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Este documento analiza el desarrollo sensorial y su impacto en el aprendizaje de los niños con deficiencia visual. Aborda temas como la importancia del sistema visual en el desarrollo global del niño, las diferencias entre el desarrollo de niños ciegos y videntes, y la relevancia de los sentidos propioceptivos, táctiles y auditivos para los niños con grave deficiencia visual. Se profundiza en cómo el sistema sensorial y su relación con el cerebro influyen en el proceso de aprendizaje, haciendo énfasis en la discriminación, el reconocimiento y el procesamiento auditivo como habilidades clave para el niño con limitaciones visuales. El documento también aborda los retos y estrategias para favorecer el desarrollo y la movilidad de estos niños.
Tipo: Resúmenes
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Objetivos
Índice
Capítulo 6. Sistema sensoperceptivo Introducción
Introducción
A fin de comprender las capacidades y limitaciones sensorio-perceptivas de los niños y jóvenes con minusvalía visual, es imprescindible abordar someramente el proceso por el cual todos los niños experimentan e interactúan con el mundo. Dicho proceso, conocido como “crecimiento y desarrollo” es simultáneamente similar en todos los niños y a la vez, único para cada niño. Es similar, en tanto existen estadios identificables por los que pasan todos los niños; y es único porque el ritmo de progresión difiere para cada uno de ellos.
Este principio es aplicable a los niños con deficiencia visual, cuyo crecimiento y desarrollo suele ser más parecido que diferente respecto al de los niños videntes, si bien es cierto que la limitación visual impone diferencias interindividuales tan significativas que dificulta la homogeneización.
En cualquier caso se puede afirmar que las personas con graves afectaciones visuales comparten una peculiaridad física que tiene relevantes efectos sobre su comportamiento, sobre su forma de adaptarse al ambiente y sobre su manera de crecer y desarrollarse en el mundo.
Las variaciones, por tanto, se deberán atribuir generalmente a la influencia directa o indirecta del déficit visual. Varios autores coinciden en señalar tres limitaciones básicas directamente relacionadas con la ceguera: Lowenfeld (1975) sugiere que la ceguera restringe el desarrollo, limitando la gama y variedad de
experiencias. Para algunos autores, el niño ciego comprende su mundo más tarde y de forma diferente que el niño con un equipo sensorial completo. Argumentan que las experiencias y las relaciones con el entorno están más restringidas, y por lo tanto el control del mundo que le rodea está más limitado.
El presente capítulo pretende, tomando como punto de partida la importancia que todo el sistema sensoperceptivo tiene en el proceso de desarrollo, explicar cómo se realiza este proceso en los niños que carecen del recurso perceptivo prioritario para los humanos, la vista.
Este tema está extraído del capítulo VI “Desarrollo cognitivo y deficiencia visual” de Delgado, A.; Gutiérrez, M. y Toro, S., y del capítulo VIII “Aprendizaje y deficiencia visual” de Delgado, A.; Gutiérrez, M. y Toro, S., del libro "Deficiencia visual: aspectos psicoevolutivos y educativos" cuyo coordinador es Bautista, R. (1994), de Ediciones Aljibe. Asimismo, del capítulo II titulado " psicológico del niño ciego. Aspectos generales", cuyo autor es Nuñez, A., que se encuentra en el libro "Aspectos evolutivos y educativos de la deficiencia visual" de Checa, F; Marcos, M; Martín, P; Nuñez, A. y Vallés Arándiga (1999), de la colección Manuales editado por la ONCE.
6. 1. Sistema sensoperceptivo y desarrollo
Ya desde los primeros instantes de vida, el recién nacido tiene la capacidad de convertirse en un ser humano receptivo, participativo e interactivo que puede gozar de una relación recíprocamente satisfactoria con su medio ambiente inmediato y, en último término, de una participación que le realice como persona en un mundo de constante ampliación.
Un notable grupo de investigadores indica que incluso los bebés de pocos días de edad disponen de sofisticadas capacidades: pueden seguir con sus ojos un objeto en movimiento, girar la cabeza hacia la fuente de sonido, soportar su propio cuerpo y seleccionar entre distintos estímulos (Brazelton, 1973); sacar la lengua en imitación (Friedrich, 1983); responder selectivamente a los gustos dulces y salados (Crook, 1978; Friedrich, 1983; Hart, 1980; Pick, 1961) y distinguir el olor del pecho de su madre frente al de otras mujeres (Macfarlane, 1975). Aunque hasta épocas recientes se pensó que los bebés tenían una visión borrosa, en la actualidad hay autores que creen que los niños de seis meses tienen la misma agudeza visual que los adultos (Cohen, Strauss,
Su sistema nervioso central está constituido de modo tal que manifiesta constantemente una "sed" de estimulación, a través de los órganos sensoriales, a fin de establecer el contacto entre su cuerpo y el ambiente externo.
