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Geografia americana a través de diversos autores.
Tipo: Apuntes
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l ambientalismo latinoamericano aparece como una manifestación diversa, de múltiples tonalidades. Muchos hoy lo observan con sim- patía, aprobando su lucha por preservar la na- turaleza o mejorar nuestras ciudades. Pero otros todavía lo miran con desconfianza, considerándolo una lujosa imitación de lo que sucede en los países ricos, o como un nuevo germen de desestabilización de nuestros países. Este cuadro se complica hoy cuando casi todo el mundo tiene algo que decir sobre el tema ecológico, y desde to- das las tiendas se presentan las más bellas declaraciones de intención que compiten en elocuencia y radicalismo.
No puede negarse que la fuerza del ambientalismo va en aumento. En todo el continente se verifican diversos deterioros ambientales, y algunos, como la emisión de gases contaminantes, pueden estar ligados a los proble- mas globales. La problemática ecológica ahora alcanza casi todos los sectores de la vida de cualquier país. A todo esto se suma el sentimiento de que el ambientalismo es todavía una opción de cambio real. En efecto, en un contexto donde para muchos ya no hay alternativas de transformación, donde la izquierda y la derecha se con- funden, y los marcos de discusión se revierten y defor- man, la temática ambiental plantea nuevas formas de
vida y relación que mantienen vigentes las opciones de cambio. En América Latina han existido diversas organiza- ciones ambientalistas, sobre todo dedicadas a la conser- vación de la naturaleza, por lo menos desde fines de los
El sujeto de la preocupación del movimiento es el ambiente y el ser humano inserto en él. Esto comprende cuestiones como la conservación y manejo de eco- sistemas naturales, el impacto de las actividades huma- nas sobre el entorno —tales como la deforestación, la contaminación o la expansión urbana-, la consideración de la articulación ambiente-desarrollo y otros aspectos similares. Entre los temas que parecen atraer una aten- ción destacada, se pueden mencionar la situación en las grandes ciudades y su expansión, en particular la conta- minación, el manejo de basura, la marginación. En cuanto a la gestión de los ambientes naturales, existe preocupación por la situación de algunos ecosistemas y especies, y en la generación de una alternativa agropecuaria a escala ecológica. Otros temas más recien- tes tienen que ver con la relación entre comercio interna- cional, la industrialización a escala ecológica y otros similares. Pero los ambientalistas son más que los temas que les preocupan. Expresan una actitud que revela valores de contenido universal, de armonía del ser humano con la naturaleza. Se valoriza no sólo al hombre, sino también a la naturaleza, y a todas las formas de vida, y la búsqueda de la solidaridad con ella. De esta manera hay una preocupación ética por las plantas y animales, por la
naturaleza toda. El movimiento se convierte así en una expresión de preocupación moral y de justicia. De esta manera, el ambientalismo latinoamericano tiene un contenido utopista que rechaza el paradigma de desarrollo actual, pero también las visiones posmodernas ambiguas e individualistas. De esta manera el ambientalismo critica la ideología dominante del creci- miento económico como motor del progreso social, que no sólo no ha aumentado la calidad de vida de los latinoamericanos, sino que la ha reducido, y a costa de un gran deterioro ambiental^2. En esta línea se avanza un poco más, y a diferencia de los movimientos de los países desarrollados, el ambientalismo latinoamericano en su gran mayoría ha apuntado a la vinculación de los proble- mas sociales con los am- bientales. El subdesarrollo pasa a ser también un pro- blema ambiental, y la pobre- za actual expresa una larga historia donde la explotación del hombre está asociada a la depredación de la natura- leza. Otra particularidad, úni- ca de los ambientalistas, es que emergió y trascendió a una disciplina académica, la ecología. En efecto, no existen movimientos sociales de «economistas» o «abogados». Por una parte