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5 conferencias de Freud, leído en Procesos básicos 1
Tipo: Monografías, Ensayos
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Esta obra está dedicada, con gratitud, al
Presidente de la Clark University Profesor de psicología y pedagogía
invitación en diciembre de 1908, pero el evento tuvo lugar recién en setiembre del próximo año; dictó sus conferen- cias el lunes 6 de dicho mes y los cuatro días subsiguientes. El propio Freud declaró entonces que era ese el primer re- conocimiento oficial de la joven ciencia, y en su Presentación autobiográfica (1925d) diría más tarde que ocupar esa cáte- dra le pareció «la realización de un increíble sueño diurno» CAE, 20, pág. 49). Según una costumbre suya que casi no tuvo excepciones, Freud pronunció estas conferencias (en alemán, por supues- to) de manera directa, sin anotaciones y con muy poca pre- paración previa, como nos informa el doctor Jones. Sólo al regresar a Viena fue persuadido para que las escribiera, y se avino a hacerlo. El trabajo no quedó listo hasta la se- gunda semana de diciembre, pero su memoria verbal era tan buena que -asegura Jones- la versión impresa «no se apartó mucho de la alocución original». A comienzos de 1910 se publicó la traducción al inglés en la American Jour- nal of Psychology, y poco tiempo después apareció en Viena la primera edición alemana, en forma de folleto. 3 La obra se hizo popular y tuvo varias ediciones; en ninguna de estas sufrió cambios sustanciales, salvo la nota al pie agregada en 1923 al comienzo, en la cual Freud rectifica sus manifes- taciones respecto de la deuda que tenía el psicoanálisis para con Breuer. Esta nota no aparece más que en los Gesammel- te Schriften y en las Gesammelte Werke. En mi <<Introduc- ción» a Estudios sobre la histeria (1895d), AE, 2, págs. 20 y sigs., se hallará un comentario acerca de la variable acti- tud de Freud hacia Breuer. Durante toda su carrera, Freud se mostró siempre dis- puesto a exponer sus descubrimientos en trabajos de di- vulgación general. (Una lista de estos figura infra, pág. 52.) Aunque ya tenía publicados algunos informes sumarios so- bre el psicoanálisis, esta serie de conferencias constituyó el primer escrito extenso de divulgación. Naturalmente, sus trabajos de esta índole eran de diversa dificultad según el público al que estuvieran dirigidos; y el que ocupa las pá- ginas siguientes debe considerarse uno de los más sencillos,
2 Se hallará otro relato sobre el acontecimiento en "Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico» (1914d), AE, 14, págs. 29-30, y una descripción más completa, de la cual han sido tomados la mayo- ría de los detalles que damos aquí, en la biografía de Ernest Jones (1955, págs. 59 y sigs.l. 3 En vida de Freud, las conferencias fueron traducidas a muchas otras lenguas: polaco (1911), ruso (1911), húngaro (1912), holandés (1912), italiano (1915), danés (1920), francés (921), español (1923), portugués (1931) y japonés (1933).
en especial si se lo compara con la importante serie de Confe- rencias de introducción al psicoanálisis que pronunció años más tarde (1916-17). Pero a despecho de todos los agregados que se le harían a la estructura del psicoanálisis en el cuar- to de siglo venidero, las presentes conferencias siguen propor- cionando un admirable esquema preliminar, que exige muy pocas correcciones. Y ofrecen una excelente idea de la soltura y claridad de su estilo, y de su desembarazado sentido de la forma, que hicieron de él tan notable conferencista. 4
James Strachey
4 En la nota necrológica que escribiera a la muerte de Sándor Fe- renczi, Freud consignó la participación que le cupo a este en la génesis de las conferencias. (Cf. Freud (1933c),AE, 22, pág. 227.)
