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Ahora llena de broma y comedia que busque representar la venganza de una mujer maltratada hacia su esposo convirtiéndolo en un doctor
Tipo: Monografías, Ensayos
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Comedia en tres actos, en prosa
Comentario [LT1]:
Escribió Moratín la traducción libre de la comedia de Molière, titulada La Médecin malgré lui , para que la representase en un día destinado a su beneficio el gracioso de la compañía cómica de Barcelona, Felipe Blanco, a quien debía particulares atenciones de amistad. Siguió en la versión de esta pieza los mismos principios que le había dirigido en las precedente?^2. Simplificó la acción, despojándola de cuanto le pareció inútil en ella. Suprimió tres personajes, MM. Robert, Thibaut y Perrin, y por consiguiente dejó perder la graciosa escena segunda del primer acto y la segunda del tercero, para no interrumpir la fábula con distracciones meramente episódicas, sujetándola a la estrecha economía que pide el arte, sin la cuál, a fuerza de ornatos viciosos, se entorpece la progresión dramática y se debilita el interés. Redujo a tres las cinco palizas que halló en la pieza original. Pasó en silencio la existencia inútil de un amante que no aparece en la escena, y esta omisión le facilitó el medio de dar a la resistencia obstinada de don jerónimo un motivo más cómico, y más naturalidad al desenlace. Omitió igualmente las lozanías y expresiones demasiado alegres del supuesto médico, que no se hubieran tolerado en ningún teatro de España, y se hallan en la escena primera del primer acto, en las cuarta, quinta y séptima del segundo y en la tercera del tercero de la obra francesa; y persuadido de que las imágenes asquerosas, ni son donaires cómicos, ni deben presentarse jamás a un auditorio decente, omitió lo que hay de este género en la escena sexta, acto segundo, y en la quinta, acto tercero, del original. Si Moliére viviese, haría en ésta y en otras piezas suyas las mismas correcciones con más severidad y mayor acierto. En las ediciones francesas se advierte que la escena es en el campo; pero si por esto se entendiese unidad de lugar, sería equivocarse mucho. El primer acto de la comedia de El Médico a palos debe representarse en un monte; los dos siguientes, en una sala de la casa de don jerónimo. Si Moliére (que no es creíble) imaginó que la escena fuese constantemente la misma, no dispuso su fábula en términos de que pudiera verificarse; y si en el teatro se hiciese la prueba de no mudar la decoración según se ha indicado, resultarían impropiedades demasiado absurdas. Esta comedia no admite unidad de lugar. Nada resta que decir acerca de la traducción, sino que Moratín supo darla todo el aire de originalidad que necesitaba para hacerla más agradable al público español que había de oírla; y, en efecto, representada en el teatro de Barcelona el día S de diciembre de 18 14, el concurso, reconociendo la fuer-
(^1) Inserta en su edición de París de 1825. (^2) Se refiere a La escuela de los maridos.
rindo y no puedo más... Dejémoslo y será lo mejor, que ahí se quedará para cuando vuelva. Ahora vendrá bien un rato de descanso y un cigarrillo, que esta triste vida otro la ha de heredar... Allí viene mi mujer. ¿Qué traerá de bueno? MARTINA. (Sale por el lado derecho del teatro). Holgazán, ¿qué haces ahí sentado, fumando sin trabajar? ¿Sabes que tienes que acabar de partir esa leña y llevarla al lugar, y ya es cerca de mediodía? BARTOLO. Anda, que si no es hoy será mañana. MARTINA. Mira qué respuesta. BARTOLO. Perdóname, mujer. Estoy cansado, y me senté un rato a fumar un cigarro. MARTINA. ¡Y que yo aguante a un marido tan poltrón y desidioso! Levántate y trabaja. BARTOLO. Poco a poco, mujer; si acabo de sentarme. MARTINA. Levántate. BARTOLO. Ahora no quiero, dulce esposa. MARTINA. ¡Hombre sin vergüenza, sin atender a sus obligaciones! ¡Desdichada de mí BARTOLO. ¡Ay, qué trabajo es tener mujer! Bien dice Séneca, que la mejor es peor que un demonio. MARTINA. Miren qué hombre tan hábil, para traer autoridades de Séneca. BARTOLO. ¿Si soy hábil? A ver, a ver, búscame un leñador que sepa lo que yo, ni que haya servido seis años a un médico latino, ni que haya estudiado el quis vel qui, quae, quod vel quid, y más adelante, como yo lo estudié. MARTINA. Mal haya la hora en que me casé contigo. BARTOLO. Y maldito sea el pícaro escribano que anduvo en ello.
