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Este documento explora el concepto de 'erosión' en el contexto de la función docente, analizando las causas y consecuencias de la frustración y el desgaste que a menudo acompañan la actividad educativa. El autor aborda temas como la relación conflictiva entre profesor y alumno, la mercantilización del horario, la desvalorización social de la profesión y la falta de cohesión entre docentes. El texto ofrece una reflexión profunda sobre la naturaleza misma de la educación y su impacto en la sociedad.
Qué aprenderás
Tipo: Apuntes
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Universidad Complutense de Madrid
El concepto «eros10n» se utiliza (en un primer nivel de lectura) dentro del campo de las ciencias naturales. La aproximación semántica al término nos dice que es el desmoronamiento y modelación produ cidos en la corteza terrestre por la acción de agentes externos a ella. La erosión es una «roedura», como indica la misma raíz etimológica de la palabra, que se produce de forma lenta, continuada y progresiva.
Nosotros vamos a transpolar el término al campo de la pedagogía para referirnos al fenómeno del desgaste que sufre el educador en el ejercicio de su función a lo largo del tiempo. Desgaste de ilusiones, de esperanzas, de esfuerzos y de compromiso, debido al proceso «erosio nante» (^) de diversos agentes que inciden en la tarea educativa, porque es indudable que la experiencia tiene grandes posibilidades de enrique cimiento pero también entraña riesgos y amenazas. Una mala expe riencia puede hacernos perder la capacidad de utopía, recortar las ilusiones, imposibilitar el comienzo de empresas arriesgadas, aumentar la dosis de escepticismos (siempre bajo la pretensión de realismo y de sensatez), relativizar los planteamientos más divergentes y entusiastas ... En definitiva, la mala experiencia puede convertir una sonrisa franca,
Es el gesto mordaz de los que ya «están de vuelta».
veces se realiza con cesión de ambiciones y limitación de grandes inquie tudes. «Mi ajuste no es sólo ni principalmente ajuste de justeza; es
Es cierto que -en ocasiones- la cosecha de amargura está ya pre sente en algunos jóvenes. Se trata de una vejez prematura, de una de cepción gratuita. Nos referimos ahora -sin embargo- a la que es
al menos, de una cotidianeidad que ha generado monotonía y pesimismo.
Revista Española de Pedagogía Año XLI, n.0 159, enero-marzo 1983
ción van a cortar de raíz no sólo las ilusiones del docente sino todas las posibilidades de realizar una labor sana y positiva con los alumnos. No es infrecuente encontrarse en la enseñanza con personas «que madas» para las que los alumnos son «vagos, revoltosos e irresponsa bles», todos los esfuerzos son inútiles, los sueldos son miserables, los resultados son siempre decepcionantes, los compañeros son ilusos en
dencia. Tienden a percibir la realidad como amenaza, adoptan actitudes
mecanismos de defensa. Estas posturas generan comportamientos cris pados, autoritarios, duros, desconfiados, «anti-páticos», hostiles. Su trato resulta difícil, empobrecedor, tenso, cargado de angustia.
No sería exacto atribuir todo este cuadro psicopatológico a la influen cia de lo que aquí llamaremos «agentes erosivos». Habrá que pensar
manera de reaccionar ante los diversos avatares de su actividad. Resultaría interesante estudiar experimentalmente en qué etapas del sistema educativo se produce un mayor y más rápido nivel de erosión. Nosotros aventuramos que se da en aquellas etapas que están más mar
etapas del sistema (ya que la relación no suele ser conflictiva) y en la docencia universitaria (en la que la relación es casi exclusivamente aca démica, intelectual, más impersonal). Es probable que la «erosión profesional» del docente alcance cotas más altas que en otras profesiones, menos caracterizadas por la relación interpersonal estrecha y permanente que es distintiva de la profesión docente.
