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ESTE TEXTO ABORDA CONTENIDOS SOBRE LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO EN LA POST GUERRA Y SUS REPERCUSIONES EN LA ACTUALIDAD Y EN LOS AÑOS CONSIGUIENTES
Tipo: Resúmenes
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Por RAFAEL CAPARROS
«Es perjudicial cualquier cosa que oscurezca la fundamental naturaleza moral de los problemas sociales.»
John Dewey, The Public and its Problems (1985) «Así, la carga de los mercados ha logrado cubrirnos como una segunda piel, considerada más adecuada para nosotros que la de nuestro propio cuerpo humano.»
Viviane Forrester, L 'horreur économique (1996)
SUMARIO
I. LOS ELEMENTOS DE LA CRISIS.—II. LAS INTERPRETACIONES DE LA CRISIS.—III. LAS CAUSAS DE LA CRISIS Y EL NEOCORPORATIVISMO.—IV. EL DECLIVE DEL NEOC0RPORATIVISM0, LA SALIDA NEOLIBERAL DE LA CRISIS Y LA INVIABILIDAD DEL MODELO SOCIAL EUROPEO.
I. LOS ELEMENTOS DE LA CRISIS
Aunque con el modelo de crecimiento económico inaugurado tras la II Guerra Mundial, que, como es sabido, coincidió con una fase de expansión económica casi ininterrumpida, evidentemente no se superaran los problemas de desigualdad social, concentración de capitales y otros aspectos de desequilibrio y/o malestar sociales, lo cierto es que, en general, ese período que va desde 1945 a 1973, designado como la
(*) Quiero expresar mi agradecimiento a Rafael Duran y Juan Torres, profesores de la Universidad de Málaga, a Carlos Román, de la Universidad de Sevilla, a Rogelio Velasco, de la Universidad de Gra- nada, y a Fernando Vallespín, de la Autónoma de Madrid, por sus interesantes sugerencias, comentarios y críticas a este trabajo.
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Revista de Estudios Políticos (Nueva Época) Núm. 105. Julio-Septiembre 1999
RAFAEL CAPARROS
edad de oro del Estado de Bienestar por Ian Gouh (1), se caracteriza por haber con- seguido el triunfo de un modelo socioeconómico de bienestar social —basado en los pactos políticos keynesianos de la postguerra, implícita y sucesivamente ratificados por los dirigentes de la democracia cristiana, el liberalismo, la socialdemocracia, y con el apoyo de los comunistas, es decir, de los principales partidos políticos euro- peos (2)—, que se tradujo en unos niveles muy aceptables de estabilidad, integra- ción y satisfacción sociales, derivados del pleno empleo, la masiva provisión públi- ca de bienes colectivos, el aumento regular de la capacidad adquisitiva de los traba- jadores, así como de la utilización generalizada y sistemática en los países europeo-occidentales de políticas de redistribución social. La aceptación por las «partes firmantes» de ese pacto de crecimiento económico y la política social expansiva funcionaron considerablemente bien en la práctica, re- forzándose de ese modo la recíproca confianza entre los actores sociopolíticos. Lo que, a su vez, propició la sistemática canalización del conflicto de clases hacia su pacífica resolución en una permanente concertación social —que incluía una norma «neutral» y, en consecuencia, estabilizadora: el crecimiento de los salarios se acom- pasaba al de la productividad—, llevada a cabo fundamentalmente mediante los pro- cedimientos de la intermediación neocorporativa. Ello fue posible gracias a la obtención de los altos beneficios, derivados de las inversiones de capital en las diferentes actividades industriales, y a la definitiva ins- titucionalización del capitalismo de consumo en los países europeo-occidentales, lo que implicaba la implantación de una norma social de consumo obrero, que se tra- dujo en la satisfacción generalizada de unas cada vez más amplias «necesidades so- ciales», en gran medida inducidas por el propio sistema neocapitalista. Se trata, se- gún Michel Aglietta (3), de una nueva estructura de consumo de masas, basada tanto en la adquisición de los antiguos bienes de subsistencia, única y exclusivamente en su forma mercancía (alimentación, vivienda, consumos corrientes en general), como en la propiedad individual de nuevas mercancías (automóvil, electrodomésticos, consumos duraderos, etc.), que antes o no existían o habían sido consumos suntua- rios exclusivos de las clases acomodadas. Es precisamente en este sentido en el que utiliza el concepto el profesor Ortí:
«Pienso, por mi parte, que más allá de la guerra civil del 36, el Plan de Estabiliza- ción de 1959 tiende a separar dos épocas del capitalismo español: una, primera, de "capitalismo constituyente" o "primitivo", en la que la que la expansión tiene lugar con extracción de plusvalías absolutas, o, si se quiere, con salarios reales constantes, con escasa elevación del nivel de vida de las masas trabajadoras; otra, posterior, de
(1) I. GOUH: Economía política del Estado del bienestar, H. Blume, Madrid, 1982. (2) Se trata de ese acontecimiento al que Dahrendorf ha denominado el pacto social-liberal o el consenso social-democrático. (Cfr. R. DAHRENDORF: «The End of Social Democratic Consensus?», en R. DAHRENDORF: Life Chances, Chicago University Press, Chicago, 1979, págs. 117 y ss.). (3) Cfr. M. AGLIETTA: Regulación y crisis del capitalismo, Siglo XXI, Madrid, 1979, págs. 131-146.
