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Un resumen histórico de la invasión germánica y la caída del imperio romano de occidente, explorando las causas, consecuencias y transformaciones sociales que marcaron este período crucial. Se analizan las nuevas mentalidades, la expansión económica, el surgimiento de nuevos grupos sociales y la transformación de la mentalidad y la trascendencia profana. También se abordan los movimientos sociales y religiosos del siglo xiv, como la agitación social en las ciudades y la aparición de nuevos movimientos y reivindicaciones. Se destaca el impacto de la peste negra en las mentalidades y la conformación de una cultura laica. Finalmente, se explora el crecimiento y la transformación de las ciudades, el fortalecimiento de las monarquías y la transición de la sociedad feudal a la sociedad burguesa.
Tipo: Apuntes
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La historia social se propone como un inicio en el conocimiento histórico, analizando los procesos históricos y otorgándoles los marcos generales apropiados para su comprensión. El curso se centra en el ámbito de la cultura occidental, es decir, la sociedad que se constituye en Europa a partir de la disolución del Imperio Romano. Las principales etapas a analizar son:
La constitución de la sociedad feudal La inserción del mundo burgués en dicha sociedad Los procesos de transición al capitalismo y su emergencia a través de las revoluciones burguesas El apogeo de la sociedad burguesa y liberal Las distintas expansiones del núcleo europeo La crisis del mundo burgués El desarrollo del mundo socialista y del 'tercer' mundo Los principales desarrollos contemporáneos como el neoliberalismo y la disolución de la Unión Soviética
Se busca alcanzar, desde la perspectiva de sus actores, la percepción de la realidad histórica entendida como un proceso único, complejo y a la vez coherente y contradictorio. Para ello, se analizarán los distintos niveles que lo constituyen: el de las estructuras socioeconómicas, el de los sujetos sociales y sus conflictos, el de los procesos políticos, y el de las mentalidades e ideologías.
El concepto de historia social
Según Lucien Febvre, la historia es por definición absolutamente social, ya que su objeto de estudio es el hombre y sus actividades creadoras en el seno de los grupos de los que es miembro. La historia social, en sus orígenes, intentaba ser una historia global de la 'sociedad en movimiento', no una especialización.
Requisitos metodológicos
Para alcanzar esta 'vocación de síntesis', la historia social debe:
Tener al hombre en sociedad como objeto final de la investigación histórica. Ocuparse de descubrir las articulaciones verdaderas, es decir, las relaciones significativas entre los diferentes niveles de análisis. Estudiar la evolución de los distintos niveles, tanto en sus sincronías como en sus diacronías.
Niveles de análisis
El nivel económico: la estratificación social y las relaciones sociales se fundamentan en las bases materiales de la producción y distribución del excedente económico. El nivel social: las jerarquías sociales, las relaciones de fuerza entre grupos y los conflictos sociales no se reducen a su sola base económica, sino que también involucran la distribución del poder y la configuración de las mentalidades. El nivel político: los procesos políticos y las relaciones de poder. El nivel de las mentalidades e ideologías: las representaciones colectivas, los sistemas de valores y creencias.
La historia social debe integrar los resultados obtenidos por las diversas especialidades históricas, estableciendo las vinculaciones relevantes entre estos niveles de análisis.
La historia social y el análisis de las clases
sociales
Desde la perspectiva de la historia social, el nivel de los sujetos del proceso histórico es particularmente relevante, entendiendo por sujeto a "aquel al que se refieren las acciones". Desde la antigüedad se reconoció la diferencia social, con referencias a "ricos" y "pobres", "libres" y "esclavos" en textos como la Odisea o el Antiguo Testamento. Sin embargo, fue el racionalismo de los siglos XVIII y XIX el que comenzó a explicar esta diferenciación en términos de clases sociales.
Desde la perspectiva marxista, las clases sociales se configuran a partir de la propiedad (o no) de los medios de producción. Las relaciones sociales (definidas como relaciones de producción) aparecen vinculadas a un cierto tipo de división del trabajo y a un cierto grado de evolución de las fuerzas productivas. El concepto de clase social se comprende en el contexto de un modo de producción (esclavismo, feudalismo, capitalismo) determinado. Las
Historia social, historia narrativa y
microhistoria
A partir del desarrollo de la historia social, los historiadores consideraron desprestigiada la forma tradicional de relatar la historia según una descripción ordenada cronológicamente de los acontecimientos, calificada por los seguidores de Annales como "l'histoire événementielle".