La mayoría de los sistemas sensoriales están constituidos por el órgano sensorial, las células receptoras, (en, o cerca del órgano sensorial), y los nervios transmisores que, a su vez, conectan con el cuerpo celular neuronal en el córtex.
Las estimulaciones visuales y auditivas son específicas y directas y se reciben en áreas identificadas del cerebro. El sentido háptico táctil proporciona una información menos directa debido a que en las percepciones de este sistema participa el tacto, la temperatura, la textura y los movimientos musculares internos. Algo similar ocurre en los sistemas sensoriales olfativo y gustativo, pues aceptan la estimulación de muchas fuentes y no disponen de un nervio sensorial directo que permita separarlos o definirlos específicamente (McBurney y Collins, 1977).
bebés atienden a los estímulos visuales mientras les transmiten alguna información y dejan de mirar a ellos cuando ya no hay información nueva que puedan obtener.
Ya entre los cinco y seis meses de edad, el desarrollo visual estimula la respuesta del sistema motor (el bebé alcanza o se mueve hacia algo que ve). Entre los seis y los siete meses, estimula la respuesta del sistema perceptivo (formación de imágenes y constancia del objeto). Alrededor del primer año de vida, estimula la respuesta del sistema cognitivo, cuando la conducta de emparejamiento e imitación indican la existencia de una memoria visual de entrada (Barraga, 1983).
Esta secuencia progresiva constituye una prueba adicional de la relación integral entre los sistemas motor, perceptivo y cognitivo, pues ha de considerarse que la percepción visual implica:
Si bien es cierto que puede tener lugar un cierto desarrollo de la capacidad perceptivo-visual mientras siga entrando luz en el ojo (Barraga, 1965) también es cierto que la naturaleza y severidad de la patología ocular, en el caso de los deficientes visuales, puede impedir la formación de una imagen con significado pues la información visual proporcionada al cerebro es borrosa y distorsionada; esta escasa claridad imposibilita a la visión su papel mediador entre los otros sentidos sobre todo el oído y el olfato. Igualmente, debido a que la mayor parte de las deficiencias visuales limitan notablemente la distancia a la que una persona puede ver los objetos se produce una reducción en la adquisición espontánea del conocimiento visual del mundo.
6.3. Desarrollo sensorial e integración motora
Se podría establecer una comparación diciendo que si bien la estimulación y la interpretación sensoriales, constituyen el alimento que permite al cerebro crecer y desarrollarse, la digestión de este alimento se logra mediante la integración motora de la información sensorial.
La integración motora tiene lugar cuando el niño emplea el sistema motor para responder a la estimulación sensorial.
En el recién nacido existen innumerables movimientos rítmicos involuntarios (reflejos) que contribuyen al desarrollo de patrones motores cuando el niño los llega a controlar con objeto de alcanzar lo que ve o de tocar lo que oye. La unión de todas estas percepciones, en relación con movimientos propositivos destinados a la obtención de una meta deseada, constituye lo que Piaget (1973) ha denominado internalización.
El movimiento permite al cuerpo recibir estimulación táctil, descubrir los lugares vacíos y tomar contacto con las personas y con los objetos. Ayuda al bebé a definir las capacidades y limitaciones del cuerpo en relación con el espacio, a comenzar a sentir la posición de las partes del cuerpo y a percibir la potencia muscular necesaria para
realizar ciertos movimientos. La visión es el soporte habitual de esta actividad motriz informando sobre las posibilidades de eficacia, seguridad y autonomía del movimiento.
Una vasta gama de experiencias se hace accesible al niño por el simple hecho de abrir los ojos, mover la cabeza y fijarse en los objetos de su entorno inmediato. Aún adoptando una posición pasiva, el entorno constituye un estimulador activo que favorece el aprendizaje incidental.
