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Este documento explora los conceptos fundamentales de la sociología, incluyendo las clases sociales, el cambio social y la cultura. Se analiza la teoría marxista de las clases sociales, la relación entre clase y superestructura, y el papel de las clases en el cambio social. También se examinan las diferentes perspectivas sobre el cambio social, incluyendo las teorías funcionalistas y evolucionistas, así como la influencia de la tecnología y la cultura en la transformación social.
Tipo: Resúmenes
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No sólo por la necesidad de compañía sino también para asegurar la subsistencia propia, las personas requieren de otras personas. Tanto la producción de bienes como su intercambio o distribución son tareas que involucran a más de un individuo y conducen a una serie cada vez más amplia de relaciones humanas a medida que se vuelven más complejas. En una época u otra, la organización de la vida colectiva conforma una sociedad. No hay una sola sociedad; hay muchas, y resultan del momento histórico y las características geográficas, políticas, económicas y culturales de la región o el país en que cada una se desenvuelve. Las sociedades varían en distintas épocas y latitudes. Ya en la primera mitad del siglo xviii el barón de Montesquieu, influido por los avances de la física y la biología, se propuso realizar un estudio científico de la organización social e intentó encontrar en las diferencias climáticas una explicación a las variaciones entre sociedades. Montesquieu Montesquieu ha sido considerado como el verdadero fundador de la sociología, juicio que se basa en su empeño por encontrar las causas profundas que explican la diversidad de las costumbres y de las leyes que rigen a los hombres. En El espíritu de las leyes, Montesquieu resumió su experiencia como observador de las costumbres y las organizaciones de los pueblos. Documentándose en sus propios viajes y las historias de los exploradores de la época, Montesquieu afirmaba que el temperamento humano en los países fríos difería en gran medida del de los países cálidos. Montesquieu es uno de los primeros autores que se preocuparon por la diversidad social, preocupación que, justamente, constituye uno de los puntos de partida de la moderna sociología.
La sociedad como escenario de las relaciones humanas, con sus regularidades, contradicciones y conflictos, constituye el gran objeto de estudio de las llamadas ciencias sociales y de la sociología. Todo aquello que sucede en el interior del conglomerado social y rebasa el ámbito de la vida personal del individuo se convierte en un fenómeno susceptible de ser estudiado por el científico social. Es decir, la sociología se ocupa de la forma en que los seres humanos tienden a relacionarse entre sí, y cómo esas relaciones configuran patrones de comportamiento colectivo que explican no sólo las particularidades de una sociedad determinada sino las razones por las que ésta se transforma. Así, el sociólogo estudia la diversidad social pero también las similitudes entre unas sociedades y otras. A partir de estas diferencias y semejanzas, así como de datos estadísticos, de la observación desapasionada y de la elaboración de conceptos explicativos, intenta encontrar el hilo conductor que le permita comprender el complejo proceso social. Corresponde a la sociología la difícil tarea de relacionar la biografía con la historia; es decir, de hacer que la existencia individual de cada uno de nosotros cobre un sentido dentro de la trama de la historia contemporánea, analizando y explicando las estructuras sociales que dan vida a esta última. En esto radica la imaginación sociológica. En la medida en que todos formamos parte de la sociedad y tenemos derecho a opinar acerca de ella, la imaginación sociológica que proclama Mills no puede ser patrimonio exclusivo del sociólogo.
La sociología no es la única ciencia social; antes y después de ella otras disciplinas han reclamado campos particulares de trabajo complementarios a la sociología que configuran el campo de las ciencias sociales. Las más importantes de estas disciplinas son la historia, la antropología, la ciencia política, la economía, la geografía, el derecho y la psicología social. Todas están relacionadas con la sociología. ● La historia se ocupa del pasado de los seres humanos o, como dice Marc Bloch, “de los hombres en el tiempo”, a partir de su significación en el presente. Su fuente de información está en los archivos, los documentos del pasado, los testimonios orales o escritos y los relatos o estudios históricos escritos por otros que vivieron antes. Puede aspirar igualmente a iluminar una parte del pasado que contribuya a explicar al presente y, tal vez a señalar los caminos para su transformación. ● La economía se interesa por la actividad humana y su relación con la producción y distribución de bienes para la satisfacción de las necesidades de los propios individuos. ● La ciencia política estudia la actividad de los individuos orientada hacia la obtención y el mantenimiento del poder. Por lo mismo, se ocupa también de los procesos de participación y representación políticas. ● La geografía es el estudio de la Tierra como el espacio donde habita el ser humano. ● La antropología es el estudio de la cultura de las sociedades, entendida como las diversas formas de creación humana que comprenden creencias, hábitos, instrumentos cotidianos, lo mismo que arte o ciencia. ● El derecho se ocupa de las normas que regulan las relaciones humanas, tanto en su significado y validez, como en el conocimiento de su aplicación en una sociedad determinada. Sus ámbitos de reflexión son los de la ley, la justicia y la obligación. ● La psicología estudia el funcionamiento de la mente y del comportamiento individual humanos, en sus aspectos conscientes e inconscientes. Los estudiosos de la sociedad tienden crecientemente hacia la interdisciplina. Wallerstein ha sostenido que la creación de múltiples disciplinas se basaba en la creencia de que la investigación sistemática requería una concentración hábil en las múltiples zonas separadas de la realidad, racionalmente dividida en distintos grupos de conocimiento. La interdisciplina permite un estudio que combina varios saberes en el análisis de un problema y que responde a la complejidad y diversidad del mundo moderno.