La historia narrativa se refiere a la organización del material historiográfico en un relato único y coherente, con una ordenación que acentúa la descripción antes que el análisis, y que se ocupa de lo particular y específico antes que de lo colectivo y lo estadístico. Busca llegar a un público más amplio y utiliza la antropología para iluminar un sistema social a través del registro minucioso de un suceso particular.
La tendencia a la narración de un suceso único y al desarrollo de una historia a una escala menor, cronológica y espacial, dio lugar a la microhistoria. Ejemplos de esta corriente son los trabajos de George Duby, Carlo Ginzburg y Emmanuel Le Roy Ladurie, quienes a través de la descripción de un episodio particular buscaron esclarecer características más amplias de la sociedad.
Esta nueva narrativa se diferencia de la tradicional en que se interesa por la vida, las actitudes y los valores de los pobres y anónimos, y en que la descripción que presenta es indisociable del análisis, buscando responder no sólo al "cómo" sino también al "por qué". Además, se abre a nuevas fuentes y métodos, y a formas innovadoras de exposición y acceso al conocimiento.
La sociedad feudal
A partir del siglo IX comenzaba a organizarse en Europa occidental una nueva sociedad, la sociedad feudal, que alcanzó su punto de mayor madurez en el siglo XI. Sus antecedentes fueron remotos y complejos y se enraizaron en distintas tradiciones culturales. El problema a analizar es cómo a partir de una serie de elementos provenientes de la antigüedad se constituyó esa nueva sociedad. Los tres legados principales fueron:
El legado romano El legado germánico El legado hebreo-cristiano
Estos legados eran de distinta naturaleza. Mientras que el romano y el germánico constituían sólidas realidades económicas, sociales y visiones del mundo, el legado hebreo-cristiano consistía en una opinión acerca de los problemas de la trascendencia que condicionaba los modos de vida.
El legado romano procedía del enorme Imperio Romano que se constituyó en torno al mar Mediterráneo a partir del siglo III a.C. Era un ámbito vasto y heterogéneo, cuya unidad estaba dada por un extenso sistema de vías y caminos que unían a distintas ciudades que copiaban el modelo proporcionado por Roma.
El mundo urbano era el principal elemento que tenía en común el Imperio Romano. Los ciudadanos, término que tenía una doble acepción, compartían un derecho, una lengua (el latín), un estilo de vida civilizado y una misma visión del mundo impregnada de un vigoroso realismo.
Durante el período de florecimiento de este ideal de vida, en los últimos tiempos de la República y los primeros del Imperio, el ciudadano se realizaba a través del servicio al Estado y a la comunidad. Sin embargo, posteriormente, el resquebrajamiento del orden político, la degradación de la concepción de ciudadanía y un Estado autocrático transformaron este ideal en un hedonismo donde lo importante era el placer sensorial.
Debajo de esa delgada capa que conformaba el mundo urbano, se extendía el mundo rural habitado por campesinos libres y, predominantemente, por esclavos que trabajaban en propiedades de distinta extensión. Por lo tanto, la sociedad romana entre los siglos III a.C. y III d.C. puede definirse como una sociedad esclavista.
Las razones del declive de esta compleja estructura fueron múltiples y complejas. La pax augusta, la estabilización de los límites del Imperio y el fin de las guerras y la piratería perjudicaron a la esclavitud como institución, ya que agotaron la principal fuente de suministros de esclavos. Esto llevó a un traslado gradual de los talleres de las ciudades a las aldeas, confirmando el carácter esencialmente agrario del Imperio Romano.
En el ámbito rural, el agotamiento progresivo de las fuentes de mano de obra esclava obligó a los terratenientes a recurrir a los colonos, es decir, a labradores-arrendatarios. Además, la contracción de los recursos y el constante aumento del costo de la administración imperial desencadenaron una crisis abierta y catastrófica en el siglo III.
De esta crisis, el Imperio Romano salió profundamente transformado. La base del Estado ya no estuvo en el conjunto de los ciudadanos, sino en la fuerza militar. El Estado asumió rasgos cada vez más autoritarios, en manos de emperadores autócratas. Esto implicó un cambio en la sociedad, con la transformación de las relaciones sociales y el surgimiento de lazos de dependencia personal entre los productores y los señores.