MARTINA. Haragán, borracho. BARTOLO. Esposa, vamos, poco a poco. MARTINA. Yo te haré cumplir con tu obligación. BARTOLO. Mira, mujer, que me vas enfadando. (Se levanta desperezándose, encamínase hacia el foro, coge un palo del suelo y vuelve) MARTINA. Y ¿qué cuidado me da a mí, insolente? BARTOLO. Mira que te he de cascar, Martina. MARTINA. Cuba de vino. BARTOLO. Mira que te he de solfear las espaldas. MARTINA. Infame. BARTOLO. Mira que te he de romper la cabeza. MARTINA. ¿A mí? Bribón, tunante, canalla. ¿A mí? BARTOLO. (Dando de palos a MARTINA.) ¿Sí? Pues toma. MARTINA. ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! BARTOLO. Este es el único medio de que calles... Vaya, hagamos la paz. Dame esa mano. MARTINA. ¿Después de haberme puesto así? BARTOLO. ¿No quieres? Si eso no ha sido nada. Vamos. MARTINA. No quiero. BARTOLO. Vamos, hijita. MARTINA. No quiero, no. BARTOLO. Mal hayan mis manos, que han sido causa de enfadar a mi esposa... Vaya, ven, dame un abrazo. (Tira el palo a un lado y la abraza.) MARTINA. ¡Si reventaras! BARTOLO. Vaya, si se muere por mí la pobrecita... Perdóname, hija mía. Entre dos que se quieren, diez o doce garrotazos más o menos no valen nada... Voy hacia el barranquitero, que ya tengo allí una porción de raíces; haré una carguilla y mañana, con la
MARTINA. (Aparte) Que yo no pueda imaginar alguna invención para vengarme! LUCAS. Veremos si ese médico de Miraflores acierta con ello... Como no hayamos equivocado la senda... MARTINA. (Aparte, hasta que repara en los dos y les hace cortesía. Pues ello es preciso, que los golpes que acaba de darme los tengo en el corazón. No puedo olvidarlos...) Pero, señores, perdonen ustedes, que no los había visto porque estaba distraída. LUCAS. ¿Vamos bien por aquí a Miraflores? MARTINA. Sí, señor (Señalando adentro por el lado derecho.) Ve usted aquellas tapias caídas junto aquél noguerón? Pues todo derecho. GINÉS. ¿No hay allí un famoso médico que ha sido médico de una vizcondesita, y catedrático, y examinador, y es académico, y todas las enfermedades las cura en griego? MARTINA. ¡Ay!, sí, señor. Curaba en griego; pero hace dos días que se ha muerto en español, y ya está el pobrecito debajo la tierra. GINÉS. ¿Qué dice usted? MARTINA. Lo que usted oye. ¿ Y para quién le iban ustedes a buscar? LUCAS. Para una señorita que vive ahí cerca, en esa casa de campo junto al río. MARTINA. ¡Ah!, sí. La hija de don Jerónimo. ¡Válgate Dios! ¿Pues qué tiene? LUCAS. ¿Qué sé yo? Un mal que nadie le entiende, del cual ha venido a perder el habla. MARTINA. ¡Qué lástima! Pues... (Aparte, con expresión de complacencia. ¡Ay, qué idea se me ocurre!) Pues, mire usted, aquí tenemos
al hombre más sabio del mundo, que hace prodigios en esos males desesperados. GINÉS. ¿De veras? MARTINA. Sí, señor. LUCAS. Y ¿en dónde le podemos encontrar? MARTINA. Cortando leña en ese monte. GINÉS. Estará entreteniéndose en buscar algunas yerbas salutíferas. MARTINA. No, señor. Es un hombre extravagante y lunático, va vestido como un pobre patán, hace empeño en parecer ignorante y rústico, y no quiere manifestar el talento maravilloso que Dios le dio. GINÉS. Cierto que es cosa admirable, que todos los grandes hombres hayan de tener siempre algún ramo de locura mezclada con su ciencia. MARTINA. La manía de este hombre es la más particular que se ha visto. No confesará su capacidad a menos que no le muelan el cuerpo a palos; y así les aviso a ustedes que si no lo hacen no conseguirán su intento. Si le ven que está obstinado en negar, tome cada uno un buen garrote, y zurra, que él confesará. Nosotros, cuando lo necesitamos, nos valemos de esta industria, y siempre nos ha salido bien. GINÉS. ¡Qué extraña locura! LUCAS. ¿Habráse visto hombre más original? GINES. Y ¿cómo se llama? MARTINA. Don Bartolo. Fácilmente le conocerán ustedes. El es un hombre de corta estatura, morenillo, de mediana edad, ojos azules, nariz larga, vestido de paño burdo con un sombrerillo redondo.