En universidades e institutos, los sociólogos se ocupan de los más diversos temas y avanzan en la construcción de nuevos conceptos que expliquen la compleja sociedad moderna. El trabajo en este sentido puede ser individual o colectivo; unidisciplinario o multidisciplinario, al conjuntar la perspectiva sociológica con las de otras áreas del conocimiento. En estos estudios los sociólogos colaboran frecuentemente con especialistas de otras disciplinas sociales que contribuyen a enriquecer y ahondar el alcance del análisis. Para ello, además de teorías explicativas, las ciencias sociales se sirven de métodos y técnicas de trabajo que facilitan su labor.
Lo que hace a la sociología una disciplina científica es el método que orienta su trabajo. El método es el camino teóricamente diseñado para analizar los fenómenos y las conductas sociales. Incluye la delimitación del objeto de estudio, la construcción de hipótesis, el diseño de los procedimientos para comprobarlas y la forma de organización del trabajo. Al desprenderse a su vez,
Émile Durkheim Émile Durkheim (1858-1917) es considerado, con razón, como uno de los pilares de la sociología contemporánea. Se concentra en lo que, en adelante, sería su preocupación central: la sociedad como colectividad cohesionada que tiene sus propias leyes de funcionamiento.
Uno de los problemas que enfrenta el sociólogo es el de hasta qué punto su disciplina constituye efectivamente una “ciencia” y si sus resultados son lo que se espera de un trabajo científico. Aun cuando la sociología realice su mayor esfuerzo y llegue a conclusiones acertadísimas sobre la realidad social, siempre habrá un elemento de incertidumbre aportado por la propia acción humana. Ciertamente, la utilización de métodos y técnicas propios, junto con una aspiración a establecer generalizaciones a partir de la lógica interna y los caracteres comunes de los fenómenos sociales de una época, constituyen los elementos más importantes para reclamar la condición científica de la sociología. Ésta no se propone el descubrimiento de principios generales en una perspectiva totalizadora sino, más bien, tendencias que implican un alto grado de certeza pero que están sujetas a los cambios impuestos por el azar, y a la libertad y la racionalidad de los actores sociales. Lo anterior conduce a otro problema: el de la “objetividad” del sociólogo , relacionada estrechamente con el doble carácter del propio investigador, que es a la vez sujeto y objeto de su disciplina; es decir, al mismo tiempo que la estudia es miembro activo de su sociedad, con opiniones e ideas que influyen en sus perspectivas y conclusiones pretendidamente científicas. La objetividad , entendida como un alejamiento emocional del investigador respecto a su objeto de estudio, que le permita hacer un análisis frío y, por lo tanto, verdadero, encuentra sus límites en la propia historia del sociólogo, es decir, en su relación personal con la sociedad que estudia. La verdad, dice Max Weber, no siempre es bella o agradable y el sociólogo, en particular el dedicado a la enseñanza y no al liderazgo político, está comprometido a exponer la verdad y sostenerla incluso por encima de sus convicciones políticas. La historia de la sociología, particularmente en el siglo xx, ha demostrado que el problema de la objetividad no es tan simple. En primer lugar, porque ya desde la elección del tema de investigación el sociólogo hace intervenir sus preferencias personales y muchas veces su punto de vista sobre la realidad. En segundo lugar, porque la adhesión a una teoría suele ir acompañada de un enfoque valorativo sobre la sociedad. Finalmente, el sociólogo debe considerar los efectos y alcances que puede tener su trabajo como investigador. ¿A quién va a servir? ¿Quién lo patrocina? ¿Quién lo va a leer o a escuchar?.