Posteriormente, el emperador Teodosio declaró al cristianismo como la única religión oficial del Imperio (379-395).
Al transformarse en religión de Estado, la Iglesia se organizó siguiendo el esquema del Imperio, con su centro en Roma y subdivisiones en provincias y diócesis.
La Iglesia asumió en gran medida la cultura romana, conservando la tradición ecuménica del Imperio y la idea de un orden universal.
La invasión germánica y la caída del Imperio
Romano de Occidente
A comienzos del siglo V, tribus germánicas cruzaron la frontera del Rin e iniciaron la invasión del territorio del Imperio Romano de Occidente, reduciendo al poder imperial a una total impotencia.
En 476, fue depuesto el emperador Rómulo Augústulo y ya nadie pensó en designarle un sucesor, marcando el fin del Imperio Romano de Occidente.
Los pueblos germánicos que invadieron el Imperio hablaban distintos dialectos de una lengua de origen indoeuropeo y, aunque no formaban un Estado unificado, poseían una organización socioeconómica y una cultura semejantes.
Eran agricultores organizados en aldeas o comunidades campesinas que reconocían vínculos de parentesco. La tierra era de la comunidad y se cultivaba de manera colectiva.
La guerra era considerada una actividad estacional, realizada en los meses en que la agricultura no exigía demasiados brazos. El ideal de vida germánico era el ideal heroico, donde el hombre se realizaba mediante hazañas bélicas.
Hacia el siglo V, los germanos habían sufrido importantes transformaciones por sus contactos con los romanos. La guerra se transformó en un negocio lucrativo, generando diferencias sociales.
Surgieron guerreros profesionales que se rodearon de pequeños ejércitos privados, elemento importante para comprender la organización de la sociedad feudal.
La lenta fusión de los legados romano,
cristiano y germánico
A partir del siglo V, cuando quedaron constituidos los llamados reinos romano-germánicos, comenzó un lento proceso de fusión de los tres legados: romano, cristiano y germánico.
Dentro de estos nuevos reinos, mientras se profundizaban los rasgos de la crisis del Imperio con la decadencia urbana y mercantil, se evolucionaba hacia una economía predominantemente rural.
En un contexto de gran inestabilidad y sin un Estado organizado, los más débiles buscaban protección, sometiéndose a un señor y entregando sus tierras a cambio de usufructo y pago de parte de la cosecha.
Las aristocracias terratenientes se conformaron por la confluencia de los terratenientes romanos y los guerreros germanos que ocuparon tierras. Las monarquías jugaron un papel importante en la consolidación de esta nueva nobleza.
Persistía la concepción heroica de la vida germánica, que consideraba al botín de guerra y a las tierras obtenidas en batalla como los bienes más legítimamente ganados, generando conflictos.
La Iglesia emergió como un elemento de moderación, imponiendo ciertas normas de convivencia. Los monarcas buscaron el apoyo de la Iglesia para reafirmar la idea de que el poder venía de Dios.
En el siglo IX, la disgregación del Imperio carolingio, las guerras civiles y las invasiones debilitaron las monarquías y aumentaron el poder de la nobleza.
Los príncipes, condes y señores locales se autonomizaron respecto del poder central, apropiándose de las prerrogativas que les habían sido delegadas.
Otro grupo dentro de las comunidades rurales eran los asalariados carentes de tierra, una pequeña minoría que trabajaba directamente en las tierras del señor, viviendo en barracas y recibiendo la comida como pago, en una situación próxima a la esclavitud.
La situación de los campesinos variaba desde la de campesino libre hasta la de siervo, con distintos tipos de condición semiservil. A partir del siglo IX, hubo una tendencia a absorber al campesinado libre, sometiéndolo al poder señorial y generalizando los lazos de servidumbre.
Las principales obligaciones de los campesinos eran el pago del censo, una parte importante de la cosecha, y la realización de prestaciones personales en las tierras del señor, algunos días a la semana o en épocas de cosecha. También debían pagar diversos derechos, como el de contraer matrimonio o heredar la condición servil.