no hace falta una particular formación previa en medicina para seguir mi exposición. Es cierto que por un trecho avan zaremos junto con los médicos, pero pronto nos separare mos para acompañar al doctor Breuer en un peculiarísimo camIno. La paciente del doctor Breuer, una muchacha de veintiún años, intelectualmente muy dotada, desarrolló en el trayecto de su enfermedad, que se extendió por dos años, una serie de perturbaciones corporales y anímicas merecedoras de to marse con toda seriedad. Sufrió una parálisis con rigidez de las dos extremidades del lado derecho, que permanecían insensibles, y a veces esta misma afección en los miembros del lado izquierdo; perturbaciones en los movimientos ocu lares y múltiples deficiencias en la visión, dificultades para sostener la cabeza, una intensa tussis nervosa, asco frente a los alimentos y en una ocasión, durante varias semanas, in capacidad para beber no obstante una sed martirizadora; además, disminución de la capacidad de hablar, al punto de no poder expresarse o no comprender su lengua mater na, y, por último, estados de ausencia, confusión, deliria, alteración de su personalidad toda, a los cuales consagrare mos luego nuestra atención. Al tomar conocimiento ustedes de semejante cuadro pato lógico, se inclinarán a suponer, aun sin ser médicos, que se trata de una afección grave, probablemente cerebral, que ofrece pocas perspectivas de restablecimiento y acaso lleve al temprano deceso de los aquejados por ella. Admitan, sin embargo, esta enseüanza de los médicos: para toda una serie de casos que presentan esas graves manifestaciones está justificada otra concepción, mucho más favorable. Si ese cua dro clínico aparece en una joven en quien una indagación objetiva demuestra que sus órganos internos vitales (cora zón, riüones) son normales, pero que ha experimentado vio lentas conmociones del ánimo, y si en ciertos caracteres más finos los diversos síntomas se apartan de lo que cabría es perar, los médicos no juzgarán muy grave el caso. Afirma rán no estar frente a una afección orgánica del cerebro, sino ante ese enigmático estado que desde los tiempos de la me dicina griega recibe el nombre de histeria y es capaz de si mular toda una serie de graves cuadros. Por eso no discier nen peligro mortal y consideran probable una recuperación -incluso total- de la salud. No siempre es muy fácil dis tinguir una histeria de una afección orgánica grave. Pero no necesitamos saber cómo se realiza un diagnóstico diferencial de esta clase; bástenos la seguridad de que justamente el caso de la paciente de Breuer era uno de esos en que ningún
médico experto erraría el diagnóstico de histeria. En este punto podemos traer, del informe clínico, un complemento: ella contrajo su enfermedad mientras cuidaba a su padre, tiernamente amado, de una grave dolencia que lo llevó a la tumba, y a raíz de sus propios males debió dejar de prestarle esos auxilios. Hasta aquí nos ha resultado ventajoso avanzar junto con los médicos, pero pronto nos separaremos de ellos. En efecto, no esperen ustedes que las perspectivas del tratamiento médico hayan de mejorar esencialmente para el enfermo por el hecho de que se le diagnostique una histeria en lugar de una grave afección cerebral orgánica. Frente a las enferme dades graves del encéfalo, el arte médico es impotente en la mayoría de los casos, pero el facultativo tampoco sabe obrar nada contra la afección histérica. Tiene que dejar librados a la bondadosa naturaleza el momento y el modo en que se realice su esperanzada prognosis." Entonces, poco cambia para el enfermo al discernírsele la histeria; es al médico a quien se le produce una gran varia ción. Podemos observar que su actitud hacia el histérico difiere por completo de la que adopta frente al enfermo or gánico. N o quiere dispensar al primero el mismo grado de interés que al segundo, pues su dolencia es mucho menos seria, aunque parezca reclamar que se la considere igual mente grave. Pero no es este el único motivo. El médico, que en sus estudios ha aprendido tantas cosas arcanas para el lego, ha podido formarse de las causas y alteraciones patoló gicas (p. ej., las sobrevenidas en el encéfalo de una persona afectada de apoplejía o neoplasia) unas representaciones que sin duda son certeras hasta cierto grado, puesto que le per miten entender los detalles del cuadro clínico. Ahora bien, to do su saber, su previa formación patológica y anátomo-fisio lógica, lo desasiste al enfrentar las singularidades de los fe nómenos histéricos. No puede comprender la histeria, ante la cual se encuentra en la misma situación que el lego. He ahí algo bien ingrato para quien tanto se precia de su saber en otros terrenos. Por eso los histéricos pierden su simpatía; los considera como unas personas que infringen las leyes de su ciencia, tal como miran los ortodoxos a los heréticos; les atribuye toda la malignidad posible, los acusa de exageración y deliberado engaño, simulación, y los castiga quitándoles su interés.