Conforme aprende a integrar sus movimientos, su mirada puede observar y corregir sus posturas y le sirve de estímulo para alcanzar, dirigirse o coger lo que ve. Su gateo y su deambulación, están en gran medida, determinados por su deseo de poseer lo que encuentra a cierta distancia de él.
El niño se halla inmerso en un universo relacional, y estas relaciones con los demás están estrechamente ligadas a su actividad motriz y sensoriomotriz. Poco a poco, gracias al movimiento, va adquiriendo una experiencia de cuanto le rodea, al tiempo que desarrolla comportamientos que suponen una relación inteligente con el entorno. Esta actividad le permite conocer el mundo de las personas y de las cosas, en definitiva de todo aquello que configura su pequeño universo y le ayuda a diferenciarse y, progresivamente a adaptarse e integrarse (Leonhardt, 1992).
6.4. Desarrollo sensorial y cognitivo
Bower (1977-79) considera que, en el momento del nacimiento, los sentidos están coordinados, pero no diferenciados. Este autor defiende una "unidad primitiva" de los sentidos que ya en las primeras semanas de vida iniciará su proceso de diferenciación al hacerse cada vez más sensible a las distintas modalidades sensoriales con las que está recibiendo una estimulación específica.
Desde esta perspectiva, en los primeros meses de vida, el ambiente es un determinante crítico de la conciencia y el uso sensorial, influyendo así en la elección de las preferencias sensoriales en un momento muy temprano de la vida. Por ejemplo, si el ambiente sensorial es rico en estimulación visual y contraste, pero carece virtualmente de estimulación sonora, el sistema auditivo se usará menos y, posteriormente, el niño puede mostrar una sensibilidad menor a sonidos útiles y con significado. Por otra parte, en un ambiente en el que haya un ruido constante y en el que las condiciones de iluminación, exploración, tacto y movimiento del bebé estén estabilizadas, habrá pocas posibilidades de diferenciación de los sentidos.
Los patrones de recepción sensorial que establece el bebé y el niño pequeño se van a convertir en una parte fundamental de su estilo de aprendizaje y de su desarrollo perceptivo-cognitivo en los primeros años.
El desarrollo perceptivo-cognitivo parece seguir un patrón más estable cuando el niño emplea, en los años previos a su escolarización, el equipamiento sensorial completo.
El uso de todos los sistemas sensoriales en su capacidad óptima ayuda a alcanzar el potencial máximo de desarrollo conceptual, pero en el proceso de formación de conceptos la visión es el sentido prioritario por excelencia, como fuente de estimulación y de integración de las otras informaciones sensoriales.
Algunos autores (Gessel, Getman y Kane, 1964) mantienen que el ser humano es la criatura viviente más orientada hacia la visión que existe y que aproximadamente el 80% de la información que recibe para su maduración neuropsicológica tiene lugar a través del canal visual.
Hacia los nueve meses aparece una nueva forma de comunicación: los gestos deícticos. El niño señala o muestra lo que ve, oye o toca y entrega lo que tiene a su alcance; está transmitiendo sus deseos al adulto para que puedan cumplirse con su mediación. Así, ante la imposibilidad de alcanzar algo, mirará al adulto y al objeto alternativamente, señalando hacia el mismo y generalmente vocalizando al mismo tiempo.
Estas expresiones fueron designadas por Bates (1979) como <<protoimperativos, constituyendo los preludios de la función reguladora del lenguaje.
Ya a los doce meses, el niño percibe al adulto como interlocutor. Deja de ser un "instrumento" a utilizar y se convierte en alguien interesante en sí mismo, con el que se puede y se desea compartir información.
Es la conducta "protodeclarativa", que siguiendo a Bates, se perfila como el preludio de la función informativa, declarativa o representativa del lenguaje.
Todo el amplio bagaje sensorial se ha ido poniendo en juego en el desarrollo de la comunicación preverbal. En ella se establecen las bases de las funciones lingüísticas posteriores, pero tanto en su inicio como en su posterior afianzamiento y en su pleno desarrollo. La mirada y la visión desempeñan papeles primordiales.
6.6. Desarrollo sensorial y aprendizaje.
En la mayoría de los niños, el proceso de aprendizaje es tan automático y tan espontáneo que se dedica poca atención a todos los factores implicados y, en especial, a la importancia del sistema sensorial y su relación con el cerebro.
La combinación de unidades fragmentarias de estimulación sensorial en percepciones con significado y luego en conceptos estables genera un conocimiento funcional para pensar y comunicar ideas abstractas.
