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Estados Unidos y Rusia en el siglo XXI, Tesis de Historia Contemporánea

RELACION DE ESTADOS UNIDOS Y RUSIA DESPUES DE LA GUERRA FRÍA.

Tipo: Tesis

2023/2024

Subido el 20/06/2025

adrian-avila-16
adrian-avila-16 🇵🇪

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Estados Unidos y Rusia en el siglo XXI: de la cooperación reticente a la confrontación
abierta
United States and Russia: from reticent cooperation to open confrontation
Ernesto Domínguez López
Jessica Borges Pías
Resumen: Este trabajo se propone explicar las relaciones entre Estados Unidos y Rusia durante
el siglo XXI e interpretar la configuración del sistema internacional condicionado por esa
interacción. La formulación e implementación de la Doctrina Bush, la proyección unipolar de
Estados Unidos, el reemerger de las capacidades rusas, la formación de nuevas redes de alianzas
y la evolución de política exterior rusa de la era Putin pusieron a las dos potencias en curso de
colisión. Como resultado se generó un conflicto que se ha expresado en espacios muy
importantes del Medio Oriente, el Cáucaso y Europa oriental. La Doctrina Obama representa un
proceso de ajuste al nuevo contexto, priorizando la combinación pragmática de instrumentos del
poder duro y el poder blando, y un multipolarismo guiado. La configuración resultante del
sistema internacional tiene matices muy fuertes de una guerra fría.
Abstract: This paper intends to explain the relation between United States and Russia in the 21st
century, and to interpret the resulting configuration of an international system conditioned by
that interaction. The formulation and implementation of Bush Doctrine, United States unipolar
projection, the re-emergence of Russia´s capabilities, formation of new alliances and the
evolution of Russian foreign policy under Putin put the two powers in collision course. As result,
a conflict was generated that expressed itself in a number of important scenarios in the Middle
East, the Caucasus and Eastern Europe. Obama Doctrine represents a process of adjustment to a
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Estados Unidos y Rusia en el siglo XXI: de la cooperación reticente a la confrontación abierta United States and Russia: from reticent cooperation to open confrontation

Ernesto Domínguez López Jessica Borges Pías

Resumen: Este trabajo se propone explicar las relaciones entre Estados Unidos y Rusia durante el siglo XXI e interpretar la configuración del sistema internacional condicionado por esa interacción. La formulación e implementación de la Doctrina Bush, la proyección unipolar de Estados Unidos, el reemerger de las capacidades rusas, la formación de nuevas redes de alianzas y la evolución de política exterior rusa de la era Putin pusieron a las dos potencias en curso de colisión. Como resultado se generó un conflicto que se ha expresado en espacios muy importantes del Medio Oriente, el Cáucaso y Europa oriental. La Doctrina Obama representa un proceso de ajuste al nuevo contexto, priorizando la combinación pragmática de instrumentos del poder duro y el poder blando, y un multipolarismo guiado. La configuración resultante del sistema internacional tiene matices muy fuertes de una guerra fría.

Abstract: This paper intends to explain the relation between United States and Russia in the 21st century, and to interpret the resulting configuration of an international system conditioned by that interaction. The formulation and implementation of Bush Doctrine, United States unipolar projection, the re-emergence of Russia´s capabilities, formation of new alliances and the evolution of Russian foreign policy under Putin put the two powers in collision course. As result, a conflict was generated that expressed itself in a number of important scenarios in the Middle East, the Caucasus and Eastern Europe. Obama Doctrine represents a process of adjustment to a

new context, prioritizing a pragmatic combination of instruments of both hard power and soft power, as well as a guided multipolarism. The resulting configuration has strong features of a cold war.

