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El Gran Poder del Pensamiento: La Mente Superconsciente, Resúmenes de Ciencias Sociales

El documento discute sobre el gran poder del pensamiento y cómo puede influir en nuestras enfermedades y nuestra vida en general. El autor habla sobre la existencia de una mente superconsciente y cómo podemos abrir nuestra mente a ella para recibir su influencia positiva.

Qué aprenderás

  • Cómo el pensamiento puede influir en nuestras enfermedades?
  • ¿Cómo podemos abrir nuestra mente a la influencia de la mente superconsciente?
  • ¿Qué es la mente superconsciente?
  • ¿Qué es la mente subconsciente y cómo funciona?
  • ¿Cómo se relaciona la mente superconsciente con la curación de enfermedades?

Tipo: Resúmenes

2020/2021

Subido el 10/11/2021

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La Curación de las enferme
dades mediante el poder del
pensamiento
por
KRTE RTKINSO M BOEHM E
Traducido del inglés por el Instituto de Cien
cia Mental «Armonía» de Santiago - Chile.
2.» EDICIÓN
IMPRENTO UNlVERSITORW
===== Estado 63 — Santiago =====
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La Curación de las enferme

dades mediante el poder del

pensamiento

por KRTE RTKINSO M BOEHM E Traducido del inglés por el Instituto de Cien cia Mental «Armonía» de Santiago - Chile. 2.» EDICIÓN IMPRENTO UNlVERSITORW ===== Estado 63 — Santiago ===== 1922

La Curación de las enferme dades mediante el poder del pensamiento por KRTE RTKINSON BOEHME Traducido del inglés por el Instituto de Cien da Mental «Armonía» de Santiago - Chile. 2.» EDICIÓN IMPRENTA UNIVERSITARIA = Estado 65 — Santiago = 1922 Es propiedad del Instituto de Ciencia Mental

tal, es editora de la Revista mensual «The Radiant Centre» y autora de varias obras consagradas a este género de estudios. Nuestro propósito al reproducir en este país la obra de la señora Kate Atkinson Boehme, es al mis mo tiempo humanitario y altruista. Es humanitario, porque inviste necesariamente ese carácter todo es fuerzo, toda propaganda, toda disciplina, que tienda al alivio de las dolencias o sufrimientos de la huma na estirpe. Es altruista, por cuanto, al emprender esta tarea, no se persigue fin utilitario alguno, y sí _ 4 _ se propende a que toda persona, aún de mediana cultura, al recorrer sus páginas, reciba una especie de iniciación en los interesantes misterios de la Cién cia Mental, y pueda, antes de mucho, por poca dili gencia, entusiasmo y atención que consagre a estos estudios, quedar habilitada para profundizarlos en forma tendiente al mayor bienestar y alivio de sus semejantes. Una necesaria observación hemos de hacer, sa liendo al encuentro de quienes pudieran imaginar que este género de estudios se halla en pugna con los actuales sistemas terapéuticos existentes, o los desestima. Consagrado el sistema nuestro a una me dicación a la vez científica, racional e higiénica, que reconoce como base primordial el aprovecha miento, la utilización y aún la magnificación

de las fuerzas vitales del individuo, para el restablecimien to de los desequilibrios producidos por la enferme dad, su misión no puede ser de rivalidad contra los sistemas ya establecidos, sino de cooperación huma nitaria, dentro de los rumbos que se ha fijado y de ciertas normas de reconstitución psíquica y fisioló gica. Creemos inoficioso entrar en ulteriores detalles con respecto a estos rumbos, a estas normas y al sistema en general que constituye el fundamento de dichos estudios: en las páginas que siguen a este prólogo encontrará el lector plenamente satisfechos los deseos que al respecto pudiera abrigar. WM

LA CURACIÓN

DE LAS ENFERMEDADES MEDIANTE EL PODER DEL PENSAMIENTO

LECCIÓN I

Demos por sentado que no sabéis nada acerca de la curación de las enfermedades por medio de la Ciencia Mental y que habéis venido a preguntarme qué curación es esa y cómo se efectúa, pues no com prendéis cómo el pensamiento de una persona pueda tener efecto en el cuerpo de otra, si bien estáis dis puestos a admitir que vuestro pensamiento tiene influencia sobre vuestro propio cuerpo. Vosotros no discutís esto. Sabéis que vuestra mano se mueve en obediencia a vuestro pensamiento y que de igual modo obran los demás miembros de vuestro cuerpo. C irao esto os ha sucedido siempre y estáis tan ha

