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Habla sobre los feminicidios, en diversas zonas de Querétaro y la importancia que las autoridades les dan la hacer justicia
Tipo: Resúmenes
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Universidad Andina Simón Bolívar Sede Ecuador Área de Comunicación Maestría de Investigación en Comunicación Mención en Estudios de Recepción Mediática
Estudio de recepción entre mujeres que luchan por quienes ya no pueden defenderse Ela Marcie Zambrano Díaz Tutor: Edgar Clotario Vega Suriaga Quito, 2021
Esta investigación es un estudio de recepción y género con el objetivo de descubrir cuál es el lugar que ocuparon los contenidos y las prácticas de los medios de comunicación en tres mujeres, familiares de víctimas de feminicidio, mientras buscaban justicia para sus muertas. Aquí, reflexiono junto a Rosa Ortega, prima hermana de Vanessa Landines Ortega; Yadira Labanda, mamá de Angie Carrillo Labanda; y, Cristina Del Pozo, prima hermana de Karina Del Pozo, sobre sus contratos de lectura con los medios tradicionales y alternativos. El desarrollo teórico se organiza alrededor de un cruce de metodologías como la etnografía, la entrevista a profundidad y la presentación de los testimonios a través de historias de vida. En el segundo capítulo fue necesario hacer un abordaje sobre del feminicidio como un espectáculo por parte de algunos medios de comunicación y cómo este enfoque periodístico ahonda el dolor y la indignación de las familiares de las víctimas de la violencia machista. Las historias de vida (tercer capítulo) permiten entender cómo afecta la revictimización; evidencian la urgente capacitación a las y los periodistas en comunicación con perspectiva de género; y nos cuestiona como sociedad sobre el tipo de medios de comunicación a los que debemos aspirar. Palabras clave: medios, feminismo, consumo, revictimización, disputa, familia, duelo, culpa, espectáculo, horror
A Rosa, Yadira y Cristina, y a todas las mujeres que han politizado su dolor para conseguir justicia. A Vanessa, Angie, Karina y todas las víctimas de violencia feminicida.
“No hay huellas de violencia”, así determinaba la Policía Nacional en relación a una mujer, muerta (asesinada), desnuda, abandonada en algún sector rural de la provincia de Manabí. Ella, – nunca supe su nombre–, tenía el bikini a la altura de las rodillas y era lo único que “cubría” su cuerpo. “No hay huellas de violencia”, esa sentencia del oficial de policía sigue dando vueltas en mi cabeza y me pregunto: ¿no es lo suficientemente violento encontrar a una mujer desnuda, muerta, tirada en un camino de tierra? ¿Cuántas mujeres aparecen así que ya no nos sorprende? También me cuestioné: ¿Quién es el comunicador que, sin un mínimo de reflexión, es capaz de replicar, sin cuestionamientos, que efectivamente “no hay huellas de violencia”? La noticia fue difundida por El Primero Tv de Manta, en marzo de 2018 (“Mujer hallada muerta” 2018). La historia de esta joven me remitió a otras más, principalmente, al asesinato de Karina Del Pozo, el 19 de febrero 2013, y los relatos que se construyeron en torno a la víctima, los titulares de prensa resaltaban que era “modelo” y luego la publicación de la revista Vanguardia en la que se publicó el parte policial y todos los detalles de como encontraron a Karina, son parte de los eventos que han ido despertando mi indignación. La vida y muerte de Karina estaban en las conversaciónes cotidianas, algunos daban lecciones de lo que no debes hacer, a mí, – me decían– que he tenido suerte. Como consecuencia, en la Asamblea Nacional se empezó a debatir el tipo penal del femicidio en el Código Orgánico Integral Penal (COIP) y las y los familiares de Karina estaban allí, llevando propuestas al legislativo, entendía que su cabildeo y la entrega de la Ley Karina del Pozo, el 11 de abril de 2013, era una forma de buscar justicia y que no haya NiUnaMenos. Por razones personales y académicas y con la necesidad de aportar desde un lugar concreto, de entender mejor las violencias que atravesamos las mujeres y trascender con acciones, me involucré con el colectivo Vivas Nos Queremos. Ya las había identificado y me había emocionado en la marcha del Día de la No Violencia Contra la Mujer, en noviembre de 2017, y para el 2018 empecé acudiendo a las asambleas abiertas, espacios de discusión y de suma de voluntades previos a noviembre de ese año. Empecé a caminar junto a ellas y participé del trabajo militante de una colectiva, pero también del sostenimiento que dan a las y los familiares de las víctimas de feminicidio.