esto da a los ambientalistas una importante base de legitimación en el plano académico. Pero en tanto el ambientalismo reniega de la neutralidad ética tan difundida en las ciencias contemporáneas, y apunta a una ciencia que se haga desde el compromiso con la vida, también plantea a los científicos nuevos desafíos^3. Así, se denuncia un estilo de ciencia de tipo instrumental y manipulador. A partir de las mutuas contribuciones entre académi- cos y militantes ambientalistas ha surgido lo que puede describirse como una perspectiva ambiental. Esta es una manera, una actitud de enfocar los problemas, y a veces la propia vida, que puede caracterizarse por su acento en la interacción. Esta postura, a diferencia de la individualista y antropocéntrica hoy dominante, reconoce que cualquier ser vivo, las personas entre ellos, no vive aisladamente sino en relación con el ambiente. Bajo esta vinculación se relaciona los acontecimientos locales con los globales y viceversa. Las escalas de tiempo que se consideran son más amplias, y se proclaman compromisos con las generaciones futuras. Se comprende y acepta que la naturaleza posee límites, y que de rebasárselos, el colapso no sólo será ambiental sino
sindical en defensa de un estilo de vida los ha convertido en ambientalistas defensores del ecosistema natural. Chico Mendes, su líder asesinado en 1988, sostenía que «mi sueño es ver todo este bosque conservado porque yo sé que él puede garantizar el futuro de toda la gente que vive allí». La expansión de la perspectiva ambiental ha sido tan vertiginosa en los últimos dos años que se ha desencade- nado una avalancha de «recién llegados». Bajo ese rótulo se agrupa a un muy diverso conjunto de organizaciones que antes mantenían sus preocupaciones en otros cam- pos, y recientemente se han integrado al debate ambien- tal. Los ejemplos más claros son algunos grandes centros académicos privados de investigación que han comenza- do en fechas relativamente recientes sus áreas ambienta- les tales como Ibase (Brasil), Fundación Mediterránea (Argentina) y otros por el estilo. Expresan lo mismo organizaciones conformadas por ex-gobernantes o altos funcionarios públicos que ahora se dedican a estos temas, y el ejemplo más notorio ha sido la Comisión de Desarro- llo y Medio Ambiente de América Latina y el Caribe que, convocada por el BID y el PNUD, cobija a varios ex- presidentes del continente.
Más allá de esta heterogeneidad interna, el ambientalismo apunta a su unidad en el respeto de la diversidad. Este respeto por la individualidad se eviden- cia en que se reconocen y toleran las diferentes opciones y no existe una «disciplina» a la cual invocar para lograr que todos los participantes sigan un mismo quehacer. Por ello, visto desde fuera, los ambientalistas parecen estar haciendo muchas cosas en múltiples frentes. En algunos países se ha logrado mantener instancias de coordinación y concertacion, en particular bajo la forma de «redes», pero también como «ligas», «confede- raciones» y otras estructuras similares. Existen este tipo de vínculos nacionales en varios países, siendo las más conocidas las de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Méxi- co, Perú, Uruguay y Venezuela. En otros países el movimiento aparece todavía atomizado como, por ejem- plo, en Costa Rica, donde se han desarrollado intentos de coordinación nacional. Asimismo existen vinculaciones continentales, sobre todo asociadas a preocupaciones específicas, tales como la red en bosques tropicales (coordinada por la Fundación Natura-Ecuador), en agroquímicos (RAPalmira-Colombia), en ecología so- cial (CLAES-Uruguay), entre otras. Debe subrayarse además el marcado sentido de per- tenencia de los ambientalistas donde, a pesar de sus
diferencias, todos se reconocen a sí mismos como inte- grantes de un movimiento, y existe consenso en distin- guirse de otros movimientos no-ambientalistas. Los lí- mites del ambientalismo se definen desde «dentro» por sus propios actores, y existe un componente personal, efectivo y vivencial, donde el individuo se considera integrante del movimiento, y esto a su vez le es recono- cido por otras personas, que también son ambientalistas.
