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Una parte de la trama de la novela 'el castillo ambulante' de diana wynne jones. Sigue las aventuras de sophie, una joven que se convierte en la anciana ama de llaves del mago howl y su castillo mágico. El texto detalla cómo sophie se adapta a su nueva vida en el castillo, las interacciones con los otros personajes como howl, michael y calcifer, y los eventos que ocurren a medida que la historia avanza. La descripción es rica en detalles sobre el entorno mágico, los personajes y sus relaciones, y la evolución de la protagonista sophie. Este fragmento podría ser útil para estudiantes que estén analizando la obra literaria, sus temas, personajes y estructura narrativa.
Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones
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¡No te pierdas las partes importantes!
En el país de Ingary, donde las botas de siete leguas y las capas de invisibilidad existen de verdad, Sophie Hatter ha atraído la desagradable atención de la Bruja del Páramo, quién la hechiza con un maleficio que la convierte en una anciana. Con la determinación de hacer lo adecuado, Sophie viaja al único lugar en el que cree que podrá encontrar ayuda, el castillo ambulante que merodea por las colinas cercanas. Pero el castillo pertenece al temible Mago Howl, que se alimenta, según dicen, de los corazones de jóvenes desprevenidas.
Título original: Howl’s Moving Castle Diana Wynne Jones, 1986 Traducción: Elena Abós Álvarez-Buiza
Editor digital: Titivillus ePub base r2.
Índice de contenido
Capítulo 1. «En el que Sophie habla con los sombreros» Capítulo 2. «En el que Sophie debe salir a buscar fortuna» Capítulo 3. «En el que Sophie entra en un castillo y hace un trato» Capítulo 4. «En el que Sophie descubre varias cosas extrañas» Capítulo 5. «En el que hay demasiada limpieza» Capítulo 6. «En el que Howl expresa sus sentimientos con fango verde» Capítulo 7. «En el que un espantapájaros impide a Sophie salir del Castillo» Capítulo 8. «En el que Sophie deja el Castillo en varias direcciones a la vez» Capítulo 9. «En el que Michael tiene problemas con un conjuro» Capítulo 10. «En el que Calcifer le promete una pista a Sophie» Capítulo 11. «En el que Howl va a un país extraño en busca de un conjuro» Capítulo 12. «En el que Sophie se convierte en la madre de Howl» Capítulo 13. «En el que Sophie ensucia el nombre de Howl» Capítulo 14. «En el que un Mago Real pilla un resfriado» Capítulo 15. «En el que Howl asiste a un funeral de incógnito» Capítulo 16. «En el que ocurre muchísima magia» Capítulo 17. «En el que el Castillo viajero se traslada» Capítulo 18. «En el que reaparecen el espantapájaros y la señorita Angorian» Capítulo 19. «En el que Sophie expresa sus sentimientos con herbicida» Capítulo 20. «En el que Sophie se encuentra con más dificultades para abandonar el Castillo» Capítulo 21. «En el que se anula un contrato ante testigos»
Este libro es para Stephen.
La idea de este libro me la dio un chico durante la visita a un colegio, cuando me pidió que escribiera un libro llamado El castillo viajero. Apunté su nombre y lo guardé en un lugar tan seguro que no he podido encontrarlo hasta hoy. Me gustaría darle las gracias de todo corazón.
