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material para repaso sobre el cáncer de vagina
Tipo: Apuntes
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El cáncer de vagina es una neoplasia ginecológica poco frecuente, que representa menos del 2% de los tumores malignos del tracto reproductor femenino. Su diagnóstico resulta particularmente complejo debido a la escasa sintomatología en estadios iniciales y a la alta probabilidad de que se trate de una lesión metastásica secundaria a cánceres ginecológicos primarios, como el de cuello uterino o endometrio. Aunque históricamente ha afectado principalmente a mujeres posmenopáusicas, en las últimas décadas se ha observado un aumento de la incidencia en mujeres jóvenes, asociado principalmente a la infección persistente por el virus del papiloma humano (VPH), en particular los tipos 16 y 18, considerados de alto riesgo oncogénico. Desde una perspectiva anatómica, la vagina desempeña un rol crucial en las funciones sexuales, reproductivas e inmunológicas del aparato genital femenino. Su estructura muscular, combinada con una rica irrigación sanguínea y compleja inervación, no solo facilita dichas funciones fisiológicas, sino que también la convierte en una zona vulnerable frente a la acción de agentes carcinógenos. En este contexto, comprender a fondo la anatomía funcional de la vagina, así como la fisiopatología, epidemiología, características clínicas y opciones terapéuticas del cáncer vaginal, es fundamental para lograr un diagnóstico precoz y un abordaje integral. El presente trabajo tiene como finalidad brindar una visión integral y actualizada sobre esta patología oncológica, abordando desde su evolución clínica hasta sus opciones terapéuticas más recientes. Asimismo, se destaca el papel fundamental de la fisioterapia oncológica, tanto en la rehabilitación de las pacientes como en la prevención de secuelas funcionales, contribuyendo significativamente a la mejora de su calidad de vida. DEFINICIÓN El cáncer de vagina es una neoplasia maligna rara que representa aproximadamente entre el 1% y el 2% de todos los cánceres ginecológicos. Para que un tumor sea clasificado como cáncer primario de vagina, debe excluirse cualquier evidencia clínica o histopatológica de tumores primarios en el cuello uterino, la vulva o el endometrio, así como antecedentes recientes de estas neoplasias (dentro de los últimos cinco años). Esta diferenciación es crucial, ya que la mayoría de las lesiones malignas en la vagina suelen corresponder a metástasis secundarias de otras neoplasias ginecológicas (Adams et al., 2021).
Este tipo de cáncer afecta predominantemente a mujeres posmenopáusicas, con un pico de incidencia entre los 60 y 70 años. Sin embargo, su frecuencia en mujeres jóvenes ha aumentado en las últimas décadas, en gran medida debido a la infección persistente por el virus del papiloma humano (VPH), especialmente los tipos 16 y 18, y en contextos con alta prevalencia de inmunosupresión, como en pacientes con VIH (Adams et al., 2021). Desde el punto de vista histológico, el cáncer vaginal se divide principalmente en cuatro tipos:
Desde una perspectiva funcional, este canal interno actúa no solo como vía de salida menstrual y de paso del neonato durante el parto, sino también como barrera inmunológica activa frente a patógenos. Esta combinación de funciones lo convierte en una estructura central para el mantenimiento de la salud ginecológica. Dentro de los genitales internos femeninos, este conducto se complementa con estructuras como el útero, las trompas de Falopio y los ovarios, formando un sistema coordinado para la reproducción. El útero se compone de tres capas: endometrio, miometrio y serosa, siendo el endometrio responsable de los cambios cíclicos que caracterizan al ciclo menstrual. El cuello uterino, o cérvix, comunica el cuerpo uterino con el canal mencionado anteriormente y se subdivide en ectocérvix y endocérvix, zonas clave en la fisiopatología de numerosas patologías ginecológicas. Por su parte, las trompas de Falopio son estructuras tubulares encargadas del transporte del óvulo y lugar habitual de la fecundación. Los ovarios, además de liberar óvulos, desempeñan una función endocrina esencial al producir estrógenos y progesterona (Jaramago, 2021). Respecto a los genitales externos, agrupados bajo el término vulva, se identifican estructuras como el Monte de Venus, los labios mayores y menores, el clítoris y el vestíbulo vulvar, donde desembocan la uretra y el canal vaginal. En esta región también se encuentran las glándulas de Bartholino, responsables de la secreción lubricante durante la excitación sexual (Jaramago, 2021).