4 Sé que esta aseveración ya no es válida hoy, pero en la conferen cia me remonto junto con mi auditorio al período anterior a 1880. Si luego las cosas han cambiado, se debe en buena parte, justamente, a los empeños cuya historia esbozo.
drofóbica. Era evidente que durante esos segundos caía en estado de ausencia. Sólo vivía a fuerza de frutas, melones, etc., que le mitigaban su sed martirizadora. Cuando esta si· tuación llevaba ya unas seis semanas, se puso a razonar en estado de hipnosis acerca de su dama de compañía inglesa, a quien no amaba, y refirió entonces con todos los signos de la repugnancia cómo había ido a su habitación, y ahí vio a su perrito, ese asqueroso animal, beber de un vaso. Ella no dijo nada pues quería ser cortés. Tras dar todavía enérgica expresión a ese enojo que se le había quedado atas cado, pidió de beber, tomó sin inhibición una gran cantidad de agua y despertó de la hipnosis con el vaso en los labios. Con ello la perturbación desaparecía para siempre». Permítanme detenerme un momento en esta experiencia. Hasta entonces nadie había eliminado un síntoma histérico por esa vía, ni penetrado tan hondo en la inteligencia de su causación. ~o podía menos que constituir un descubrimiento de los más vastos alcances si se corroboraba la expectativa de que también otros síntomas, y acaso la mayoría, nacían de ese modo en los enfermos e igualmente se los podía cance lar. Breuer no ahorró esfuerzos para convencerse de ello, y pasó a investigar de manera planificada la patogénesis de los otros síntomas, más graves. Y así era, efectivamente; casi todos los síntomas habían nacido como unos restos, como unos precipitados si ustedes quieren, de vivencias plenas de afecto a las que por eso hemos llamado después "traumas psíquicos»; y su particularidad se esclarecía por la refe rencia a la escena traumática que los causó. Para decirlo con un tecnicismo, eran determinados IdeterminierenJ por las escenas cuyos restos mnémicos ellos figuraban, y ya no se debía describirlos como unas operaciones arbitrarias o enig máticas de la neurosis. Anotemos sólo una desviación res pecto de aquella expectativa. La que dejaba como secuela al síntoma no siempre era una vivencia única; las más de las veces habían concurrido a ese efecto repetidos y nume rosos traumas, a menudo muchísimos de un mismo tipo. Toda esta cadena de recuerdos patógenos debía ser repro ducida luego en su secuencia cronológica, y por cierto en sentido inverso: los últimos primero, y los primeros en úl timo lugar; era de todo punto imposible avanzar hasta el primer trauma, que solía ser el más eficaz, saltando los so brevenidos después. Querrán ustedes, sin duda, que les comunique otros ejem plos de causación de síntomas histéricos, además de esta