Un comentarista definió en cierta ocasión al científico social como aquel que dice con toda solemnidad lo que el resto de la gente comenta en el café. Pero, además, la tarea del sociólogo debe distinguirse del comentario cotidiano en su grado de responsabilidad con la verdad y con sus consecuencias. Hoy, el sociólogo encuentra un campo profesional bastante amplio que incluye agencias gubernamentales que requieren especialistas en ciertos temas (sociología de la educación, sociología rural, sociología urbana, entre otras), sindicatos y partidos políticos (sociología electoral, estudios de socialización política, etcétera), empresas industriales (sociología del trabajo) así como organismos internacionales, institutos de capacitación, periódicos y revistas. En cada uno de estos lugares, el sociólogo puede encontrar el campo idóneo para desarrollar un trabajo imaginativo y valioso que responda a las necesidades de la sociedad y reafirme su compromiso objetivo y responsable con ella.
El lenguaje sociológico ha adquirido paulatinamente un lugar en el habla cotidiana: nos referimos con toda naturalidad a las clases medias, la ideología capitalista, la búsqueda de status, la legitimidad de los gobiernos o los medios masivos de comunicación. Sin embargo, para que se diera este traslado de los conceptos sociológicos a la cultura general, la sociología ha tenido que recorrer un largo trecho. En la historia del pensamiento occidental, la reflexión en torno a la sociedad se remonta, cuando menos, a los griegos. Tanto en los Diálogos de Platón como en n la política de Aristóteles se abordaba el tema desde una perspectiva filosófica, encaminada sobre todo a encontrar la forma que la sociedad debería asumir para lograr un orden justo en el cual pudiera manifestarse la virtud de los hombres, considerada como meta de la vida social. Durante el Renacimiento, una preocupación similar llevó a algunos importantes pensadores a elaborar textos filosófico-literarios acerca de sociedades perfectas. El avance de la economía capitalista y la formación de los estados-nación durante los siglos xvi y xvii orientaron la reflexión social hacia la economía y la política. Nicolás Maquiavelo, Jean Bodin,Thomas Hobbes y John Locke estudiaron la relación entre los hombres y el poder, y reflexionaron acerca de las razones de las colectividades para aceptar el poder del Estado. Por su parte, otros autores como Thomas Mun, François Quesnay y Adam Smith iniciaron el debate teórico acerca de cuestiones como la producción, el valor de las cosas, el significado del dinero y la importancia del comercio. Para todos estos autores, la sociedad no era sino un conglomerado más o menos sujeto a los vaivenes de la política y la economía. El economista inglés Adam Smith (1723-1790) sostenía, por ejemplo, que la sociedad dependía de la libertad con que unos cuantos individuos pudieran generar e intercambiar sus productos en el mercado. Según Smith, los nacientes capitalistas invertirían seguramente en aquello que tuviera más demanda y que, por lo tanto, les reportará la mayor ganancia. Hoy las teorías de Smith son fundamento del llamado “neoliberalismo”. Jean-Jacques Rousseau. En sus primeros trabajos su actitud hacia la sociedad era más bien de rechazo: veía al individuo como una víctima de la sociedad. Sin embargo, en el Contrato social sostuvo que a pesar de que el hombre ha nacido libre, no encuentra mejor manera de vivir en sociedad que renunciando a su libertad prístina a cambio de participar en la creación del Estado a través de la llamada voluntad general.