Algunos autores han defendido que la coordinación y la unidad de los sentidos es innata (Bower, 1979); pero otros defienden que el factor responsable de la coordinación de los sentidos es la experiencia (Buschnell, 1981). Ambas posturas parecen excluyentes, pero la realidad parece demostrar que ambos procesos deben producirse para que la propia comprensión de la realidad sea igual a la realidad.
Bushnell (1981) considera los sentidos como instrumentos activos que buscan y exploran, proporcionando un conocimiento operativo todavía no consciente. Sin embargo, las conductas intersensoriales parecen estar apoyadas por algún tipo de conciencia conceptual. Cuando los bebés examinan los juguetes, descubren correlaciones entre el tamaño visual y táctil, la forma visual y la forma táctil y pueden integrar los rasgos perceptivos de la visión y el tacto al mirar y al agarrar.
En esta línea, Butterworth (1981) defiende que la información visual y la auditiva se asocian entre sí a través de sus vínculos comunes con los sistemas cinestésico y táctil.
Por su parte, Millar (1981) ha llegado también a la conclusión de que las modalidades sensoriales no son ni unitarias ni independientes, sino complementarias y convergentes.
Las capacidades transmodales o supramodales parecen desarrollarse en los niños durante los primeros años de vida, pero en la actualidad no se disponen de datos rigurosos que permitan definir secuencias de desarrollo. Una vez que se completa este conocimiento transmodal se produciría la integración y diferenciación sensorial.
La ontogenia de las actividades posteriores de clasificación, codificación y organización de las percepciones es una tarea mental compleja, incluso cuando todos los sistemas sensoriales están intactos y actúan con la máxima eficacia. Pero además, cada niño aprende a realizar este proceso de forma diferente, según una modalidad única, que más adelante le va a caracterizar y que Piaget (1973) denomina "estilo de aprendizaje".
Algunos teóricos (Furth, 1969; Keogh, 1973) han afirmado que el estilo de aprendizaje del niño ya se ha establecido a los tres años de edad y que, después, es difícil cambiarlo, si bien, hasta que la persona alcanza la edad adulta, es posible introducir algunas modificaciones mediante una enseñanza consistente y ordenada de distintos estilos.
Según los citados autores, se puede decir que "lo que el niño recibe a través de sus sentidos, interpreta en el cerebro, internaliza en el sistema nervioso central y sobre lo que actúa mediante su sistema motor, se convierte para él en el modelo de todo su mundo".
El proceso de aprendizaje supone una secuenciación progresiva de distintos niveles sensoperceptivos (Ayres, 1981).
El primer nivel está constituido por las sensaciones o energías de diversa índole que estimulan o activan las células nerviosas, que implican a los órganos sensoriales y al sistema nervioso periférico, pero que no se reciben todavía ni se interpretan como dotadas de un significado.
El que a través de las sensaciones se transmita o no información, va a depender de:
En el bebé, que sólo atiende inicialmente a una porción muy pequeña de los rasgos sensoriales disponibles en un momento dado, las discriminaciones son muy toscas, pero se van refinando cada vez más, cuando comienza a atender al mismo tiempo a un mayor número de rasgos y a diferencias más sutiles.
En el tercer nivel está el reconocimiento, que tiene lugar cuando, lo que está viendo, tocando, saboreando u oliendo, le resulta familiar al niño porque ha sido experimentado ya anteriormente.
Es obvio que en esta fase se están almacenando y evocando los recuerdos (patrones mnésicos) de ciertas sensaciones y discriminaciones, lo que constituye una de las primeras pruebas de que ya ha tenido lugar el aprendizaje.
Finalmente, en el último lugar, se sitúa la percepción, que implica (tras un proceso de mediación e integración de sensaciones, discriminaciones y reconocimientos), la diferenciación y especificación de la entrada sensorial en información codificada y utilizable.
demasiado grandes (montañas, edificios, etc.) o demasiado pequeños y frágiles (hormigas, pompas de jabón) por lo que su conocimiento es imposible a través de una vía directa; en algunas ocasiones el objeto sólo posee unas partes accesibles al tacto, mientras que otras partes permanecen inalcanzables (árboles, animales muy grandes) lo que provoca, a veces, que las personas ciegas adquieran sólo un conocimiento parcial de los objetos.