RAFAEL CAPARROS
Por lo demás, la profundidad del inicial consenso tanto social como político en torno a la idea del Estado de bienestar, incluso en Gran Bretaña, el país tradicional- mente más refractario al modelo social europeo (8), se pone de manifiesto en el si- guiente texto de Richard Titmuss, quien escribe en 1958 que «desde 1948 los sucesivos gobiernos, conservadores y laboristas, se han preocu- pado del funcionamiento más efectivo de los diversos servicios, con extensiones aquí y ajustes allá, y ambos partidos, dentro y fuera de su gestión, han proclamado el man- tenimiento del "Estado de Bienestar" como artículo de fe» (9). Ahora bien, a partir de mediados de los setenta, y coincidiendo con la subida de los precios del petróleo, provocada por la Guerra del Yom Kippur, así como con los primeros acuerdos de la OPEP (1973), y los posteriores acuerdos político-econó- micos del G-7 (1976), comienza a evidenciarse la quiebra político-económica del modelo de bienestar de la postguerra. Aunque, de hecho, ese modelo socio-político ya había venido siendo ideológi- co-culturalmente cuestionado con anterioridad por las llamadas «revoluciones so- ciales», que tienen lugar en diversas sociedades occidentales —principal, aunque no exclusivamente: la llamada «Primavera de Praga» de 1968 demuestra que no todos los países de Europa oriental escaparon al signo revolucionario del Zeitgeist —, a fi- nales de los años sesenta y comienzos de los setenta. Se trata de ese conjunto de acontecimientos sociales de alta intensidad simbólico-política, que expresan el dete- rioro de la estabilidad social anteriormente existente, y que va desde las revueltas estudiantiles en Europa (mayo/68 en Francia y Alemania) y América (Estados Uni- dos y México), a la crisis cultural de la juventud norteamericana agravada por la guerra de Vietnam, los movimientos por los derechos civiles de las minorías étnicas, la escenificación del llamado «Gran Rechazo» (Big Refusal) contracultural en los campuses de numerosas universidades norteamericanas —desde el movimiento hip- pie a las diversas contraculturas éticas, políticas y/o estéticas— y europeas —desde las Comunas de Berlín a los nuevos movimientos situacionistas, «provos», «beat- niks», etc., por no mencionar el terrorismo político de extrema izquierda alemán o italiano—, el auge de «los marxismos» (desde el estructuralismo marxista a los mar- xismos pro chino, pro cubano, etc.) y la proliferación de todo tipo de análisis críticos del capitalismo (10).
(8) Sobre las tortuosas relaciones histórico-políticas de Gran Bretaña con la Europa continental, en general, y, concretamente, con el proceso histórico de integración europea, es indispensable la reciente, polémica y, a mi entender, definitiva obra de Hugo Young. (H. YOUNG: This Blessed Plot. Britain and Europe from Churchill to Blair, Macmillan, London, 1998). (9) R. TITMUSS: Essays on the Welfare State, Alien & Unwin, 1958, pág. 34. No obstante, el Welfa- re State no puede circunscribirse al período de los llamados «treinta gloriosos» (1945-1975), ya que el modelo escandinavo es anterior, ni carece de antecedentes teóricos y prácticos, ya que la Revolución de octubre dio carta de naturaleza a nuevos derechos sociales universales —trabajo, salud, educación, pen- siones, etc.— que serían recogidos en la Carta del Atlántico, firmada por Churchill y Roosevelt en 1944, y luego aplicada en la Europa postbélica. (10) Aunque, obviamente, esas manifestaciones político-culturales no tuvieron la misma intensi-
LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA
Como veremos más adelante, todas estas manifestaciones del «malestar de la cultura» contribuirán a la formulación por parte del pensamiento neoconservador de un determinado diagnóstico de la crisis del modelo de bienestar, como «crisis de go- bernabilidad de las democracias» (Huntington), y, por ende, a la legitimación de la solución neoliberal. Desde el punto de vista específicamente económico, la crisis del modelo de bienestar tendrá, como ha destacado Juan Torres (11), tres grandes manifestaciones, y una consecuencia principal: la caída en el nivel de beneficio de las empresas, lo que, a su vez, conllevará la progresiva disminución de las inversiones de capital y la subsiguiente masifícación y cronificación del desempleo. La primera expresión de la quiebra económica del modelo es la crisis de producción, que comienza a eviden- ciarse a finales de los setenta con la saturación de los mercados. El consumo de ma- sas, en efecto, dejaba de adecuarse cada vez más a unas estrategias de producción intensiva que se habían venido desarrollando al margen de cualquier plan de produc- ción que tuviera en cuenta las futuras necesidades de la población y la capacidad real de los mercados para absorber a medio plazo dicha producción. Por otra parte, al socaire de la acumulación, se había venido modificando la es- tructura de los mercados mundiales, lo que limitaba las expectativas de realización de beneficios para las empresas que habían sido dominantes hasta ese momento. Princi- palmente porque las empresas europeas y americanas empezaban a sufrir la dura com- petencia de las empresas asiáticas de los NICs (Newly Industrialized Countries), de la cuenca del Pacífico, a los que más adelante nos referiremos, y cuyos costes unitarios de producción eran muy inferiores a los de los productos de los países desarrollados, lo que contribuyó al crecimiento de sus stocks y a la caída de sus ventas. La segunda manifestación fae la crisis financiera. El continuo recurso al crédito, en lugar de favorecer la realización de una oferta en permanente expansión, dio lu- gar a una excesiva monetización y al endeudamiento generalizado; a su vez, el des- mantelamiento del sistema monetario internacional, basado en la fortaleza del dólar, favoreció la multiplicación desordenada de los activos financieros rentables y la in- seguridad cambiaría. Todo eso originó un desarrollo de la actividad financiera sin proporción con la actividad productiva, que llevaba necesariamente consigo la ines-
dad, ni las mismas consecuencias político-económicas en los diversos países afectados. [Vid., por ejem- plo, M. SALVATI: «May 1968 and the Hot Autumn of 1969: the responses of two ruling classes» en S. D. BERGER (ed.): Organizing Interest in Western Europe. Pluralism, corporatism and the transformation of politics, Cambridge University Press, Cambridge, 1986, págs. 329-363]. (11) Cfr. J. TORRES LÓPEZ: «La estrategia del bienestar en el nuevo régimen de competencia mun- dial», en El Socialismo del Futuro, núms. 9/10, monográfico sobre El Futuro del Estado de Bienestar, di- ciembre de 1994, págs. 207-219. Vid., asimismo, J. TORRES LÓPEZ: Desigualdad y crisis económica. El reparto de la tarta. Sistema, Madrid, 1995. Se trata de dos excelentes trabajos de síntesis de procesos his- tóricos complejos, de cuyos planteamientos económicos generales me hago eco, a veces literalmente, en las páginas siguientes. Lo que no significa, por supuesto, que deban atribuirse a su autor mis propios erro- res o insuficiencias en el análisis de la crisis del modelo de bienestar y su repercusión en la representación de intereses organizados y en la viabilidad del modelo social europeo.
LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA
Y de ahí también que en esta década finisecular la economía mundial haya aca- bado por convertirse, como ha destacado el premio Nobel de Economía, Maurice Aliáis, en un gran casino, en donde los recursos financieros se mueven exclusiva- mente por la lógica de la especulación y el beneficio, en lugar de hacerlo, como era habitual, por la de la creación de riqueza (16). Por último, se produjo una no menos importante crisis social. Se trata de la lla- mada «cultura del más», característica de aquellos años. Recuérdese lo señalado al respecto por Sevilla Segura: «Parece claro que, ni siquiera a medio plazo, es posible alterar los elementos claves que conforman lo que hemos denominado, en expresión rousseauniana, el compromiso social. Dicho compromiso, en la mayor parte al menos, de las sociedades actuales, con- siste en ofrecer a la generalidad de los ciudadanos por parte del colectivo dirigente au- mentos continuados en el nivel de vida a cambio de lo cual los ciudadanos "son felices" y no cuestionan, ni mucho menos ponen en peligro, el orden social, es decir, las posicio- nes relativas de cada grupo y las instituciones correspondientes. En otras palabras, a cambio de crecimientos en el nivel de vida, la gran masa de la población renuncia de he- cho a operar en política. Se convierte en esa mayoría silenciosa. Esta circunstancia se produce no sólo en regímenes más o menos autoritarios, sino igualmente en los regíme- nes democráticos. El incumplimiento de ese compromiso, tal como sucede en etapas de depresión económica, abre situaciones de crisis social y política que pueden originar desde caídas de los gobiernos hasta cambios más o menos profundos en el colectivo di- rigente. Por consiguiente, en tanto que el contenido del compromiso social no varíe, la única forma de salir de la crisis consistirá en restaurar una senda de crecimiento estable. Cuestión distinta, desde luego, aunque de enorme importancia, sería decidir en qué me- dida la izquierda política debería sustituir la forma e incluso el fondo de dicho compro- miso social, en lugar de ofrecer, como normalmente sucede en Europa, "más y mejor" de lo mismo, cuando resulta bastante evidente el carácter explosivo y no extrapolable del modelo que genera el compromiso social vigente» (17).
Esa «cultura del más» era, en parte, el resultado del consenso fordista subyacente al Estado de Bienestar de la postguerra como permanente sumistrador de bienes pú- blicos. Lo que, junto a fenómenos tales como la explosión de la publicidad, con su constante incitación al consumo y la expansión del crédito, provocaron un auténtico
concepto: el de la globalización. Se trata de una construcción ideológica y no de la descripción de un nue- vo entorno económico.» (Cfr. A. TOURAINE: «La globalización como ideología», El País, 29 de septiem- bre de 1996.) Sobre la compleja problemática político-económica de la «globalización», vid. P. HIRST, y G. THOMPSON: Globalization in Question, Polity Press, Cambridge, 1996; H.-P. MARTIN, y H. SCHUMANN: La trampa de la globalización. El ataque contra la democracia y el bienestar, Taurus, Madrid, 1998 y, especialmente, la excelente obra de U. BECK: ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, res- puestas a la globalización, Paidós, Barcelona, 1998. (16) Cit. por J. TORRES LÓPEZ: «El Euro. Lo que no nos quieren contar», Desde el Sur. Cuadernos de Economía y Sociedad, núm. 2, Málaga, marzo, 1999, pág. 27. (17) J. V. SEVILLA SEGURA: Economía política de la crisis española, Crítica, Barcelona, 1985, págs. 159-160n.
RAFAEL CAPARROS
desbordamiento social y productivo. Pues, como tantas veces se ha señalado, en una sociedad escindida en clases sociales, el pleno empleo y la abundancia son los peores enemigos de la estabilidad social y de la paz laboral. En efecto, esa situación de pleno empleo, junto con la proliferación de los planteamientos políticos fuertemente críticos hacia el sistema capitalista y el correlativo auge de las ideologías revolucionarias, aca- barían dando alas a los asalariados, de manera que —como acertadamente había pre- visto Kalecki— no sólo se reivindicaban más salarios, sino que incluso se llegaba a poner en entredicho el propio orden jerárquico dentro de la empresa:
«En realidad —escribía el economista polaco en 1943—, bajo un régimen de ple- no empleo permanente, el "despido" dejaría de jugar su papel como medida discipli- naria. La posición social del jefe se vería paulatinamente socavada y la clase trabaja- dora tendría mayor confianza en sí misma y mayor conciencia de clase. Las huelgas en demanda de aumentos salariales y por un mejoramiento de las condiciones laborales crearían tensiones políticas... Pero la "disciplina de las fábricas" y la "estabilidad polí- tica" son más apreciadas por los dirigentes de las fábricas que las ganancias. Su instin- to de clase les dice que el pleno empleo duradero es erróneo desde su punto de vista y que el desempleo constituye una parte integral del sistema capitalista normal» (18).