La Revolución Francesa hizo posible que la sociedad se considerará desde un nuevo punto de vista. Con ella, las “masas” irrumpieron en el escenario político y obligaron a los seres humanos a pensar en la sociedad como un ente colectivo en cuyo seno latía un enorme potencial de cambio. Al impulso precursor de Montesquieu, cuyo interés por el estudio sistemático de la sociedad se adelantó muchos años al surgimiento de la sociología, quizá debería sumarse esa toma de conciencia propiciada por la revolución. Además de la Francesa, otras dos revoluciones contribuyeron a desarrollar el interés por la sociedad: la Revolución Científica y, principalmente, la Revolución Industrial. Nos referimos, en el primer caso, a la gran cantidad de descubrimientos que desde mediados del siglo XVII se venían produciendo en las ciencias naturales a partir de la utilización del método experimental. Se llamó Revolución Industrial a la introducción de adelantos técnicos en los talleres de hilado y tejido de la lana en Inglaterra y Escocia, que dieron paso a un acelerado proceso de industrialización en toda Europa a partir de 1760. Súbitamente, las posibilidades de la producción se habían
Al mismo tiempo que Comte se preocupaba por el orden y el progreso sociales, el inglés Herbert Spencer (1820-1903) desarrollaba la sociología llamada evolucionista, basada en un paralelismo entre las sociedades y las diversas formas de la naturaleza, con las que encontraba grandes similitudes. Spencer sostenía que a lo largo de la historia ésta ha sufrido una serie de cambios provocados por la lucha por la supervivencia y la adaptación al medio ambiente, cambios que la han conducido a una creciente complejidad. Este autor equipara a la sociedad con un organismo vivo en el cual todas las partes son independientes y en el que funcionan una serie de sistemas —nutritivo, distributivo y militar— que, en forma similar a la circulación, la digestión o el sistema nervioso en el organismo vivo, desempeñan funciones muy precisas. La dinámica social de Comte Auguste Comte explica el progreso de la humanidad como un proceso evolutivo del conocimiento de ésta acerca de la realidad. Las sociedades —decía— han atravesado por una etapa teológica, en la cual atribuyen a fuerzas superiores los fenómenos que no alcanzan a comprender; una metafísica, en la que se sustituyen las fuerzas sobrenaturales por conceptos filosóficos; y una positiva, en la cual triunfa la explicación científica. Así, el progreso es el tránsito de la sociedad hacia la civilización regida por la ciencia. Nicholas Timasheff ha resumido en el siguiente cuadro las relaciones que Comte establecía entre cada etapa y las formas sociales que le correspondían. No es posible concluir este breve recuento de los fundadores del pensamiento sociológico sin hacer alusión a Karl Marx, creador del sistema teórico al que se conoce como materialismo histórico .} Marx (1818-1882) nunca pretendió ser un sociólogo. Él partió de una perspectiva totalizadora que lo llevó a explorar muy diversas regiones de la realidad para llegar a comprenderla. Vinculó así la historia con la economía y la política para ofrecer una gran interpretación de la sociedad y del camino que los hombres deberían seguir para volverla más justa e igualitaria. Dos cuestiones sobresalen en su teoría: el postulado de que la producción económica constituye la base de toda la estructura social y el punto de partida para entenderla, y la noción de que las sociedades se transforman a partir de las fuerzas sociales que se desarrollan en su interior y que, en el caso de la sociedad capitalista moderna, llevarían inevitablemente a la toma del poder por la clase oprimida: el proletariado. Otros importantes autores del siglo XIX y principios del XX contribuyeron a conformar los grandes caminos teóricos de la sociología moderna: Max Weber (1864-1920), quien propuso una metodología basada en la objetividad y el estudio de la acción social; Émile Durkheim (1858-1917), quien impulsó la utilización de los datos estadísticos y se interesó por las formas de cohesión internas de la sociedad, y Vilfredo Pareto (1848-1923), quien desarrolló una teoría de las élites y destacó la importancia de los actos inconscientes o ilógicos dentro de la sociedad.
Nuestras sociedades distan mucho de parecerse a la que Comte o Marx trataron de explicar en el siglo xix. A la Revolución Industrial sucedieron ya, cuando menos, otras dos: una revolución
energética y otra tecnológica. La primera se inició con la aparición del motor de combustión interna y la utilización industrial de la energía eléctrica, que a su vez llevaron al desarrollo de la siderurgia y de la industria del transporte, a la construcción de carreteras y a una nueva expansión industrial y urbana. La segunda transformación, la llamada “revolución tecnológica”, nos acerca cada vez más a una era automatizada en la que los robots y las computadoras sustituirán al ser humano en infinidad de tareas.