Palabras claves: Rusia, Estados Unidos, multipolarismo, unipolarismo, conflicto

Keywords: Russia, United States, nultipolarity, unipolarity, conflict

Las relaciones entre Estados Unidos y Rusia ocupan una gran parte de los espacios en la prensa actual, y preocupan a un gran número de personas de todos los medios. La concentración en manos de esas dos potencias de arsenales nucleares capaces de destruir la vida en el planeta tal como la conocemos es argumento más que suficiente para que este sea un tema de especial interés. Si a ello le sumamos la historia de conflictos entre Washington y la Unión Soviética durante décadas, las diferencias entre ambos países en la actualidad, los fundamentos de la relación, las visiones de las dos partes sobre su lugar en mundo y los diseños estratégicos de su política exterior, el atractivo es aún más evidente.

En este trabajo proponemos una discusión sobre el devenir de la relación entre esos dos países desde la perspectiva de la configuración del sistema de relaciones internacionales en el sistema- mundo contemporáneo, haciendo especial énfasis en los factores geopolíticos y geoestratégicos, el diseño de sus respectivas políticas exteriores, los recursos con que cuentan, y las interpretaciones de las que parten sus dirigentes políticos. Nuestro objetivo primario es explicar el desarrollo de esa relación como parte de la evolución del sistema-mundo en sus dinámicas internacionales. De aquí deriva un segundo objetivo: identificar e interpretar la configuración del sistema internacional condicionado por los procesos estudiados.

La “Doctrina Bush” y los límites del unipolarismo

Para entender el sistema internacional en el siglo XXI es imprescindible ir un poco más atrás en el tiempo. La desaparición del bloque socialista europeo y la Unión Soviética en 1989- significó no solo el fin de la guerra fría entre Estados Unidos y la URSS, sino el colapso del eje fundamental de las relaciones internacionales de la postguerra. Además de los efectos inmediatos para los países involucrados, ello trajo una reorganización del sistema internacional, a partir de la supervivencia de una sola de las megapotencias que habían dominado el panorama político global durante más de cuatro décadas, la cual se consideró a sí misma como vencedora del largo conflicto. Además, ese acontecimiento sacudió duramente a los distintos movimientos del llamado Tercer Mundo, a las fuerzas políticas de izquierda en todas partes, debilitando a los gobiernos con tendencias más o menos progresistas, y en general pareció crear las bases para un unipolarismo mundial sostenible, es decir, para una configuración piramidal del sistema internacional con una única potencia hegemónica en la cúspide.

La transición de Rusia hacia el capitalismo es uno de los procesos más interesantes, importantes y controvertidos de la historia contemporánea. Como primera consecuencia del fin de la guerra fría entre Estados Unidos y la URSS, fue uno de los componentes fundamentales de la reorganización del sistema internacional. Bajo la presidencia de Boris Yeltsin se desarrolló el proceso de construcción de un nuevo Estado a partir de la ruptura con el pasado soviético y la transformación de sus estructuras económicas mediante terapias de choque. Estos cambios estuvieron acompañados y en gran medida originaron una fuerte caída de los principales indicadores sociales y económicos, una acelerada estratificación social con la correspondiente desigualdad, fuertes cuotas de inestabilidad política interna, una profunda crisis estructural de la economía (Glasov, Batchikov y Kara-Murza, 2007) y una serie de importantes movimientos

centrípetos entre diversas comunidades étnicas. A ello se sumó la práctica disgregación de las fuerzas armadas, el derrumbe de su plataforma tecnológica y muy acusados fenómenos de corrupción (Dacal Díaz y Brown Infante, 2005). Este desarrollo se enmarca dentro de la transición general de la Europa del Este y Central que había constituido el bloque socialista europeo, pero con significativas diferencias para las antiguas repúblicas soviéticas, menos cercanas a Occidente, en particular a la Unión Europea (UE), con mayores costos y mayores dimensiones (Domínguez López, 2009a).