Si la visión permite una recepción sensorial inmediata y global, la percepción táctil necesita un período de exposición estimular lo bastante largo para realizar un proceso secuenciado de diferenciación y una posterior integración perceptiva del objeto como un todo. Además, en el caso del niño, esta observación requiere aún más tiempo pues sus manos son muy pequeñas y su atención todavía limitada.
Esta dificultad perceptiva se extrema en el conocimiento del espacio. Las entradas sensoriales auditiva y táctil son insuficientes para la interpretación de la información. El hecho de que el niño ciego, para la construcción del espacio, necesite partir de referentes auditivos, táctiles y propioceptivos, convierte su representación espacial en un proceso «diferente» más lento y complicado, que precisa en todo momento, de una exacta información y de una adecuada educación para llevarla a buen término.
Si el niño, que carece de visión, no es capaz de organizarse y orientarse puede verse afectado en su movilidad y en su relación con el entorno. En ocasiones llega a presentar sentimientos de inseguridad, impotencia, miedo y angustia, y a manifestar actitudes de pasividad y bloqueo. Su situación de aislamiento le conduce a utilizar su propia persona como centro de su actividad, con el riesgo de una indiferenciación del yo y un «impasse» en su desarrollo, difícil de superar.
Esta diferente forma de «estar en el mundo» supone tener que afrontar y superar toda una serie de difíciles experiencias y limitaciones. Para ello necesita un fuerte apoyo y una significativa ayuda familiar, en especial y desde que llega al mundo, el soporte afectivo de su propia madre. La madre tiene que ser el «intérprete de la realidad» para su hijo, pero a la vez debe saber interpretar la «otra realidad» de su hijo ciego y vehiculizarle el contacto seguro con el mundo, un mundo dinámico, cambiante y en continua evolución.
6.8. Potenciales perceptivos del niño ciego
Si existen muy pocas investigaciones relativas a los bebés ciegos, los estudios son aún más restringidos en el caso de los recién nacidos. Probablemente la causa estribe en la dificultad de detectar precozmente a los niños deficientes visuales severos y también a la gran heterogeneidad del remanente visual, que influiría en la posible muestra.
Cuando el sentido visual funciona con un alto nivel de eficiencia, la información proporcionada es tan cuantiosa que se emplea la visión como sentido fundamental para comprender y expandir el propio entorno, utilizando los datos de los otros canales sensoriales para un conocimiento complementario o adicional.
Los niños con deficiencia visual necesitan que todo su cuerpo participe en la búsqueda y recepción de la información sobre sí mismos y sobre los objetos de su medio ambiente. Se puede afirmar que por medio de la exploración con las manos, los pies y el cuerpo entero, los bebés y los niños pequeños pueden desempeñar un papel activo atrayendo el conocimiento del mundo hacia sí mismos, en lugar de dejar que éste «incida» sobre sus sentidos (Fraiberg, 1969).
A partir del primer mes de vida, el lactante ciego comienza a realizar sus primeras adaptaciones a la ceguera, aprendiendo a utilizar de forma selectiva los sentidos que le permiten recoger mejor la información que le proporciona su entorno (Leonhardt, 1992).
El sistema cinestésico táctil y el sistema auditivo van a conformarse como las vías prioritarias de entradas sensoriales, como los instrumentos perceptivos «compensadores» de la reducción visual y como los medios fundamentales de aprendizaje para los niños ciegos. La información por ellos proporcionada es menos precisa que la visual; puede ser transitoria y a menudo incongruente y, muchas veces, difícil de integrar, pero es la información disponible más relevante y debe ser estimulada en todos los niños con dificultades visuales.
6.8.1. Percepción cinestésica-táctil
Révész, en 1950, afirmaba que el movimiento es indispensable para obtener impresiones en progresión sucesiva y para las interconexiones de éstas, destacando que sólo es posible obtener sensaciones claras de modo táctil cuando el tacto implica movimiento. La interrelación entre los sistemas táctil y cinestésico en la búsqueda y transmisión de la información al cerebro para su codificación, asociación e interpretación es tan estrecha que frecuentemente reciben el nombre de «sentido de la piel» (tacto, movimiento y propiocepción).
El cuerpo del bebé ciego es cogido, movido y transportado casi constantemente, al igual que los otros bebés, pero él tiene pocas oportunidades para una participación que no sea la resistencia pasiva. En este momento, el tacto y la proximidad corporal de las personas que le atienden es esencial para vincularle con el mundo que está fuera de él.