Capítulo 1
EN EL REINO DE INGARY, donde existen cosas como las botas de siete leguas y
las capas de invisibilidad, ser el mayor de tres hermanos es una desgracia. Todo el mundo sabe que el mayor es el que fracasa primero, sobre todo si los tres salen a buscar fortuna. Sophie Hatter era la mayor de tres hermanas. Ni siquiera era hija de un leñador pobre, lo que podría haberle dado alguna oportunidad de triunfar, sino que sus padres tenían una sombrerería de señoras en la próspera ciudad de Market Chipping, donde vivían desahogadamente. Eso sí, su madre murió cuando Sophie tenía dos años y su hermana Lettie uno, y su padre se había casado con la ayudante de la tienda, una joven guapa y rubia llamada Fanny. Al poco tiempo Fanny dio a luz a la tercera hermana, Martha. Según eso, Sophie y Lettie deberían haberse convertido en las hermanas feas, pero lo cierto es que las tres niñas crecieron muy hermosas, aunque todo el mundo decía que la más bella era Lettie. Fanny las trataba a las tres con el mismo cariño y no favorecía a Martha en absoluto. El señor Hatter se sentía orgulloso de sus tres hijas y las envió al mejor colegio de la ciudad. Sophie era la más estudiosa. Leía mucho y muy pronto se dio cuenta de las pocas probabilidades que tenía de que el futuro le deparase una vida interesante. Se llevó una desilusión pero siguió viviendo feliz, cuidando de sus hermanas y preparando a Martha para que buscara su fortuna cuando llegara el momento. Como Fanny estaba siempre ocupada en la tienda, Sophie era la encargada de cuidar a las otras dos. Las pequeñas no dejaban de pelearse y tirarse de los pelos. Lettie de ninguna manera se resignaba a ser la que, después de Sophie, tendría menos éxito. —¡No es justo! —gritaba Lettie—. ¿Por qué tiene que llevarse Martha lo mejor sólo por ser la pequeña? ¡Pues yo me pienso casar con un príncipe,
solas, lo que resultaba muy pesado. Se preguntaban para qué querría el mago Howl todas aquellas almas que coleccionaba. Pero al poco tiempo tuvieron otras cosas en qué pensar, porque el señor Hatter murió de repente justo cuando Sophie era lo bastante mayor para dejar el colegio. Y entonces se descubrió que el orgullo que sentía por sus hijas había sido excesivo: para pagar la matrícula del colegio había contraído pesadas deudas. Después del funeral, Fanny se sentó con las niñas en la casa que tenían junto a la tienda y les explicó la situación. —Me temo que las tres tenéis que abandonar el colegio —dijo—. He estado haciendo todo tipo de cuentas y la única forma de mantener el negocio y cuidaros a las tres es que os coloquéis como aprendizas en algún sitio. No es práctico que os quedéis todas en la tienda. No puedo permitírmelo. Así que esto es lo que he decidido. Primero Lettie… Lettie levantó la vista, con un aspecto de radiante salud y belleza que ni siquiera la pena y el luto podían ocultar. —Yo quiero seguir aprendiendo —dijo. —Y así será, cariño —replicó Fanny—. He dispuesto que entres como aprendiza en casa de Cesari, el pastelero de la Plaza del Mercado. Tienen la reputación de tratar a sus aprendices como a reyes, y serás muy feliz allí, además de aprender un oficio útil. La señora Cesari es una buena clienta y amiga, y ha accedido a colocarte en su casa como un favor personal. Lettie soltó una carcajada que dejaba ver que no estaba contenta en absoluto. —Vaya, muchas gracias —dijo—. Menos mal que me gusta cocinar. Fanny parecía aliviada. A veces Lettie podía ponerse muy cabezota. —Y ahora Martha —dijo—. Ya sé que eres demasiado pequeña para trabajar, así que se me ha ocurrido algo que te proporcionará un aprendizaje largo y tranquilo que te será útil para cualquier cosa que decidas hacer después. ¿Conoces a mi amiga del colegio, Annabel Fairfax? Martha, que era delgada y rubia, clavó sus grandes ojos grises en Fanny casi con la misma determinación que Lettie. —¿Esa que habla tanto? —preguntó—. ¿No es Bruja? —Sí, lo es, y tiene una bonita casa con muchos clientes de todo el valle de Folding —dijo Fanny entusiasmada—. Es una buena mujer. Te enseñará