Como parte de la transición rusa, el gobierno de Moscú se esforzó por conformar una nueva política exterior, a tono con un nuevo proyecto nacional. Uno de sus rasgos esenciales fue una abierta proyección hacia Occidente, que se agrupó bajo la denominación de Doctrina Kóziriev y persiguió como objetivo alcanzar una “alianza estratégica”, guiada por la expectativa de que Estados Unidos asumiría un alto grado de responsabilidad para con la seguridad y el desarrollo económico de Rusia. Esta tendencia se basó en la idea de que la alianza de Estados Unidos con Rusia se establecería en condiciones de igualdad y que trabajarían conjuntamente para asegurar la estabilidad internacional. Se llegó a valorar la posibilidad de incluir a Rusia en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a fin de lograr una mayor cooperación (Prudnikov, 2009). En ese contexto se trazaron como estrategias fundamentales la integración de Rusia al “mundo occidental”, específicamente al Grupo de los 7; la cooperación con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la UE y la Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE); la desaparición de los principales tópicos de confrontación con Occidente; y la reorientación del comercio de armamentos hacia regímenes más estables y confiables para Occidente (Gutiérrez del Cid, 1996).

También se planteó para las élites estadounidenses la necesidad de encontrar nuevos mecanismos de legitimación para la política exterior ante su opinión pública y, parcialmente, ante la opinión pública internacional. Existió un nivel de consenso en torno a que la existencia como el rival declarado de una potencia militar muy poderosa, las consideraciones de seguridad de los más importantes aliados, en particular de los europeos, era una fuente de legitimidad clave para la construcción de hegemonía en el mundo occidental (Kissinger, 1974; Hoffman, 1978; Nye, 1990; Rostow, 1993; Brilmayer, 1994; Fromkin, 1995; Zakaria, 1998; Alzugaray, 2008).

Desaparecido el “imperio del mal”, declarados vencedores de la guerra fría con la Unión Soviética, sin ninguna potencia que les hiciera frente, se produjo una lógica búsqueda de amenazas en otros niveles. Entre otros, se privilegiaron las diferencias culturales, o civilizatorias, si seguimos el lenguaje de Samuel Huntington (Huntington, 1996). Este último caso es de interés particular por el intento de colocar las fuentes de las amenazas que debía enfrentar Estados Unidos como líder de Occidente en un plano mucho más difuso, y por tanto más fácilmente manejable por los gestores políticos y todo el sistema de grupos de poder y aparatos institucionales correspondiente de acuerdo con las necesidades de cada momento. En otras palabras, con una idea como esta, una vez que se encuentra firmemente instaurada en los imaginarios colectivos, resulta relativamente fácil generar estados de opinión con un discurso político y mediático diseñado al efecto.

El reajuste fue para Estados Unidos la búsqueda de su consolidación definitiva en el puesto de hegemón global. Sobre este aspecto también son posibles diferentes interpretaciones, pues existe al menos una línea de pensamiento diferente, según la cual Washington se vio forzado a ocupar la posición de cabeza en el sistema internacional sin tener una real voluntad de hacerlo (Cameron, 2005). Esto último parece improbable, especialmente considerando el sentido de

hegemonía. Una arista distinta del problema es la referida a los mecanismos e instrumentos para el cumplimiento de ese objetivo. Esta es posiblemente la fuente de las interpretaciones divergentes, especialmente en la disyuntiva planteada por Cameron, pues la potencia hegemónica puede perfectamente ser reticente en el uso directo de sus capacidades físicas en los escenarios de conflicto. El nuevo siglo despejó algunas de las dudas sobre este aspecto, y fue escenario de una acelerada reorganización del sistema internacional.

El año 2001 trajo consigo un salto de gran envergadura en la política exterior estadounidense. Cuando se lanzó la “guerra contra el terrorismo” a raíz del ataque a las Torres Gemelas de New York, se estaba llevando todo ese proceso a un nivel diferente. Llegó a dejarse de lado la legalización formal de las acciones de Washington por el Consejo de Seguridad de la ONU y el unilateralismo se convirtió en fenómeno cotidiano en la arena internacional. Ello representó además la priorización de los instrumentos del llamado hard power , es decir, el uso de la fuerza militar y las presiones económicas y políticas directas, con acciones abiertas en los diferentes escenarios, lo que abarcó desde invasiones a gran escala hasta sanciones diversas, como los casos de las operaciones militares en Afganistán e Iraq y el reforzamiento de las sanciones contra Irán. Probablemente el aspecto más polémico de este nuevo enfoque fue la incorporación del principio de la acción preventiva, es decir, el planteamiento a nivel estratégico de la idea de atacar a enemigos potenciales antes de que se constituyeran en una amenaza inmediata (Bacevich 2002). El núcleo de esta interpretación de la política exterior, conocida como “Doctrina Bush”, quedó recogido en las estrategias de seguridad nacional publicadas durante los dos mandatos del presidente republicano (President of the United States, 2002; 2006).