El poder de los señores se basaba en parte en el dominio sobre tierras obtenidas por derecho de conquista o por otorgamiento del rey, pero fundamentalmente en la protección que, mediante las armas, ofrecían a los campesinos, principio sistematizado por la Iglesia.
Otro factor que afirmó el dominio señorial fue la fragmentación del poder real, que implicó la pérdida de la capacidad para administrar la justicia, la cual pasó a los señores bajo la forma del derecho de ban. Este derecho se ejercía sobre un territorio que se podía recorrer en una jornada de cabalgata, donde el cobro de multas, peajes e incluso saqueos sistemáticos sobre las posesiones de los campesinos eran la forma de ejercer la justicia.
La jerarquía nobiliaria estaba conformada por una pequeña minoría de miembros de los niveles superiores, relacionados por vínculos familiares y que controlaban grandes extensiones de tierra, dominando toda la sociedad. Por debajo, se encontraban tanto familias nobles con cuantiosas riquezas y capacidad de influencia como pequeños terratenientes cuyos recursos no superaban a los de los campesinos más ricos. Todos ellos pertenecían a la clase señorial, separados abismalmente de los otros grupos sociales.
La fragmentación del poder real fue reconocida y formalizada por los reyes mediante relaciones de vasallaje, donde entregaban feudos a señores a cambio de juramentos de fidelidad. Esto conformaba una sociedad jerarquizada, con el rey en la cúspide, pero cuyo poder efectivo quedaba reducido al que podía ejercer sobre sus vasallos directos.
Los vasallos tenían obligaciones de consejo y ayuda con su señor. La ayuda implicaba fundamentalmente el auxilio militar, manteniendo un número de caballeros y escuderos que constituían la hueste señorial. De este modo, el ejército feudal estaba formado por los aportes de las huestes señoriales, según vínculos de fidelidad.
En algunas regiones, como Francia y Alemania, los reyes fueron perdiendo cada vez más poder político y militar, que quedó en manos de la clase feudal, consolidándose el poder de la nobleza feudal, que detentaba el poder económico a través de la tierra.
La Iglesia también participaba del poder feudal, pues reyes y señores le habían entregado tierras en calidad de donaciones. Los altos dignatarios eclesiásticos, como obispos y abades, poseían señoríos eclesiásticos y formaban parte de la nobleza feudal.
Los señores laicos y eclesiásticos estaban relacionados por estrechos vínculos de parentesco. Para evitar la fragmentación de la tierra, se instauró el mayorazgo, por el cual heredaba únicamente el hijo mayor. Los hijos segundones entraban al servicio de la Iglesia, mientras que las hijas solteras menores debían ingresar a algún convento.
Los varones tercerones que se negaban a entrar en la Iglesia podían quedar en el castillo formando parte de la hueste de su hermano mayor, o partir en aventura en busca de una nueva fortuna, convirtiéndose en mercenarios o deambulando por el mundo.
La Querella de las Investiduras y la Paz de
Dios
La Querella de las Investiduras fue un prolongado conflicto que se dio entre la Iglesia y los poderes seculares a fines del siglo XI. Muchos obispados eran también feudos, por lo que tenían una doble dependencia: del papado, en tanto sedes eclesiásticas, y de un rey o del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, en tanto feudos. Esta situación generó un conflicto por el control de las investiduras, es decir, el nombramiento de los obispos.
Además, entre los señores, el ejercicio del derecho de ban, el establecimiento de los límites entre los distintos dominios y la mentalidad heroica que consideraba al botín como el bien más legítimamente ganado, se encontraban en las bases de interminables combates. La guerra era considerada una actividad normal de las clases señoriales, y los saqueos y depredaciones afectaban sobre todo a la economía campesina.
La expansión también se dirigió hacia el Mediterráneo oriental, a través de las Cruzadas organizadas por los señores para rescatar el Santo Sepulcro. Aunque los señoríos cristianos establecidos tuvieron una existencia efímera, ejercieron una influencia fundamental al intensificar las comunicaciones en el área del Mediterráneo.
El movimiento de las Cruzadas quedó estrechamente vinculado a una intensa corriente mercantil, pues la "defensa de la fe" y las actividades comerciales pronto quedaron confundidas.
