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Análisis del chiste según el autor del psicoanálisis
Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones
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Sigmund Freud (Obras completas)
contraste continúa existiendo; pero no es un contraste determinado de las representaciones ligadas por medio de la expresión oral, sino contraste o contradicción de la significación y falta de significación de las palabras» (pág. 87). Con varios ejemplos aclara Lipps el sentido de la última parte de su definición: «Nace un contraste cuando concedemos… a sus palabras un significado que, sin embargo, vemos que es imposible concederles». En el desarrollo de está última determinante aparece la antítesis de «sentido y desatino». Lo que en un momento hemos aceptado como sensato se nos muestra inmediatamente falto de todo sentido. Tal es la esencia, en este caso, del proceso cómico (págs. 85 y siguientes). «Un dicho nos parece chistoso cuando le atribuimos una significación con necesidad psicológica y en el acto de atribuírsela tenemos que negársela. El concepto de tal significación puede fijarse de diversos modos. Prestamos a un dicho un sentido y sabemos que lógicamente no puede corresponderle. Encontramos en él una verdad, que luego, ciñéndonos a las leyes de la experiencia o a los hábitos generales de nuestro pensamiento, nos es imposible reconocer en él. Le concedemos una consecuencia lógica o práctica que sobrepasa su verdadero contenido, y negamos enseguida tal consecuencia en cuanto examinamos la constitución del dicho en sí. El proceso psicológico que el dicho chistoso provoca en nosotros y en el que reposa el sentimiento de la comicidad consiste siempre en el inmediato paso de los actos de prestar un sentido, tener por verdadero o conceder una consecuencia a la consciencia o impresión de una relativa nulidad». A pesar de lo penetrante de este análisis cabe preguntar si la contraposición de lo significativo y lo falto de sentido, en la que reposa el sentimiento de la comicidad, puede contribuir en algo a la fijación del concepto del chiste en tanto en cuanto este último se halla diferenciado de lo cómico. También el factor «desconcierto y esclarecimiento» nos hace penetrar profundamente en la relación del chiste con la comicidad. Kant dice que constituye una singular cualidad de lo cómico el no podernos engañar más que por un instante. Heymans (Zeitschr. für Psychologie, XI, 1896) expone cómo el efecto de un chiste es producido por la sucesión de desconcierto y esclarecimiento y explica su teoría analizando un excelente chiste que Heine pone en boca de uno de sus personajes, el agente de lotería Hirsch-Hyacinth, pobre diablo que se vanagloria de que el poderoso barón de Rotschild, al que ha tenido que visitar, le ha acogido como a un igual y le ha tratado muy famillionarmente. En este chiste nos aparece al principio la palabra que lo constituye simplemente como una defectuosa composición verbal, incomprensible y misteriosa. Nuestra primera impresión es, pues, la de desconcierto. La comicidad resultaría del término puesto a la singular formación verbal. Lipps añade que a este primer estadio del esclarecimiento, en el que comprendemos la doble significación de la palabra, sigue otro, en el que vemos que la palabra falta de sentido nos ha asombrado primero y revelado luego su justa significación. Este segundo esclarecimiento, la comprensión de que todo el proceso ha sido debido a un término que en el uso corriente del idioma carece de todo sentido, es lo que hace nacer la comicidad (pág. 95).