Así, se multiplicaban las demandas salariales, se perdía la disciplina en las fábri- cas y se generaba el descontento de unos trabajadores casi exclusivamente interesa- dos en consumir más bienes, más ocio y esas crecientes medidas de protección esta- tal, que se les ofrecían a cambio del consenso. Ahora bien, esa relajación laboral —con muy poco coste de oportunidad para el trabajador cuando hay pleno em- pleo— y la pérdida de la mesura reivindicativa —cuando la indiciación de los sala- rios no respetaba la evolución de la productividad—, deterioraban el equipo produc- tivo y reducían drásticamente la productividad hasta el punto de amenazar seriamen- te la existencia misma de los beneficios empresariales.
Todo ello iba acompañado de un creciente desequilibrio macroeconómico. Pues bajo el peso de una progresiva burocratización, el sector público de las economías occidentales se había ido convirtiendo en una especie de saco sin fondo, adonde iban a parar las explotaciones y actuaciones no rentables para el sector privado, la protección social permanentemente reivindicada por la población, y todo un ejército de funcionarios, que hacían aumentar sin medida los desembolsos necesarios para el gasto corriente de las Administraciones Públicas.
No obstante, una vez que la crisis se hizo evidente, los gobiernos no sólo man- tendrían el ritmo del gasto social, que al fin y al cabo era el soporte principal de su legitimación política, sino que, al producirse en las décadas posteriores el desem- pleo masivo y crónico, y aumentar la entrada al mercado de trabajo de las mujeres y de unas nuevas cohortes generacionales de población activa, comparativamente mu- cho más nutridas por el llamado «baby boom» demográfico de los años sesenta, y reducirse, al mismo tiempo, la recaudación impositiva, incurrirían en déficit públi-
(18) M. KALECKI: Sobre el capitalismo contemporáneo, Crítica, Barcelona, 1979, págs. 28-29.
RAFAEL CAPARROS
1973 y el alto nivel de los tipos de interés en los mercados financieros internaciona- les desde 1979 tienen ese origen estadounidense y habría ocasionado considerables perturbaciones a las economías europeas. Pero las economías europeas se han resistido a adaptarse rápidamente a las nue- vas circunstancias económicas internacionales. Después de la II Guerra Mundial, y al hilo tanto del crecimiento económico prolongado de las décadas de los cincuenta y sesenta, como del llamado consenso social-democrático, la mayor parte de los paí- ses europeos construyen el Welfare State, con sus sistemas de bienestar social y de concertación de intereses, que, según la incipiente ortodoxia económica que co- mienzan a establecer tanto el FMI, como el Banco Mundial, implican rigideces ex- cesivas en los imprescindibles procesos de adaptación de las economías europeas a las nuevas realidades de la economía y el comercio internacionales. La inmediata adaptación, no obstante, implicaba importantes costes sociales y políticos para los países europeos, por lo que la mayoría de ellos intentarán eludir los ajustes en los años setenta, pretendiendo diluir en el tiempo los efectos de las perturbaciones recibidas. Así llegan a finales de los setenta con altas tasas de infla- ción, frecuentes desequilibrios de sus cuentas exteriores, déficit públicos crecientes y tasas de paro en aumento. Sólo aquellos países que habían seguido políticas antiin- flacionistas más rigurosas presentaban a finales de la década mejores resultados comparativos en crecimiento y empleo. Ante tal situación, agravada en 1979-80 por el segundo encarecimiento súbito de los precios de los productos petrolíferos y la adopción de una política antiinfla- cionista por parte de la economía norteamericana, Alemania inicia lo que inmediata- mente se convertirá en nueva política económica europea. Dicha política se propone una reducción de la tasa de inflación y de los tipos de interés, a través de políticas monetarias restrictivas y de políticas fiscales tendentes a contener y reducir los défi- cit públicos. Con objeto de recuperar la rentabilidad de las empresas y crear empleo, se propone la moderación salarial y, en todo caso, se renuncia a políticas neokeyne- sianas de expansión de la demanda. Durante la primera mitad de la década de los ochenta, tales políticas obtienen en Europa resultados positivos, estimulados, además, por la reactivación económica norteamericana de 1983-84, y, luego, por la propia demanda europea (19). Ahora bien, la interpretación liberal-conservadora de la crisis económica parece incurrir en la falacia lógica post hoc, ergo propter hoc, al calificarla como «crisis energética», considerando que estuvo principalmente causada por las súbitas e in- tensas alzas de los precios del petróleo. Pues, aun cuando sea innegable el impacto económico inmediato de la subida de los precios del petróleo sobre las economías europeas, cabe plantear por qué no se regresa a la situación anterior de indiscutida viabilidad del modelo de crecimiento de la postguerra, a partir de los importantes
(19) Tal es, a grandes rasgos, la dinámica de la crisis económica, según el profesor Rojo [Cfr. L. A. ROJO: «La crisis de la economía española», en J. NADAL, A. CARRERAS, y C. SUDRIÁ (comp.): La econo- mía española del siglo XX. Una perspectiva histórica, Ariel, Barcelona, 1987].
LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA
descensos de tales precios de la segunda mitad de la década de los ochenta... Sin duda, deben de haber sido otros los factores realmente determinantes del curso pos- terior de los acontecimientos. Es decir, que más allá de su condición de causa conco- mitante del desencadenamiento de la crisis económica, el peso relativo de la «crisis energética» en la definitiva formulación del diagnóstico de dicha crisis, ha debido de ser menor que el de las restantes concausas. Sobre todo, porque, como ha señala- do a ese respecto Juan Torres, «los estudios empíricos ponen de manifiesto que la incidencia de la "crisis del pe- tróleo" fue bastante reducida sobre las grandes magnitudes económicas. Nordhaus concluyó que sólo pueden explicar un 6 por 100 de la disminución de la tasa media de crecimiento del PNB, un 11 por 100 del aumento de la tasa de inflación, un 10 por 100 del aumento de la tasa de desempleo y un 6 por 100 de la reducción de la tasa de creci- miento de la productividad» (20). Seguidamente, veremos qué papel concreto asignan las diferentes interpretacio- nes de la crisis a sus diversos elementos integrantes, y en qué medida ello influye tanto en el diagnóstico, como en el tratamiento propuesto para su superación.