Fraiberg (1977) descubrió que el estímulo más fiable para provocar una sonrisa en bebés ciegos es una estimulación cinéstesica general. Leonhardt (1992) señala experiencias placenteras y tranquilizadoras cuando a bebés de pocos días de vida, se le besan o acarician las manos, incluso sin hablarles. Al mes y medio, el bebé puede diferenciar las manos de su madre, acariciándole mientras le habla, de las manos de una persona extraña que también le hable suavemente. Hacia los dos meses, si la madre realiza suaves sonidos con su boca, cerca del bebé, éste realizará intentos de tocarla.
Los labios y las manos presentan grandes concentraciones de receptores táctiles y son los transmisores más sensibles de la información táctil al córtex (Ludel, 1978). Es preciso tener este hecho en cuenta cuando se observa que los niños ciegos, en el proceso de exploración, se llevan a la boca objetos mayores y durante más tiempo que los niños videntes, aunque pasen posteriormente a realizar la exploración manual.
Las sensaciones propioceptivas y exteroceptivas que se aporten al bebé ciego van a constituir las primeras informaciones sobre el mundo real y tangible. Puede considerarse que el movimiento de sus brazos, piernas, cabeza, cuello y tronco va a corresponderse en el sistema cinestésico, con la iluminación y la luz en el desarrollo visual. Si bien la estimulación puede parecer pasiva, el almacenamiento de patrones motores va a contribuir al aprendizaje cognitivo posterior. A medida que el bebé realiza cada vez más movimientos (toca, agarra, empuja, levanta), las manos son la base para una utilización activa y exploratoria de los músculos. Los movimientos estimulan los sistemas receptores de los músculos, tendones, y articulaciones, proporcionando un elemento de enlace entre el tacto y el movimiento (Schiff y Foulke, 1982).
-Atención y conciencia de los sonidos. Suele manifestarse al principio por un aquietamiento (escucha) del bebé y después por un aumento de las acciones corporales anticipatorias cuando el sonido es estimulante.
-Respuesta a los sonidos específicos: puede comenzar a los 4/5 meses de edad. Habitualmente viene indicada por una forma de sonrisa, un giro de cabeza o una conducta intencional de escucha, denominada por Piaget (1973) «escucha para oír». En este período inicia su aparición la coordinación oído-mano, una destreza esencial para el niño ciego o con visión deficiente. A medida que reconoce más sonidos, manifiesta una tendencia creciente a manipular objetos, simplemente para oír los sonidos que producen.
-Discriminación y el reconocimiento de los sonidos: se produce a continuación, y el bebé es capaz de advertir diferencias entre sonidos de la voz humana, sonidos de la casa, sonidos musicales y ruidos que provengan del exterior. Atender a estos sonidos fomenta la localización del mismo como procedente de una dirección concreta y estimula la conducta de búsqueda de la fuente que lo ha originado. El empleo del sonido para organizar el movimiento y realizar asociaciones entre voces, pasos y objetos es un punto crítico en el aprendizaje de un niño ciego o deficiente visual. Por otra parte la diferenciación de fuentes de sonido fomenta en el niño ciego la libertad de movimiento hacia dicho sonido a fin de localizarlo con el cuerpo.
-Reconocimiento de palabras y la interpretación del habla es el siguiente paso del desarrollo auditivo. Al igual que los objetos tienen palabras para nombrarlos, las acciones también tienen palabras para describirlas.
El niño con visión asocia fácilmente acciones y palabras, pero esta tarea es prácticamente imposible en el niño que carece de visión o ésta es insuficiente. Aprender lo que está haciendo el cuerpo se relaciona con la imagen corporal y con la organización de movimientos propositivos bajo dirección de otra persona. Es preciso que los adultos expliquen los movimientos y las acciones para garantizar que las palabras del niño son apropiadas a la acción.
El habla imitativa se desarrolla generalmente sin ningún problema en los niños ciegos, incluso a veces de forma precoz, porque éstos dependen casi constantemente del sonido y la escucha para mantenerse en contacto con el medio y las personas que le rodean. Esta habilidad, en principio tan positiva, puede convertirse en uno de sus principales problemas. La estimulación auditiva pasiva (radio y televisión) sin una conversación con significado sobre lo que se está oyendo da lugar muy a menudo a un habla ecolálica o a verbalizaciones que son simples repeticiones carentes de significado real (verbalismos). El niño aclarara sus percepciones auditivas cuando otros escuchan sus respuestas y contestan a sus preguntas sobre él mismo y su ambiente.