En los espacios de Vivas Nos Queremos conocí a Rosa Ortega y la historia de Vanessa Landines Ortega, de hecho las acciones de #JusticiaParaVanessa dieron lugar a Vivas Nos Queremos. A través de ellas llegué a Yadira Labanda, mamá de Angie. Y en cada acción, en cada cántico, en cada proclama, siempre nos acompañaba Karina, su nombre era el primero en elevarse. Posteriormente, ya para los efectos de esta tesis, me puse en contacto con su prima hermana, Cristina Del Pozo, de quien escuché por primera vez en un diálogo con familiares de víctimas de femicidio en el marco del Tercer Encuentro Arte Mujeres Ecuador: Destejer la historia, los hilos de la memoria, organizado por el Centro de Arte Contemporáneo (CAC), entre el 11 de octubre y 25 de noviembre de 2018. Es así que mi lugar de enunciación, para este trabajo académico, es el feminismo como respuesta ante el incremento de la violencia machista cuyo máximo daño es el feminicidio. Sin embargo, no es solo mi perspectiva individual la que me motiva a pensar a esta investigación desde un punto de vista feminista, sino también para direccionar el diálogo con las familiares de las víctimas de femicidio, con quienes es importante entender y tener presentes las categorías de patriarcado, machismo, empoderamiento, violencia de género, principalmente. Jensen (2015, 581) señala que “todo saber se produce desde una perspectiva situada socialmente, y que las experiencias de las mujeres – acalladas durante gran parte de la historia de las ideas– proporcionan una forma de corregir y enmendar otras perspectivas, también en el mundo académico”. Eli Barta (2010, 68) lo complementa de la siguiente manera: Significa que quien emprende una investigación feminista no mira la realidad de la misma manera que una persona insensible a la problemática de la relación entre los géneros. Por lo tanto, las preguntas que se planteará desde su ser, sentir, su pensar, no pueden ser iguales, serán necesariamente diferentes en la medida del interés por saber cuál es el papel de las mujeres en determinados procesos. Esto no significa que tengan que ser radicalmente diferentes. A veces lo son, pero otras veces se trata simplemente de matices que pueden cambiar, sin embargo, el curso de toda la investigación. Lagarde (1998, 136-7) es una de las teóricas que más ha reflexionado el feminismo y lo conceptualiza de la siguiente manera: El feminismo es una cultura y no sólo un movimiento, es un conjunto de procesos históricos enmarcados en la modernidad, abarca varios siglos y se ha deplegado en diversos ámbitos y geografías. Ha sido vivido, defendido y desarrollado por mujeres diversas en cuanto a sus circunstancias y culturas propias […] El feminismo es la creación interactiva, intersubjetiva y dialógica de mujeres excluidas – por principio– del pacto moderno entre los hombres […] Por ello, en su asunción utópica de la modernidad, el feminismo es una crítica de su andamiaje
masas, abundan las investigaciones sobre el espectáculo, el sensacionalismo, el amarillismo, la crónica roja, pero poco se conoce sobre las sensaciones que producen las publicaciones con estos enfoques en el otro (la otra), en el familiar de una víctima de feminicidio. No puedo dejar de referirme a que durante el levantamiento del estado del arte de esta investigación fue complicado encontrar un corpus bibliográfico en el que converjan los estudios de recepción y género desde una perspectiva latinoamericana. No obstante, esta tesis desarrolla algunas estrategias metodológicas que espero aporten a ese vacío detectado. A partir de mis inquietudes como investigadora, opté por hacer uso de dos metodologías de los estudios de recepción que me resultaban complementarias: la etnografía y la entrevista a profundidad. La primera me permitió hacer un seguimiento de la participación de Rosa y Yadira (concretamente) en los espacios de la lucha feminista, donde comparten sus aprendizajes, experiencias y contienen a otras mujeres sobrevivientes de violencia machista. La etnografía en los nuevos “entornos disciplinarios” , señala Hyne ( 2000 , 55), ha permitido dar paso a estudios más focalizados en un aspecto en particular: “en vez de estudiar ciertas formas de vida en su conjunto, los etnógrafos de la sociología o de los estudios culturales se han dedicado a examinar aspectos más limitados