No es fácil hacer un análisis de las causas que generan este fenó meno. Y no es fácil porque se trata de un proceso de gran complejidad en el que intervienen muchos factores. Nosotros vamos a establecer (arti
a) Las vías de acceso a la docencia: Es indudable que, dada la situa ción de paro existente hoy entre titulados superiores, un alto porcentaje de los que accede a la profesión docente lo hace forzado por necesidades imperiosas de supervivencia. No estoy de acuerdo con ese «mito voca cional» que considera que el profesor/maestro ha de tener una miste-
al docente. Y no es extraño que el profesor que concluye sus clases «oficiales» tenga que acogerse a otras clases (a veces particulares) que le permitan seguir viviendo. Los acuerdos socio-laborales son, a veces, formas sutiles de condenar a muerte. Y eso «quema».
d) Desmitificación del rol docente: La figura del profesor ha per· dido status social. No sólo ante la opinión pública y la familia en gene ral, sino también ante los alumnos de cualquier etapa. Las causas de este fenómeno son múltiples: El nuevo enfoque del concepto de educación, más tendente a sub rayar los componentes activos del proceso por parte del educan do. Aquella pasividad del alumno ya no es aceptable. Y la acti vidad del educador resulta más que discutible. Se acentúan los aspectos relativos a la autonomía, a la divergencia de pensa miento, a la creatividad, al espíritu crítico ... En definitiva, el pro tagonista es el educando. Probablemente sólo existe autoeduca ción. «Nadie educa a nadie, nadie se educa solo. .Nos educamos
beres se multiplican y se difunden en los libros. Ya no es indis pensable acudir al experto. La «galaxia audiovisual» potencia las imágenes y las acerca al hombre, que casi tiene que protegerse de ellas. .. Para conocer algo no es necesario consultar al experto. Bas tará leer un libro, ver un programa de televisión, escuchar un espacio radiofónico...
bitual aquella ingenuidad de antaño. El alumno aceptaba (incluso interiormente) las decisiones, las órdenes e incluso los caprichos
decir que existe una excrecencia sensitiva que dispone el ánimo del alumno contra la actuación del educador. Socialmente el profesor es un profesional poco valorado. En las
cente como un «siervo». Se le paga precisamente para estar «al servicio» del alumno. No se valora su función, no se comprenden sus dificultades, no se disculpan fácilmente sus fallos.
e) Deterioro de^ la^ autoimagen^ o^ autoconcepto:^ Aunque^ sería^ ne cesario confirmar estas afirmaciones mías con alguna investigación ex perimental, creo que se puede decir sin grandes riesgos de equivocación que la autoimagen del docente se ha deteriorado. El profesor sabe que su tarea es limitada (y discutida), que está frecuentemente mal preparado, que los alumnos ponen en entredicho su actuación, sus conocimientos e incluso sus intenciones.
Es lógico que el autoconcepto sea poco positivo ya que es conse cuencia -en parte- del descenso de valoración social de la profesión.
«Los profesores -dice Moustakas- se encuentran vitalmente afec tados por las consecuencias de su propio comportamiento. A veces se sienten inseguros de sí mismos. Buscan entonces una interpretación de la autoaceptación que tenga validez ante las realidades complejas de la
f) Profundas vivencias extraescolares: La opción fundamental del docente es hoy menos totalizadora. Su vida privada le brinda ordinaria mente experiencias más ricas, más intensas que las que proporciona el sistema escolar. También para los alumnos lo escolar es una dimensión
vida de la calle ofrece estímulos, experiencias y relaciones más apasio nantes, más variadas, más libres.
Es patente la ausencia de los alumnos en muchas horas de clase. La mente está fuera reviviendo experiencias, proyectando encuentros, hilvanando utopías. En otras épocas la escuela era el centro de la vida del alumno. En él tenía los amigos, las diversiones, la vida religiosa, las ilusiones. .. Hoy se ha convertido en un lugar donde se imparten conocimientos. Las clases, por otra parte, suelen ser monótonas, pasivas, teóricas, con unos contenidos alejados de los intereses vitales, con unas relacio nes estereotipadas y con una tremenda miopía en las finalidades. g) La estable provisionalidad: Para muchos docentes la barrera de las «oposiciones» supone un serio obstáculo para la encarnación de unos ideales pedagógicos. Antes de su celebración porque se encuentra abandonado a la inseguridad, al sometimiento (a veces al servilismo) ante determinadas exigencias, a una discriminación iniusta. Durante su preparación porque es difícil simultanear el estudio y la investigación profunda con un horario agotador (casi siempre bajo una tensión inte rior angustiosa). Después de celebradas y superadas porque está tentado por la seguridad excesiva, cómoda y descarada que le proporciona el sistema. ¿Cómo es posible una libertad auténtica si debes acomodarte al modo de pensar y/o de actuar de quienes deben renovarte el contrato? Y, una vez dentro, ¿cómo esforzarse constantemente al lado de otros profesio nales que se descuidan pero que gozan de los mismos beneficios?