II. LAS INTERPRETACIONES DE LA CRISIS «What do we perceive besides our own ideas and perceptions?» G. Berkeley, Principies of Human Knowledge, 4. En ese nuevo contexto de la crisis del modelo de crecimiento de la postguerra, las políticas reformistas socialdemócratas no sólo dejaban de ser apropiadas, sino que en sí mismas constituían un serio obstáculo para la efectiva recuperación de los beneficios empresariales. Uno de los primeros autores en ponerlo de manifiesto ha- bría de ser un economista neomarxista norteamericano, James O'Connor, en su jus- tamente célebre obra La crisis fiscal del Estado, publicada en 1972 —aunque ya en 1970, en un artículo de idéntico título publicado en la revista Socialist Revolution (núm. 1, enero-febrero de 1970, págs. 12-54)—, había enunciado lo fundamental de su tesis, según la cual el Estado capitalista moderno estaba dedicado a «dos funcio- nes esenciales y con frecuencia contradictorias»: primero, el Estado debe asegurarse de que tenga lugar una inversión neta continua, una formación de capital o un proce- so de acumulación de capital por parte de los capitalistas. Ésta es la «función acu- mulativa» del Estado; junto a ella, y simultáneamente, el Estado debe preocuparse por mantener su propia legitimidad política, proporcionando a la población los ade- cuados niveles de consumo, salud y educación. Ésta sería la «función de legitima- ción» del Estado. «Nuestra primera premisa —escribe O'Connor— es que el Estado capitalista debe tratar de cumplir dos funciones básicas, a menudo contradictorias: acumulación y legi- timación. Esto significa que el Estado debe tratar de mantener o crear las condiciones
(20) J. TORRES LÓPEZ: Op. cit., págs. 37.
LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA
Unidos, la debilidad tanto de los gobiernos conservadores como laboristas en Gran Bre- taña, la brusca escalada del terrorismo en la Alemania Occidental y las incertidumbres de la Francia postgaullista. Sin embargo, muchos analistas políticos tendieron a hablar de una general "crisis de gobernabilidad (o ingobernabilidad) de las democracias" como si fuera una aflicción uniforme. Hubo también mucha palabrería acerca de la "sobrecar- ga gubernamental", término que insinuaba el comienzo de un diagnóstico de la crisis se- ñalando con el dedo acusador a diversas actividades no mencionadas del Estado. Estas preocupaciones estaban tan difundidas que fueron escogidas como campo de estudio por la Comisión Trilateral, grupo de ciudadanos prominentes de Europa Occidental, Japón y Estados Unidos que se había constituido en 1973 para considerar problemas comunes. En 1975 fue esbozado un informe de la Comisión por tres promi- nentes científicos sociales y se publicó en 1975 con el llamativo título de The Crisis of Democracy (23). El capítulo referido a los Estados Unidos, escrito por Samuel Hun- tington, se convirtió en una declaración ampliamente leída y muy influyente. Manifes- taba un nuevo argumento tendente a responsabilizar a la reciente expansión del gasto en bienestar social de la llamada crisis de gobernabilidad de la democracia estadouni- dense. El razonamiento de Huntington es bastante franco, aunque no desprovisto de ornamento retórico. Una primera sección acerca de los acontecimientos de la década de los sesenta parece celebrar inicialmente la "vitalidad" de la democracia estadouni- dense expresada en el "renovado compromiso con la idea de igualdad" para las mino- rías, las mujeres y los pobres. Pero pronto el lado oscuro de este impulso en apariencia excelente, el costo de ese "brote democrático", se desnuda en una frase lapidaria: La vitalidad de la democracia en los Estados Unidos en la década de los sesenta produjo un aumento considerable de actividad gubernamental y una disminución considerable de la autoridad gubernamental (pág. 64; cursiva en el original). La disminución de la autoridad está a su vez en el fondo de la "crisis de gobernabilidad". ¿Cuál era pues la naturaleza del aumento de actividad gubernamental, o "sobrecar- ga", que estaba tan íntimamente ligada a ese sombrío resultado? En la segunda mitad de su ensayo Huntington contesta a esta pregunta señalando el aumento absoluto y relativo de varios gastos para la salud, la educación y el bienestar social en la década de los sesen- ta. Llama a esta expansión el "giro al bienestar" (Welfare Shift), en contraste con el "giro a la defensa" (Defense Shift) mucho más limitado que siguió a la guerra de Corea en la dé- cada de los cincuenta. Aquí menciona destacadamente a O'Connor y su tesis neomarxista, que ve también en la expansión del gasto en bienestar una fuente de "crisis", y critica sólo a O'Connor por haber interpretado erróneamente la crisis como del capitalismo —es decir, como económica, en lugar de esencialmente política por su naturaleza. El resto del ensayo se dedica a una vivida descripción de la erosión de la autori- dad gubernamental durante los últimos años sesenta y los primeros setenta. Extraña-
^S) Su título completo era The Crisis of Democracy: Report on the governability of Democracies to the Trilateral Comission, de MICHEL J. CROZIER, SAMUEL P. HUNTINGTON y JOJÍ WATANUKI, New York University Press, New York, 1975. Básicamente, estos autores detectan y denuncian que la perversión de la democracia es el resultado de un «malentendido» acerca de su «verdadera» naturaleza política: «La idea democrática según la cual el gobierno es responsable ante el pueblo, creó la expectativa de que el gobierno estaba obligado a responder a las necesidades y a corregir los males que afectan a grupos específicos en la sociedad» (pág. 16).