5 Estudios sobre la histeria (1895d) [AE, 2, pág. 58].
aversión al agua por asco al perro que bebió del vaso. Em pero, si deseo cumplir mi programa, debo limitarme a muy pocas muestras. Así, Breuer refiere que las perturbaciones en la visión de la enferma se reconducían a ocasiones "de este tipo: la paciente estaba sentada, con lágrimas en los ojos, junto al lecho de enfermo de su padre, cuando este le pre guntó de pronto qué hora era; ella no veía claro, hizo un esfuerzo, acercó el reloj a sus ojos y entonces la esfera se le apareció muy grande (macropsia y stmbismus conucrgcnsl; o bien se esforzó por sofocar las lágrimas para que el pa dre no las viera».6 Por otra parte, todas las impresiones patógenas venían de la época en que participó en el cui dado de su padre enfermo. «Cierta vez hacía vigilancia noc turna con gran angustia por el enfermo, que padecía alta fiebre, y en estado de tensión porque se esperaba a un ciru jano de Viena que practicaría la operación. La madre se había alejado por un rato, y Anna estaba sentada junto al lecho del enfermo, con el brazo derecho sobre el respaldo de la silla. Cayó en un estado de sueilo despierto y vio cómo desde la pared una serpiente negra se acercaba al enfermo para morderlo. (Es muy probable que en el prado que se extendía detrás de la casa aparecieran de hecho algunas ser pientes y ya antes hubieran provocado terror a la muchacha, proporcionando ahora el material de'la alucinación.) Quiso espantar al animal, pero estaba como paralizada; el brazo derecho, pendiente sobre el respaldo, se le había "dormido", volviéndosele anestésico y parético, y cuando lo observó, los dedos se mudaron en pequeilas serpientes rematadas en calaveras (las uilas). Probablemente hizo intentos por ahu yentar a la serpiente con la mano derecha paralizada, y por esa vía su anestesia y parálisis entró en asociación con la alucinación de la serpiente. Cuando esta hubo desaparecido, quiso en su angustia rezar, pero se le denegó toda lengua, no pudo hablar^ en^ ninguna,^ hasta^ que^ por^ fin dio con^ un^ verso infantil en inglés y entonces pudo seguir pensando y orar en esa lenguan • 7 Al recordar esta escena en la hipnosis, quedó eliminada también la parálisis rígida del brazo de recho, que persistía desde el comienzo de la enfermedad, llegando así a su fin el tratamiento. Cuando ailos después yo empecé a aplicar el método de indagación y tratamiento de Breuer a mis propios pacientes, hice experiencias que coincidían en un todo con las de él. Una dama de unos cuarenta ailos sufría de un tic, un cu
6 ¡bid. [pág. 63]. 7 ¡bid. [pág. 62].
incendio que en 1666 estalló en las cercanías y destruyó gran parte de la ciudad. Estos monumentos son, pues, sím bolos mnémicos como los síntomas histéricos; hasta este punto parece justificada la comparación. Pero, ¿qué dirían ustedes de un londinense que todavía hoy permaneciera desolado ante el monumento recordatorio del itinerario fú nebre de la reina Eleanor, en vez de perseguir sus negocios con la premura que las modernas condiciones de trabajo exigen o de regocijarse por la juvenil reina de su corazón? ¿O de otro que ante <,The Monument" llorara la reducción a cenizas de su amada ciudad, que empero hace ya mucho tiempo que fue restaurada con mayor esplendor todavía? Ahora bien, los histéricos y los neuróticos todos se compor tan como esos dos londinenses no prácticos. Y no es sólo que recuerden las dolorosas vivencias de un lejano pasado; todavía permanecen adheridos a ellas, no se libran del pa sado y por él descuidan la realidad efectiva y el presente. Esta fijación de la vida anímica a los traumas patógenos es uno de los caracteres más importantes y de mayor sustan tividad práctica de las neurosis. Les concedo de buen grado la objeción que quizá formu lan ustedes en este momento, considerando el historial clí nico de la paciente de Breuer. En efecto, todos sus traumas provenían de la época en que cuidaba a su padre enfermo, y sus síntomas sólo pueden concebirse como unos signos re cordatorios de su enfermedad y muerte. Por tanto, corres ponden a un duelo, y no hay duda de que una fijación a la me moria del difunto tan poco tiempo después de su deceso no tiene nada de patológico, sino que más bien responde a un proceso de sentimiento normal. Yo se los concedo; la fijación a los traumas no es nada llamativo en el caso de la paciente de Breuer. Pero en otros, como el del tic tratado por mí, cuyos ocasionamientos se remontaban a más de quince y a diez años, el carácter de la adherencia anormal al pasado resulta muy nítido, y es probable que la paciente de Breuer lo habría desarrollado igualmente de no haber iniciado trata miento catártico trascurrido un lapso tan breve desde la vivencia de los traumas y la génesis de los síntomas.