todo lo que sabe y seguramente te presentará a mucha gente importante de Kingsbury. Cuando termine contigo estarás bien preparada para la vida. —Es simpática —admitió Martha—. De acuerdo. A Sophie le pareció que Fanny lo había hecho muy bien. Lettie, al ser la mediana, seguramente nunca llegaría muy lejos, así que Fanny la había colocado donde tendría oportunidades de conocer a un aprendiz joven y guapo y vivir feliz para siempre. Martha, que estaba destinada a labrarse su fortuna, contaría para ello con la ayuda de la brujería y de amigos ricos. Y en cuanto a sí misma, no tenía la menor duda de qué le esperaba. No le sorprendió lo más mínimo cuando Fanny dijo: —Y ahora, Sophie, cariño, me parece lo más justo que heredes esta tienda cuando yo me retire, ya que eres la mayor. Así que he decidido tomarte como aprendiza para darte la oportunidad de conocer el negocio. ¿Qué te parece? Sophie no podía admitir que se sentía resignada por heredar el negocio de los sombreros. Le dio las gracias. —¡Entonces todo arreglado! —dijo Fanny. Al día siguiente Sophie ayudó a Martha a guardar su ropa en una caja y al otro la vieron marcharse montada en una carreta, pequeña, erguida y nerviosa. El camino hacia Upper Bolding, donde vivía la señora Fairfax, atravesaba las colinas y pasaba junto al castillo del mago Howl. Era comprensible que Martha tuviera miedo. —No le pasará nada —dijo Lettie. Lettie se había negado a ayudar con el equipaje. Cuando la carreta desapareció en el horizonte, Lettie metió todas sus pertenencias en una funda de almohada y le pagó al criado del vecino una moneda de seis peniques para que la ayudara a llevarla en una carretilla a casa de Cesari en la Plaza del Mercado. Lettie marchaba detrás de la carretilla con un aspecto mucho más animado de lo que Sophie había supuesto. La verdad es que daba la impresión de que se había quitado de encima la sombrerería. El chico de los recados regresó con una nota de Lettie que decía que había colocado sus cosas en el dormitorio de las chicas y que Cesari le parecía un sitio muy divertido. Una semana más tarde el carretero trajo una
Lo más interesante eran las conversaciones de los clientes. Es imposible comprar un sombrero sin cotillear. Sophie se sentaba en su alcoba y mientras daba puntadas se enteraba de que el alcalde no comía jamás verdura y de que el castillo del mago Howl había vuelto a los acantilados, hay que ver cómo es, y bla, bla, bla… Siempre bajaban la voz cuando empezaban a hablar del mago Howl, pero Sophie se enteró de que el mes pasado había atrapado a una chica en el valle. «¡Barba azul!», decían los murmullos, que volvían a elevarse para afirmar que Jane Farrier era un auténtico desastre a la hora de arreglarse el pelo. Ésa desde luego no conseguiría atraer ni siquiera al mago Howl, y mucho menos a un hombre respetable. Y entonces se oía un breve y temeroso susurro sobre la bruja del Páramo. Sophie empezó a pensar que el mago Howl y la bruja del Páramo deberían emparejarse. —Parecen hechos el uno para el otro. Alguien debería organizarles una cita —le dijo al sombrero que estaba adornando en ese momento. Pero a finales de mes, todos los chismes de la tienda se centraron de repente en Lettie. Al parecer, Cesari estaba lleno de caballeros de la mañana a la noche, todos comprando grandes cantidades de pasteles y exigiendo ser atendidos por