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mente, en sus conclusiones Huntington no retorna al Estado benefactor que había identificado anteriormente como el culpable original de la "crisis de la democracia", y aboga simplemente por una mayor moderación y menos "credo apasionado" en la ciu- dadanía como remedios a los males de la democracia. No obstante, todo lector atento al ensayo en su conjunto saca de esa lectura la sensación de que, en buena lógica, hay que hacer algo con el giro al bienestar si es que la democracia estadounidense debe recuperar su fuerza y su autoridad» (24).
Frente a ese diagnóstico de Huntington, según el cual los problemas de goberna- bilidad se derivan de un «exceso de democracia», que es preciso corregir y, en con- secuencia, la «moderación en la democracia» viene a ser la única vía para resolver los problemas de las sociedades occidentales actuales (25), la tesis de Claus Offe al respecto parte de la siguiente consideración:
«No hace falta hacer un gran esfuerzo de interpretación para descifrar la crisis de gobernabilidad detectada como la manifestación políticamente distorsionada del con- flicto de clase entre trabajo asalariado y capital, o para ser más precisos: entre la exi- gencias políticas de reproducción de la clase obrera y las estrategias privadas de repro- ducción del capital» (26). De ahí que para Offe, más allá de las mixtificaciones ideológicas conservadoras al respecto, el verdadero asunto consista en lo siguiente: «Desde mediados de los setenta, toda una serie de analistas en su mayor parte conservadores han calificado este ciclo como extremadamente viciado y peligroso, que tiene que producir, a su juicio, una erosión acumulativa de la autoridad política e incluso de la capacidad de gobernar (Huntington, 1975), a no ser que se tomen medi- das eficaces que liberen la economía de una intervención política excesivamente deta- llada y ambiciosa, y que hagan inmunes a las élites políticas de las presiones, inquie- tudes y acciones de los ciudadanos. Con otras palabras, la solución propuesta consiste en una redefinición restrictiva de lo que puede y debe ser considerado "político", con la correspondiente eliminación del temario de los gobiernos de todas las cuestiones, prácticas, exigencias y responsabilidades definidas como "exteriores" a la esfera de la verdadera política. Éste es el proyecto neoconservador de aislamiento de lo político frente a lo no-político. (...) El proyecto neoconservador trata de restaurar los funda- mentos no-políticos, no-contingentes e incontestables de la sociedad civil (como la propiedad, el mercado, la ética del trabajo, la familia, la verdad científica) con el obje- tivo de salvaguardar una esfera de la autoridad estatal más restringida — y por consi- guiente más sólida— e instituciones políticas menos sobrecargadas» (27).
(24) A. O. HIRSCHMAN: The Rhetoric of Reaction. Perversity, Futility, Jeopardy, Harvard Univer- sity Press, 1991, págs. 131-139 (Trad. cast. en A. O. HIRSCHMAN A. O.: Retóricas de la intransigencia, FCE, México, 1994) (El énfasis del párrafo final es mío, R.C.). (25) S. P. HUNTINGTON, en M. CROZIER (ed.): Op. cit, 1975, pág. 113. (26) C. OFFE: «"Ingobernabilidad". Sobre el renacimiento de teorías conservadoras de la crisis», en C. OFFE: Partidos políticos y nuevos movimientos sociales, Sistema, Madrid, 1988, pág. 42. (27) C. OFFE: «LOS nuevos movimientos sociales cuestionan los límites de la política institucional», Ibidem, págs. 164-167 (Cursiva mía, R. C). Para una visión general de los diversos enfoques marxistas
RAFAEL CAPARROS
Por su parte, las variantes neoclásicas de las explicaciones estructuralistas de la crisis, en general, la atribuían, en la línea de Huntington, a la sobrecarga general de la economía capitalista por los gravámenes financieros y regulativos del Welfare State (33). Tan favorable acogida doctrinal a la reformulación política de Huntington de la causalidad de la crisis probablemente se relacionaba con el hecho de que incorpora- ba en sí misma la alternativa a la crisis más coherente con la naturaleza misma del sistema liberal-democrático capitalista. Pues, como oportunamente matizaba al res- pecto Rafael del Águila,
«el demócrata sabe que la descripción de nuestras sociedades como sociedades democráticas con controles liberales —descripción, por lo demás, muy usual en nues- tra jerga politológica— es incorrecta. Más bien vivimos en sociedades profundamente liberales a las que se interponen controles democráticos» (34).