Sea cualquiera de estas dos teorías la que nos parezca más luminosa, el caso es que el punto de vista del «desconcierto y esclarecimiento» nos proporciona una determinada orientación. Si el efecto cómico del chiste de Heine, antes expuesto, reposa en la solución de la palabra aparentemente falta de sentido, quizá debe buscarse el «chiste» en la formación de tal palabra y en el carácter que presenta. Fuera de toda conexión con los puntos de vista antes consignados, aparece otra singularidad del chiste que es considerada como esencial por todos los autores. «La brevedad es el cuerpo y el espíritu de todo chiste, y hasta podríamos decir que es lo que precisamente lo constituye», escribe Juan Pablo (Vorschule der Ästhetik, I, § 45), frase que no es sino una modificación de la que Shakespeare pone en boca del charlatán Polonio (Hamlet, acto II, esc. II): «Como la brevedad es el alma del ingenio, y la prolijidad, su cuerpo y ornato exterior, he de ser muy breve». Muy importante es la descripción que de la brevedad del chiste hace Lipps (pág. 10): «El chiste dice lo que ha de decir; no siempre en pocas palabras, pero sí en menos de las necesarias; esto es, en palabras que conforme a una estricta lógica o a la corriente manera de pensar y expresarse no son las suficientes. Por último, puede también decir todo lo que se propone silenciándolo totalmente». Ya en la yuxtaposición del chiste y la caricatura se nos hizo ver «que el chiste tiene que hacer surgir algo oculto o escondido» (K. Fischer, pág. 51). Hago resaltar aquí nuevamente esta determinante por referirse más a la esencia del chiste que a su pertenencia a la comicidad. (2) Sé muy bien que con las fragmentarias citas anteriores, extraídas de los trabajos de investigación del chiste, no se puede dar una idea de la importancia de los mismos ni de los altos merecimientos de sus autores. A consecuencia de las dificultades que se oponen a una exposición, libre de erróneas interpretaciones, de pensamientos tan complicados y sutiles, no puedo ahorrar a aquellos que quieran conocerlos a fondo el trabajo de documentarse en las fuentes originales. Mas tampoco me es posible asegurarles que hallarán en ellas una total satisfacción de su curiosidad. Las cualidades y caracteres que al chiste atribuyen los autores antes citados -la actividad, la relación con el contenido de nuestro pensamiento, el carácter de juicio juguetón, el apareamiento de lo heterogéneo, el contraste de representaciones, el «sentido en lo desatinado», la sucesión de asombro y esclarecimiento, el descubrimiento de lo escondido y la peculiar brevedad del chiste- nos parecen a primera vista tan verdaderos y tan fácilmente demostrables por medio del examen de ejemplos, que no corremos peligro de negar la estimación debida a tales concepciones; pero son éstas disjecta membra las que desearíamos ver reunidas en una totalidad orgánica. No aportan, en realidad, más material para el conocimiento del chiste que lo que aportaría una serie de anécdotas a la característica de una personalidad cuya biografía quisiéramos conocer. Fáltanos totalmente el conocimiento de la natural conexión de las determinantes
En el fragmento de los Reisebilder titulado «Los baños de Lucas» nos presenta Heine la regocijante figura de Hirsch-Hyacinth, agente de lotería y extractador de granos, que, vanagloriándose de sus relaciones con el opulento barón de Rotschild, exclama: «Tan cierto como que de Dios proviene todo lo bueno, señor doctor, es que una vez me hallaba yo sentado junto a Salomón Rotschild y que me trató como a un igual suyo, muy «famillionarmente» (familionär)». Este excelente chiste ha sido utilizado como ejemplo por Heyman y Lipps para explicar el efecto cómico del chiste en función del proceso de «desconcierto y aclaramiento». Mas dejemos por ahora esta cuestión para plantearnos la de qué es lo que hace que el dicho de Hirsch-Hyacinth constituya un chiste. Pueden suceder dos cosas: o es el pensamiento expresado en la frase lo que lleva en sí el carácter chistoso, o el chiste es privativo de la expresión que el pensamiento ha hallado en la frase. Tratemos, pues, de perseguir el carácter chistoso y descubrir en qué lugar se oculta. Un pensamiento puede ser expresado por medio de diferente formas verbales -o palabras- que todas ellas lo reproducen con igual fidelidad. En la frase de Hirsch- Hyacinth tenemos una determinada expresión de un pensamiento, expresión que sospechamos es un tanto singular y desde luego no la más fácilmente comprensible. Intentemos expresar con la mayor fidelidad el mismo pensamiento en palabras distintas. Esta labor