Hasta aquí sólo hemos elucidado el nexo de los síntomas histéricos con la biografía de los enfermos; en este punto, a partir de otros dos aspectos de la observación de Breuer podemos obtener una guía acerca del modo en que es preciso concebir el proceso de la contracción de la enfermedad y del restablecimiento.
En primer lugar, corresponde destacar que la enferma de Breuer, en casi todas las situaciones patógenas, debió so focar una intensa excitación en vez de posibilitarle su de curso mediante los correspondientes signos de afecto, pa labras y acciones. En la pequeña vivencia con el perro de su dama de compañía, sofocó, por miramiento hacia ella, toda exteriorización de su muy intenso asco, y mientras vigilaba junto al lecho de su padre, tuvo el permanente cuidado de no dejar que el enfermo notara nada de su an gustia y dolorosa desazón. Cuando después reprodujo ante el médico esas mismas escenas, el afecto entonces inhibido afloró con particular violencia, como si se hubiera reservado durante todo ese tiempo. Y en efecto: el síntoma que había quedado pendiente de esa escena cobraba su máxima inten sidad a medida que uno se acercaba a su causación, para desaparecer tras la completa tramitación de esta última. Por otro lado, pudo hacerse la experiencia de que recordar la escena ante el médico no producía efecto alguno cuando por cualquier razón ello discurría sin desarrollo de afecto. Los destinos de estos afectos, que uno podía representarse como magnitudes desplazables, eran entonces lo decisivo tanto para la contracción de la enfermedad como para el restablecimiento. Así resultó forzoso suponer que aquella sobrevino porque los afectos desarrollados en las situaciones patógenas hallaron bloqueada una salida normal, y la esen cia de su contracción consistía en que entonces esos afectos «estrangulados» eran sometidos a un empleo anormal. En parte persistían como unos lastres duraderos de la vida anímica y fuentes de constante excitación; en parte expe rimentaban una trasposición a inusuales inervaciones e in hibiciones corporales que se constituían como los síntomas corporales del caso. Para este último proceso hemos acu ñado el nombre de conversión histérica. Lo corriente y nor mal es que una parte de nuestra excitación anímica sea guiada por el camino de la inervación corporal, y el resul tado de ello es lo que conocemos como «expresión de las emociones». Ahora bien, la conversión histérica exagera esa parte del decurso de un proceso anímico investido de afec to; corresponde a una expresión mucho más intensa, guia da por nuevas vías, de la emoción. Cuando un cauce se divide en dos canales, se producirá la congestión de uno de ellos tan pronto como la corriente tropiece con un obs táculo en el otro. Lo ven ustedes; estamos en vías de obtener una teoría puramente psicológica de la histeria, en la que adjudicamos el primer rango a los procesos afectivos.