Por otra parte, se planteó el proceso de legitimación de la política exterior en términos nuevos, cercanos a la mencionada interpretación de Huntington sobre las fuentes de las amenazas y

actores no musulmanes pero insertados en posiciones claves en ese espacio geopolítico, como es el caso de Israel.

Habría que incluir en este punto el proceso de ajuste de la OTAN, particularmente su ampliación con la incorporación de nuevos miembros en Europa Oriental. La expansión situó sus límites nororientales en las repúblicas bálticas (Lituania, Letonia y Estonia) para luego describir una curva hacia el suroeste y el sur a lo largo de las fronteras de Polonia, Eslovaquia y Rumanía. A ello se sumó el acercamiento a otras antiguas repúblicas soviéticas, como Georgia y Ucrania, con las cuales se establecieron relaciones que apuntaban a la eventual integración de algunas de ellas a la organización. Fuerzas de varios de estos países, incluyendo de los asociados no miembros, fueron desplegadas en algunos de los escenarios más activos de la política exterior estadounidense y de la acción de la alianza atlántica.

El despliegue de esta política respondió a una serie de premisas y objetivos. En primer lugar, situó los intereses geopolíticos primordiales en zonas de la gran masa continental euroasiática, lo cual está en consonancia con las ideas expresadas por Zbignew Brzezinski (Brzezinski, 1998) sobre los imperativos geoestratégicos de la hegemonía estadounidense. Por supuesto, no se trató de una aplicación directa de este pensamiento, sino de su correspondencia con el diseño estratégico de los grupos que condujeron la conformación de política exterior, en primer lugar neoconservadores al estilo de Paul Wolfowitz o Richard Perle. Puede ser interpretada como una continuación lógica de la historia de la proyección internacional de Estados Unidos a partir del sistema de ideas y valores que conformaron su núcleo identitario (Walker, 2009).

También parece evidente la consideración de que no podía existir ningún actor internacional capaz de actuar de manera independiente de los Estados Unidos y tener algún éxito, por lo cual

Washington estaba en posición de conducir el funcionamiento del sistema internacional siguiendo sus propios criterios. Esta es una idea con importantes implicaciones, pues de hecho interpreta a las organizaciones multilaterales como otros tantos instrumentos para ser utilizados a conveniencia. Por último, indica una concepción de hegemonía centrada en la capacidad coercitiva y coactiva, con poco espacio para los mecanismos de cooptación.

Parece evidente que en ese diseño de políticas se escondía un fallo estructural del modelo de sistema internacional promovido desde Washington durante la primera década del siglo XXI. En su fase más activa parece haber representado al mismo tiempo el comienzo de la descomposición de un sistema de dominación global que se implementó para un mundo monopolar. Una primera interpretación puede ser el cumplimiento de la tesis del sobredimensionamiento imperial, propuesta por Paul Kennedy al estudiar los ciclos de ascenso y caída de las grandes potencias (Kennedy, 1987: 514-515). De forma estricta, esta tesis debe interpretarse como la incapacidad de la potencia sobredimensionada para controlar todos y cada uno de los puntos clave del sistema-mundo, regular todos los procesos de reproducción de los sistemas y subsistemas de relaciones, y contener cualquier movimiento disidente. Es decir, se asocia con la falta de correspondencia entre los imperativos del sostenimiento de la hegemonía y los recursos del hegemón.