La antropología y el estudio de la familia Más que la sociología, la antropología se ha ocupado de las distintas y complejas formas que la familia y el parentesco asumen en las distintas sociedades. Sin embargo, fue un jurista quien por vez primera estableció la preponderancia del matriarcado en las sociedades antiguas. Juan Jacobo Bachofen (1815-1887), interesado en el origen del derecho materno, realizó concienzudas investigaciones. La primera y, hasta la fecha, fundamental investigación sobre las formas de parentesco fue realizada por Lewis H. Morgan (1818-1881), Su experiencia, consignada en su obra más importante, Ancient Society (1877), le permitió elaborar una clasificación de las familias que parecería corresponder a distintas formas de organización social y sirvió de base a Federico Engels para escribir su famoso folleto El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Morgan citaba, en orden de aparición histórica: a) La familia consanguínea: En ella, todos los hijos e hijas de una comunidad son hermanos y hermanas, pero también pueden actuar como cónyuges; la relación sexual está prohibida solamente hacia las generaciones superior (padres, abuelos) e inferior (hijos, sobrinos, etcétera). b) La familia punalúa: En esta forma se elimina de la relación sexual a los hermanos y hermanas nacidos de la misma madre. El sistema familiar tiende a organizarse por grupos (varias con varios esposos). c) La familia sindiásmica: Aquí se ha eliminado ya el matrimonio por grupos al aumentar la prohibición de mantener una relación sexual con gran cantidad de individuos ligados por complejas formas de parentesco. Sin embargo, el vínculo conyugal es frágil y, aunque el adulterio femenino se castiga, una vez disuelto el matrimonio los hijos pertenecen a la madre y ésta puede buscar un nuevo compañero. d) La familia monogámica: La característica de la monogamia es que garantiza la paternidad indiscutible del hombre a partir de la solidez de los lazos conyugales.La monogamia conlleva, por lo mismo, la sumisión de la mujer y la desigualdad de las relaciones familiares, basadas en la opresión del sexo femenino.
Otro importante enfoque teórico para comprender la vida colectiva es la teoría de la acción social desarrollada por Max Weber. La acción social, afirma Weber, es aquella actividad humana que está orientada por las acciones de otros hombres. Es decir, cada vez que actuamos “socialmente” estamos suponiendo una respuesta por parte de otros individuos. Weber parte de que la acción social es fundamentalmente producto de una decisión individual por lo cual la clasifica a partir de la orientación del individuo que la realiza: 1) racional con arreglo a fines,
De acuerdo con el funcionalismo, la organización social surge de la relación entre papel y status. Es decir, dado que cada papel implica una serie de normas, también lleva asociado un determinado prestigio social: el status. Tal concepto se refiere a la opinión que el conjunto de la sociedad tiene de cada papel. Un autor funcionalista afirma que el status “es una especie de marca de identificación social que coloca a una persona en relación con otra y que siempre implica algún tipo de papel”. Es decir, el status proviene de la percepción que la sociedad —o un sector de ella— tiene acerca de determinada actividad o determinado factor de prestigio. Por ello, el status es el concepto clave de la teoría de la estratificación, la cual constituye la respuesta dada por el funcionalismo al complejo problema de la desigualdad social. Talcott Parsons Talcott Parsons (1902-1979) ha sido uno de los más influyentes pensadores en el desarrollo de la sociología académica. Inspirado en las ideas de Weber, Pareto y Durkheim desarrolló su teoría del sistema social como un todo estructurado y definido a partir de las acciones sociales de los hombres, orientadas a su vez por otros sistemas como el psicológico, el ambiental y, principalmente, el cultural. Conocida como estructural–funcionalismo , su teoría ha sido divulgada y simplificada por muchos de sus seguidores.
Aunque existen muchas variantes de la teoría de la estratificación, en términos generales se trata de una perspectiva que destaca la diferencia vertical entre los individuos. Sostiene que a partir de ciertos factores (el más importante de los cuales es el status) la sociedad se organiza naturalmente de manera jerarquizada y piramidal. Así, en el nivel más bajo (estrato inferior) de la pirámide social estarían las personas de menores ingresos y escasa educación, ocupadas tal vez en labores manuales y poco estimuladas. La pirámide continúa en forma ascendente hasta llegar al estrato superior, integrado por individuos con estudios superiores, altos ingresos y ocupaciones privilegiadas. Desde esta perspectiva, las funciones más delicadas llevan asociado un mayor status y obtienen una mayor recompensa, que no es solamente económica sino también en términos de un grado mayor de reconocimiento público, permisividad o autoridad.
Lenin, fundó su teoría revolucionaria en las obras de Marx, resumió estas propuestas en una definición que sigue siendo clásica: “Las clases son grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de producción, por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo y, consiguientemente por el modo y la proporción en que perciben la parte de riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse del trabajo de otro, por ocupar puestos diferentes en un régimen determinado de economía social.” De la definición anterior y el conjunto de los textos de Marx se desprenden algunos elementos centrales que han sido objetos de amplios y profundos debates: 1) el carácter histórico de la clase,
En el Manifiesto Comunista, Marx afirma que la historia de los hombres es la historia de la lucha de clases. Destaca con ello la persistencia de la desigualdad a lo largo de todas las épocas y el necesario antagonismo que se produce entre las clases dominantes y las dominadas. Se refería a la constante presencia, en la historia de los pueblos, de grupos claramente diferenciados, uno de los cuales disfruta generalmente de una serie de privilegios y tiene mayor acceso a los bienes y comodidades existentes en su sociedad, mientras que otro u otros grupos se encuentran en franca desventaja con respecto al primero, hacia el que guardan una relación de subordinación.