h) Malas circunstancias: Tener en clase cincuenta alumnos alinea dos (y alienados), poco motivados, frecuentemente revo'ltosos... , ha dado al traste con muchos proyectos educativos.
paciotemporales en que se desarrolla la actividad educativa dejan mucho que desear. En cuanto al profesorado, falta un necesario planteamiento grupal
S i l a vida nos h a enseñado a ser desconfiados, escépticos, tristes, poco entusiastas..., yo prefiero a las personas sin «experiencia». Porque la ex periencia sería entonces un contravalor acrisolado.
c) El cansancio con ribetes de desaliento: ¿En qué grado educa, en qué grado enseña, en qué medida ayuda eficazmente? La complejidad del proceso educativo se hace extrema en el momento de las comproba ciones. Porque existen -simultáneamente- muchos otros factores edu cativos/ deseducativos. Y porque resulta muy difícil determinar cuáles son los objetivos deseables. ¿Para qué todo el esfuerzo, todo el empeño, todo el tiempo? Detrás de esta pregunta se esconden muchas veces el vacío, la incertidumbre y los fantasmas. Temo, por otra parte, a los educadores con planteamientos simples, «claros», elementales, sin com plicación alguna. Esa simplicidad suele estar al borde de la simpleza. El cansancio del educador procede, a veces, de un choque abierto (o enmascarado) con la institución educativa, con parte de los alumnos
al cambio, que tiene miedo, que no está en condiciones de afrontar el riesgo. Sucede esto particularmente cuando el educador busca y lucha por un cambio a fondo en las estructuras educativas.
d) Sensación de impotencia: Ese sentimiento de incapacidad que domina a cualquier profesional en momentos de fracaso invade también al educador en no pocas ocasiones. «No sé», diremos a veces. «No puedo», pensaremos en otras situa ciones. Es abrumadora la cantidad de información que se nos ofrece, resultando prácticamente imposible abarcarla. La conciencia de igno rancia aumenta a medida que lo hace el saber. A medida que avanzamos en la conquista del conocimiento, vamos sintiendo más nítidos los lími tes de nuestra ignorancia.
diversos problemas educativos: la falta de rendimiento, la desmotiva ción, la crisis depresiva del alumno, su desorientación vital. .. ¿Qué hace el educador ante todos estos problemas? ¿Qué puede hacer?
e) La crisis de identidad: ¿Quiénes somos los profesores, hoy? ¿Para qué servimos? Los autores que propugnan la desescolarización (Goodman, Reimer, Rogers, Prohaska, Eliade ... ) ponen en cuestión las funciones tradicionales del docente. Pero todavía no se han asimilado los nuevos roles que supone que trae consigo la nueva concepción del profesor. «¿Qué es en última instancia la misión del profesor y para qué los profesores? ¿Alguien que recoge unos saberes y los transmite a los alumnos, para que éstos a su vez los reciban y los vayan transmitiendo a sus sucesores? ¿O es, por el contrario, aquél que a través de unos saberes ayuda a ser hombre al oyente en la medida en que le confronta con la realidad? ¿O quizá el que eleva lo real ante su mirada, le ayuda
protagonizar^ el^ destino^ universal^ y^ dentro^ de^ él^ identificar el destino
Educador es quien ayuda a ser hombre, a ser hombre libre, respon sable, inteligente, crítico. Pero solamente se puede ayudar a alguien a
esto es muy difícil.
f) El desencanto de los alumnos: Es frecuente encontrar testimo nios del malestar, de la progresiva decepción, del escepticismo de los alumnos ante las posibilidades que puede ofrecerle el sistema educativo. Esa creciente decepción echa sus raíces en diversas zonas. Lo he podido comprobar mil veces en mi experiencia de profesor universitario. El alumno se siente defraudado, progresivamente desencantado:
Basta, para comprobarlo, pensar en el alto nivel de inasistencia a las clases, en el retraso con el que comienza el curso, en la frecuencia de «puentes», en la precipitación con que se inician las vacaciones... Y,
talidad estudiantil es muy elevada.