Esta es una idea atractiva, y que se ajusta a una parte importante de los acontecimientos más recientes. Se pueden citar por ejemplo las dificultades para terminar favorablemente la guerra en Afganistán, o la inestabilidad continuada en el Golfo Pérsico. En este sentido también caben diversas interpretaciones. El hecho cierto de que los actores occidentales, en particular Estados Unidos, han estado involucrados en esos procesos como factores catalizadores de la inestabilidad permite pensar en la hipótesis del caos generativo, es decir, de producir conscientemente esa

No obstante, no consideramos que las tesis anteriores sean suficientes para explicar los desarrollos más recientes en el sistema internacional. Una visión más abarcadora debe considerar la emergencia o reemergencia de una serie de actores internacionales con capacidad para ser global players , que por distintas vías fueron construyendo espacios propios, apoyados en sus propias capacidades. En esa instancia se pueden contar los casos de China, Rusia, India o Brasil, cada uno con distintos ritmos y relaciones diferentes con Estados Unidos. Es decir, no se trata solo de los límites intrínsecos de la posición de monopolo en un sistema internacional unipolar, sino que de la formación y expansión de centros de poder alternativos se introducen cambios significativos, forzando nuevas adecuaciones en la conformación de política exterior estadounidense con sentido reactivo, es decir, de adaptación. Junto con ellos hay que considerar otros poderes de menor nivel, pero igualmente con capacidad de influencia a nivel regional, como los casos de Irán, Sudáfrica o Viet Nam. Estos importantes componentes del sistema disponen de un creciente número de opciones para establecer alianzas y otras asociaciones, y contrabalancear influencias externas. A su vez esto incrementa las alternativas para los Estados más pequeños y débiles, incluso para la formación de alianzas regionales y subregionales, y proyectos de integración. Lo anterior significa la formación de un sistema internacional excesivamente complejo y fluido para ser considerado desde un solo centro, por lo cual los métodos unilaterales no son eficientes.

Esa transformación incluye, como es evidente, el reposicionamiento de todos los actores del sistema de acuerdo con las nuevas tendencias, con la consecuente dinámica de las redes que los conectan. En ese proceso tienen un lugar destacado, tanto por su importancia real como por el nivel de cobertura mediática, algunos casos que expresan de la manera más clara la

reconfiguración en curso. El caso con mayor presencia mediática durante varios años ha sido Rusia.

La reemergencia de Rusia en el sistema internacional

A pesar de sus aspiraciones iniciales durante la transición, Rusia fue desplazada del núcleo de poder en el sistema internacional. Su limitada influencia sobre la gestión de una solución al conflicto árabe-israelí y los mencionados procesos de fragmentación de Yugoslavia y de ampliación de la OTAN hacia el Este demostraron el debilitamiento del Estado euroasiático. En particular la intervención de la alianza atlántica en Yugoslavia representó para Moscú una amenaza múltiple. Por un lado, la secesión de Kosovo establecía un precedente que podía extenderse a la república autónoma chechena, en el Cáucaso ruso, escenario de un fuerte movimiento separatista (Palacios y Arana, 2002). Por otro, golpeaba duramente a un potencial aliado. Finalmente, ponía firmemente en manos de la OTAN el control sobre los estratégicos Balcanes occidentales, con lo cual se reforzaba su dominio sobre los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, el Mar de Mármara y el Mar Egeo, es decir, la ruta que conecta la costa rusa del Mar Negro con el Mar Mediterráneo, el Océano Atlántico, el Mar Rojo y el Océano Índico. Una simple mirada al mapa y a la historia permite comprender que esas rutas representan intereses vitales para Rusia.