La expresión más típica de los ambientalistas han sido las organizaciones no-gubernamentales ambientalistas que se han creado a lo largo de todo el continente. Nuestros registros manejan más de 1. organizaciones que tienen una preocupación primaria, o al menos una secundaria, por el ambiente, pero las estimaciones son de más de 4.000. El país con el mayor número es Brasil, y le siguen Argentina y México. En general se observa un aumento de ONGs al incrementarse la población urbana, aunque también hemos detectado asociaciones estadísticamente significativas respecto de la población total y rural. De este conjunto, poco más de un tercio pueden describirse como organizaciones «ambientalistas» en un sentido amplio, y un cuarto como «conservacionista». Porcentajes menores están representados por las de in- vestigación y educación, que apenas superan el 10%, y con menos del 5% las de tecnologías apropiadas, desa- rrollo, educación popular, y campesinas y rurales. La estructura de estas ONGs es muy elástica. Muchas de ellas no tienen reconocimiento jurídico, su número de miembros es muy variable, y en varias su corazón activo es un puñado muy enérgico de militantes. La mayoría enfrenta una gran inestabilidad económica, y las que poseen personal remunerado son la excepción.
Con la palabra, sus ejemplos o la propia acción decidida de los ambientalistas, se han dado muestras de
una praxis original y diversa. Su propia temática hace que se deba manejar información científica, en temas tales como la contaminación o la extinción de especies. Esto hace que varias organizaciones tengan sus propios pro- gramas de investigación. Un hecho llamativo es el número comparativamente bajo de actividades de confrontación con los Estados o empresas de alto impacto ambiental, menor al que se observa en los países desarrollados. Esta situación parece deberse en buena medida a las malas experiencias de muchas ONGs en este terreno, la debilidad del sistema judicial y la ausencia de un componente ambiental jurídico claro, e incluso la persecución directa, que en algunos casos ha concluido en asesinatos. Los ambientalistas latinoamericanos parecen más proclives a actividades de divulgación, formación y similares. La participación verdadera y efectiva es una obsesión de la mayoría de estas organizaciones, más allá de que en los hechos se logre o no. Se la busca sinceramente a todos los niveles, y se apunta a promover una cultura democrá- tica que permita la expresión de los sectores más poster- gados y afectados por los problemas ambientales. De una u otra manera se apunta a transformaciones que se extiendan a toda la sociedad. Se aspira a que tanto los objetivos como las prácticas empleadas en su prosecusión también sean aceptadas como legítimas. Todo esto hace que este quehacer sea político, de una nueva manera ya que no pasa por los caminos que transita la política tradicional. Es así que las prácticas de los ambientalistas se apoyan en valores que hoy son más o menos compartidos por todas las personas, más allá de que muchas acciones no estén legitimadas en el ámbito público y no sean aceptables por los Estado. De esta manera se ha generado una dimensión de política no-institucionalizada que se intercala entre las esferas de acción que usualmente han sido rotuladas como privadas y públicas.
Dentro de esta diversidad, varios ambientalistas han abandonado el ámbito no-institucionalizado del movi- miento y se han adentrado en la esfera de la política tradicional. Unos, han conformado «partidos verdes», que por lo general han tenido corta vida, y se están disgregando. Otros, han inyectado en los partidos tradi- cionales fuertes dosis de ecologismo, creando diversas corrientes de opinión interna. Pero aquí también se evidencia la heterogeneidad de los ambientalistas, y los resultados de estos procesos son diversos. En gran medida sigue presente en los partidos
tradicionales una visión sesgada, a partir de la cual consideran a los ambientalistas como intolerantes, y continúa la paradoja de que los partidos de derecha los tildan de izquierdistas radicales, y los de izquierda de apáticos políticos o «revolucionarios de café». Es paradojal que amplios sectores de la izquierda latinoamericana sigan sin entender la esencia de las posturas ambientalistas, a pesar de la comunión en la denuncia que hacen a muchos aspectos de la justicia social. Pero los ambientalistas critican la propia base de cómo funciona y se sustenta la sociedad, y los estilos de desarrollo que de ellos derivan. La obsesión de la izquier- da por dar una imagen de gobernabilidad la ha dejado atrapada en la discusión de cuestiones instrumentales que cuando son implementadas se asemejan a las medi- das que siempre han criticado.