Me temo que esta parte de mi exposición no les haya pa recido muy trasparente. Pero consideren que se trata de novedosas y difíciles intuiciones, que quizá no puedan acla rarse mucho más: prueba de que no hemos avanzado toda vía un gran trecho en nuestro conocimiento. Por lo demás, la tesis de Breuer acerca de los estados hipnoides demostró ser estorbosa y superflua, y el actual psicoanálisis la ha abandonado. Les diré luego, siquiera indicativamente, qué influjos y procesos habrían de descubrirse tras esa divisoria de los estados hipnoides postulados por Breuer. Habrán recibido ustedes, sin duda, la justificada impresión de que las investigaciones de Breuer sólo pudieron ofrecerles una teoría harto incompleta y un esclarecimiento insatisfactorio de los fenómenos observados; pero las teorías no caen del cielo, y con mayor justificación todavía deberán ustedes des confiar si alguien les ofrece ya desde el comienzo de sus observaciones una teoría redonda y sin lagunas. Es que esta última sólo podría ser hija de la especulación y no el fruto de una exploración de los hechos sin supuestos previos.
II
Señoras y señores: Más o menos por la misma época en que Breuer ejercía con su paciente la «tallúng cure», el maes tro Charcot había iniciado en París aquellas indagaciones sobre las histéricas de la Salpétriere que darían por resul tado una comprensión novedosa de la enfermedad. Era impo sible que esas conclusiones ya se conocieran por entonces en Viena. Pero cuando una década más tarde Breuer y yo publicamos la comunicación preliminar sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos [1893a], que tomaba como punto de partida el tratamiento catártico de la prime ra paciente de Breuer, nos encontrábamos enteramente ba jo el sortilegio de las investigaciones de Charcot. Equipara mos las vivencias patógenas de nuestros enfermos, en calidad de traumas psíquicos, a aquellos traumas corporales cuyo influjo sobre parálisis histéricas Charcot había estableci do; y la tesis de Breuer sobre los estados hipnoides no es en verdad sino un reflejo del hecho ele que Charcot hubiera re producido artificialmente en la hipnosis aquellas parálisis traumáticas. El gran observador francós, de quien fui discípulo entre 1885 y 1886, no se inclinaba a las concepciones psicológicas; sólo su discípulo Pierre Janet intentó penetrar con mayor profundidad en los particulares procesos psíquicos de la histeria, y nosotros seguimos su ejemplo cuando situamos la escisión anímica y la fragmentación de la personalidad en el centro de nuestra concepción. Hallan ustedes en J anet una teoría de la histeria que toma en cuenta las doctrinas prevalecientes en Francia acerca del papel de la herencia y de la degeneración. Según él, la histeria es una forma de la alteración degenerativa del sistema nervioso que se da a conocer mediante una endeblez innata de la síntesis psí quica. Sostiene que los enfermos de histeria son desde el comienzo incapaces de cohesionar en una unidad la diver sidad de los procesos anímicos, y por eso se inclinan a la disociación anímica. Si me permiten ustedes un símil tri vial, pero nítido, la histórica de Janet recuerda a una débil señora que ha salido de compras y vuelve a casa cargada
con una montaña de cajas y paquetes. Sus dos brazos y los diez dedos de las manos no le bastan para dominar todo el cúmulo y entonces se le cae primero un paquete. Se agacha para recogerlo, y ahora es otro el que se le escapa, etc. No armoniza bien con esa supuesta endeblez anímica de las histéricas el hecho de que entre ellas puede observarse, jun to a los fenómenos de un rendimiento disminuido, también ejemplos de un incremento parcial de su productividad, como a modo de un resarcimiento. En la época en que la paciente de Breuer había olvidado su lengua materna y todas las otras salvo el inglés, su dominio de esta última llegó a tanto que era capaz, si se le presentaba un libro escrito en alemán, de producir de primer intento una traducción intachable y fluida al inglés leyendo en voz alta.