ya ha sido llevada a cabo por Lipps de manera de explicar hasta cierto punto la idea de Heine. «Comprendemos -escribe Lipps- que Heine quiere decir que la acogida de Rotschild a Hirsch-Hyacinth fue harto familiar; esto es, de aquella naturaleza poco corriente en los millonarios» (pág. 7). No alteraremos en nada este sentido, dando al pensamiento otra forma que quizá se adapta más a la frase de Hirsch-Hyacinth. «Rotschild me trató como a su igual, muy familiarmente, aunque claro es que sólo en la medida en que esto es posible a un millonario». «La benevolencia de un rico es siempre algo dudosa para aquel que es objeto de ella», añadiríamos nosotros. Con cualquiera de estas dos versiones del mismo pensamiento que demos por buena vemos que la interrogación que nos planteamos ha quedado resuelta. El carácter chistoso no pertenece en este ejemplo al pensamiento. Lo que Heine pone en labios de Hirsch-Hyacinth es una justa y penetrante observación, que entraña una innegable amargura y nos parece muy comprensible en un pobre diablo que se encuentre ante la enorme fortuna de un plutócrata, pero que nunca nos atreveríamos a calificar de chistosa. Si alguien, no pudiendo olvidar la forma original de la frase, insistiera en que el pensamiento en sí era también chistoso, no habría más que hacerle ver que si la frase de Hirsch-Hyacinth nos hacía reír, en cambio la fidelísima versión del mismo pensamiento hecha por Lipps o la que nosotros hemos después efectuado pueden movernos a reflexionar, pero nunca excitar nuestra hilaridad. Mas si el carácter chistoso de nuestro ejemplo no se esconde en el pensamiento, tendremos que buscarlo en la forma de la expresión verbal. Examinando la singularidad de dicha expresión, descubrimos en seguida lo que podemos considerar como técnica verbal o expresiva de este chiste, la cual tiene que hallarse en íntima relación con la
esencia del mismo, dado que todo su carácter y el efecto que produce desaparecen en cuanto se lleva a cabo su sustitución. Concediendo un tan importante valor a la forma verbal del chiste, nos hallamos de perfecto acuerdo con los que en la investigación de esta materia nos han precedido. Así, dice K. Fischer (pág. 72): «En principio, es simplemente la forma lo que convierte al juicio en chiste». Recordamos aquí una frase de Juan Pablo en la que se expone y demuestra esta naturaleza del chiste: «Hasta tal punto vence simplemente la colocación, sea de los ejércitos, sea de las frases». ¿En qué consiste, pues, la «técnica» de este chiste? ¿Por qué proceso ha pasado el pensamiento descubierto por nuestra interpretación hasta convertirse en un chiste que nos mueve a risa? Comparando nuestra interpretación con la forma en que el poeta ha encerrado tal pensamiento, hallamos una doble elaboración. En primer lugar, ha tenido efecto una abreviación. Para expresar totalmente el pensamiento contenido en el chiste teníamos que añadir a la frase «R. me trató como a un igual, muy familiarmente» en segunda proposición, «hasta el punto en que ello es posible a un millonario», y hecho esto, sentimos todavía la necesidad de otra sentencia aclaratoria. El poeta expresa el mismo pensamiento con mucha brevedad: «R. me trató como a un igual, muy famillionarmente (famillionär)». La limitación que la segunda frase impone a la primera, en la que señala lo familiar del trato, desaparece en el chiste. Mas no queda excluida sin dejar un sustitutivo por el que no es posible reconstruirla. Ha tenido lugar una segunda modificación. La palabra familiarmente (familiär), que aparece en la interpretación no chistosa del pensamiento, se muestra en el chiste transformada en famillionarmente. Sin duda alguna es en esta nueva forma verbal donde reside el carácter chistoso y el efecto hilarante del chiste. La palabra así formada coincide en sus comienzos con la palabra «familiarmente» (familiär), que aparece en la primera frase, y luego con la palabra «millonario» (millionär), que forma parte de la segunda; representa así a esta última y nos permite adivinar su texto, omitido en el chiste. Es, pues, la nueva palabra una formación mixta de los dos componentes «familiarmente» y «millonario» y podemos representar gráficamente su génesis en la forma que sigue: F A M I L I Ä R M I L I O N Ä R
F A M I L I O N Ä R El proceso que ha convertido en chiste el pensamiento podemos también representarlo en una forma que, aunque al principio parece un tanto fantástica, reproduce exactamente el resultado real: «R. me trató muy familiarmente (familiär), aunque claro es que sólo en la medida en que esto es posible a un millonario (millionär).»
