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Esta defensa histórica presenta la vida de Porfirio Díaz, un hombre que gobernó México durante más de treinta años, pero cuya figura sigue siendo controvertida. Nacido en una familia pobre, Díaz se unió al ejército y luchó en la Independencia. Su madre, una mujer activa en la política, lo inspiró a unirse al Colegio Seminario Conciliar de Oaxaca. Sin embargo, su experiencia allí no fue positiva. La vida de Díaz estuvo marcada por la inestabilidad política y las guerras, incluyendo la Guerra México-Estadounidense y la Guerra de Reforma. Aunque criticado por algunos por su autoritarismo, Díaz también es recordado por su contribución al desarrollo económico de México. Este documento explora la vida y legado de Porfirio Díaz, un hombre que sigue siendo una figura importante en la historia de México.
Tipo: Apuntes
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Defensa histórica “Porfirio Díaz” Introducción Vengo a que dejen de ver a Porfirio Díaz como el dictador… Vengo a que lo vean como es...Un hombre. El sinónimo de hombre es errar; implica que tiene virtudes y defectos. Porfirio Díaz es un gran ejemplo de que la historia es escrita por los vencedores; su gran defecto fue morir joven. Niñez y juventud Nació en una familia pobre, a los tres años falleció su padre, José Díaz. Él era un herrero y veterinario, también mariscal de un regimiento. En la Independencia se unió al ejército de Vicente Guerrero. Su madre y hermanas lo mantuvieron; realizaban pequeños trabajos como tejer para poder llevar el pan a la mesa. A los 8 años descubrió que la infancia es como una esfera de cristal dentro de la que nacemos y con la cual nos protegemos antes de que se rompa. Gran parte de su niñez se sintió impotente por no poder apoyar a las mujeres que hacían tanto por él. Su madre no fue una “simple” mujer, participaba en la política. Ella resguardo al grupo militar que servía bajo las órdenes del general Valentín Canalizo, estaba en guerra contra Santa Anna. En esa ocasión los soldados del presidente tocaron a su puerta y preguntaron por sus enemigos. Ella contesto -Pues hubieran venido antes y aquí mismo los hubieran encontrado. Al crecer en una época donde el clero aún tenía poder y la pobreza era el pan de cada día; no le quedo de otra que unirse al Colegio Seminario Conciliar de Oaxaca.
Ley Lerdo: desamortización Ley Iglesias: Sanciones incumplimiento de los votos monásticos 1857: Constitución liberal Guerra de Reforma Ignacio Comonfort decide obedecer a Zuloaga Firma en contra de esa constitución Dos presidentes: Juárez vs. Zuloaga Moratorias por Juárez Tratado Miramar. Maximiliano llega a México 1867: matan a Maximiliano Benito Juárez Busca su reelección o Juárez vs. Porfirio Porfirio Díaz proclama “el plan de la Noria” Levantarse en armas por la reelección de Juárez o Lo acusa de fraude electoral Muere en 1872; gob. Lerdo de Tejada En México la política y la religión son capaces de levantar las mismas pasiones violentas de los huracanes que destruyen todo a su paso. Aportaciones de Porfirio Díaz: Desarrollo económico que México necesitaba
Mejora de la economía nacional o Exportaciones de materia prima Vías ferriviarias o Facilitando la inversión extranjera o Los ferrocariles eran símbolos de progresos económico y todos los países querían construirlos o CDMX- Puerto de Veracruz Auemnto de red de vias telergráficas Primer presidente en dar “El Grito”, la campana de Dolores la cambio al Zócalo Creación del Banco de México Palacio de Bellas Artes Ángel de la Independencia Primera transmisión telefónica Conclusión: ¿Porfirio Díaz era malo o bueno? Considero que calificar a una persona como bueno o malo es bbastante anticuado. Asimismo, no sería objetiva si dijera que no era un dictador ni hablar de todas las decisiones negativas que tomo, no podemos olvidar que también ayudo mucho al país. Despúes de muchos años de inestabilidad, Pordirio Díaz trajo un poco de equilibrio a la sociedad,no solo en lo economico tambien en lo cultural. En conclusión, Porfiro fue un gobernante que sucumbio al poder y se convirtio en un martir para el país. Nos dio a un personaje para odiar, uniendo a la sociedad mexicana. ¿Cuál fue el costo? Ser condenado al desprecio y a morir fuera de su hogar.
fin acompañado de los espíritus con los que conversaba todas las noches desde su tabla espiritista de madera llena de letras. Supongo que a él lo recordarán con cariño: la historia lo tratará bien porque murió joven y no le dio tiempo de equivocarse. Será siempre como Ignacio Zaragoza y los cadetes del Colegio Militar que mataron en 1847, héroes eternos. En cambio, yo estoy condenado a ser un villano, un dictador, una estatua ruin en el altar de la patria, inmutable y de motivos crueles. Ahora me doy cuenta de que herí a México cuando me necesitaba para sanar. Se me escapó el destino. Olvidé que el poder y la autoridad no los confiere una banda presidencial, sino el pueblo. Los mexicanos siempre están en busca de un culpable para sus dolencias y ahora es mi turno de ocupar ese puesto. Y siempre ha sido así: los actores políticos permanecen poco tiempo en escena; Juárez, Lerdo, Santa Anna y Comonfort lucharon por su momento bajo el reflector. Fantasmas. Apenas recuerdos convertidos en monumentos y frases célebres. Toda una vida reducida a unas palabras. ¿Quién contará nuestro amor, Carmelita? ¿Quién dará voz a mi madre y a mis hermanas cuando yo muera? A veces temo que el mundo olvide mi nombre y que mi trabajo a favor del progreso haya sido en vano. ¿Te acuerdas de la Guerra de Reforma? Ni siquiera habías nacido y ya corría el rumor de que yo estaba escondido bajo la falda de Juana Cata para que no me pasaran por las armas. A ella también la extraño. A ella y a Nicolasa, a Manuela y a Desideria; a don Justo Sierra, a don Pepe Limantour, a don Ramón Corral y hasta a Bernardo Reyes. Pero a Delfina la extraño más que a todos. Mi dulce Delfina, tan fuerte como la tierra de la que nació. Ella vio cómo me convertía en este general terco que prefiere usar el fusil a usar la pluma. Ahora pienso en los ratos que pude haber pasado con mis hermanas mientras tejían los rebozos que luego iban a vender en la ciudad. ¿Te confieso algo? Lo que más pesa a los ochenta y cuatro años no es la fragilidad de la memoria ni la dependencia del bastón, sino el tiempo perdido y esos malditos “si tan sólo hubiera”. Nada vuelve cuando las aguas del tiempo arrasan con todo. Pareciera que el pasado se mezcla con el presente.
Yo espero que llegue mi fin. El mundo cambia y yo aún tengo sed. Todavía espero que haya una última aventura que lleve mi nombre, y que pueda regresar a México para defender a la patria con el fusil al hombro. La posibilidad de volver a Oaxaca antes de que se apague mi luz sigue viva porque hay aire en mis pulmones y memoria en mi cabeza. Este cuerpo que apenas puede moverse se llena de vida con una palabra que lo alimenta: Oaxaca. Siempre Oaxaca...