En todos los ejemplos citados encontramos una clase que se beneficia del esfuerzo, la sumisión y el trabajo de la otra. Ello se explica, dice Marx, porque los hombres se separan en clases de acuerdo con la forma en que participan en el proceso de producción. Con este último concepto, Marx se refiere a la actividad organizada de los hombres para transformar la naturaleza. La teoría marxista identifica como proceso de producción a todo ese conjunto de actividades transformadoras e identifica a las clases básicamente por el lugar que ocupan en dicho proceso. ¿Cómo se reconoce ese lugar? Ante todo, sostiene Marx, por la relación que se establece entre los hombres respecto a los medios de producción, es decir, los instrumentos materiales necesarios para llevar a cabo el proceso productivo. Imaginemos, por ejemplo, a la Europa medieval: la economía es bastante simple y los principales medios productivos son la tierra, la semilla, el arado y los animales. De esta suerte, en el feudalismo encontramos una clase subordinada, la de los hombres comunes y los siervos, y otra dominante, constituida por el señor feudal y la nobleza o aristocracia que lo rodea, generalmente vinculada al ejercicio de la guerra. Con el desarrollo histórico de las sociedades, los medios de producción se vuelven más complejos y las relaciones de producción se modifican. La gran industria, con la consiguiente división y especialización del trabajo, lleva a la conformación de dos clases básicas en la sociedad capitalista: la burguesía y el proletariado. La burguesía o clase propietaria es la dueña del conjunto de los medios de producción, que comprenden la maquinaria, las fábricas, la materia prima y la tecnología. Por su parte, el proletariado o clase obrera ha ido perdiendo gradualmente toda relación de propiedad con dichos medios, de tal manera que aporta sólo su trabajo al proceso de producción, a cambio de un salario. Por eso se dice que el obrero vende su fuerza de trabajo. Dice Marx, la burguesía tiene la capacidad de fijar un salario al trabajador y apropiarse del excedente de la producción (la plusvalía), lo cual le permite mantener un alto nivel de vida y
paralelamente ampliar su fábrica, mejorar sus instalaciones y, por supuesto, obtener mayores ganancias.
La teoría marxista de las clases sociales sostiene que por encima de las relaciones económicas se erigen otras de dominación política e ideológica, a las que Marx se refiere generalmente con la expresión superestructura. Cada una de estas dos partes de la superestructura (la política y la ideológica) constituyen formas a través de las cuales una de las clases ejerce su poder. En la sociedad capitalista, de acuerdo con esta interpretación, las dos partes fundamentales de la superestructura son el Estado y la ideología. En el fondo de esta afirmación hay dos ideas que son quizá las más debatidas y controvertidas dentro del conjunto de la teoría marxista de las clases: una, que en la sociedad capitalista el Estado es la expresión política de los intereses de la burguesía; la otra, que toda clase desarrolla una explicación de la sociedad que incluye una justificación de su propia existencia; es decir, elabora una ideología. Por el momento, lo que importa destacar es que la teoría marxista supone que las clases sociales no se reconocen exclusivamente por su relación económica sino por el conjunto de sus relaciones en la sociedad.
El interés central de Marx en el estudio de las clases sociales residía en el papel que éstas deberían jugar en la transformación revolucionaria de la sociedad. El marxismo propone, por lo tanto, que la oposición que se da en el plano económico y social entre clases dominadas y dominantes se traslada al político como una situación de conflicto permanente, que a la postre puede desembocar en una situación revolucionaria. Marx postulaba así que la lucha de clases y las clases mismas constituyen el motor de la historia, el factor determinante en el paso de una etapa a otra y la clave para el advenimiento de una era de justicia social.