facilidad bajo este proceso de la técnica del chiste. En Viena existían dos hermanos, Salinger de apellido, uno de los cuales era corredor de Bolsa (Börsensensal). Esta circunstancia dio pie para que a este último se le conociera con el nombre de Sensalinger (condensación de Sensal, corredor, y Salinger, su apellido) y a su hermano con el menos agradable de Scheusalinger (condensación de Scheusal, espantajo, y el apellido común). La ocurrencia es fácil e ingeniosa, aunque ignoro si estaría justificada. Mas el chiste no suele preocuparse mucho de tales justificaciones. Me contaron la siguiente condensación chistosa. Un hombre joven que había llevado hasta el momento una vida por demás placentera en el extranjero, después de una prolongada ausencia efectúa una visita a un amigo en esta ciudad. El último se sorprende de verle un Ehering (anillo de esponsales) en la mano de su visitante, y le pregunta si se ha casado. A lo que responde que sí Trauring pero cierto'. El chiste es excelente. La palabra Trauring combina ambos elementos: Ehering cambiada a Trauring junto a la frase trauring, aber wahr (
triste pero cierto'). Aquí se emplea una palabra que coincide totalmente con uno de los dos elementos y no una palabra ininteligible como en famillionär. En una conversación proporcioné yo mismo, involuntariamente, el material para la formación de un chiste por completo análogo al primero que de Heine hemos reproducido. Relataba yo a una señora los grandes merecimientos de un investigador cuyo valor creía yo injustamente desconocido por sus contemporáneos. «Pero ese hombre merece un monumento», me replicó la señora. «Y es muy probable que alguna vez lo tenga -repuse yo-, pero, momentáneamente, su éxito es bien escaso». «Monumento» y «momentáneo» son dos conceptos opuestos. Mi interlocutora los reunió en su respuesta, diciendo: «Entonces le desearemos un éxito monumentáneo». En un excelente trabajo inglés sobre este mismo tema (A. A. Brill, Freud's Theory of wit, en Journal of abnormal Psychologie, 1911) se incluyen algunos ejemplos en idiomas diferentes del alemán, que muestran todos el mismo mecanismo de condensación que el chiste de Heine. El escritor inglés De Quincey -relata Brill- escribe en una ocasión que los ancianos suelen caer con frecuencia en el anecdotage. Esta palabra es una formación mixta de otras dos, coincidentes en parte: anecdote y dotage (charla pueril). En una historieta anónima halló Brill calificadas las Navidades como the alcoholidays, igual fusión de: alcohol y holidays (días festivos). Hablando Sainte-Beuve de la famosa novela de Flaubert Salambô, cuya acción se desarrolla en la antigua Cartago, la califica irónicamente de Carthaginoiserie, aludiendo a la paciente minuciosidad con que el autor se esfuerza en reproducir el ambiente y
costumbres del antiguo pueblo africano: Carthaginois chinoiserie. El mejor chiste de este tipo se debe a una de las personalidades austríacas de mayor relieve, que después de una importante actividad científica y pública ocupa actualmente uno de los más altos puestos del Estado. He de tomarme la libertad de utilizar para estas investigaciones los chistes atribuidos a esta personalidad y que, en efecto, llevan todos un mismo inconfundible sello. Sírvame de justificación el hecho de que difícilmente hubiera podido hallar mejor material. Se hablaba un día, delante de esta persona, de un escritor al que se conocía por una aburrida serie de artículos, publicados en un diario vienés sobre insignificantes episodios de las relaciones políticas y guerreras entre Napoleón I y el de Austria. El autor de estos artículos ostenta una abundante cabellera de un espléndido color rojo. Al oír su nombre exclamó el señor N.: ¿No es ése el rojo Fadian que se extiende por toda la historia de los Napoleónidas? Para hallar la técnica de este chiste le someteremos a aquel método de reducción que hace desaparecer su carácter chistoso, variando su forma expresiva, y restaura, en cambio, su primitivo sentido, fácilmente adivinable en todo buen chiste. El presente ejemplo ha surgido de dos componentes: un juicio adverso al escritor en cuestión y una reminiscencia de la famosa comparación con que Goethe encabeza, en Las afinidades electivas, los extractos del «Diario de Otilia». La adversa crítica podría expresarse en la forma siguiente: «¡De modo que es éste el sujeto que no sabe escribir una y otra vez más que aburridos folletones sobre Napoleón en Austria!» Esta manifestación no tiene nada de chistoso. Tampoco puede movernos a risa la bella comparación de Goethe. Sólo cuando ambos conceptos son puestos en relación y sometidos a un singular proceso de condensación y fusión es cuando surge un