La expansión del comercio y el surgimiento de
los burgueses en el mundo feudal
Los ingleses, informados de la empresa de la Primera Cruzada, navegaron a través del mar Mediterráneo y llegaron al puerto de Antioquía, lo que permitió llevar a cabo las operaciones de sitio y comerciar con Chipre y otras islas. A los enclaves cristianos transformados en emporios marítimos llegaron písanos, venecianos, genoveses, ingleses y normandos, abriendo una importante corriente mercantil y la posibilidad de importar mercaderías de Oriente. Este comercio marítimo se complementaba con el comercio por tierra, que benefició sobre todo a las ciudades-puertos del Mediterráneo como Génova, Venecia, Marsella y Barcelona. En el norte, se estableció una fuerte corriente comercial en las ciudades alemanas que, a través de los pasos alpinos, se conectaban con Venecia y otras ciudades italianas, dando origen a la Liga Hanseática o Hansa Germánica. La expansión a la periferia permitió el surgimiento de dos grandes áreas comerciales marítimas, el Mediterráneo y el área del Báltico-Mar del Norte, comunicadas entre sí por vías fluviales y terrestres, dando origen a una vasta red mercantil. Las ferias anuales de Champagne, en Francia, se transformaron en el principal centro del comercio internacional.
A partir del siglo XI, apareció y se difundió un nuevo tipo social: el mercader profesional, que a menudo surgía de los más humildes inicios. Estos mercaderes realizaban viajes a lugares muy lejanos, ya que la escasez de los productos aumentaba su valor y les permitía poner a sus mercancías precios altos. Los mercaderes formaron asociaciones, llamadas Guildas en los Países Bajos, para establecer una mayor seguridad en los caminos y negociar con los señores.
La reactivación del comercio y la intensificación de la circulación monetaria favorecieron el desarrollo de la producción manufacturera, fundamentalmente de artículos suntuarios. Las corporaciones, cuyo origen databa del siglo XI, regularon la producción, fijaron los precios y controlaron los mercados, ejerciendo un firme monopolio sobre cada actividad. El paso de los viajantes, la residencia en invierno de estos profesionales de los negocios, y el desarrollo de actividades financieras y de las manufacturas, animaron la función de las ciudades. Los burgueses, habitantes de los burgos, se diferenciaban de los campesinos por la naturaleza de su fortuna, basada en el dinero y en actividades especializadas, y por su mayor libertad y protección frente a las exacciones arbitrarias del señor.
Las formas de mentalidad señorial
De acuerdo con el texto, las concepciones del mundo y las formas de vida que se organizaron e impusieron en la sociedad feudal se pueden advertir a través de los ideales de vida que se fueron formulando. Estos ideales correspondían a aquellos, los señores, que buscaban incidir sobre el conjunto de la sociedad imponiendo sus normas y sus valores.
Bajo estos ideales señoriales, quedaban vastos grupos sociales que carecían de autonomía para elaborar e imponer sus propias tendencias, pero que también poseían aspiraciones definidas que irrumpirían cuando se agrietase el orden feudal.
El texto señala que los burgueses constituían un grupo social extraño al orden tradicional, estaban fuera del modelo de los tres órdenes (oradores, guerreros y labradores) al que la Iglesia había atribuido un carácter sagrado y ecuménico. Por lo tanto, no tenían una existencia reconocida.
A pesar de sus orígenes heterogéneos, pronto se conformó una sociedad urbana relativamente homogénea, diferente al contexto de la sociedad feudal. Los burgueses, a partir de su experiencia común, fueron tomando conciencia de grupo y se sentían expoliados por la clase señorial. Esto los llevó a reforzar los vínculos a través de la conjura, expresada en la práctica de la 'amistad', un juramento de fraternidad destinado a consolidar su propia seguridad.
Las asociaciones de burgueses, conocidas como Comunas, fueron cubriendo objetivos más allá de la protección mutua, como negociar con los señores algunas exigencias que les molestaban, como impuestos arbitrarios, peajes pesados, procedimientos judiciales inadecuados y requisas militares. Incluso reclamaron que la Comuna fuera la responsable de administrar los asuntos de la ciudad.
viejas autonomías urbanas, pero permitía regularizar la situación de muchas ciudades.
En las ciudades italianas, cuando el orden fundado en el equilibrio de los distintos grupos pareció difícil de sostener, las comunas ensayaron otro tipo de autoridad, encarnada en el podestá, una autoridad unipersonal y ajena a las facciones. Sin embargo, con la agudización de la lucha de facciones, el poder personal comenzó a adquirir rasgos definidos, dando lugar a la señoría italiana.