pensamiento gobierna a su propio cuerpo. Doy entonces por sentado el que reconocéis esto; pero cuando os pido que deis un paso más y acep téis el hecho de que mi pensamiento puede obrar sobre vuestro cuerpo, no me sorprende que mováis con incredulidad la cabeza y me digáis que ello no puede ser. Pero, supongamos que os señale cien casos en que ello ha sido. Otra vez movéis la cabeza y decís: coin cidencia. Bien, yo estoy decidida a convenceros, si es' posi ble. ¿Cómo procederé? Quiero probaros que existe en la tierra un poder curativo más admirable que el concedido hasta hoy a las drogas u otros agentes terapéuticos. Todas las drogas o agentes curativos no han podido daros salud perfecta, y por eso este nuevo poder está llamando hoy a las puertas del mundo entero. Ha hecho más aún, ha entrado ya, pero no ha sido bien acogido por todos y ha sido rechazado por aquellos que más lo necesitaban, re chazado porque no han podido comprender, desde un punto de vista científico, cómo la fuerza del pen samiento puede dar los resultados curativos que para ella a justo título se reclaman. Yo recuerdo muy bien cuánto me costó conven cerme, en las primeras curaciones que hice, de que ellas fueran realizadas por virtud de mi pensamiento. ¡Parecíame aquello algo tan etéreo, tan impalpable! No podía imaginar que mi pensamiento empren diera esa misión curativa, y sólo cuando ya veía el trabajo realizado tenía con él la comprobación de tal hecho. Aún entonces me sentía inclinada a pensar que era una simple coincidencia el que mejorara el enfermo cuando principiaba yo el tratamiento. Sólo después de muchas curaciones vine a desechar la idea de que el enfermo sanaba por mera casualidad. Finalmente, las coincidencias llegaron a ser tan nu merosas que parecían constituir una verdadera ley puesta en acción; hasta que por último llegué a con

vencerme de que era en realidad mi pensamiento el que efectuaba las curaciones. Mi fe en la transmisión del pensamiento de una persona a otra, veíase a menudo confirmada por medio de un sencillo experimento. Tal vez vosotros lo hayáis hecho y en caso contrario, os aconsejo que lo intentéis, porque es muy concluyente. Reunid a unos cuantos amigos; vendad la vista a uno de ellos y colocadle en el medio de la pieza, después de ha berle mostrado una llave u otro objeto que deseéis que encuentre. Tomaos de las manos y rodead a esta persona pensando al mismo tiempo en la llave y en el sitio en que ha sido colocada. Al cabo de pocos momentos la persona que tiene la vista ven dada se dirigirá, con paso lento e inseguro, hacia el — 9 — sitio donde está la llave y por último la encontrará. He aquí la sensación del que tiene la vista venda da, tal como yo la experimenté: al principio sentí un verdadero vacío en mi mente; todo pensamiento parecía haberse desvanecido. Luego, al cabo de unos pocos segundos me sentí como empujada por manos invisibles en cierta dirección. Tan violenta era la inclinación de mi cuerpo en esa dirección, que me habría caído si no adelanto un pie para sos tenerme. Después, otro impulso y otro paso ade lante, hasta que gradualmente fui acercándome a la silla donde había sido puesta la llave. Cuando lle gué hasta dicha silla, en lugar de volverme o de caminar alrededor de ella, como podría haberlo he cho, todo mi cuerpo se descoyuntó, me incliné so bre la silla con los brazos caídos mecánicamente, hasta que una de mis manos tocó la llave. En otra ocasión la llave estaba colgada en la pared y al llegar yo a ésta, sentí deseo de estirar el brazo, ló hice, y tomé la llave que colgaba de un clavo. Ahora bien, si la mente de las demás personas se hubiera puesto