chiste, excelente por cierto. La conexión entre el adverso juicio sobre el tedioso historiador y la bella metáfora goethiana se ha constituido aquí, por razones que aún no me es dado hacer comprensibles, de un modo harto menos sencillo que en otros casos análogos. Intentaré, por lo menos, sustituir el probable proceso de génesis de este chiste por la construcción siguiente: en primer lugar, la circunstancia del constante retorno del mismo tema en los artículos del insulso escritor debió despertar en N. una ligera reminiscencia de la conocida comparación goethiana de Las afinidades electivas, comparación que es erróneamente citada casi siempre con las palabras «se extiende como un rojo hilo». El «rojo hilo» de la comparación ejerció una acción modificadora sobre la expresión de la primera frase merced a la circunstancia casual de ser también rojo; esto es, poseer rojos cabellos el escritor criticado. Llegado el proceso a este punto, la expresión del pensamiento sería quizá la siguiente: De modo que ese individuo rojo es el que escribe unos artículos tan aburridos sobre Napoleón. Entra ahora en juego el proceso que condensó en uno ambos trozos. Bajo la presión de este proceso, que encuentra su primer punto de apoyo en la igualdad proporcionada por el elemento «rojo», se asimiló «aburrido» (langweilig) a «hilo» (Faden), transformándose en un sinónimo fad[e] (aburrido, insulso), y entonces pudieron ya fundirse ambos elementos para constituir la expresión verbal del chiste, en
La pequeña modificación consiste aquí en suponer que la persona a la que el chiste se refiere posee cuatro talones, o sea cuatro pies, como los animales. Así, pues, las dos ideas condensadas en el chiste serían: «X. es un hombre de sobresalientes cualidades, fuera de su extremada vanidad; pero no obstante, no es una persona que me sea grata, pues me parece un animal». Muy semejante, pero mucho más sencillo, es otro chiste in statu nascendi del que fui testigo en un pequeño círculo familiar, al que pertenecían dos hermanos, uno de los cuales era considerado como modelo de aplicación en sus estudios, mientras que el otro no pasaba de ser un medianísimo escolar. En una ocasión, el buen estudiante sufrió un fracaso en sus exámenes, y su madre, hablando del suceso, expresó su preocupación de que constituyera el comienzo de una regresión en las buenas cualidades de su hijo. El hermano holgazán, que hasta aquel momento había permanecido oscurecido por el buen estudiante, acogió con placer aquella excelente ocasión de tomar su desquite, y exclamó: «Sí; Carlos va ahora hacia atrás sobre sus cuatro pies.» La modificación consiste aquí en un pequeño agregado a la afirmación de que también, a su juicio, retrocede el hermano abandonando el buen camino. Mas esta modificación aparece como el sustitutivo de una apasionada defensa de la propia causa: «No creáis que él es más inteligente que yo porque obtiene éxitos en la escuela. No es más que un animal; esto es, más estúpido aún que yo». Otro chiste muy conocido de N. nos da un bello ejemplo de condensación con ligera modificación. Hablando de una personalidad política, dijo: «Este hombre tiene UN GRAN PORVENIR DETRÁS DE ÉL.» Tratábase de un joven que por su apellido, educación y cualidades personales pareció durante algún tiempo llamado a llegar a la jefatura de un gran partido político y con ella al Gobierno de la nación. Mas las circunstancias cambiaron de repente y el partido de referencia se vio imposibilitado de llegar al poder, siendo sospechable que el hombre predestinado a asumir su jefatura no llegue ya a los altos puestos que se creía. La más breve interpretación deducida de este chiste sería: «Ese hombre ha tenido ante sí un gran porvenir, pero ahora ya no lo tiene». En lugar de «ha tenido» y de la frase final, aparece en la frase principal la modificación de sustituir el «ante sí» por su contrario «detrás de él». De una modificación casi idéntica se sirvió N. en otra de sus ocurrencias. Había sido nombrado ministro de Agricultura un caballero al que no se reconocía otro mérito para ocupar dicho puesto que el de explotar personalmente sus propiedades agrícolas. La opinión pública pudo comprobar, durante su gestión ministerial, que se trataba del más inepto de cuantos ministros habían desempeñado aquella cartera. Cuando dimitió y volvió a sus ocupaciones agrícolas particulares, comentó N.: «Como Cincinato, ha vuelto a su puesto ANTE el arado». El ilustre romano, al que se apartó de sus faenas agrícolas para conferirle la investidura de dictador, volvió, al abandonar la vida pública, a su puesto detrás del arado. Delante del mismo no han ido nunca, ni en la época romana ni en la actual, más que los bueyes.