Ahora bien, no es menos cierto que, como ha sostenido Chantal Mouffe, la de- fensa de la democracia liberal no tiene por qué confundirse necesariamente con la defensa del capitalismo: «Una objeción a la estrategia de democratización concebida como cumplimiento de los principios de la democracia liberal es que el capitalismo constituye un obstáculo insu- perable para la realización de la democracia. Y es cierto que el liberalismo se ha identifi- cado generalmente con la defensa de la propiedad privada y la economía capitalista. Sin embargo, esta identificación no es necesaria, como han alegado algunos liberales. Mas bien, es el resultado de una práctica articulatoria, y como tal puede por tanto romperse. El liberalismo político y el liberalismo económico necesitan ser distinguidos y luego separa- dos el uno del otro. Defender y valorar la forma política de una específica sociedad como democracia liberal no nos compromete en absoluto con el sistema económico capitalista. Éste es un punto que ha sido cada vez más reconocido por liberales tales como John Rawls, cuya concepción de la justicia efectivamente no hace de la propiedad privada de los medios de producción un prerrequisito del liberalismo político» (35). Esa reformulación conservadora de Huntington, proporcionaba por sí misma, además, la línea de menor resistencia política posible, lo que, a su vez, facilitaba la viabilidad práctica de las soluciones implícitamente propuestas. De este modo, una vez formulada la divisa estatofóbica neoconservadora, de inequívoco regusto paleo- liberal — Menos Estado, más mercado —, y apoyándose en los éxitos electorales de
(33) Vid., por ejemplo, L. N. LINDBECK: «Overcoming the Obstacles to Successful Performance of the Western Economies», en Business Economics, 1980, 15: 81-84; R. BACON/W. ELTIS: Britain's Econo- mics Problem: Too Few Producers, Macmillan, London, 1978 y M. OLSON: The Rise and Decline ofNa- tions, New Haven, 1982. (34) R. DEL ÁGUILA: «El centauro transmoderno: Liberalismo y democracia en la democracia libe- ral», en F. VALLESPÍN (ed.): Historia de la Teoría Política, vol. 6, Alianza, Madrid, 1995, pág. 634. (35) C. MOUFFE: «Democratic Politics Today», en C. MOUFFE (ed.): Dimensions of Radical Demo- cracy, Verso, London, 1992, págs. 2-4. Cabria matizar, no obstante, que, puesto que la oposición al sistema capitalista tout court parece, hoy
LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA
Reagan y Thatcher a lo largo de la década de los ochenta, la nueva ortodoxia econó- mica neoliberal entronizará al mercado como único mecanismo válido de asignación social de recursos, y apoyándose en las Rolling back the State Theories —cuyo pun- to de partida es la famosa afirmación de Ronald Reagan, Government is not the so- lution to our problem... Government is the problem —, encaminadas a la implanta- ción del Minimal State, instrumentará unas reformas fiscales y monetarias que enri- quecerán a los ricos y empobrecerán aún más a los pobres (36), proscribirá las políticas sociales, y acabará declarando una guerra sin cuartel al modelo social euro- peo (37), y postulando, en consecuencia, el desmantelamiento del Estado de Bienes- tar, al que se considera como el verdadero culpable de todos los males sociales (38). Pero, como ha señalado Ulrich Beck, ese «fundamentalismo de mercado no es sino una forma de analfabetismo democrático», y cabría añadir que histórico, pues la «domesticación» del capitalismo liberal clásico mediante la política keynesiana y la constitucionalización de los derechos económicos y sociales de la ciudadanía, teorizada por primera vez en su formulación contemporánea por el sociólogo britá- nico T.H. Marshall (39), no fue el fruto de un capricho, más o menos intolerable en épocas de pretendida escasez, sino la respuesta más racional a aquellas catástrofes sociales y políticas, provocadas en los años treinta precisamente por su incontrolado
por hoy, poco realista, se trataría, más bien, de no aceptar acriticamente la identificación entre el liberalis- mo político y el neoliberalismo económico, postulada por ese neoconservadurismo que pretende implan- tar en toda Europa el capitalismo neoamericano frente al tradicional modelo europeo del capitalismo re- nano, por utilizar la terminología acuñada por Michel Albert (Cfr. M. ALBERT: Capitalismo contra capi- talismo, Paidós, Barcelona, 1992). (36) Sobre la cada vez más desígualitaria pauta de distribución de las rentas salariales en USA a lo largo de las dos últimas décadas, y la progresiva implantación de un modelo de sociedad en la que «el ga- nador se lo lleva todo», vid. la extraordinariamente reveladora obra de R. H. FRANK, y P. J. COOK: The Winner-Take-All Society. Why the Few at the Top Get So Much More Than the Rest ofUs, Penguin, New York, 1996. (37) Cfr. al respecto, M. ALBERT: Op. cit. (38) Como afirma, por ejemplo, David Marsland, «Recordaremos al Estado de bienestar con la misma sorna despreciativa con que ahora contemplamos la esclavitud como medio de organizar un trabajo eficaz, motivado. [El Estado de bienestar] inflige un daño enormemente destructivo a sus supuestos beneficiarios: los vulnerables, los marginados y los des- graciados... debilita el espíritu emprendedor y valiente de los hombres y mujeres individuales, y coloca una carga de profundidad de resentimiento explosivo bajo los fundamentos de nuestra sociedad libre.» (D. MARSLAND: Welfare or Welfare States?, Basingstoke, Macmillan, 1996, pág. 212) (Cit. por A. GIDDENS: La tercera vía. La renovación de la socialdemocracia, op. cit., pág. 24). Un enfoque similar, aunque más inteligentemente expresado, en A. DE JASAY: The State, Blackwell, London, 1985 (Hay trad. cast. de RAFAEL CAPARROS en A. DE JASAY: El Estado. La lógica del poder poli- tico, Alianza, Madrid, 1993). (39) T. H. MARSHALL: Citizenship and Social Class, Heinemann, London, 1950 (Hay trad. cast. de PEPA LINARES, en T. H. MARSHALL: Ciudadanía y clase social, Alianza, Madrid, 1998). Sobre la validez de los planteamientos de MARSHALL en la actualidad, vid. M. BULMER, y A. M. REES: Citizenship Today: The contemporary relevance ofT.H. Marshall, UCL Press, London, 1996, donde un conjunto de destaca- dos especialistas —Dahrendorf, Hewitt, Giddens, Newby, Mann, Goldthorpe, y otros— se pronuncian al respecto.