Un cambio muy importante en los últimos años y especialmente desde la Conferencia de Río de Janeiro, es que el discurso ambientalista ha dejado de ser propiedad exclusiva de los ambientalistas. Todos los sectores polí- ticos, los recién llegados, y hasta acérrimos críticos de los ambientalistas, como los empresarios e industriales, se han apropiado del discurso ambientalista. Desde Carlos Menem de Argentina hasta Fidel Castro de Cuba, todos proclaman la importancia de la variable ambiental. Pa- rece ser que casi todo el mundo es ambientalista. Muchos de estos sectores, sin abandonar sus propias ideas, utili- zan un discurso que incluye componentes ecológicos para legitimar nuevas normas e instituciones. Esto pro- voca una gran confusión, y se hace cada vez más difícil decir quiénes no son ambientalistas, y la discusión de los temas se empantana en los matices. A su vez, los gobiernos están generando nuevas reglas, normas e instituciones, tales como códigos y leyes, que encauzan y controlan al movimiento. Así se busca institucionalizar sus prácticas no-institucionales. En el mismo sentido van las expresiones de corporativis- mo ambiental, inimaginables diez años atrás, y que hoy se viven en reuniones reservadas donde participan ambientalistas, agencias internacionales y gobiernos.
Todo esto se hace más complejo con la emergencia de nuevas políticas ambientales con una expresión neoliberal. Esta visión acepta el progreso económico como motor de la sociedad, y proclama el mercado como el escenario privilegiado para las interacciones sociales,
sin quererlo, ha contribuido a este desencanto hacia la política tradicional y al debilitamiento del Estado al criticar reiteradamente a los gobiernos por su ineficiencia. Tampoco se ha alcanzado un nivel donde le ambientalismo ponga en peligro a los Estados como para que éstos reaccionen. De hecho en cierta medida, el carácter testimonial del movimiento sigue presente^7. Por ello el ambientalismo enfrenta nuevos y renovados desa- fíos. Sin abandonar su propósito de enfrentar la crisis ambiental, parece urgente el fortalecimiento de la socie- dad civil y un nuevo relacionamiento con los partidos políticos que permita reconstruir la política y el Estado^8. Los ambientalistas, al enfrentar al paradigma del desarrollo actual, están sembrando múltiples semillas de cambio, y mantienen vivas las opciones utópicas. Ante sociedades que creen que ya no hay alternativas o intelec- tuales que reniegan del cambio, los ambientalistas alien- tan a trascender los límites actuales. Ellos ofrecen una nueva ética, que puede tener muy amplias repercusiones en la sociedad. Pero no podrán solucionar todo. El viejo problema de la justicia social sigue presente, y de hecho se ha descubierto que no puede ser separado de la justicia ambiental. Cualquier intento de solución requerirá el concurso de otros movimientos y si esto se olvida no se podrá solucionar la crisis socioambiental en sus raíces.