Otro caso de condensación con modificación es un chiste de Karl Kraus que, refiriéndose a un periodista de ínfima categoría, dedicado al chantaje, dijo que había salido para los Balcanes en el Orienterpreßzug, formación verbal producto de la condensación de dos palabras: Orientexpreßzug (tren expreso del Oriente) y Erpressung (chantaje). Podríamos aumentar grandemente la colección de ejemplos de esta clase; mas creo que con los expuestos quedan suficientemente aclarados los caracteres de la técnica del chiste -condensación con modificaciones- en este segundo grupo. Comparándolo ahora con el primero, cuya técnica consistía en la condensación con formación de una expresión verbal mixta, vemos con toda claridad que sus diferencias no son esenciales y la transición de uno a otro se efectúa sin violencia alguna. Tanto la formación verbal mixta como la modificación se subordinan al concepto de la formación de sustitutivos, y si queremos podemos describir la formación de palabra mixta también con modificación de la palabra fundamental por el segundo elemento. (2) Hagamos aquí un primer alto para preguntarnos con qué factor expuesto ya en la literatura existente sobre esta materia coincide total o parcialmente este primer resultado de nuestra labor. Desde luego con el de la brevedad, a la que Juan Pablo califica de alma del chiste. La brevedad no es en sí chistosa; si no, toda sentencia lacónica constituiría un chiste. La brevedad del chiste tiene que ser de una especial naturaleza. Recordamos que Lipps a intentado describir detalladamente la peculiaridad de la abreviación chistosa. Nuestra investigación ha demostrado, partiendo de este punto, que la brevedad del chiste es con frecuencia el resultado de un proceso especial que en la expresión verbal del mismo ha dejado una segunda huella: la formación sustitutiva. Empleando el procedimiento de reducción, que intenta recorrer en sentido inverso el camino seguido por el proceso de condensación, hallamos también que el chiste depende tan sólo de la expresión verbal resultante del proceso de condensación. Naturalmente, nuestro interés se dirigía en el acto hacia este proceso tan singular como poco estudiado hasta el momento, pero no llegamos a comprender cómo puede surgir de él lo más valioso del chiste: la consecución de placer que el mismo trae consigo. Veamos si en algún otro dominio psíquico se han descubierto ya procesos análogos a los que aquí describimos como técnica del chiste. Únicamente, en uno muy distante en apariencia. En 1900 publiqué una obra titulada La interpretación de los sueños, en la cual, como su título indica, intenté aclarar el misterio de los sueños y presentarlos como un producto de la normal función anímica. En esta obra opongo repetidamente el contenido manifiesto del sueño, con frecuencia harto singular, a las ideas latentes del mismo, totalmente correctas, de las que procede, y emprendo la investigación de los procesos que, partiendo de dichas ideas, hacen surgir el sueño, y de las fuerzas psíquicas que toman parte en esta transformación. El conjunto de los procesos de transformación es denominado por mí elaboración del sueño, y como un fragmento de la misma he descrito un proceso de condensación que muestra la mayor analogía con el que aparece en la técnica del chiste, pues produce como éste una
«Se hace llamar Wallenstein (Stein-piedra), y es ciertamente, para todos nosotros piedra de escándalo (allen-todos; Stein-piedra)…». Mas ¿cuál es la técnica del chiste que tanto hizo reír a nuestro profesor? Vemos en seguida que aquel carácter que quizá esperábamos hallar generalmente no aparece ya en este primer nuevo ejemplo. No existe en él omisión alguna; apenas una abreviación. La señora dice en el chiste todo lo que podemos suponer en su pensamiento. «Me ha hecho usted esperar con gran interés el reconocimiento de un pariente de J. J. Rousseau, incitándome a suponer que habría heredado algo de la inteligencia de su genial antepasado. Y resulta que el tal individuo es un joven de cabellos rojos y completamente tonto (roux et sot).» En esta interpretación podremos añadir o intercalar algo por cuenta propia; pero tal intento de reducción no hace desaparecer el chiste, que permanece intacto, basado en la similicadencia Rousseau