LA CRISIS DEL MODELO DE CRECIMIENTO DE LA POSTGUERRA
Se trata, en efecto, de esa noción sustantiva de la ciudadanía social, que en estas dos últimas décadas ha sido objeto de un intenso debate en la Ciencia Política anglo- sajona entre partidarios y detractores de estos derechos característicos del Estado Social. No obstante, hay una coincidencia casi generalizada en la consideración de que, en principio, la efectiva vigencia de los derechos sociales y económicos de ciu- dadanía son un prerrequisito indispensable para garantizar el libre ejercicio de los derechos civiles y políticos característicos de las liberal-democracias de masas (43). Y, sin embargo, lo cierto que, en las condiciones actuales, como ha subrayado Giddens, «Quedan totalmente expuestos los límites del concepto de ciudadanía económica propuestos por Marshall. No se puede considerar que los derechos legales políticos es- tén "asentados" ni que constituyan una base estable para los "derechos sociales". Por el contrario, suponen un combate por la democracia que involucra a sectores enteros de la población (como las mujeres) que, en la época de Marshall, no habían roto aún con su situación tradicional. Marshall juzgaba la "ciudadanía económica" de una ma- nera demasiado pasiva y paternalista y daba por descontada la relación entre la ciuda- danía y el Estado nacional, en lugar de examinarla enérgicamente» (44).
En efecto, como veremos más adelante, el problema de la efectiva vigencia de estos derechos de ciudadanía en la Europa actual y, sobre todo, en la del previsible futuro, resulta ser tanto más espinoso, cuanto que los procesos simultáneos de glo- balización económica y financiera, de una parte, y de integración europea, de otra, conllevan una creciente pérdida de capacidad regulatoria de los Estados nacionales, y un desplazamiento, tanto del ámbito del posible debate político democrático, como del de la escala adecuada para la toma de decisiones políticas efectivas. Lo que, en ausencia de un demos, de un sistema de partidos y de una opinión pública europeos, propiamente dichos, hace mucho más dificultoso cualquier intento serio de plantear siquiera las posibles soluciones del problema.
(43) Para la posición favorable al indispensable carácter instrumental de estos derechos respecto al ejercicio de los derechos políticos, vid., por ejemplo, D. KlNG, y J. WALDRON: «Citizenship, social citi- zenship and the defence of welfare provisión», British Journal of Política! Science, 18, 1988, págs. 415-443; en idéntico sentido, aunque desde una perspectiva más fílosófico-política, P. VAN PARIJS: ¿Qué es una sociedad justa? Introducción a la práctica de la filosofía política, Ariel, Barcelona, 1993; un análisis pormenorizado del tema en E. MEEHAN: Citizenship and the European Community, Sage, London, 1993, especialmente en los capítulos 2, 3 y 5; Vid., asimismo al respecto, el interesante trabajo de Ricard Zapata, donde se contraponen las diversas posiciones ideológico-políticas en relación con la naturaleza y los contenidos de la ciudadanía social en el contexto de la crisis del Estado de bienestar. (R. ZAPATA BARRERO: «Ciudadanía y Estados de Bienestar o De la ingravidez de lo sólido en un mundo que se "desnewtoniza" social y politicamente». Sistema, núm. 130, enero, 1996, págs. 75-86). (44) A. GIDDENS: Más allá de la izquierda y la derecha. El futuro de las políticas radicales (Trad. cast. de M.a^ LUISA RODRÍGUEZ TAPIA), Cátedra, Madrid, 1994, pág. 82.
RAFAEL CAPARROS
III. LAS CAUSAS DE LA CRISIS Y EL NEOCORPORATIVISMO
«Los beneficios empresariales de hoy son las inversiones de mañana y los puestos de trabajo de pasado mañana.»
Helmut Schmidt Como ya se ha indicado, en los primeros años de la crisis del modelo, la res- puesta político-económica predominante fue todavía de carácter keynesiano, típica- mente socialdemócrata. Por ello, la recuperación operada a partir de 1975 y que du- raría hasta finales de los setenta, presentaba esas características: aumento del gasto público, de los salarios reales, de los gastos de protección social y del crédito en el conjunto de las economías. Ahora bien, es precisamente entonces cuando se pone de manifiesto que en la nueva situación de «estanflación» (estancamiento con inflación), las políticas de esa naturaleza podían, en efecto, generar crecimiento, pero no eran capaces de acabar con la inflación, ni con el desempleo, ni, lo que resultaba mucho más importante desde la óptica de la propia funcionalidad sistémica, garantizaban la recuperación de los beneficios empresariales; por el contrario, propiciaban una distribución de la renta que terminaba por favorecer a las rentas salariales. De hecho, en tal recupera- ción se registra un incremento de los salarios reales que se traduce en un aumento de entre un 3 y un 4 por 100 de la participación de los salarios en la renta nacional entre 1975 y 1979 para el conjunto de los países de la OCDE; mientras que, por el contra- rio, la participación del beneficio no llegaba a ser suficiente para impedir la caída de la inversión en capital fijo que precisaba la reestructuración productiva (45). La OCDE se quejaría, en efecto, años más tarde de que al amparo de esas situa- ciones se había producido «una corriente de militancia sindical (...) cuya herencia iba a ser duradera» y se había favorecido el mantenimiento de políticas keynesianas, lo que
«creó fuertes presiones para una expansión continuada de los privilegios, para la aceptación de medidas restrictivas en los mercados de factores y de productos, y para la proliferación de compromisos de gasto que desbordaron ampliamente el margen su- ministrado por el crecimiento económico» (46).
Es decir, que era precisamente el papel de estas políticas keynesia- no-socialdemócratas, en las que las fórmulas neocorporatívistas desempeñaban un papel tan destacado como elemento integrador de la conflictividad social (47), lo
(45) Cfr. Ph. ARMSTRONG, A. GLYN, y J. HARRISON: Capitalism since 1945, Basil Blackwell, Oxford, 1991, págs. 233 y ss. (46) OCDE: Ajuste estructural y comportamiento de la economía, Ministerio de Trabajo y Seguri- dad Social, Madrid, 1990, págs. 42-43. (47) Como ha demostrado Schmitter, hay una estrecha vinculación histórica entre el predominio de los partidos socialdemócratas y el neocorporativismo, en cuanto que existe una elevada correlación posi- tiva en toda Europa (excepto en Gran Bretaña) entre gobiernos socialdemócratas y pactos sociales neo-