Notas
1 Aspectos destacados del ambientalismo latinoamericano se discuten en E. Leff: «Ecologismo y movimientos sociales» en Medio Ambiente, NQ^ 43, Lima, 1990, pp. 17- 24 y NQ^ 44, Lima, 1990, pp, 29-31; I. Hedstróm: La situación ambiental en Centroamérica y el Caribe, DEI, San José, 1989; E. Gudynas: «Una extraña pareja: los ambientalistas y el Estado en América» en Ecología Política, Nº 3, Barcelona, 1992, pp. 51-64; la perspectiva espiritual se ilustra con N. Mangabeira Unger: O encantamento do humano, Ecología e espiritualidade, Loyola, San Pablo, 1991. 2 Las posturas progresistas dominantes en América Latina son analizadas críticamente por H.C.F. Mansilla: «Percepción social de fenómenos ecológicos en América Latina», CAEBEM, La Paz, 1991; y las posturas ambientalistas de un desarrollo alternativo en E. Gudynas: «The search for an ethics of sustainable development in Latin America» en Ethics of environment and development, Belhaven Press, Londres, 1990. 3 Ejemplos de este tipo han sido la generación de corrientes como la ecología social o las etnociencias, y el encuentro con la discusión de las ciencias populares o ciencias campesinas; E. Gudynas y G. Evia: «La praxis por la vida. Introducción a las metodologías de la ecología social», CIPFE-CLAES-NORDAN, Montevideo, 1991; V.M. Toledo: «La perspectiva tecnoecológica» en Ecología: motivo de solidaridad, Fund. F. Ebert, México, 1991. 4 La visión extrema se ilustra con el «ambientalismo del
mercado libre» de T.L. Anderson y D.R. Leal: Free market environmentalism, Westview Press, Boulder, 1991. La recepción de esto va en aumento, basta ver la calidad acogida del manual del empresariado ecológico de S. Schmidheiny: «Cambiando el rumbo», FCE, México, 1992; o la traducción de varios ensayos por el Instituto de Estudios Empresariais do Brasil, con el sugerente título «Economía e meio ambiente: a reconcilicáo», Ortiz e IEE, Puerto Alegre, 1992. Los aportes desde una perspectiva ecológica de la «economía social de mercado» parecen más rezagados; véase por ejemplo las ponencias de AA.VV. en Regulación, mercado y medio ambiente, Libertas, Santiago de Chile, 1990. 5 En este sentido el conocido T. Roszak, tras la Confe- rencia de Río, sentenciaba que para los conservadores un miedo verde está reemplazando a la amenaza roja («La culpa verde», en Clarín, Buenos Aires, 21/1/92), denun- ciando que están «los que condenan al movimiento ecologista por considerarlo tan amenazador para el capitalismo como los bolches o los nazis. Algunos llegan a manifestar que «el verdadero objetivo de los ecologistas es revocar la Revolución Industrial y regresar a la pobreza, la suciedad y la miseria de los siglos anteriores». 6 La Eco-92 de Río de Janeiro ilustra muchos de los puntos mencionados aquí. Por un lado, fue notoria la presencia de distintas opciones religiosas, y la atmósfera mística de muchas actividades, y por el otro, no faltaron los preocupados comentarios de que muchas ONGs ambientalistas comenzaban a constituirse en una nueva «casta» análoga a las de las agencias de las Naciones Unidas, que parecen estar más preocupadas en su propia sobrevivencia financiera que en una transformación sustantiva de la sociedad. Debe reconocerse que muchos sectores depositaron exageradas expectativas en la Conferencia y sus resultados, y tras su clausura arrecia- ron con críticas ácidas denunciando su fracaso. Lo cierto es que la Conferencia fue un paso importante, con los claroscuros típicos de cualquier conferencia internacional. 7 No puede olvidarse un factor exógeno a los actores humanos, y que se pasa por alto muchas veces en los análisis sociales: la posibilidad de catástrofes ecológicas a escala regional o continental. Un desastre nuclear, un colapso en un ecosistema clave como la selva, o cambios en el clima global, pueden volcar decididamente a toda la sociedad hacia un nuevo orden. 8 La pátina verde que está tiñendo la política tradicional es totalmente insuficiente para esto. Sólo muestra una mezcla donde se bate el crecimiento económico y lo ecológico, creando un cóctel que con nuevo nombre sigue teniendo un añejo gusto. Más allá de las buenas intencio- nes, enfrentados a las declaraciones de la mayoría de los jefes de gobierno de América Latina en la Eco de Río de Janeiro, o el antecedente de la Cepal, «El desarrollo sustentable: transformación productiva, equidad y medio ambiente» (1991), donde se observa que la preocupación ambiental se une al aumento de la productividad, el progreso científico-técnico, etc., y surge el escalofrío de la duda de si se han comprendido los profundos cambios que son necesarios.