-Escucha selectiva a las instrucciones verbales: es un tipo de percepción auditiva de elevado nivel. Supone seleccionar de entre todos los sonidos aquellos que son relevantes en un momento dado e indudablemente requiere una participación cognitiva. Es preciso que el adulto estimule y espere un reconocimiento verbal de las órdenes que da al niño o al menos que éste exprese algún indicio de que las ha comprendido. La simple repetición de lo que el adulto ha dicho no indica que el niño haya percibido con precisión lo que se espera de él. Sólo cuando pueda traducir las palabras que ha oído en movimientos o acciones representativas será cuando la entrada auditiva tenga significación.
El niño sin visión o con una agudeza visual reducida forma imágenes de las acciones del mismo modo que el niño vidente forma imágenes mentales de lo que
observa, aunque el proceso sea diferente. Estas imágenes, asociadas con el lenguaje hablado crean la base para el recuerdo a medida que aumenta la abstracción del lenguaje. Cuando el niño asocia una acción con una palabra, el movimiento se internaliza y, al presentarle verbalmente las instrucciones, las respuestas pueden hacerse automáticas.
-Procesamiento y la escucha auditiva con fines de aprendizaje: constituye el nivel más alto de desarrollo de la percepción auditiva y es una destreza esencial para el niño deficiente visual.
La escucha constituye un modo de aprendizaje fundamental para la persona ciega o deficiente visual durante toda su vida. Implica una conciencia y una atención al sonido; una discriminación pertinente del mismo; una identificación y, finalmente, la asignación de un significado a fin de que el oyente pueda recibir el mensaje. Mediante la escucha, se desarrollan conceptos ambientales, relaciones espaciales, vocabulario receptivo y expresivo, así como patrones de habla. A través de la entonación y la intensidad se puede extraer información emocional y social y a través de la «familiaridad» se obtiene seguridad y experiencias placenteras.
La escucha es la base de la lectura auditiva, perceptualmente muy distinta a la lectura visual. La presentación acústica que se debe codificar y procesar está controlada por la tasa de entrada del hablante y no por el lector (Cobb, 1977). La única información de que dispone la persona que lee auditivamente es la palabra concreta presentada en una determinada secuencia; una vez que su sonido se ha desvanecido, no es posible retroceder para considerarla y en caso de poder hacerlo, la inversión de tiempo es significativamente mayor que en la lectura visual, a pesar de las nuevas tecnologías de grabación, formación de índices, compresión de habla y producción de voz sintética.
Pero a pesar de todo ello, la lectura auditiva constituye una herramienta primordial para el aprendizaje y la comunicación. Con la creciente disponibilidad y calidad de cintas grabadas y opciones de transcripción por ordenador del material impreso a material auditivo, la escucha promete adoptar un papel cada vez mayor y más fundamental en el proceso de aprendizaje del niño ciego (Orlanski y Rhine, 1981).
Por otra parte la percepción auditiva adquiere un gran protagonismo en el movimiento, la orientación y el desplazamiento independiente para la persona con deficiencia visual o ceguera.
6.8.3. Percepción olfativa y gustativa
Se ha estudiado muy poco el proceso perceptivo del olfato, quizás por considerar que su influencia sobre la conducta humana es muy poco relevante (comparándola con otras especies animales) y por la dificultad de accesibilidad a la mucosa olfatoria; pero la utilización de este sentido tiene un notable valor para la persona que no goza de buena visión.
Macfarlane (1985) en un estudio sobre la sensación olfativa en los recién nacidos permitió evidenciar la manifestación temprana de esta capacidad. El experimento consistía en colocar, a escasos centímetros de la nariz del bebé, de un lado, una gasa impregnada de leche de su madre y, del otro lado, una gasa impregnada en leche de otra madre. Los resultados pusieron de manifiesto que, desde los 6 días de vida, los bebés se giraban hacia la gasa impregnada con el olor de su propia madre.
Leonhardt (1992) en sus trabajos con lactantes ciegos, refiere la capacidad de diferenciación entre diversos olores, en un bebé de 2 meses, que ante la presentación de
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Glosario
Capítulo 6. Sistema sensoperceptivo.
Capítulo 6. Sistema sensoperceptivo.