dicha relación entre chiste verbal e intelectual, de un lado, y chiste abstracto y tendencioso, del otro, no es, desde luego, una relación de influencias. Trátase de dos divisiones totalmente independientes una de otra. Quizás algún lector se haya formado la idea de que los chistes inocentes son generalmente verbales, mientras que la complicada técnica de los chistes intelectuales es puesta casi siempre al servicio de marcadas tendencias; pero lo cierto es que, así como existen chistes inocentes que utilizan el juego de palabras y la similicadencia, hay otros, no menos abstractos e inofensivos, que se sirven de todos los medios del chiste intelectual. Con análoga facilidad cabe demostrar que el chiste tendencioso puede muy bien ser, por lo que a su técnica respecta, puramente verbal. Así, aquellos chistes que «juegan» con los nombres propios suelen ser frecuentemente de naturaleza ofensiva, siendo, sin embargo, exclusivamente verbales. Esto no impide tampoco que los chistes más inocentes pertenezcan también a este género. Así, por ejemplo, las Schüttelreime (rimas forzadas), que tan populares se han puesto recientemente y en las que la técnica es el uso múltiple del mismo material con una modificación muy peculiar al mismo: Und weil er Geld in Menge hatte, lag stets er in der Hängematte. Se esperaría que nadie objetaría que la diversión obtenida de estas rimas, poco pretensiosas por lo demás, es la misma por la que reconocemos a los chistes. Entre las metáforas de Lichtenberg se encuentran excelentes ejemplos de chistes intelectuales abstractos o inocentes. A los ya expuestos en páginas anteriores añadiremos, por ahora, los siguientes: Habían enviado a Gotinga un tomito en octavo menor y recibían ahora, en cuerpo y alma, un robusto in quarto. Para dar a este edificio la solidez necesaria debemos proveerle de buenos cimientos, y los más firmes, a mi juicio, serán aquellos en los que una hilada en pro alterne con otra en contra. Uno crea la idea, el otro la bautiza, un tercero tiene hijos con ella, un cuarto la asiste en su agonía y el último la entierra. (Comparación con unificación). No sólo no creía en los fantasmas, sino que ni siquiera se asustaba de ellos. El chiste reside aquí exclusivamente en el contrasentido de la exposición. Renunciando a este ropaje chistoso, la idea sería: «Es más fácil desechar teóricamente el miedo a los fantasmas que dominarlo cuando se nos aparece alguno». Falta ya aquí todo carácter de chiste, y lo que resta es un hecho psicológico al que en general se concede menos importancia de la que posee; el mismo que Lessing expone en su conocida frase: «No son libres todos aquellos que se burlan de sus cadenas.» Antes de seguir adelante quiero salir al paso de una mala inteligencia posible. Los
Homero, que siempre que topaba con la palabra angenommen (admitido) leía Agamenón» (técnica: simpleza + similicadencia), descubre nada menos que el secreto de las equivocaciones en la lectura. Muy análogo es aquel otro chiste cuya técnica nos pareció antes harto insatisfactoria: Se maravillaba de que los gatos tuviesen dos agujeros en la piel, precisamente en el sitio de los ojos. La simpleza que en esta frase parece revelarse es tan sólo aparente; en realidad, detrás de la ingenua observación se esconde el magno problema de la teleología en la anatomía animal. Hasta que la historia de la evolución no nos lo explique, no tenemos por qué considerar como natural y lógica la coincidencia de que la abertura de los párpados aparezca precisamente allí donde la córnea debe surgir al exterior. Retengamos, por ahora, que de una frase chistosa recibimos una impresión de conjunto en la que no somos capaces de separar la participación del contenido intelectual de la que corresponde a la elaboración del chiste. Quizá encontremos más tarde otro hecho muy importante, paralelo a éste. (2) Para nuestro esclarecimiento teórico de la esencia del chiste han de sernos más valiosos los chistes inocentes que los tendenciosos, y los faltos de contenido más que los profundos. Los chistes inocentes de palabras y los faltos de contenido nos presentarán el problema de chiste en su más puro aspecto, pues en ellos no corremos peligro alguno de que la tendencia nos confunda o engañe nuestro juicio el acierto del pensamiento expresado. El análisis de este material puede hacer progresar considerablemente nuestros conocimientos. Escogeremos un chiste de la mayor inocencia posible: Hallándome cenando en casa de unos amigos, nos sirven de postre el plato conocido con el nombre de roulard, cuya confección exige cierta maestría culinaria. Otro de