Lettie. Ya había recibido diez propuestas de matrimonio, que iban, en orden de importancia, desde el hijo del alcalde hasta el barrendero, y las había rechazado todas alegando que todavía era demasiado joven para decidirse. —Me parece algo muy sensato por su parte —le comentó Sophie a un bonete que estaba forrando con seda. A Fanny la alegraron aquellas noticias. —¡Sabía que le iría bien! —dijo contenta. A Sophie se le ocurrió que a Fanny le alegraba no tener a Lettie cerca. —Lettie es terrible para el negocio —le dijo al bonete, frunciendo la seda color champiñón—. Ella conseguiría que incluso, viejo y desaliñado, parecieras elegante. Pero las demás miran a Lettie y se desesperan. Sophie hablaba cada vez más con los sombreros a medida que pasaban las semanas. No tenía a nadie más con quién hablar. Fanny se pasaba casi todo el día fuera, haciendo negocios o intentando conseguir más clientas y Bessie estaba ocupada atendiendo y contándole a todo el mundo sus planes
de boda. Sophie tomó por costumbre colocar los sombreros en sus hormas de madera cuando los terminaba, donde quedaban como una cabeza de verdad, y siempre hacía una pausa para decirle a cada uno cómo sería el cuerpo que le correspondería. Solía halagar al sombrero un poco, porque a los clientes hay que engatusarlos. —Posees un atractivo misterioso —le dijo a uno cubierto con un velo de brillos ocultos. A una pamela ancha de color crema con rosas bajo el ala le dijo—: ¡Vas a tener que casarte con un rico! —y a otro sombrero de paja de color verde manzana con una pluma verde y rizada le dijo—: Eres tan joven como una hoja de primavera. A los bonetes rosas les decía que eran dulces y encantadores y a los sombreros elegantes adornados con terciopelo que eran ingeniosos. Y al bonete color champiñón le dijo: —Tienes un corazón de oro y alguno de buena posición lo verá y se enamorará de ti —aquello lo dijo porque sentía lástima de aquel bonete en particular. Parecía tan remilgado y tan soso. Al día siguiente llegó a la tienda Jane Farrier y lo compró. Era cierto que tenía el pelo un poco raro, pensó Sophie observándola desde su alcoba, como si se lo hubiera enrollado en unas tenazas. Era una pena que Jane hubiera escogido aquel bonete. Para entonces todo el mundo venía a la tienda a comprar. Tal vez fuera la promoción de Fanny o tal vez que se acercaba la primavera, pero era evidente que el negocio de los sombreros iba en aumento. Fanny empezó a decir, con tono un poco culpable: —Creo que no debería haberme dado tanta prisa en colocar a Martha y a Lettie. Podríamos habernos arreglado. Cuando abril se iba acercando a la fiesta de mayo, había tantos clientes que Sophie tuvo que ponerse un modesto traje gris y ayudar en la tienda también. Pero la demanda era tanta que entre cliente y cliente se dedicaba a adornar sombreros y todas las tardes se los llevaba a casa, en la puerta de al lado, donde trabajaba a la luz de un quinqué hasta bien entrada la noche para tener sombreros que vender al día siguiente. Los sombreros verdes como el de la esposa del alcalde estaban muy solicitados, al igual que los bonetes rosas. Y entonces, la semana antes de la fiesta, alguien entró