La mentalidad baronial y el surgimiento de la
mentalidad cortés
Tras la disolución del Imperio de Carlomagno, las guerras civiles y las invasiones, la mentalidad dominante mantuvo rasgos similares a la época de la conquista:
Se luchaba por la tierra, el prestigio y el poder. La mentalidad baronial nacía de las exigencias de la acción, en un medio donde se había quebrado todo ordenamiento jurídico, abriendo infinitas posibilidades a la acción individual. Con una fuerte perduración del viejo legado cultural germánico, el ideal de vida era el del señor que se realizaba en una hazaña, defendiendo su tierra o arrebatándosela a los invasores o a sus vecinos. Primaban actitudes fuertemente individualistas que dificultaban el ordenamiento social.
La certeza de haber alcanzado una situación de hegemonía modificó las actitudes, los sentimientos y los valores de los señores. Los señores y su entorno comenzaron a instalarse, abandonando las armas para gozar de las riquezas y la posición adquiridas. En el siglo XI, en el Mediodía francés, surgieron las primeras manifestaciones de la mentalidad cortés, influenciada por el legado romano y las influencias musulmanas. La felicidad terrenal, hecha fundamentalmente de sensualidad, se transformaba en la aspiración suprema. La nobleza descubría la posibilidad de múltiples ocios refinados en el ámbito de la corte. Los juglares y trovadores tuvieron un papel central en la difusión y homogeneización de la vida cortesana. El legendario ejemplo de la corte del rey Arturo excitaba la fantasía y crecía enriquecido por la imaginación y el artificio de los juglares. Pronto se esbozó un nuevo ideal de vida: la fama, la riqueza, la generosidad y la cortesía de un señor. La exhibición del lujo era la prueba de la superioridad social de aquellos que podían desplegarlo.
Estas nuevas formas de sociabilidad también incorporaron a las mujeres, cobrando mayor importancia el amor, cantado por los trovadores.
Si bien los valores guerreros no habían decaído totalmente, muchos se transformaron en aventuras lúdicas sometidas a reglas, como las justas, los torneos y las cacerías. La guerra continuaba siendo una necesidad, no solo para mantener o acrecentar lo adquirido, sino también para ser el brazo armado de la cristiandad según las normas impuestas por la Iglesia. La consolidación del privilegio y la seguridad adquiridos por la nobleza estimularon el ideal del goce, pero también favorecieron la aceptación de una nueva moral que implicaba la aceptación de los ideales cristianos de vida. El ideal del caballero era la guerra, pero ahora se hacía la guerra en nombre de Dios: se luchaba para defender la fe. La nobleza terrateniente y militar, cuyo poder había estado basado en el derecho de conquista, se veía justificada por una misión trascendental. Se configuró una mentalidad que ya no era individualista, sino que se imponían normas de convivencia expresadas bajo la forma de virtudes morales: el honor, la verdad, la generosidad, la modestia. Estos ideales desembocaron en una doctrina de perfección espiritual y una concepción monacal de la vida seglar, plasmados en las Órdenes de Caballería, como la de los Caballeros del Templo.
La expansión económica, el surgimiento de nuevos grupos sociales y la expansión hacia la periferia incidieron profundamente en las mentalidades. Los contactos con el mundo musulmán y bizantino revelaron nuevas culturas, con un fuerte atractivo en cuanto a refinamiento, lujo y abundancia de bienes. Desde el siglo XII, en los reinos hispánicos y en las Dos Sicilias surgieron centros intelectuales donde se comenzó a traducir obras filosóficas y científicas de origen musulmán y griego. En el seno de la nobleza, se promovió un cambio de actitud económica, con algunos eligiendo un estilo de vida distinto al tradicional. Los cambios más notables de mentalidad se registraron en los nuevos grupos sociales, las burguesías, que se habían caracterizado por un rápido ascenso social y por estar fuera del orden tradicional. La experiencia de los nuevos grupos sociales fue el haber escapado de los vínculos de dependencia, colocándose fuera del orden tradicional en una situación insegura pero abierta a múltiples posibilidades. La idea de ser un individuo modificó profundamente la concepción que el hombre tenía de sí mismo, sintiéndose dueño de su propio destino y orgulloso de su triunfo.