La comprensión fisiopatológica de las neoplasias malignas localizadas en la porción inferior del aparato reproductor femenino sigue siendo limitada debido a su baja prevalencia. No obstante, es posible extrapolar mecanismos moleculares comunes con otras entidades oncológicas ginecológicas. Estos procesos comparten una serie de alteraciones celulares, hormonales, ambientales e infecciosas que contribuyen a la transformación maligna del epitelio que recubre esta región anatómica.
El cáncer que afecta directamente al epitelio vaginal constituye una neoplasia rara, con una representación menor al 1% de todos los tumores ginecológicos. A nivel global, de acuerdo con datos de GLOBOCAN 2020, se estimaron aproximadamente 17,908 casos nuevos con una tasa de incidencia ajustada por edad (ASR) de 0.36 por cada 100,000 mujeres. En México, ese mismo año se reportaron 246 nuevos casos, lo que equivale a una incidencia nacional de 0.12 por cada 100,000 mujeres (GLOBOCAN, 2020). Comparado con otros cánceres ginecológicos, como el cáncer cervicouterino (13.3/100,000), el de ovario (6.6/100,000) y el de endometrio (8.4/100,000), el tumor vaginal presenta una de las tasas más bajas, apenas superando al cáncer de vulva (1.7/100,000) y manteniéndose como la entidad con menor incidencia dentro del espectro ginecológico maligno. Distribución por edad La aparición de esta neoplasia muestra una clara relación con la edad. La mayor incidencia se concentra en mujeres mayores de 60 años, siendo la edad media al diagnóstico de 67 años. Las tasas de incidencia por grupo etario son las siguientes:
Las neoplasias primarias del epitelio vaginal presentan un inicio insidioso y clínicamente silencioso. En etapas tempranas, este tipo de afección suele cursar sin sintomatología evidente o con signos vagos y poco específicos, lo que con frecuencia lleva a una subestimación del cuadro clínico por parte de la paciente. Esta ausencia de manifestaciones claras en los estadios iniciales representa un desafío importante para el diagnóstico precoz. Solo en fases más avanzadas, cuando el proceso tumoral ha progresado localmente o ha comprometido estructuras vecinas, emergen signos y síntomas que motivan la consulta médica. Principales manifestaciones clínicas
El manejo clínico de las lesiones malignas primarias del epitelio vaginal está determinado por el estadio clínico, la extensión anatómica de la lesión y el estado funcional general de la paciente. Las estrategias terapéuticas comprenden modalidades quirúrgicas, radioterápicas, farmacológicas y cuidados paliativos, adaptadas a las características individuales del caso (Instituto Mexicano del Seguro Social, s.f.). Estrategias terapéuticas según estadificación clínica
Una mujer de 77 años acudió al servicio de atención primaria por presentar sangrado vaginal posmenopáusico. En un inicio, fue diagnosticada erróneamente con cáncer de cuello uterino, tras la realización de una biopsia cervical que no reflejaba alteraciones significativas. La paciente no tenía antecedentes médicos o quirúrgicos importantes, más allá de alergia a la aspirina, ni antecedentes familiares de cáncer. Su historia gineco-obstétrica reportaba menarquia a los 15 años, menopausia a los 45, tres gestaciones (dos partos a término y un aborto), y su último Papanicolaou había sido hace 38 años. Fue referida al Hospital Rebagliati (EsSalud, Lima) para evaluación por ginecología oncológica. En la exploración ginecológica con espéculo se observó una lesión ulcerada exofítica de 3 x 2 cm en el tercio superior de la pared vaginal posterior. El tacto rectal indicó que los parametrios estaban libres. La biopsia endocervical no mostró cambios patológicos, por lo que se decidió