El profesor, ante esta avalancha de desilusiones, puede adoptar dife rentes posturas:
modo. Es fácil refugiarse en el coro de voces cercanas que no discrepan, es muy cómodo dejar que el eco de los aplausos aplaste la voz de las críticas. Resultará inútil, ciertamente. Como el es
de avance del mismo al caminar de proa a popa. Dejarse envolver por ese clima de decepción y desaliento. Sentir
salir de él, analizarlo fríamente y superarlo de forma progresiva.
Pero, ¿es que existe educación sin manipulación sutil o descarada? ¿No estaremos colaborando en mantener y perpetuar unas estructuras socio-políticas, unos modos de vida, unos mitos sociales cargados de injusticia? Hopkins decía ya hace muchos años (perdóneseme la imprecisión ya que cito de memoria): «Más le valiera al hombre no ser educado que serlo por sus amos. Le amaestrarán, como al perro, para que le traiga la pieza a sus pies.»
¿Qué es lo que realmente estamos haciendo al incorporarnos al siste ma «educativo»? «La ocupación del maestro no es la de denunciar la
funde humanidad con «humanidades». Hoy es inadmisible aquella posición según la cual la educación equi valía al moldeamiento del alma del niño. «Como el escultor moldea la arcilla o cincela el bloque de piedra», se decía.
La enorme complejidad que entraña hoy el concepto de educación incide sobre el educador que no siempre sabe o puede raccionar con seguridad, ilusión y entusiasmo. De ahí el nuevo factor de «erosión» que ahora analizamos.
Es indudable que existen hoy elementos de peculiares características que aumentan la velocidad y la intensidad de la «erosión» de la función docente. Pero también es cierto que el educador puede hacer frente a esas causas y aminorar los efectos devastadores de las mismas. Veamos algunas de las respuestas que puede dar el educador, interpelado por
adocenamiento.
a) La formación de auténticos equipos
Cuando se habla de la enseñanza en equipo se suele hacer referencia a las ventajas de orden «instructivo»: responsabilidad conjunta del pro fesorado ante la enseñanza, facilitación de agrupaciones flexibles, pér dida de rigidez en los horarios, especialización compensada, posibilidad
Todo ello es cierto. Pero queremos subrayar aquí la importancia del factor emocional («el factor humano»). Si realmente existe un equipo educativo, el profesor puede establecer una comunicación efectiva que podrá ayudarle:
por la limitación de horizontes, por la falta de perspectiva, por
planteamientos masoquistas de insuficiencia... Es frecuente esta situación entre profesores noveles cuyas hermosas teorías peda gógicas chocan violentamente contra realidades difíciles u hostiles.
dinamismo.
parciales y marcados por las propias vivencias y expectativas.
cernir) los propios esquemas, las teorías, los métodos, las formas de evaluación. .. Me refiero, pues, al equipo como un factor de cohesión y coherencia educativa. Como un elemento estabilizador y potenciador del equilibrio interno. Como una catapulta del entusiasmo y de las inquietudes. Como apoyo, aliento y estímulo.
El símil nos es útil para hacer patente la idea. Un grano de arena es fácilmente erosionable por los agentes más diversos. Un bloque com pacto resulta -obviamente- mucho más resistente.
El análisis claro, preciso, objetivo y sereno de la situación resulta, sin duda, imprescindible para no desembocar en una actitud de clau sura, de culpabilidad, de amarga decepción [11]. Es preciso tener la clarividencia suficiente para conocer los factores que hoy hacen peculiar la tarea educativa. Sólo así será posible conocer las causas que determinan los procesos y que -frecuentemente- echan sus raíces en lugares muy dispersos. No es acertado limitar el análisis a las propias actuaciones del docente bajo la pretensión de que es lo que mejor se conoce y sobre lo que se puede actuar inmediatamente. En análisis ha de ser desapasionado, objetivo, realizado en categorías «metacontextuales», como si el docente pudiera salir de la realidad en
casi implacable. El análisis ha de ser estructural. Han de ponerse todos los elementos en relación. Es frecuente una visión parcializada de la realidad que su
mente, una deformación considerable.