LUCAS. ¿Sí? Voy por un par de ellas. (Coge el palo que dejó en el suelo BARTOLO, va hacia el foro y coge otro, vuelve y se le da a GINES.) GINÉS. ¡Fuerte cosa es que haya de ser preciso valerse de este medio! MARTINA. Y si no, todo será inútil. ( Hace que se va y vuelve.) ¡Ah!, otra cosa. Cuiden ustedes de que no se les escape, porque corre como un gamo; y si les coge a ustedes la delantera no le vuelven a ver en su vida. (Mirando hacia dentro, a la parte del foro.) Pero me parece que viene. Sí, aquél es. Yo me voy, háblenle ustedes, y si no quiere hacer bondad, menudito en él. Adiós, señores.
ESCENA TERCERA
GINÉS, LUCAS LUCAS. Fortuna ha sido haber hallado a esta mujer. Pero, ¿no ves qué traza de médico aquélla? (Los dos miran hacia el foro.)
GINÉS. Ya lo veo... Mira, retirémonos uno a un lado y otro a otro para que no se nos pueda escapar. Hemos de tratarle con la mayor cortesía del mundo. ¿Lo entiendes? LUCAS. Sí. GINÉS. Y sólo en el caso de que absolutamente sea preciso... LUCAS. Bien..., entonces me haces una seña y le ponemos como nuevo. GINÉS. Pues apartémonos, que ya Lega. (Ocúltanse a los dos lados del teatro.)
sale del monte con el hacha y las alforjas al hombro, cantando; siéntase en el suelo en medio del teatro y saca de las alforjas una bota
BARTOLO. En el alcázar de Venus, junto al dios de los planetas, en la gran Constantinopla, allá en la casa de Meca, donde el gran sultán baja, imperio de tantas fuerzas, aquel Alcorán que todos le pagan tributo en perlas; rey de setenta y tres reyes, de siete imperios... (Bebe.) De siete imperios cabeza; este tal tiene una hija que es del imperio heredera. (Vuelve a beber, va a poner la bota al lado por donde sale LUCAS, el cual le hace con el sombrero en la mano una cortesía. BARTOLO, sospechando que es para quitarle la bota, va a ponerla al otro lado a tiempo que sale GINÉS haciendo lo mismo que LUCAS. BARTOLO pone la bota entre las piernas, y la tapa con las alforjas.) Arre allá, diablo. ¿Qué buscará este animal? Lo primero esconderé la bota... ¡Calle! Otro zángano. ¿Qué demonios es esto? En todo caso la guardaremos y la arroparemos; porque no tienen cara de hacer cosa buena.