hospitalizarla para mayor estudio. En el segundo día de hospitalización, se realizó una biopsia dirigida a la lesión vaginal, cuyo resultado confirmó un carcinoma escamoso pobremente diferenciado de la vagina. Se solicitó una resonancia magnética pélvica que mostró engrosamiento irregular de la región vaginal sin masas infiltrativas ni adenomegalias. Doce días después de su ingreso, la paciente fue intervenida quirúrgicamente con una histerectomía radical tipo III extendida al tercio medio de la vagina, junto con una linfadenectomía pélvica bilateral. En el acto quirúrgico se identificó una lesión erosiva de 3 x 2 cm en la pared vaginal posterolateral izquierda, y los anexos aparecían atróficos. El estudio anatomopatológico del tejido operatorio reveló un carcinoma escamoso infiltrante medianamente diferenciado, con invasión hasta 4 mm de profundidad, llegando a menos de 1 mm del borde quirúrgico radial. Además, se detectó infiltración linfovascular. El cuello uterino, los parametrios, el endometrio, los anexos y los ganglios pélvicos (0/9) estaban libres de neoplasia, lo que permitió estadificar la enfermedad como pT1a, pN0. Debido a la presencia de invasión linfovascular, la paciente fue derivada a radioterapia, donde recibió tratamiento con radioterapia externa (RTE) complementada con braquiterapia intracavitaria (RIC). No fue necesario administrar quimioterapia. Durante el seguimiento postoperatorio, la paciente asistió a controles periódicos con ginecología oncológica y radioterapia. Se le realizaron ecografías, tomografías y pruebas de Papanicolaou. Un hallazgo incidental reveló una lesión quística en la fosa iliaca izquierda, posiblemente un linfoquiste postquirúrgico. En su último control
registrado en octubre de 2018, se encontraba en evolución favorable, sin evidencia de enfermedad. Puntos clave del caso
Uso de dilatadores vaginales Fundamentales tras la radioterapia vaginal para mantener la amplitud del canal, evitar la fibrosis local y prevenir la formación de sinequias y estenosis (OncoLink, 2022). Terapias manuales y técnicas miofasciales Indicadas para liberar restricciones en los tejidos blandos, disminuir el tono hiperactivo del suelo pélvico y restablecer la movilidad visceral y postural. Educación postural y respiratoria Clave para corregir alteraciones músculo-esqueléticas postquirúrgicas y mejorar la coordinación diafragma-suelo pélvico. Avances tecnológicos en la fisioterapia oncológica Nuevas líneas de investigación han incorporado el uso de radiofrecuencia no ablativa en combinación con ejercicios del suelo pélvico, como lo sugiere un estudio realizado por la Universidad CEU Cardenal Herrera. Aunque este ensayo se enfocó en sobrevivientes de cáncer de mama, sus resultados abren una vía prometedora en patologías ginecológicas postoncológicas. Se observaron beneficios en:
Mediante programas personalizados, la fisioterapia contribuye a la recuperación funcional integral, favoreciendo también la autoestima y adaptación emocional de la paciente (Clínica Universitaria La Salle, 2023). PREVENCIÓN CON BASE FISIOTERAPEUTA La fisioterapia oncológica ha emergido como un pilar esencial dentro del abordaje multidisciplinario de pacientes con cáncer ginecológico, incluyendo aquellos con diagnóstico de neoplasias primarias del canal vaginal. Su propósito fundamental es prevenir o mitigar las secuelas funcionales derivadas de tratamientos agresivos como la cirugía radical, la radioterapia pélvica o la quimioterapia, que frecuentemente comprometen funciones clave como la movilidad, la continencia urinaria y la salud sexual (European University of Madrid, 2021). Objetivos terapéuticos de la fisioterapia oncológica en pacientes ginecológicas