Las sociedades no constituyen nunca un modelo económico tan perfecto en el que solamente puedan encontrarse las dos clases fundamentales. Partiendo sólo de los procesos productivos, es posible encontrar clases intermedias o emergentes relacionadas con formas económicas presentes en cada sociedad en particular. En la sociedad capitalista no se puede hablar exclusivamente de burguesía y proletariado. Por ejemplo, continuamente nos referimos a la “clase media” como una forma sencilla de designar a un amplio grupo de individuos con ingresos no muy altos y con formas de vida y de consumo más o menos similares. Marx la identificó como “pequeña burguesía”, y la situó en un punto de intersección entre la burguesía y el proletariado. Sin embargo, Marx no tuvo en cuenta una serie de factores que hicieron que la pequeña burguesía, en lugar de desaparecer, se extendiera considerablemente. Hoy podríamos definir a grandes rasgos a la “clase media” como una clase que al mismo tiempo es dueña de su fuerza de trabajo y de medios de producción limitados, y que por su lugar en el conjunto de la división del trabajo tiene acceso a mayor cantidad de beneficios, aunque con frecuencia su posición siga siendo incierta. Por otro lado, la teoría marxista reconoce que las clases no son internamente homogéneas, sino que se dividen en fracciones de acuerdo con la especificidad de sus intereses. Si aplicamos el concepto de estratificación podemos igualmente distinguir estratos dentro de la propia clase, de acuerdo con los niveles de vida que existan en su interior.
de las personas. Sus integrantes pueden pertenecer a cualquier sector pero en el momento de su participación lo hacen simplemente como sociedad civil. Se expresa generalmente a través de asociaciones, movimientos sociales y otras formas de acción colectiva como las redes de cooperación, así como en lo que se ha dado en llamar la “esfera pública”; es decir, en los diversos espacios de participación que la sociedad ofrece y que comprenden lo mismo los cafés, bares y restaurantes que las salas de conferencias, los periódicos o los programas de radio. En un momento dado esas organizaciones podrán expresar necesidades o defender demandas frente a otros actores. Las llamadas “organizaciones no gubernamentales” (ONGs) identificadas por su distancia respecto no sólo del gobierno, sino también de las actividades lucrativas, confían al igual que otros actores organizados, en la potencialidad que la acción colectiva brinda a las iniciativas individuales cuando se conjuntan en favor de un bien común. Por eso, el crecimiento reciente en el número de asociaciones ha sido visto como un fortalecimiento de la llamada sociedad civil. A diferencia de los movimientos sociales, las organizaciones (sean empresas, escuelas, hospitales o asociaciones) son estables, tienen límites precisos y reglas permanentes. Quienes pertenecen a ellas saben que deben cumplir con ciertas obligaciones, someterse a horarios o normas internas de funcionamiento (horarios de clase o de trabajo, cuotas, realización de tareas concretas, etcétera) y que, a cambio, pueden esperar determinados comportamientos por parte de la organización (pago de salarios en el caso de la empresa o la impartición de conocimiento en la escuela). Algunos estudios señalan que las asociaciones sirven, voluntaria o involuntariamente, a un mejor desarrollo de la democracia.
La teoría de las élites surge a principios de siglo en Italia, en las obras de Vilfredo Pareto y Gaetano Mosca. Se basa en la afirmación de que en toda sociedad, como dice Mosca, existen solamente dos clases: gobernantes y gobernados. De este modo, se pone de relieve la necesidad intrínseca de toda sociedad de crear una élite dirigente, es decir, un grupo que se erige por encima de los demás y se distingue no por su control sobre el proceso económico, sino fundamentalmente por su poder político. Ambos autores reconocían la necesidad de que dichas élites se renovaran para evitar el anquilosamiento que fomentaba la tendencia revolucionaria de las masas Toda teoría de la élite, afirma un autor estadounidense, descansa en dos supuestos básicos: “primero, que las masas son intrínsecamente incompetentes, y segundo, que son, en el mejor de los casos, materia inerte y moldeable a voluntad y, en el peor, seres ingobernables y desenfrenados con una proclividad insaciable a minar la cultura y la libertad”. El temor y el respeto a las masas proviene de la Revolución Francesa. Fue ese gran movimiento social el que descubrió a intelectuales y políticos que en el pueblo se alentaba un potencial revolucionario que podía llegar a ser incontenible. En una sociedad cada vez más alejada de los centros de decisión, cada vez más ignorante respecto a las complejas tecnologías que la rodean (¿cómo funciona un teléfono, una grabadora digital, un videocasete, un proyectil teledirigido?) y en la cual el individuo, inmerso en enormes conglomerados urbanos, se vuelve anónimo y solitario, la publicidad, a través de los medios masivos de comunicación, ofrece una posibilidad de encuentro: dejo de estar solo por usar zapatos tenis de determinada marca, por peinarme con una preparación especial para el cabello, por fumar los mismos cigarrillos que mi actor favorito, por escuchar, como el resto de mis amigos, las grabaciones del conjunto de moda; es decir, por parecerme a los demás. Soy parte de la masa. En este sentido, la masa se reconoce por su lejanía respecto al conocimiento y su desvinculación relativa dentro del conglomerado social. La sociedad de masas es la sociedad atomizada, alejada de los centros de poder y expuesta a toda clase de manipulación política.