tigio del hospital justifica estas aseveraciones. Ahora bien, la sugestión hipnótica se diferenci _ 11 _ de la curación mental en varios respectos, uno de los cuales voy a mencionar. En la sugestión hipnó tica se cree necesario poner al paciente en un estado peculiar de sueño, llamado hipnosis, mientras que en la curación por medio del pensamiento, no juz gamos esencial ese requisito, pues lo consideramos un estado anormal o anti-natural y por lo tanto tra tamos de evitarlo en lo posible. Pero, permitidme deciros lo que se hace con aque llos pacientes en estado hipnótico. Se les pone una gota de agua fría sobre la piel, diciéndoseles que es aceite hirviendo, y a los pocos momentos esta gota de agua ha formado una ampolla. Ahora, ¿cómo creéis que se hace esto? Es un misterio, ¿verdad? Pero como ha sido hecho por doctores afamados y en un hospital acreditado, no lo podéis dudar. También los doctores toman una mosca de milán, y la dividen en tres partes, colocando la primera sobre el brazo derecho de un paciente, la segunda sobre el izquierdo, y la tercera en el brazo de una persona no hipnotizada. Hecho esto, el doctor dice que el primer pedazo no producirá ampolla y no dice nada respecto del segundo y tercero, siendo el resultado, que en el brazo derecho no se produce la ampolla. Ellos llaman a esto sugestión negativa, lo cual quiere decir, que el poder de formar ampollas, ha sido quitado del primer pedazo de la mosca, lo que no ha sucedido con el segundo ni con el tercero. Digo que el poder de formar ampollas ha sido quitado al primer .pedazo, pero tal vez será más correcto decir — 12 —

que la piel del paciente ha sido hecha positiva con tra ese pedazo. La mosca de milán se hace negativa a la piel del paciente, sin producir efecto en ella, aunque es un vegigatorio muy bueno y poderoso según ha podido verse por los efectos que han pro ducido los pedazos segundo y tercero. ¡Qué poder más admirable éste, capaz de conver tir una gota de agua pura en un irritante violento, y de hacer de un cáustico tan poderoso algo tan ino fensivo como una estampilla de correos! Podría mencionar muchos otros experimentos cu riosos que se hacen, no sólo en la Salpetriére, sino también en otros hospitales y por muchos médicos en sus clínicas privadas. El doctor Charcot, cuya prominente situación médica nadie puede poner en duda, empleaba mucho la sugestión hipnótica con preferencia a las drogas, y lo mismo hacen otros mu chos doctores de los más distinguidos de la época presente. Voy a reproducir ahora el siguiente editorial del «Sumario Médico» de Filadelfia: «Un escritor popular ha dicho que la sugestión es el poder motor en el tratamiento de las enfermeda des. Los médicos más experimentados emplean la sugestión continuamente con provecho para sus en fermos; igual cosa hacen los parientes y amigos de éstos, cuando a su cabecera les aseguran que tienen mejor semblante y que pronto mejorarán. Una pala bra de consuelo, una sonrisa de aliento, les inspira confianza y esto también es sugestión. Los anillos — 13 — para el reumatismo, la curación magnética y la cu ración divina, tienen su base en la sugestión. Los dolores, el insomnio, la neuralgia, el reumatismo, el dolor de cabeza, etc., ceden a menudo a la suges tión. Si el

tiempo de buscar algo mejor; y no está en decaden cia, sino que camina valientemente hacia el zenit. Cuando comprendáis que una gota de agua, al ser usada bajo sugestión hipnótica, puede formar una ampolla, ¿podéis dudar del poder del pensamiento sobre las secreciones del cuerpo? Más aún, la gota de agua ni siquiera es necesaria para el experimen to, porque el pensamiento sólo basta para producir la ampolla, y así lo ha hecho mil veces. Por otra par te, el pensamiento sólo basta para impedir que se forme la ampolla y esto también se ha hecho. El profesor William James, de la Universidad de Harvard, dice que la tumefacción puede ser produ cida por el pensamiento en cualquier parte dél cuer po. Aplicando este mismo principio en manera opuesta, puede hacerse desaparecer un tumor. El doctor Elmer Gates ha demostrado que la corriente circulatoria puede ser enviada a voluntad de un pun to del cuerpo al otro por el sólo influjo del pensa- — 15 — miento y esto él os lo prueba sin lugar a dudas. Otros hombres de ciencia han hecho declaraciones tan sorprendentes como estas. No podemos mover la cabeza eternamente, ni dudar de todo y de todos. De ordinario se aceptan muchas cosas, por el testi monio de los químicos, astrónomos y naturalistas; y las pruebas a favor del poder del pensamiento en la curación de las enfermadades son igualmente con vincentes, pues nadie que investigue el asunto a fon do puede conservar duda alguna. Creo que tal vez el mayor obstáculo con que tropezamos para creer que el pensamiento pueda pasar de una mente a otra, es porque parece no hubiera un agente material comu nicante ni vehículo alguno de transmisión. Pero esto no es así; pues existe una materia sutilísima en for ma de éter, por medio de la cual se transmite el pensamiento. Hay cosas que no pueden