Llegó la fiesta de mayo. Desde el amanecer, las calles se llenaron de júbilo. Fanny salió temprano, pero Sophie tenía que terminar primero un par de sombreros. Cantaba mientras trabajaba. Al fin y al cabo, Lettie también estaba trabajando. Los días de fiesta, Cesari abría hasta la media noche. —Voy a comprarme un pastelillo de crema —decidió Sophie—. Hace siglos que no los pruebo. Vio cómo la gente se arremolinaba al otro lado del escaparate, con ropas de vivos colores. Había vendedores de recuerdos y saltimbanquis caminando sobre zancos. Sophie los contempló entusiasmada. Pero cuando por fin se echó un chal gris sobre el vestido gris y salió a la calle, su entusiasmo se desvaneció. Se sintió abrumada. Había demasiada gente corriendo a su alrededor, riéndose y gritando, demasiado ruido y ajetreo. Sophie se sintió como si los meses que había pasado sentada cosiendo la hubieran transformado en una vieja o la hubieran dejado medio inválida. Se envolvió bien en el chal y avanzó pegada a las casas, intentando evitar que los zapatos de domingo de la multitud la pisaran o que le clavaran uno de aquellos codos cubiertos por larguísimas mangas de seda. Cuando de repente se oyó una lluvia de explosiones en el aire, Sophie pensó que se iba a desmayar. Levantó la vista y vio el castillo del mago Howl justo sobre la ladera de la colina a las afueras de la ciudad, tan cerca que parecía apoyado sobre las chimeneas. De las cuatro torres del castillo salían llamas azules despidiendo bolas de fuego azul que explotaban en el cielo con un estruendo horrible. El mago Howl parecía estar molesto por la fiesta. O tal vez estaba intentando participar, a su manera. Sophie estaba tan aterrorizada que no le interesaba saber cuál era el motivo. Se habría marchado a casa, pero para entonces ya estaba a mitad de camino hacia Cesari. Echó a correr. —¿Cómo se me ocurrió desear que mi vida fuese interesante? —se preguntó mientras corría—. Me daría demasiado miedo. Eso me pasa por ser la mayor de tres hermanas. Cuando llegó a la Plaza del Mercado, fue todavía peor. Allí estaban la mayoría de las posadas. Había grupos de jóvenes que se tambaleaban ebrios de un lado a otro, arrastrando los faldones de las chaquetas y las mangas y dando zapatazos con las botas con hebillas que nunca hubieran soñado con
ponerse en un día de trabajo, lanzando exclamaciones y atosigando a las jovencitas. Ellas paseaban elegantes de dos en dos, listas para dejarse atosigar. Era una fiesta de mayo perfectamente normal, pero a Sophie también le daba miedo todo aquello. Y cuando un joven con un fantástico traje azul y plateado la vio y decidió abordarla también a ella, Sophie se escabulló en el portal de una tienda e intentó esconderse. El joven la miró sorprendido. —No pasa nada, ratoncita gris —le dijo, con una sonrisa como compadeciéndose—. Sólo quiero invitarte a tomar algo. No pongas esa cara de miedo. Su mirada de lástima hizo que Sophie se sintiera totalmente avergonzada. Era un hombre elegante, con un rostro huesudo y refinado, bastante mayor, bien entrada la veintena, y con el pelo rubio cuidadosamente peinado. Las mangas de su chaqueta colgaban más que ninguna, con bordes de volantes y remates plateados. —Oh, no, gracias, por favor, señor —tartamudeó Sophie—. Yo iba, iba a ver a mi hermana. —Entonces vete a verla, por supuesto —sonrió aquel joven maduro—. ¿Quién soy yo para impedir que una dama vea a su hermana? ¿Quieres que te acompañe, ya que pareces tan asustada? Lo dijo con amabilidad, lo que hizo que Sophie sintiera más vergüenza que nunca. —No. ¡No, gracias, señor! —jadeó y salió corriendo dejándolo atrás. También llevaba perfume. El olor a jacintos la siguió mientras se alejaba. «¡Qué hombre tan elegante!», pensó Sophie mientras se abría paso entre las mesitas a la entrada de Cesari. Las mesas estaban abarrotadas. Dentro había tanta gente y tanto ruido como en la plaza. Sophie localizó a Lettie entre la fila de ayudantes que servían tras el mostrador gracias al grupo de hijos de granjeros que apoyaban los codos en él gritándole cosas. Lettie, más guapa que nunca y tal vez un poco más delgada, metía pastelillos en las bolsas tan aprisa como podía, cerrando cada bolsa con una hábil rosca y mirando por debajo del codo con una sonrisa y una respuesta por cada bolsa que cerraba. Se oían muchas risas. Sophie tuvo que abrirse