Se frenaba el movimiento de roturaciones y se observaban retrocesos: suelos periféricos, agotados por los cultivos, paulatinamente fueron abandonados. El retroceso de la agricultura se puede explicar, en parte, por razones climáticas -la 'pequeña edad del hielo'- pero sobre todo por el estado de las técnicas que no lograban salvar ciertos obstáculos.
La rotación trienal no permitía, en zonas menos fértiles, que los suelos descansaran lo suficiente, y el abono resultaba insuficiente. Dentro de las manufacturas, básicamente en la textil, también comenzaron a registrarse dificultades, ya que las prescripciones de los gremios muchas veces prohibían emplear nuevas técnicas. La introducción de técnicas podía aumentar la producción generando una crisis de sobreproducción, con la consiguiente caída de los precios.
Se detuvo la expansión a la periferia, el movimiento de las Cruzadas llegó a su fin, y las ciudades del Hansa redujeron su área de influencia. La reducción comercial también se vinculó con la escasez de moneda, ya que los monarcas necesitaban metálico para pagar ejércitos y burocracia, recurriendo a préstamos y acuñando moneda con distintas aleaciones, lo que produjo devaluación e inflación.
Entre 1313 y 1317 se produjo la primera de las muchas crisis que se dieron a lo largo del siglo, con mala cosecha, falta de alimentos, hambrunas y epidemias. La Guerra de los Cien Años acentuó la crisis agrícola, sobre todo en los campos franceses, con incendios y depredaciones que causaron más muertes que las acciones bélicas. En 1348, la Peste Negra llegaba a Europa, causando verdaderos estragos y reduciendo la población europea a sus dos terceras partes.
La crisis del siglo XIV fue fundamentalmente una crisis social: la crisis de las estructuras feudales. Los cambios en las tácticas militares, con mayor peso de la infantería y la arquería, conmovieron la función guerrera de la nobleza feudal. La crisis de la agricultura y la huida de los campesinos significó la disminución de las rentas señoriales, lo que llevó a intentos de reforzar la servidumbre. El abandono de los campos de cultivo posibilitó la extensión de las pasturas y la ganadería, y la formación de una clase de medianos y pequeños propietarios libres.
Comenzaba a conformarse un mercado de mano de obra asalariada rural, y a desarrollarse las manufacturas domésticas rurales, lo que generó conflictos con los gremios urbanos.
Hubo movimientos campesinos de mayor envergadura, como la Jacquerie francesa de 1358 y el levantamiento inglés de 1381, que reflejaban las transformaciones en la estructura de la sociedad. También la época fue propicia para los movimientos urbanos, que expresaban las dificultades de reacomodamiento derivadas de los cambios.
Movimientos sociales y religiosos en el siglo
XIV
A finales del siglo XIII y a lo largo del siglo XIV, hubo diversos movimientos en contra del poder político de las oligarquías urbanas: Agitación social en las ciudades flamencas (1280) Levantamientos en Gantes, Lieja y Brujas por nuevos impuestos (1292) Estallidos en Florencia y otras ciudades italianas (1300) Motines de los artesanos de París (1306)
Apareció un nuevo tipo de movimiento que marcaba la crisis de las antiguas corporaciones: Se comenzaban a invocar el derecho al trabajo, como en la revuelta de los bataneros de Gantes en 1337 Se planteaban problemas vinculados a contratos y salarios, como en los levantamientos de tejedores en los Países Bajos entre 1320 y 1332, la rebelión de los ciompi (tejedores) en Florencia en 1378, y los disturbios en varias ciudades de Francia entre 1379 y 1383
Muchos de estos movimientos estuvieron revestidos de ideas religiosas: En Francia, jóvenes dedicados al vagabundeo y la mendicidad engrosaron las bandas de místicos (beguines) En Inglaterra, el movimiento de los 'lolardos' cuyas ideas resonaron en la rebelión campesina de 1381 Los lolardos habían recogido y llevado hasta sus últimas consecuencias algunos de los principios de John Wyclyff, quien pretendía demoler el funcionamiento de las estructuras clericales Aparecieron también los 'flagelantes', bandas de hombres que recorrían las ciudades autocastigándose