sernos reve ladas por el simple intermedio de nuestros sentidos, aún cuando positivamente existan, y esta es una de ellas. La electricidad existe en todo cuanto nos rodea, pero no nos damos cuenta del hecho, y hubo tiempo en que nos habría parecido imposible pudiera ha bérsela utilizado en tantas formas como al presente. Si Edison vive lo bastante, nos enseñará a encon trarla y a servirnos de ella, sin necesidad de gran des instalaciones, ni de pesadas maquinarias. Desde luego está descubriendo la manera de producir elec tricidad directamente del carbón, para que así haga mos correr nuestros automóviles, alumbremos núes- — 16 — tras casas y dispongamos en cualquier forma de la electricidad sin necesidad de máquinas ni dinamos, jQué adelanto! pero esto nos está probando cómo el mundo progresa en el empleo de agentes más y más sutiles. ¿Quién hubiera podido pensar que estuviéramos hoy telegrafiando sin hilos? Confieso que para mí es todavía una maravilla el considerar que colocando un transmisor en Washington y un receptor en Bos ton, se pueda enviar sin alambre un telegrama de un punto al otro, sin que se pierda en el camino. Pero llega; y lo mismo sucede con el pensamiento cuando lo envía un médico que esté en Washington a un paciente que se halle en Boston. El médico es el trasmisor, y el enfermo el receptor, yendo el mensaje directa y fielmente del uno al otro. Pero no sólo esta distancia recorre el pensamiento, sino que puede ir de Washington a Inglaterra, a Finlan dia, a Sud-Africa, o a cualquiera otra parte en que se encuentre el enfermo. Puede una carta demorar algunas semanas en llegar a aquellos lugares, pero el pensamiento va en un instante, como una chispa

pensamiento de una mente puede actuar sobre el cuerpo de otra persona, ya sea para bien o para mal; puede sanar a esa persona o la puede en Poder del Pensamiento 2 — 18 — fermar. Puesto que existe semejante poder, bueno es saber algo acerca de él y de cómo debemos usarlo. Este conocimiento está a la disposición de quien lo quiera alcanzar, y vale tanto el investigarlo que me siento inclinada a decir que es: lo única necesario que debemos desear sobre todas las co sas. Si quisiérais hacer correr una locomotora, lo primero que haríais sería iniciaros en el conocimien to de todas sus partes; aprenderíais su mecanismo y su modo de funcionar, pues de otra manera seríais un maquinista muy incompetente y correríais el riesgo de un accidente en el primer viaje. Y estos accidentes se sucederían hasta que supiérais más acerca de la máquina y su gobierno. Ahora bien,, esto es precisamente lo que hemos estado haciendo; intentando hacer correr una máquina humana de la cual no sabemos casi nada, y en consecuencia, he mos tenido nuestros accidentes, los que llamamos enfermedades y nuestras máquinas han, estado en compostura la mayor parte del tiempo. Por supues to que el mecanismo de la máquina humana es mu cho más complicado y difícil de entender que el de la máquina de hierro; pero también es posible aprender todo lo que sea necesario para saber te nerla , bajo nuestro completo dominio. Esto, por supuesto, requiere tiempo, atención y perseveran cia; los cuales nunca estarán mejor empleados y al consagrárselos no podríamos hacer cosa mejor. — 19 — ¿Hay algún otro estudio con el cual se le pueda

comparar? Afirmo que nó. En verdad, este debe ser el primero de todos los estudios; pues sin salud, sin tranquilidad de ánimo, y sin la aptitud de do minar las circunstancias, ¿qué podemos llevar a cabo en cualquier asunto? Saber concentrar nues tros poderes y consagrarlos plenamente a la voca ción que hayamos elegido, es hacer de nuestro tra bajo un goce y no una penosa labor. Estamos en situación análoga a la del hombre que quisiera hacer correr una máquina sin tener el suficiente conocimiento. El necesita hacer antes re petidos ensayos, y nosotros también. El tiene que buscar la fuerza motriz; nosotros también y, además, aprender a usarla y saber dirigirla. El tiene que adquirir la capacidad de aumentar esta fuerza mo triz, e igual cosa debemos hacer nosotros. Pero aquí termina la analogía; pues el poder de esa máquina tiene sus límites, mientras que el de la nuestra no los tiene. Vi una vez a un niñito, débil y delgado, que du rante una semana entera había estado sin alimen tos, realizar una hazaña, que habría hecho avergon zarse a un Sandow. Había sido hipnotizado en una sala de espectáculos y se le había tenido bajo la más estricta vigilancia durante los siete días de su ayuno; al cabo de este tiempo se le colocó sobre una silla y seis fornidos policiales le sujetaron en ella fuertemente. A una señal del hipnotizador, la frágil criatura se levantó y arrojó lejos de sí a estos — 20 — hombres fornidos, cual si fueran insectos que se hubieran posado sobre ella. Y bien, ¿de dónde le vino esa fuerza? Por cierto que no de su débil mus culatura. He presenciado muchos espectáculos de esta clase, los que me han llevado a la convicción de que en nuestro ser interno hay un gran depósito de fuerza, a la que tenemos