Capítulo 2
—¿QUÉ? —preguntó Sophie mirando fijamente a la chica sentada en el
taburete frente a ella. Era igualita a Lettie. Llevaba el segundo mejor vestido azul de Lettie, de un azul maravilloso que le sentaba muy bien, y tenía el pelo oscuro y los ojos azules de Lettie. —Soy Martha —repitió su hermana—. ¿A quién pillaste cortando en pedazos las calzas de seda de Lettie? Yo no se lo dije a nadie. ¿Y tú? —Tampoco —dijo Sophie, totalmente atónita. Ahora veía que era Martha. Distinguía esa inclinación de cabeza tan suya aunque la cara fuera de Lettie, y tenía las manos entrelazadas sobre las rodillas haciendo molinillos con los pulgares, como hacía siempre Martha. —¿Por qué? —Me aterrorizaba pensar que podrías venir a verme —dijo Martha—, porque sabía que tendría que contártelo. Y ahora es un alivio. Prométeme que no se lo dirás a nadie. Y sé que si lo prometes no lo dirás, porque eres muy honrada. —Te lo prometo —dijo Sophie—. Pero ¿por qué? ¿Y cómo? —Lettie y yo nos pusimos de acuerdo —dijo Martha, haciendo molinetes con los pulgares—, porque Lettie quería aprender brujería y yo no. Ella tiene muy buena cabeza, y quiere labrarse un futuro donde pueda utilizarla. ¡Pero a ver quién le dice eso a mamá! ¡Está demasiado celosa de Lettie como para admitir siquiera que es lista! Sophie no creía que Fanny fuera así, pero lo dejó pasar. —¿Y tú? —Cómete el pastel —siguió Martha—. Está bueno. Sí, yo también puedo ser lista. Con sólo dos semanas en casa de la señora Fairfax encontré
el conjuro que estamos usando. Me levantaba por la noche para leer sus libros en secreto y fue muy fácil. Luego le pregunté si podía visitar a mi familia y me dijo que sí. Es un cielo. Creyó que tenía morriña. Así que vine con el conjuro y Lettie volvió con la señora Fairfax haciéndose pasar por mí. Lo más difícil fue la primera semana, cuando no sabía todas las cosas que se suponía que ya me habían enseñado. Fue horrible. Pero descubrí que le caigo bien a la gente. ¿Sabes? Funciona cuando a ti también te caen bien los demás, y todo salió bien. Y la señora Fairfax no ha despedido a Lettie, así que supongo que ella también se las habrá arreglado. Sophie masticó el pastel que no estaba disfrutando. —Pero ¿por qué lo has hecho? Martha se balanceó en el taburete, con una gran sonrisa sobre la cara de Lettie, haciendo girar los pulgares de contento. —Quiero casarme y tener diez hijos. —¡Eres demasiado joven! —exclamó Sophie. —Es verdad —admitió Martha—. Pero comprenderás que tengo que empezar bastante pronto si quiero tener diez. Y así tendré tiempo de ver si la persona que quiero me quiere por mí misma. El conjuro irá desapareciendo poco a poco, y cada vez seré más yo misma. Sophie estaba tan maravillada que se terminó el pastel sin darse cuenta de qué clase de pastel era. —¿Y por qué diez hijos? —Porque ésos son los que quiero —respondió Martha. —¡No tenía ni idea! —Bueno, no tenía mucho sentido contártelo porque tú siempre le dabas la razón a mamá sobre que yo tenía que hacer fortuna —dijo Martha—. Creíste que mamá lo decía en serio. Y yo también, hasta que papá murió y vi que lo único que quería era librarse de nosotras: colocó a Lettie donde conocería a muchos hombres y se casaría pronto, y a mí me mandó lo más lejos que pudo. Estaba tan enfadada que pensé que valía la pena intentarlo. Hablé con Lettie y, como ella estaba igual de enfadada, nos pusimos de acuerdo. Ahora estamos satisfechas. Pero las dos nos sentimos mal por ti. Eres demasiado lista y buena para pasarte el resto de tu vida encerrada en esa tienda. Hemos hablado de ello, pero no sabemos qué hacer.