Un importante teórico del tema, Karl Mannheim, afirma que el descuido de las élites respecto a la educación de las masas puede actuar en contra suya. Una sociedad desarticulada, desinformada, sin orientaciones valorativas puede fácilmente caer en manos de líderes sin escrúpulos (es el caso del nazismo en Alemania) y entrar en una etapa de caos e irracionalidad.
la cooperación voluntaria. La reflexión sociológica en torno al cambio social se remonta a finales del siglo XVIII en Europa y se inscribe en la Ilustración, la corriente de pensamiento que inspiró a la Revolución Francesa y reivindicaba la idea del derecho al progreso como rasgo distintivo de la civilización occidental. Analizar a la sociedad desde la perspectiva del progreso implicaba, por un lado, la convicción de que ésta se movía siempre hacia estadios superiores de convivencia y felicidad humanas, es decir, hacia una mejor calidad de vida y un refinamiento del saber. Además, el camino trazado por el mundo occidental en busca de la libertad, la igualdad y el bienestar era el modelo a imitar. Las ideas evolucionistas de Spencer, precursoras de las teorías de Darwin, alimentaron lo que algunos autores posteriores caracterizaron como una suerte de darwinismo socia l en donde el avance de las sociedades se equiparaba con la supervivencia del más apto. Poco a poco fue quedando atrás la idea de que los cambios sociales dependían de la voluntad divina, el destino o las fuerzas de la naturaleza, es decir, de agentes “metasociales”, para dar paso a la búsqueda de explicaciones cifradas en la intervención del hombre. De acuerdo con esta idea, los destinos a los que estaba dirigido casi inevitablemente el proceso de cambio, extrañaban una convicción utópica del movimiento de las sociedades. El hecho de que el hombre hubiera descubierto que era el dueño y autor de su propio destino hizo que el horizonte se vislumbrara benéfico y prometedor. La vocación por el progreso, característica de esta época en Occidente, se basó en tres principios esenciales:
La mujer se ha incorporado al mercado de trabajo y ha irrumpido en el escenario público, pero todavía está lejos de obtener una integración igualitaria con el hombre (además de que estas conquistas son diferenciadas de acuerdo con el estrato social al que se pertenezca). Al comienzo del siglo xxi, la participación de las mujeres a favor de sus derechos y la resolución de sus demandas particulares se ha incrementado de manera notable a través de organizaciones no gubernamentales y movimientos sociales.
Las primeras exploraciones sociológicas que estuvieron marcadas por la idea de que la evolución era la “ley suprema del devenir”, concibieron el cambio como producto de elementos cuantitativos tales como el crecimiento de los grupos humanos. Las sociedades, decía Herbert Spencer (1820-1903), transitan de simples y homogéneas a compuestas y heterogéneas por medio de la agregación de las primeras y así sucesivamente. Al aumentar de tamaño, las sociedades diversifican su estructura y sus partes adoptan una configuración distinta. A medida que la sociología se desarrollaba, la concepción evolucionista fue cediendo su lugar a favor de perspectivas centradas en el análisis de los fenómenos sociales. Con este nuevo enfoque, Émile Durkheim concibió la transformación de la sociedad como los cambios que ocurren en la llamada solidaridad social , esto es, en el conjunto de normas, creencias y valores que integran a los hombres a su comunidad. Para este autor, el proceso universal que explica el cambio en el tipo de solidaridad (es decir, “la causa eficiente que lo produce”)es la división del trabajo social, la cual depende del volumen y la densidad de la población.
Así como para Durkheim los factores de cambio derivan de un hecho social privilegiado, esto es, de la división del trabajo, para el marxismo el punto de partida para comprender y caracterizar a una sociedad es la producción material de la existencia, es decir, la forma en que los hombres producen los bienes que necesitan para subsistir: el modo de producción. A partir de estas consideraciones, la teoría marxista del cambio social se dirigió al análisis del paso de un modo de producción a otro. En un primer momento se adentró en el paso del feudalismo al capitalismo porque ya había ocurrido y podía ser explorado a profundidad, para posteriormente construir el marco de explicación de la transición al socialismo y, finalmente, al comunismo. Para el pensamiento marxista comprender las causas, las formas y el destino de los procesos de cambio era indispensable para impulsar las modificaciones necesarias a fin de alcanzar la sociedad ideal, despojada de formas de explotación y desigualdad social.