de, por ejemplo, las personas como pacientes, como estudiantes, televidentes o profesionales”. Debo añadir que en medio de la investigación, inoportunamente, apareció la pandemia por covid-19. El 16 de marzo de 2020, tras la declaración de emergencia nacional, Ecuador empezó su confinamiento, se impusieron las restricciones de movilidad y distanciamiento físico, medidas que afectaron a la etnografía. Ante esa realidad, la etnografía se transformó en etnografía digital o netnografía^1 , que, no obstante, posibilitó ampliar los estudios, los flujos y las conexiones, pero limitaba la interacción con las mujeres parte de mi estudio. Orozco (Jacks 2011, 378) recuerda que ahora que somos parte de una sociedad en red los análisis de recepción deben incluir las “múltiples formas de estar”, lo cual implica investigaciones que comprendan la convergencia mediática, las interacciones con las pantallas y la producción de sentido a través de las redes sociales. Creo que en el marco de una etnografía que se centra en la vida de una persona, fue importante hacer un seguimiento de sus (^1) El método netnográfico, entendido como un método en construcción, se está desarrollando para entender la realidad social que se está produciendo en el ciberespacio, tal como señala (Fresno 2011, 58), quien a su vez resalta que “los mejores instrumentos para conocer y comprender una cultura, como organización humana, son la mente y la emoción de otros seres y en el contexto online también se dan este tipo de intercambios”.
interacciones principalmente en la red social Facebook, donde tienen mayor actividad cotidianamente, desde donde hacen también activismo y recuerdan a sus familiares arrebatadas por la violencia machista. Así, las redes sociales se convierten, en los estudios de recepción, en un eslabón importante de investigación, es “un dado”, es un punto de partida y también de llegada, es una condición de la cotidianidad y del intercambio social en su conjunto. (Jacks 2011, 391) La falta de interacción cara a cara, al pasar de la etnografía a la netnografía, se pudo suplir a través de entrevistas a profundidad, las que me facilitaron la indagación de manera directa sobre las inquietudes que surgieron durante la (net) etnografía y me dieron la oportunidad entender mejor ciertas acciones que las familiares de las víctimas habían desarrollado. Dado el contexto (pandemia), las desarrollé de manera virtual a través de plataformas de conversación, las que sin duda quitaron calidez al diálogo y complicaron la posibilidad de sostenimiento en ciertos momentos en que las preguntas tocaban temas muy sensibles. Una vez que me pareció que tenía el material suficiente, había que decidir cómo transmitir la información recopilada durante más de año y combinarla con las entrevistas. ¿Cómo hacer escuchar las voces de Yadira, Rosa y Cristina? Reflexioné que la mejor forma de narrar la experiencia de cada una era a través de la técnica de historias de vida de manera comentada y en las que alterno la primera voz (las entrevistadas) y la tercera voz (la mía), por una razón fundamental y es que necesitaba respetar sus revelaciones. No me sentía en la capacidad de presentar todo en primera voz porque eso suponía arrogarme la confianza de conocerlas de manera muy íntima y profunda. Además desde la tercera voz tenía la oportunidad de comentar e intercalar autores para reforzar, confrontar o meditar sobre sus confesiones. El resultado final se puede leer en el tercer capítulo. La pandemia por covid- 19 provocó que el 2020 sea catalogado como “el año del gran confinamiento” por la economista Gita Gopinath, jefe del FMI (Agencia AFP 2020), este súbito encierro en nuestros hogares hizo que se evidenciara la otra pandemia: la violencia machista contra las mujeres, que de pronto se quedaron atrapadas junto a sus maltratadores las 24 horas del día. “La agudización de este fenómeno durante las restricciones de movilidad por la pandemia COVID-19 muestra que hay otra ‘pandemia’ que va creciendo en las sombras y que requiere una atención urgente”, menciona el documento elaborado por el Wilson Center (2021,1), que aglutina al Brazil Institute, Latin American Program, Mexico Institute y Maternal