nal del proceso analítico ha de desembocar (en un feed-back perma nente) (^) en la praxis educativa, de modo que resulte eficaz. Es necesario tener los ojos limpios (libres de miopías más o menos deliberadas, de astigmatismos deformantes, de cegueras casi completas), la mente despejada (libre de esquemas apriorísticos de rigidez intelec tual, de torpeza y obstinación) y el corazón abierto (alejado de la cerra-
Por identificarme plenamente con ella, acepto la invitación de Cabo
Es evidente que el escepticismo total supone una buena dosis de in coherencia (si alguien afirma que es imposible cualquier demostración, deberá reconocer que esa misma afirmación debe ser tachada de inad misible). Hay escépticos que no dejan de ser más que dogmáticos ca muflados. Tampoco es aceptable el escepticismo que afirma estar siempre en el punto medio entre dos extremos. Suele desembocar en un término medio, lleno de ambigüedad y de falsa «prudencia». Cabodevilla nos habla de otro escepticismo, muy diferente. «Es un escepticismo firme sin ser dogmático, moderado sin ser pusilánime. No significa abandono o dejación, no incluye ningún^ miedo^ a^ la vida, nin
Hay razones para anclarse en un fondo de escepticismo. Eso supone una visión clara, ordenada y precisa de la complejidad de los procesos educativos. Pero también existen importantes motivos que alientan el entusiasmo. De ahí esa síntesis que parece una paradoja. El escéptico no es dogmático, no está seguro, no teme tampoco la inseguridad, sabe dudar, es tolerante, dialoga sin cesar, busca la verdad.
siasmo vertida en el mismo recipiente de un corazón humano. Se trata de una misma moneda, con su anverso y su reverso. No es ningún ab surdo, ya que ni el entusiasmo suprime el escepticismo ni éste hace inviable el entusiasmo. También la locura tiene su lógica, y el crimen, su ética. No es ningún absurdo. Absurdo es un círculo cuadrado, un hierro de madera o un escepticismo dogmático; pero no el escepticismo entusiasta. ¿Una paradoja? Una paradoja en la cual uno y otro término, en lugar de neutralizarse, son susceptibles de intensificación simul
El escepticismo nos hace poner los pies en el suelo. El entusiasmo nos hace correr hacia el encuentro del hombre, de su historia, de su liberación. Caminamos sin cesar hacia Utopía.
Dirección del autor: Miguel Angel Santos Guerra, C/. Ciudad Real, 33. Colonia Ja Cabana. Pozuelo de Alarcón. Madrid.
[3] MousTAKAS, C.: La autorrealización del profesor a través de^ la^ enseñanza, p. 53 (Madrid, Narcea). [4] MousTAKAS, C.: o.e., p. 19.
[5] NEILL, A. S. (1975): Maestros problema y problemas del maestro (México, Mexicanos Unidos). [6] GONZÁLEZ DE CARDEDAL, o. (1977): Carta a un profesor^ amigo,^ p. 23 (Madrid, Narcea). [7] RuB 11 N SANABRIA, J. (1978): Etica, p. 11 (México, Porrúa). [8] SARTRE, J. P. (1937): Un monde sans spoir est irrespirable (París, Malraux). [9] GILLIARD, E. (1973): La escuela contra la vida, p. 19 (Barcelona, A. Redondo Editor). [10] MARfN lBÁÑEZ, R. (1979): Interdisciplinariedad y enseñanza en equipo (Madrid, Paraninfo). [11) PosTMAN, N. y WEINGARTNER, Ch. (1979): La enseñanza como actividad crítica (Barcelona, Fontanella). [12) MENDES,^ N. (1979):^ A^ ti,^ profesor,^ ¡yo acuso!,^ p. 77 (Madrid, Nuestra Cultura). [13] Ibídem., p. 73. [14) CABODEVILLA, J. M. (1980): Palabras son amores (Madrid, BAC). [15] Ibídem., p. 327. [16] Ibídem., p. 333.
SUMARIO: El autor aborda el tema (aprovechando el término de las ciencias na turales) de la «erosionabilidad» de la función docente, del fenómeno del desgaste y la frustración inherentes a la actividad educativa. En primer lugar se hacen unas reflexiones sobre la naturaleza de este proceso y su significado en la sociedad actual. Se hace luego un estudio de la etiología del fenómeno, analizando las raíces filosó ficas, sociológicas, psicológicas, etc., que pueden desencadenar y alimentar (retro alimentar) el proceso. En la última parte se proponen algunas soluciones que pueden evitar o aminorar la aparición y el desarrollo de ese desgaste personal, didáctico y científico.
Descriptores: Teacher training; The role of the teacher; Motivation; Sociology of Education; Teacher· student relationahip.