LUCAS. Señor... BARTOLO. Si ha de ser de encina, no la daré menos de a dos reales la carga. GINÉS. Ahora no tratamos de eso. BARTOLO. La de pino la daré más barata. La de raíces, mire usted... GINÉS. ¡Oh!, señor, eso es burlarse. LUCAS. Suplico a usted que hable de otro modo. BARTOLO. Hombre, yo no sé otra manera de hablar. Pues me parece que bien claro me explico. GINES. ¡Un sujeto como usted ha de ocuparse en ejercicios tan groseros! Un hombre tan sabio, tan insigne médico, ¿no ha de comunicar al mundo los talentos de que le ha dotado la naturaleza? BARTOLO. ¿Quién, yo? GINÉS. Usted, no hay que negarlo. BARTOLO. Usted será el médico y toda su generación, que yo en mi vida lo he sido. (Aparte. Borrachos están.) LUCAS. ¿Para qué es excusarse? Nosotros lo sabemos y se acabó. BARTOLO. Pero, en suma, ¿quién soy yo? GINÉS. ¿Quién? Un gran médico. BARTOLO. ¡Qué disparate! (Aparte). ¿No digo que están bebidos? GINÉS. Conque vamos, no hay que negarlo, que no venimos de chanza. BARTOLO. Vengan ustedes como vengan, yo no soy médico ni lo he pensado jamás. LUCAS. Al cabo me parece que será necesario... (Mirando a GINÉS.) ¿Eh? GINÉS. Yo creo que sí.
LUCAS. En fin, amigo don Bartolo, no es ya tiempo de disimular. GINÉS. Mire usted que se lo decimos por su bien. LUCAS. Confiese usted con mil demonios que es médico, y acabemos. BARTOLO. (Impaciente.) ¡Yo rabio! GINÉS. ¿Para qué es fingir si todo el mundo lo sabe? BARTOLO. Pues digo a ustedes que no soy médico. ( Se levanta, quiere irse, ellos lo estorban y se le acercan disponiéndose para apalearle.) GINÉS. ¿No? BARTOLO. No, señor. LUCAS. ¿Conque no? BARTOLO. El diablo me lleve si entiendo palabra de medicina. GINÉS. Pues, amigo, con su buena licencia de usted, tendremos que valernos del remedio consabido... Lucas. LUCAS. Ya, ya. BARTOLO. ¿Y qué remedio dice usted? LUCAS. Este. (Danle de palos, cogiéndole siempre las vueltas para que no se escape.) BARTOLO. ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay!... (Quitándose el sombrero.) Basta, que yo soy médico, y todo lo que ustedes quieran. GINÉS. Pues bien, ¿ para qué nos obliga usted a esta violencia? LUCAS. ¿Para qué es darnos el trabajo de derrengarle a garrotazos? BARTOLO. El trabajo es para mí, que los llevo... Pero, señores, vamos claros: ¿qué es esto?; ¿es una humorada, o están ustedes locos? LUCAS. ¿Aún no confiesa usted que es doctor en medicina? BARTOLO. No, señor, no lo soy; ya está dicho. GINES. ¿Conque no es usted médico?... Lucas.
BARTOLO. ¿También le curé? LUCAS. También. GINÉS. Conque buen ánimo, señor doct:or. Se trata de asistir a una señorita muy rica que vive en esa quinta cerca del molino. Usted estará allí comido y bebido y regalado como cuerpo de rey, y le traerán en palmitas. BARTOLO. ¿Me traerán en palmitas? LUCAS. Sí, señor, y acabada la curación le darán a usted qué sé yo cuánto dinero. BARTOLO. Pues, señor, vamos allá. ¿En palmitas y qué sé yo cuánto dinero?... Vamos allá. GINES. Recógele todos esos muebles, y vamos. BARTOLO. No, poco a poco. (LUCAS recoge las alforjas y el hacha. BARTOLO le quita la bota y se la guarda debajo del brazo.) La bota conmigo. GINÉS. Pero, señor, ¡un doctor en medicina con bota! BARTOLO. No importa; venga... Me darán bien de comer y de beber... (Apartándose a un lado, medita y habla entre sí. Después con ellos.) La pulsaré, la recetaré algo... La mato seguramente... Si no quiero ser médico me volverán a sacudir el bulto; y si lo soy me le sacudirán también... Pero díganme ustedes: ¿les parece que este traje rústico será propio de un hombre tan sapientísimo como yo? GINÉS. No hay que afligirse. Antes de presentarle a usted le vestiremos con mucha decencia. BARTOLO. (Aparte.) Si a lo menos pudiese acordarme de aquellos textos, de aquellas palabrotas que les decía mi amo a los enfermos... saldría del apuro. GINÉS. Mira que se quiere escapar.