La combinación de esta crisis en su política exterior con la acumulación de problemas internos, incluyendo la crisis económica de 1998, la creciente corrupción y la debilidad del Estado central, llevaron a un cambio de gran importancia, expresado en el ascenso a la presidencia de Vladimir Putin, primero sustituyendo al dimitido Yeltsin, luego electo en 2000. Se trató del ascenso al poder de un nuevo sector dentro de la política rusa, que emprendió una vasta reforma en todos

Evidentemente el núcleo de la doctrina era el objetivo de reposicionar a Rusia como una potencia global, sin la carga ideológica de la guerra fría anterior. Las circunstancias en el momento de su formulación no eran favorables para su implementación real, pero la situación cambiaría con el nuevo gobierno, que adoptó sus objetivos concretos como la construcción de mecanismos de influencia sobre las antiguas repúblicas soviéticas y el fortalecimiento de su presencia en el Medio Oriente. Además, se propuso la diversificación de las relaciones exteriores, mediante el establecimiento de vínculos estratégicos con países como China e India (Prudnikov, 2009). Esta estrategia incluyó el reconocimiento de esos Estados asiáticos como polos de poder y la identificación de las potencialidades para una alianza capaz de contrapesar el poderío de Estados Unidos en el sistema internacional (Gutiérrez del Cid, 2009).

Un paso relevante fue la creación en junio de 2001 de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) que agrupó además de Rusia, a China, Kazajstán, Kirguiztán, Tadjikistán y Uzbekistán (Gorodetsky, 2003: 142-150). La creación de la OCS pone de manifiesto una de las principales diferencias tempranas entre la era Putin y el período de existencia de la Doctrina Primakov durante la era Yeltsin: la traducción de los planteamientos en acciones concretas. Por otra parte, Rusia prestó creciente atención a la coordinación política y económica en el marco del grupo BRIC, que reunió inicialmente a las cuatro principales economías emergentes del mundo (Brasil, Rusia, India y China) a partir de la primera cumbre de Ekaterinburgo en 2009. De conjunto, en los comienzos del siglo esos países comprendían el 26% de las tierras emergidas, el 42% de la población del planeta y el 14,6% del PIB mundial. Además, entre 1999 y 2008 fueron motores primordiales del crecimiento económico mundial, con crecimientos promedios de 3,3% para Brasil, 6,99% para Rusia, 7,22% para India y 9,75% para China (Cámara, 2010). Esta orientación de la política exterior permitió la formación de una red de relaciones particularmente

relevantes, con una notable capacidad para sustentar el reposicionamiento ruso en el escenario internacional. La posterior incorporación de Sudáfrica incrementó aún más el potencial del grupo.

A raíz de los ataques de septiembre de 2001 en New York, Rusia había ofrecido su ayuda en la guerra contra el terrorismo, mediante la autorización para desplegar bases y efectivos militares estadounidenses en las repúblicas ex soviéticas de Asia Central, y el suministro de armamento, técnica militar, apoyo logístico e información de inteligencia a Estados Unidos y la OTAN. Esta coyuntura permitió una acercamiento temporal a Occidente, que permitió la firma del Tratado de Reducción de Arsenales Estratégicos Ofensivos (Strategic Offensive Reduction Treaty, SORT), prometiendo reducir en dos terceras partes sus arsenales nucleares y dejando el número de cabezas nucleares de cada país en unas dos mil, y la creación del Consejo OTAN – Rusia en 2002 (Ruiz González, 2010).

Sin embargo, es notorio que la actuación rusa se encuadró dentro de una visión fundamentalmente pragmática de la política exterior, persiguiendo objetivos propios, especialmente la obtención de respaldo internacional para su guerra contra el separatismo checheno, catalogado de terrorista en esas circunstancias. Por otra parte, su involucramiento en la estrategia global de Estados Unidos se limitó al apoyo logístico parcial, sin comprometer tropas en ningún caso. Incluso buscó contrapesar la influencia estadounidense en Asia Central mediante el reforzamiento de sus fuerzas militares en Tadjikistán y en Kirguiztán. Además, mantuvo sus vínculos y el comercio de armas con Siria e Irán (Dacal Díaz y Brown Infante, 2005). Y por detrás de esos niveles de colaboración y de políticas propias, se encontraban considerables diferencias en la interpretación de los principales temas y principios de la política exterior (Azizian, 2003).

