propios de la tragedia.
Los objetivos estéticos modernistas encontraron un cauce perfecto en el teatro de temática histórica, que permitía a los poetas liberarse con la imaginación, huyendo hacia tiempos "más bellos" que la realidad que les había tocado vivir. Hay dos claras preferencias: la Edad Media y el Siglo XVI.
Este teatro pretendía la misma evasión hacia un mundo lejano de la realidad que podía buscar cualquier otra fantasía poética. Autores como Francisco Villaespesa, con obras de ambientación árabe o inspiradas en la historia del arte, o Valle-Inclán, con su teatro goyesco de farsas y esperpentos, son ejemplos de esta tendencia.
Arniches supo construir un modelo de 'casticismo verbal' al convertir en lengua literaria el habla de tipos del pueblo bajo. Arniches concedía gran valor a la palabra, la agudeza, la agilidad dialogística y el golpe imprevisto, atreviéndose a dar las causas de las injusticias sociales. Arniches evolucionó hacia la 'tragedia grotesca', creando personajes que inspiran compasión al saberse ridículos, como en su obra maestra La señorita de Trevélez.
Jacinto Grau, con El señor de Pigmalión (1921), planteaba la relación entre el creador y los personajes de su invención, en la línea de Pirandello. Max Aub, en obras como El desconfiado prodigioso (1924) y El celoso y su enamorada (1925), experimentaba con personajes casi marionetas y el conflicto de los celos. Ramón Gómez de la Serna, con Los medios seres (1929), presentaba una farsa de planteamiento surrealista.
Valle-Inclán y la revolución del 'esperpento'
Valle-Inclán comprendía la épica y la tragedia como formas de sublimación de lo heroico, y se dedicó a subvertir los mitos forjados a través de la historia de la literatura, especialmente los del romanticismo. Sus Comedias bárbaras (Águila de blasón, Romance de lobos y Cara de plata) logran un ambiente de misterio y presentan una Galicia intemporal y mítica dominada por la brujería.
Entre 1915 y 1917, Valle-Inclán demuestra una mayor conciencia política y ofrece una crítica amarga de la sociedad española. Sus farsas se diferencian de las de Arniches en que lo farsesco no parte de la sociedad real urbana, sino de la literatura sobre ella, permitiéndole jugar con personajes estereotipados.
Valle-Inclán utiliza el término 'esperpento' para definir una nueva estética donde representa una deformación grotesca de la realidad española, de manera que esta sea entendida en toda su profunda verdad.
Obras como Divinas palabras y Ligazón (incluida en Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte) ejemplifican esta estética 'tremendista' y la carnalidad explícita en el drama.
Los rasgos del esperpento
El objetivo es expresar la deformación y el caos que vive España.
Puede llegar a la cosificación, la muñequización o la animalización de los personajes. El autor observa a los personajes desde un plano superior y los trata como marionetas a las que puede manipular. Por ejemplo, Don Latino ladra como un perro.
Mezcla constante de diferentes registros de lengua: compleja, múltiple, dominada por un desgarro mantenido con fines artísticos, con presencia de vulgarismos y habla madrileña de la calle.
Contraste entre lo trágico y lo burlesco.
Luces de Bohemia: el primer esperpento
Es una obra trágica en la que Valle critica la sociedad española, donde no hay lugar para el genio ni el trabajador, sino solo para la canalla y la infamia. Los personajes no son pura invención, sino que toma de la vida real y los somete a un proceso de estilización caricaturesca. Son puramente simbólicos. Se narran las últimas horas de la vida del protagonista, Max Estrella, un escritor ciego y sumido en la pobreza que vive en Madrid con su mujer y su hija. La obra se concentra en el vagabundear de Max y de su compañero Don Latino de Hispalis, un aprovechador que se declara admirador de Max. Las escenas pintan la difícil situación de la España del periodo, como la taberna de Pica Lagartos, la cárcel donde Max es detenido, o una calle donde encuentran un revuelo y una mujer gritando con su hijo muerto. Cuando la noche termina, Max llega con Latino a la puerta de su casa, donde muere. Latino se emborracha y gasta el dinero, mientras que la hija y la esposa se suicidan.