LUCAS. Señor don Bartolo, ¿qué hacemos? BARTOLO. (Aparte) Aquel libro de vocabulorum, que llevaba el chico al aula, ¡aquél sí que era bueno. GINÉS. Vaya, basta de meditación. LUCAS. ¿Será cosa de que otra vez...? (En ademán de volverle a dar.) BARTOLO. Qué!, no, señor. Sino que estaba pensando en el plan curativo... ¡Pobrecito Bartolo! Vamos. (Los dos le cogen en medio, y se van con él por la izquierda del teatro.)
D. JERONIMO. Conque decís que es tan hábil? LUCAS. Cuantos hemos visto hasta ahora no sirven para descalzarle. GINÉS. Hace curas maravillosas. LUCAS. Resucita muertos. GINES. Sólo que es algo estrambótico y lunático y amigo de burlarse de todo el mundo. D. JERÓNIMO. Me dejáis aturdido con esa relación. Ya tengo impaciencia de verle. Ve por él, Ginés. LUCAS. Vistiéndose quedaba. Toma la llave y no te apartes de él. ( Le da una llave a GINÉS, el cual se va por la puerta del lado derecho.) D. JERÓNIMO. Que venga, que venga presto.
D. JERONIMO. La fortuna del tal Leandro está en que no le conozco, porque desde que tenía ocho o diez años no le he vuelto a ver; ... Y ya sé que anda por aquí acechando y rondándome la casa; pero como yo le llegue a pillar... Bien que lo mejor será escribir a su tío para que le recoja y se le lleve a Buitrago y allí se le tenga. !Leandro! Buen matrimonio, por cierto!! Con un mancebito que acaba de salir de la universidad, muy atestada de Vinios la cabeza y sin un cuarto en el bolsillo! ANDREA. Su tío, que es muy rico, que es muy amigo de usted, que quiere mucho a su sobrino y que no tiene otro heredero suplirá esa falta. Con el dote que usted dará a su hija y con lo que... D. JERÓNIMO. Vete al instante de aquí, lengua de demonio. ANDREA. (Aparte.) Allí le duele. D. JERÓNIMO. Vete. ANDREA. Ya me iré, señor. D. JERONIMO. Vete, que no te puedo sufrir. LUCAS. ¡Que siempre has de dar en eso, Andrea! Calla y no desazones al amo, mujer; calla, que el amo no necesita tus consejos para hacer lo que quiera. No te metas nunca en cuidados ajenos, que al fin y al cabo el señor es el padre de su hija, y su hija es su hija, y su padre es el señor; no tiene remedio. D. JERONIMO. Dice bien tu marido, que eres muy entremetida. LUCAS. El médico viene.
ESCENA TERCERA
BARTOLO, GINES; DON JERONIMO, LUCAS, ANDREA
(Salen por la derecha GINÉS y BARTOLO, éste vestido con casaca antigua, sombrero de tres picos y bastón.)
GINES. Aquí tiene usted, señor don jerónimo, al estupendo médico, al doctor infalible, al pasmo del mundo. D. JERONIMO. Me alegro mucho de ver a usted y de conocerle, señor doctor. (Se hacen cortesía uno a otro con el sombrero en la mano.) BARTOLO. Hipócrates dice que los dos nos cubramos. D. JERÓNIMO. ¿ Hipócrates lo dice? BARTOLO. Sí, señor. D. JERÓNIMO. ¿Y en qué capítulo? BARTOLO. En el capítulo de los sombreros. D. JERÓNIMO. Pues si lo dice Hipócrates, será preciso obedecer. (Los dos se ponen el sombrero.) BARTOLO. Pues como digo, señor médico, habiendo sabido... D. JERÓNIMO. ¿Con quién habla usted? BARTOLO. Con usted. D. JERÓNIMO. ¿Conmigo? Yo no soy médico. BARTOLO. ¿No? D. JERÓNIMO. No, señor. BARTOLO. ¿No? Pues ahora verás lo que te pasa. ( Arremete hacia él con el bastón levantado en ademán de darle de palos. Huye D. JERÓNIMO, los criados se ponen de por medio y detienen a BARTOLO.) D. JERÓNIMO. ¿Qué hace usted, hombre?