los invitados pregunta: «¿Lo han hecho ustedes en casa?» Y el anfitrión responde: «Sí; es un homeroulard» (Homerule). Dejaremos para más adelante la investigación de la técnica de este ejemplo, dirigiendo ahora nuestra atención a otro factor que presenta la máxima importancia. El improvisado chiste produjo un general regocijo entre los circunstantes, que lo acogieron con grandes risas. En éste, como en otros muchos casos, la sensación de placer del auditorio no puede provenir de la tendencia ni tampoco del contenido intelectual del chiste. No nos queda, por tanto, más remedio que relacionar dicha sensación con la técnica del mismo. Los medios técnicos del chiste antes descritos por nosotros - condensación, desplazamiento, representación indirecta, etc.- son, pues, capaces de hacer surgir en el auditorio una sensación de placer, aunque no sepamos todavía cómo tal poder les es inherente. Éste será el segundo resultado positivo de nuestra investigación, encaminada al esclarecimiento del chiste. El primero fue descubrir que el carácter del chiste depende de la forma expresiva. Mas a poco que reflexionemos no
dejaremos de observar que nuestro segundo resultado, últimamente deducido, no es para nosotros en realidad nada nuevo. Se limita a presentar aislado algo ya contenido antes en nuestra experiencia. Recordamos muy bien que cuando nos fue dado reducir el chiste, esto es, sustituir por otra su expresión, conservando cuidadosamente el sentido, desaparecía no sólo el carácter chistoso, sino también el efecto hilarante y, por tanto, el placer que en el chiste pudiera hallarse. No podemos seguir adelante sin repasar lo que las autoridades filosóficas exponen sobre este punto de la cuestión. Los filósofos que agregan el chiste a lo cómico e incluyen esta materia dentro de la estética caracterizan la manifestación estética por la condición de que en ella no queremos nada de las cosas; no las necesitamos para satisfacer una de nuestras grandes necesidades vitales, sino que nos contentamos con su contemplación y con el goce de la manifestación misma. «Esta clase de manifestación es la puramente estética, que no reposa sino en sí misma y tiene su única finalidad en sí propia, con exclusión de todo otro fin vital». (K. Fischer, pág. 68). Por nuestra parte, nos hallamos casi de completo acuerdo con estas palabras de K. Fischer. Quizá no hacemos más que traducir sus pensamientos a nuestro lenguaje particular cuando insistimos en que la actividad chistosa no puede calificarse de falta de objeto o de fin, dado que se propone innegablemente el de despertar la hilaridad del auditorio. No creo, además, que podamos emprender nada desprovisto por completo de intención. Cuando no nos es preciso nuestro aparato anímico para la consecución de alguna de nuestras imprescindibles necesidades, le dejamos trabajar por puro placer; esto es, buscamos extraer placer de su propia actividad. Sospecho que ésta es, en general, la condición primera de toda manifestación estética; pero mi conocimiento de la estética es harto escaso para que me atreva a dejar fijada esta afirmación. Del chiste, en cambio, sí puedo afirmar, basándome en los conocimientos obtenidos en nuestra investigación, que es una actividad que tiende a extraer placer de los procesos psíquicos, sean éstos intelectuales o de otro género cualquiera. Ciertamente existen otras actividades de idéntico fin; pero que quizá se diferencien del chiste en el sector de la actividad anímica, del que quieren extraer placer, o quizá en el procedimiento que para ello emplean. Por el momento no podemos dejar resuelta esta cuestión; mas sí dejaremos sentado el hecho de que la técnica del chiste y la tendencia economizadora que en parte la domina se ponen en contacto para la producción de placer. Antes de entrar a resolver el problema de cómo los medios técnicos de la elaboración del chiste pueden hacer surgir placer en el oyente queremos recordar que para simplificar y hacer más transparente nuestra investigación dejamos antes a un lado los chistes tendenciosos. Mas ahora tenemos obligadamente que intentar esclarecer cuáles son las tendencias del chiste y en qué forma obedece éste a las mismas. Hay sobre todo una circunstancia que nos advierte la necesidad de no prescindir del chiste tendencioso en la investigación del origen del placer en el chiste. El efecto placiente del chiste inocente es casi siempre mediano; una clara aprobación y una ligera