Obra dedicada a la heroína ajusticiada en Granada por colaborar en una conspiración política. Lo que le resulta más admirable al autor no es su integridad ideológica, sino la absoluta fidelidad sentimental de su protagonista, que muere sola y enamorada.
Drama sobre la imposibilidad de encontrar el amor, la espera de una mujer que vive apurando la ilusión de las cartas de un novio que en realidad se ha casado con otra. Lorca dirigió su interés hacia los ambientes de la burguesía y hacia una mujer menos esencial, pero con el mismo destino de frustración.
Obra más vanguardista, estrechamente ligada a las vivencias neoyorquinas de Lorca y al mundo onírico que fabricó en Poeta en Nueva York. Se ha denominado 'criptodrama' por la dificultad que exige interpretarlo.
Idealizó un crimen ocurrido en Níjar, Almería, dándole una dimensión universal a la fatalidad trágica del vivir humano. Frente a la visión pecaminosa del cuerpo sostenida por la moral católica, Lorca hizo una reivindicación lírica del instinto.
Es un poema trágico sobre la mujer estéril, que atrevía a presentar el matrimonio y la maternidad como obligaciones opresivas. Lorca definió a su protagonista como un personaje que canta su instinto y su exaltación dolorida a la naturaleza.
Lorca la presentaba como "drama de mujeres en los pueblos de España" con la intención de un documental fotográfico. Quiso que el espacio escénico en blanco y negro fuese asfixiante, con las paredes de una casa en la que viven solo mujeres en un riguroso luto, gobernadas por el silencio que Bernarda impone a sus hijas.
La Casa de Bernarda Alba: Análisis Literario
En la obra de Lorca, el antagonista de Bernarda será La Poncia, la criada de la misma edad que Bernarda. La voz de La Poncia representa la inquina soterrada del pueblo hacia la despótica terrateniente. El conflicto se basa en el enfrentamiento entre el principio de autoridad, representado por Bernarda, y el principio de la libertad, representado en la hija menor, Adela. Adela mantiene relaciones secretas con el pretendiente de su hermana mayor, la única poseedora de la herencia. Tras romper el mando de su madre y reivindicar su amor, Adela acaba suicidándose al creer que han matado a su amado, muriendo de dolor igual que la Julieta de Shakespeare. Su suicidio es su "liberación desesperada", el único acto de rebelión que tenía a mano.
En Bernarda parecen concentrarse todas las características del dictador, a pesar de que esta interpretación fue rechazada por el autor. Es fácil comprender que en la pintura de esa casa muchos vieran una premonición contra la represión que se viviría en la España franquista.
Lorca vuelve a conseguir acoplar el realismo social y poético, intensificando el componente simbólico a todos los niveles, especialmente en el lenguaje. Destaca el símbolo del caballo, imagen de la potencia viril, que sustituye la presencia real de Pepe el Romano, el objeto de deseo que nunca llega a aparecer en escena. Hay también una serie de símbolos eróticos que giran en torno al agua y la sequedad.
La Casa de Bernarda Alba es mucho más que un drama sobre la sexualidad reprimida. Adela, la joven protagonista, es la que más rebosa pasión y rebeldía, la que más carece de resignación cristiana. Sin embargo, quienes la salvaguardan son mujeres que, lejos de solidarias entre ellas, se destrozan amargando la vida entre sí. Por lo que la obra resulta también una tragedia sobre la envidia y los celos dentro del seno familiar, en un universo femenino que el dramaturgo sentía propio.
El 'Grupo Poético del 27' fue una brillante promoción de la literatura española del siglo XX, que asimiló la rica tradición literaria española y las nuevas corrientes de vanguardia. Autores como Salinas, Alonso, Guillén, Diego, Lorca, Alberti, Aleixandre y Cernuda, entre otros, conformaron este grupo, caracterizado por su sensibilidad para la expresión lírica y su diversidad de voces poéticas.