desde la Casa Blanca y el Departamento de Estado. Una nueva mirada al mapa muestra que estos territorios tienen una importancia vital para Rusia, pues desde ellos se pueden alcanzar zonas sensibles como el Cáucaso y la cuenca del Kubán, las regiones meridionales de Siberia occidental y los Urales, y los grandes centros poblacionales, políticos y económicos del país en Moscú, San Petersburgo y las cuencas del Don y el Volga, ello sin contar los vínculos económicos y la presencia de recursos, especialmente en Ucrania. En la dimensión geoestratégica, esos territorios representan algo similar a lo que son México, Canadá o Cuba para Estados Unidos.

En esas circunstancias, la política exterior rusa transitó hacia posturas más independientes de Occidente, centrándose en el estrechamiento de vínculos con los países de la Comunidad de Estados Independientes (CEI),^2 China, India, y otras regiones de interés geopolítico. Estas posiciones estuvieron orientadas a promover con más fuerza el establecimiento de un orden multipolar, lo cual puede ser definido como el afianzamiento de Rusia como una potencia independiente de Estados Unidos mediante la consolidación de sus vínculos internacionales, la ampliación de su capacidad de acción fuera de sus fronteras y el fortalecimiento de su economía y su estructura política. En este sentido, la redefinición de los fundamentos conceptuales de la política exterior rusa construyó un marco adecuado a la realidad emergente de los comienzos del siglo XXI (Makarychev, 2013).

Por otra parte, el nuevo proyecto incorporó un núcleo ideológico de carácter distinto al que había marcado la guerra fría. En la nueva realidad se dio prioridad al nacionalismo ruso, mediante el rescate de la memoria histórica, incluyendo una reivindicación del pasado soviético en sus

(^2) Organización creada a raíz de la disolución de la URSS por 11 de las 15 antiguas repúblicas federadas. Las excepciones fueron las repúblicas bálticas y Georgia.

expresiones heroicas. La filmografía y la literatura rusas del período reflejan claramente esa tendencia. El nombramiento de Serguei Lavrov - anterior embajador de Rusia ante la ONU- como canciller se convirtió en un símbolo de la radicalización de la política exterior rusa. La coyuntura de los mercados petroleros dotó a Moscú de un monto adicional de recursos económicos para sustentar la expansión de su potencial militar, y de un instrumento muy útil en sus relaciones políticas internacionales, especialmente con la UE (Goldman, 2008; Newnham, 2011).

Esta evolución de la política rusa se hizo evidente en la abierta crítica a Estados Unidos contenida en discurso de Putin y otros altos representantes de su gobierno. Un buen ejemplo fue la alocución del mandatario en 2007 en la conferencia anual de seguridad Wehrkunde, en Múnich (Putin, 2007). Y finalmente alcanzó el punto de inflexión en 2008. La elite de Georgia, confiada en el respaldo de la OTAN y la anterior debilidad de rusa, mantuvo una posición desafiante frente a Rusia en torno al conflicto en Abjasia y Osetia del Sur, territorios separatistas cercanos a Moscú. El gobierno de Tbilisi se hallaba en la órbita de la organización militar, y se valoraba su inclusión en ella. La escalada en el conflicto sirvió de detonante para un fulminante ataque de las reformadas fuerzas armadas rusas, que prácticamente en algunas horas quebraron la resistencia georgiana, sin que la OTAN o Estados Unidos pudiesen reaccionar.

Esta breve discusión hace evidente que la política exterior rusa de la era Putin y la proyección estadounidense marcada por la Doctrina Bush se hallaban desde el comienzo en curso de colisión. La acumulación de desconfianza y la percepción rusa de un tratamiento injusto desempeñaron también su papel (Larson y Shevchenko, 2014). El cumplimiento de la reforma militar, la consolidación de la hegemonía del grupo de San Petersburgo en la escena política rusa y el crecimiento económico disparado por el alza en los precios del petróleo y el gas natural,