1. El debate internacional Diana Rusell (2019,36) fue la primera en hablar sobre “femicidio” en 1976 cuando testificaba en el Tribunal Internacional de Crímenes en Contra de la Mujer, efectuado en Bruselas, aunque recién lo definió en el 2001, junto a Roberta Harmes, como “ the killing of females by males because they are female ”. En el texto Strengthening Understanding of Femicide , explica que cambió el término “women” por “ female” con el objetivo de incluir y reconocer que muchas niñas y bebés también son víctimas de femicidio. En el mismo texto, Rusell reconoce que el término ya fue usado, por primera vez, en 1801, en una publicación Británica The Satirical Review of London at Commencement of the Nineteenth Century para significar “el asesinato a una mujer”. Rusell (20 08 , 38) profundiza en diversas formas de femicidio, se refiere, por ejemplo, a los femicidios provocados por mujeres en el marco de un sistema patriarcal, cita a la India, donde, en ciertos sectores, las nueras mueren a manos de sus suegras porque la dote entregada por sus padres se considera insuficiente. En esos casos recalca: “1. Mujeres actuando como agentes del patriarcado; 2. Mujeres actuando como agentes de hombres perpetradores; 3. Mujeres actuando por sí mismas”. A escala latinoamericana el debate ha surgido desde diferentes polos en respuesta a las realidades propias de cada país, siendo la Convención de Belém do Pará ( 1995 , Art. 3) el gran paraguas para marcar el camino a seguir en cuanto a la erradicación de la violencia. En dicha normativa se señala que: “Toda mujer tiene derecho a una vida libre de violencia, tanto en el ámbito público como el privado”. Lagarde ( 200 6, 102) define al femicidio como “una política de exterminio de las mujeres” y lo desarrolla como “el conjunto de acciones que tienden a controlar y eliminar a las mujeres a través del temor y del daño, y obligarlas a sobrevivir en el temor, la inseguridad, amenazas y en condiciones humanas mínimas al negarles la satisfacción de sus reivindicaciones vitales”. Desde su perspectiva, el asesinato a las mujeres no se queda en una situación de
condena individual (doméstica), por el contrario, se trata de una violencia donde hay una responsabilidad “social e individual”. La feminista y académica Rita Segato (2008, 38) categoriza al feminicidio como “crímenes del patriarcado” a los que también identifica como “crímenes de poder”, en los cuales se establecen un doble objetivo: “la retención o conservación del poder y su reproducción”. Define también al feminicidio como “crímenes de segundo Estado” y esclarece que ese “segundo estado” es “la red de poder que sin entrar en contradicción con los diversos gobiernos de turno en el control del aparato del Estado local, estatal y nacional, continúan dominando las estructuras administrativas con sede local” Entiende al segundo Estado como un “Estado paralelo”. (Segato 2008, 46-7). Segato, coincidiendo con Rusell (2019,39), añade otros tipos de feminicidio encubiertos y detalla a mujeres que mueren producto de actitudes e instituciones misóginas como la falta del derecho a decidir sobre sus cuerpos y el aborto; la mutilación genital femenina; pruebas de control de la natalidad en cuerpos femeninos; prácticas de matrimonio peligrosas de niñas con hombres muy adultos que mueren en relaciones sexuales forzadas; y, la deliberada preferencia en algunas culturas por los niños generando una consentida negligencia en la atención a las niñas, incluso ante las enfermedades y el hambre. Agrega, más adelante, el contagio del SIDA que por la promiscuidad masculina y su dominación, obligan a las mujeres a tener sexo sin protección. En las sociedades machistas hay muchas formas de matar a una mujer, sociedades que las desprecian, que las tratan como inferiores o débiles y que las han replegado a la labor de reproducción y a la obligación de satisfacer al hombre. Rusell (20 08 , 39) logra determinar diferentes formas de violencia femicida, sin embargo no conceptualiza en el femicidio la responsabilidad del Estado, lo cual si se incluye en el derecho latinoamericano como plantea Segato y que tiene una estrecha relación con sistemas de justicia que no funcionan. Tanto así que la Convención de Belém do Pará (OEA 1995, 3) determina en el artículo 1 que se entenderá como “Violencia contra la mujer cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como privado”. Al final del artículo 2 incluye al Estado como un actor: