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Trabajo práctico de Historia Mundial. Trata del Islam, el comercio del Mediterráneo y el absolutismo.
Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones
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del siglo XVIII, se opera una especie de contracción en todas partes. Las extensas parentelas de antaño, se ven de a poco siendo sustituidas por grupo de familias más cercanas como en la actualidad. En los documentos franceses del siglo XII, se nota una tendencia a limitar los parientes más próximos a la demanda de aprobación para las enajenaciones. Después, vino el sistema del derecho de rescate. Con la distinción que establecía entre las adquisiciones y los bienes familiares y a las reivindicaciones de los linajes maternos o paternos que reemplazaron a la antigua práctica del linaje casi infinito. Estas transformaciones estuvieron llenas de consecuencias. No obstante, el debilitamiento y la fragmentación del linaje, como unidad económica y al mismo tiempo como órgano de la faide , parece que tuvieron efectos de cambios sociales más profundos. El progreso de los cambios llevaba a limitar la trabas familiares, sobre los bienes, los de la vida de relación, provocaron la ruptura de colectividades demasiado vastas de todo estado civil, no podían conservar el sentimiento de su unidad más que quedándose agrupadas en un mismo lugar. Las rudas sacudidas sufridas por Inglaterra, tuvieron parte importante en la precoz ruina de los antiguos linajes. El paso decisivo se dio cuando el segundo nombre, convertido en hereditario, se transformó en patronímico. Más que de gentilicios, se trataba, conforme a la evolución general de los vínculos de sangre, a los apodos de familias, cuya continuidad estaba a merced del menor accidente que ocurriera al destino del grupo o del individuo. La estricta heredabilidad no fue impuesta hasta mucho más tarde, con el estado civil, por los poderes públicos, deseosas de facilitar así su labor de vigilancia y de administración. El inmutable apellido que bajo un nombre común a hombres con frecuencia extraños a todo sentimiento de viva solidaridad, debía ser al fin, en Europa, la creación no del espíritu del linaje sino de la institución más contraria: el Estado soberano.
del poder de esa clase: la llegada de las revoluciones burguesas y la aparición del Estado capitalista.
cada cierto tiempo, con objeto de recaudar impuestos. Tales convocatorias se hicieron cada vez más frecuentes y prominentes en Europa occidental a partir del siglo XIII, cuando las tareas del gobierno feudal se hicieron más complejas y el nivel de finanzas necesario para ellas se volvió igualmente más exigente. Constituyeron, por el contrario, un mecanismo intermitente que era una consecuencia inevitable de la estructura del primer Estado feudal en cuanto tal. Así, ningún rey feudal podía decretar impuestos a voluntad. Para aumentar los impuestos, los soberanos tenían que obtener el «consentimiento» de organismos reunidos en asambleas especiales los Estados. Es significativo que la mayor parte de los impuestos generales directos que se introdujeron paulatinamente en Europa occidental, sujetos al asentimiento de los parlamentos medievales, se hubieran iniciado antes en Italia, donde la primera síntesis feudal había estado más próxima a la herencia romana y urbana. Esos impuestos no eran, sin embargo, prestaciones regulares, sino que permanecieron como recaudaciones ocasionales hasta el final de la Edad Media, durante la cual pocas asambleas de Estados cedieron a los monarcas el derecho de recaudar impuestos generales y permanentes sin el consentimiento de sus súbditos. Los «Estados del reino» representaban usualmente a la nobleza, al clero y a los burgueses urbanos y estaban organizados bien en un sencillo sistema de tres cunas o en otro, algo diferente de dos cámaras. Aparte de su función esencial como instrumento fiscal del Estado medieval, esos Estados cumplían otra función crucial en el sistema político feudal. Con el desarrollo de los Estados Propiamente dichos en el siglo XIII, a causa de las exigencias fiscales, la prerrogativa baronia de consulta se fue extendiendo gradualmente a estas nuevas asambleas, y llegó a formar parte importante de la tradición política de la clase noble que, en todas partes, naturalmente las dominaba. La «ramificación» del sistema político feudal en la Baja Edad Media, con el desarrollo de la institución de los Estados a partir del tronco principal, no transformó las relaciones entre la monarquía y la nobleza en ningún sentido unilateral. Esas instituciones fueron llamadas a la existencia fundamentalmente para extender la base fiscal de la monarquía, pero, a la vez que cumplían ese objetivo, incrementaron también el potencial control colectivo de la nobleza sobre la monarquía.En la práctica, los Estados continuaron reuniéndose en ocasiones esporádicas y los impuestos recaudados por la monarquía siguieron siendo relativamente modestos. Una importante razón para ello era que todavía no se interponía entre la monarquía, y la nobleza una vasta burocracia pagada. El alto clero que, siglo tras siglo, proporcionó tantos supremo administradores al gobierno feudal -desde Inglaterra a Francia o España- se reclutaba en sumayor parte, evidentemente, entre la misma nobleza, para la que era un importante privilegio económico y social acceder a posiciones episcopales y abaciales. La ordenada jerarquía feudal de homenaje y lealtad personal, las asambleas de los Estados corporativos ejerciendo sus derechos de votar impuestos y deliberar sobre los asuntos del reino, el carácter informal de una administración mantenida parcialmente por la Iglesia -una Iglesia cuyo más alto personal se componía frecuentemente de magnates-, todo eso formaba un lógico y trabado sistema político que ataba a la clase noble a un Estado con el cual, a pesar y en medio de constantes conflictos con monarcas específicos, formaba un todo.
nueva estabilidad y armonía prevalecieron, a medida que cambiaba la coyuntura económica internacional y comenzaban cien años de relativa prosperidad en la mayor parte de Europa, mientras la nobleza volvía a ganar confianza en su capacidad para regir los destinos del Estado. Naturalmente, y manteniendo una básica constancia, las campañas del absolutismo europeo presentan cierta evolución tipológica. El común determinante de todas ellas fue la orientación feudal territorial de la que se ha hablado antes, cuya forma característica fue el conflicto dinástico puro y simple de comienzos del siglo XVI. Estas confrontaciones, sin embargo, se limitaron a los dos Estados europeos que habían experimentado revoluciones burguesas y fueron contiendas estrictamente capitalistas.