manantial inagotable, dentro del cual se contiene todo lo que nos es posible exterio rizar, ya sea en fuerza, vitalidad, salud, armonía, belleza, etc.; en fin, todo lo que pudiéramos ima ginar o quisiéramos ser. Para ello nos basta poner nos en la debida actitud mental y extraer de allí todo lo que necesitemos. Tomemos por ejemplo la locomotora: ahí está inmóvil en la línea, esperando el contacto de la mano del maquinista. El abre la válvula, y la má quina se desliza veloz, convertida en algo con vida y poder. ¿Es este un milagro? Nó, es una cosa muy corriente, y sin embargo es un asunto que está su jeto a leyes; un asunto de precisión científica y de la mayor importancia para nosotros, pues el poder o la vida que pone en movimiento nuestros cuerpos es generado en nosotros de manera exactamente — 22 — igual que en la máquina. Solamente necesitamos aprender a hacerlo. Por muy complicada que sea la maquinaria humana, no es tan difícil de enten derla y gobernarla como se cree. Si tuviérais que manejar una locomotora, os economizaríais mucho trabajo y tiempo aceptando sin vacilar las instrucciones que os diera un maqui nista experimentado; no os pondríais a discutir con él sobre eso, sino que os apresuraríais a hacer lo que él os indicara. El es capaz de manejar la má quina y de hacerlo satisfactoriamente; por lo tanto, es una persona competente a quien podéis consultar desde el principio. Después de un tiempo podréis tal vez perfeccionar su sistema y dar más ligereza a la máquina, pero por el momento sois incapaces de ha cerlo y al intentarlo podríais causar una catástrofe. Poned en práctica sus indicaciones primero y des pués de algún tiempo lograréis llevar a cabo las vuestras. Por la misma razón os pido que aceptéis mis in dicaciones

y obréis conforme a ellas, pues me han servido mucho en el manejo de mi locomotora y sé que también a vosotros han de seros útiles. Acaso necesitaréis algo adecuado para el arreglo particu lar de vuestra maquinaria, a fin de obtener de ella el mejor aprovechamiento posible, pero eso vendrá después, fácil y naturalmente, como resultado de vuestro pensamiento y de vuestra experiencia per sonal. Las locomotoras humanas, aun cuando difie ren mucho en los detalles, están regidas todas por — 23 — el mismo principio general y es ese principio el que os estoy dando; el detalle es cuestión de vuestro propio esfuerzo. Los maquinistas de los ferrocarri les hacen uso del agua para producir vapor; en esto están todos de acuerdo, pues no hay .quienes em pleen, por ejemplo, el vinagre o la miel: todos em plean el agua. ¿Por qué? Porque es lo mejor para ese objeto; y porque para ello no sirven ni el vina gre ni la miel. Pero si tratáis de discutir el punto con un maquinista y le preguntáis por qué esos lí quidos no son tan buenos como el agua, él con una mirada os dirá que os considera un tonto u os con testará bruscamente: «Haced la prueba y veréis». El maquinista es hombre práctico, tiene buen sentido. No pierde su tiempo discutiendo lo que no sabe, como lo hacemos nosotros, sino que va direc tamente hacia un fin determinado y llega hasta don de se ha propuesto. Vemos, pues, que el uso del agua en la locomo tora obedece a un principio general,—algo que no se discute, sino que es de práctica corriente,—lo mismo ocurre con el principio general que os voy a señalar y que os pido aceptéis: Para manejar la locomotora humana debéis, por •decirlo así, abrir la llave a cierta corriente de pen samiento y esa corriente estará entonces, como está siempre, a vuestra disposición. Cuando oigo decir a