Cuando luego me apliqué a continuar por mi cuenta las indagaciones iniciadas por Breuer, pronto llegué a otro punto de vista acerca de la génesis de la disociación histérica (esci sión de conciencia). Semejante divergencia, decisiva para todo lo que había de seguir, era forzoso que se produjese, pues yo no partía, como Janet, de experimentos de laboratorio, sino de empeños terapéuticos. Sobre todo me animaba la necesidad práctica. El trata miento catártico, como lo había ejercitado Breuer, implica ba poner al enfermo en estado de hipnosis profunda, pues sólo en el estado hipnótico hallaba este la noticia de aquellos nexos patógenos, noticia que le faltaba en su estado normal. Ahora bien, la hipnosis pronto empezó a desagradarme, co mo un recurso tornadizo y por así decir místico; y cuando hice la experiencia de que a pesar de todos mis empeños sólo conseguía poner en el estado hipnótico a una fracción de mis enfermos, me resolví a resignar la hipnosis e indepen dizar de ella al tratamiento catártico. Puesto que no podía alterar a voluntad el estado psíquico de la mayoría de mis pacientes, me orienté a trabajar con su estado normal. Es cierto que al comienzo esto parecía una empresa sin sentido ni perspectivas. Se planteaba la tarea de averiguar del enfer mo algo que uno no sabía y que ni él mismo sabía; ¿cómo podía esperarse averiguarlo no obstante? Entonces acudió en mi auxilio el recuerdo de un experimento muy asombroso e instructivo que yo había presenciado junto a Bernheim en Nancy len 1889]. Bernheim nos demostró por entonces que las personas a quienes él había puesto en sonambulismo hipnótico, haciéndoles vivenciar en ese estado toda clase de cosas, sólo en apariencia habían perdido el recuerdo de lo
que vivenciaron sonámbulas y era posible despertarles tales recuerdos aun en el estado normal. Cuando les inquiría por sus vivencias sonámbulas, al comienzo aseveraban por cierto no saber nada; pero si él no desistía, si las esforzaba, si les aseguraba que empero lo sabían, en todos los casos volvían a acudirles esos recuerdos olvidados. Fue lo que hice también yo con mis pacientes. Cuando había llegado con ellos a un punto en que aseveraban no saber nada más, les aseguraba que empero lo sabían, que sólo debían decirlo y me atrevía a sostenerles que el re cuerdo justo sería el que les acudiese en el momento en que yo les pusiese mi mano sobre su frente. De esa manera con seguía, sin emplear la hipnosis, averiguar de los enfermos todo lo requerido para restablecer el nexo entre las escenas patógenas olvidadas y los síntomas que estas habían dejado como secuela. Pero era un procedimiento trabajoso, agota dor a la larga, que no podía ser el apropiado para una téc nica definitiva. Mas no lo abandoné sin extraer de las percepciones que él procuraba las conclusiones decisivas. Así, pues, yo había corroborado que los recuerdos olvidados no estaban perdidos. Se encontraban en posesión del enfermo y prontos a anorar en asociación con lo todavía sabido por 81, pero alguna fuerza les impedía devenir con cien tes y los constreñía a permanecer inconcientes. Era posible suponer con certeza la existencia de esa fuerza, pues uno registraba un esfuerzo {Anstren gung} correspondiente a ella cuando se empeñaba, oponién dosele, en introducir los recuerdos inconcientes en la con ciencia del enfermo. Uno sentía como resistencia del enfermo esa fuerza que mantenía en pie al estado patológico. Ahora bien, sobre esa idea de la resistencia he fundado mi concepción de los procesos psíquicos de la histeria. Can celar esas resistencias se había demostrado necesario para el restablecimiento; y ahora, a partir del mecanismo de la curación, uno podía formarse representaciones muy precisas acerca de lo acontecido al contraerse la enfermedad. Las mismas fuerzas que hoy, como resistencia, se oponían al empeño de hacer conciente lo olvidado tenían que ser las que en su momento produjeron ese olvido y esforzaron {drdngen} afuera de la conciencia las vivencias patógenas en cuestión. Llamé represión {esfuerzo de desalojo} a este proceso por mí supuesto, y lo consideré probado por la in discutible existencia de la resistencia. Desde luego, cabía preguntarse cuáles eran esas fuerzas y cuáles las condiciones de la represión en la que ahora discerníamos el mecanismo patógeno de la histeria. Una