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Caimari. El Peronismo y la iglesia catolica, Apuntes de Historia Contemporánea

Relación entre la iglesia católica y el Peronismo, en la primera presidencia de Perón.

Tipo: Apuntes

2023/2024

Subido el 23/06/2025

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El peronismo y la Iglesia Caróhca
por LILA CAIMARI
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IX

El peronismo y la Iglesia Caróhca

por LILA CAIMARI

de ideas sociales estuvo lejos de ser el único resultado de la asociación entre catolicismo y peronismo: el mayor enfrenta- miento Iglesia-Estado del siglo también f u e parte de esta in- tensa relación. Si el p e r o n i s m o f u e el m o v i m i e n t o político más católico de la historia c o n t e m p o r á n e a argentina, también es el que más conflictos t u v o con la Iglesia y los católicos: j u n t o al idilio con el catolicismo, los incendios de iglesias de 1955 también f o r m a n parte, c o n f u s a m e n t e , de la memoria co- lectiva de los c o n t e m p o r á n e o s. Cualquiera que sea el nivel de análisis elegido — l a s relaciones ideológicas entre peronismo y catolicismo, o las políticas entre el E s t a d o peronista y la Iglesia Católica, o las personales entre Perón y miembros del c l e r o — , siempre es posible concluir con algún f u n d a m e n t o que el peronismo representa la tradición política más católica de nuestro país, y también la más hereje, el punto de mayor acercamiento entre la Iglesia y el E s t a d o , y el de su más vio- lento enfrentamiento. Esta aparente contradicción ha permiti- do diagnósticos muy variados con respecto a la naturaleza de ambos actores y su vocación de armonía o conflicto, diagnós- ticos f r e c u e n t e m e n t e ligados a la identidad político-religiosa de los autores involucrados. El propósito de este capítulo es recorrer la historia de esta relación examinando la peculiar articulación del p e r o n i s m o histórico a la tradición católica, así c o m o algunos aspectos de las relaciones del E s t a d o peronista con la Iglesia que pueden brindar claves para comprender el inexplicable salto de la es- trecha asociación de 1945 al conflicto radical de 1955.

peronismo a imagen católica, IGLESIA A imagen PERONISTA

Sin duda, la primera campaña presidencial de Perón generó muchas expectativas en las filas católicas mediante discursos y a c t o s que parecían traslucir una f e r v i e n t e fe religiosa, así c o m o su adhesión a fundamentales diagnósticos de la Iglesia universal sobre los males del mundo moderno. Estas declara- ciones no hacían sino reforzar la asociación de Perón con las políticas religiosas del gobierno militar del que era heredero, ya que, en sus t r a m o s iniciales, habían generado un acerca-

miento Iglesia-Estado sin precedentes en la historia de la Ar- gentina independiente. En efecto, a p o c o de instalarse en el poder en junio de 1943, el programa de gobierno del general Ramírez había adquirido un inconfundible aire de restauración católico-nacionalista. L o s síntomas más claros de que la agenda oficial debía mucho a la que el catolicismo había desarrollado durante la década precedente estaban en las opciones de reclutamiento del nuevo gobierno y en una infinidad de medidas t o m a d a s entre fines de 1943 y marzo de 1944. Las más emblemáticas fueron una serie de intervenciones puestas bajo el control de figuras provenien- tes de lo más f é r r e o del c a t o l i c i s m o nacionalista: A l b e r t o Baldrich en Tucumán, Jordán Bruno Genta en la Universidad del Litoral y el ex presidente de la Acción Católica mendocina, doctor Pithod, en la de Cuyo. Por primera vez en la historia contemporánea, una masa de cuadros del Estado provenía de la Iglesia. Y éstos no sólo eran católicos de nota: había también n u m e r o s o s militantes medios de la Acción Católica, que en los

Congreso Kucarístico Nacional, octubre de 1944.

militar, muchos se preguntaban por el f u t u r o de los logros ca- tólicos obtenidos en 1943. Es, pues, en este contexto de ansiosas expectativas de un lado y otro que deben interpretarse los gestos de religiosidad que Perón hizo públicamente durante su campaña electoral. Di- chas manifestaciones — c o m o la publicitada peregrinación al santuario de la Virgen de Luján y algunos discursos electorales "católicos" de mucha visibilidad— se insertaban en el marco de una campaña concentrada en la reivindicación de la política so- cial ya desarrollada por Perón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. Los discursos se referían casi unánimemente a la ins- piración de esa obra en la doctrina social de la Iglesia Católica d e s a r r o l l a d a en las f a m o s a s encíclicas Rerum Novarum y Quadragesimo Auno de León XIII y Pío XI. La adopción de la Doctrina Social de la Iglesia como contexto ideológico en el cual Perón insertó su obra atrajo a muchos dentro del mundo eclesiástico — e n particular a quienes desde la Juventud Obrera Católica (JOC) trabajaban por la difusión de esas mismas ideas en círculos oficiales desde hacía tiempo. Además de tener la virtud de atraer a los militantes "jocis- tas" y a los miles de miembros de la Acción Católica que si- guieron el nacimiento del peronismo con entusiasmo, las refe- rencias "católicas" de Perón estaban destinadas a tranquilizar a quienes temían que el nuevo movimiento de los t r a b a j a d o r e s desembocara en algún proyecto subversivo. Si el público ecle- siástico era percibido c o m o el destinatario principal de los mensajes católicos, esto no parece evidente en el uso de esas referencias por el candidato laborista: la primera alusión de Perón a la "opinión extraordinariamente autorizada" de L e ó n XIII en cuestiones sociales no fue hecha ante una audiencia católica, sino en el contexto de su más f a m o s o discurso "patro- nal", el emitido en la Bolsa de Comercio en 1944. La carta pastoral del E p i s c o p a d o del 15 de noviembre de 1945, en la que se prohibía a los fieles votar por partidos que incluyeran la enseñanza laica en su plataforma — c o m o haría la Unión D e m o c r á t i c a — f u e interpretada por c o n t e m p o r á n e o s e historiadores como la muestra más clara del apoyo de la Iglesia oficial al candidato de los trabajadores. U n d o c u m e n t o que de- finía tan precisamente el precio del apoyo eclesiástico mostra- ba (^) a las claras que el Episcopado esperaba de Perón garantías

El coronel Perón saluda a monseñor De Andrea, julio de 1945.

con respecto al f u t u r o de las ventajas recientemente obtenidas en el t e r r e n o educativo. Pero dichas d e m a n d a s no suscita- ban en el candidato católico más que sonrisas y evocaciones de las encíclicas. El cálculo político no era ajeno a estas evasivas: quizá para ahorrar un conflicto con sus aliados laboristas anti- clericales, o para evitar promesas públicas que recordaran pe- ligrosamente los orígenes autoritarios de su reciente trayecto- ria política, Perón insertó sus referencias católicas en la lógica de su discurso electoral sobre cuestiones sociales, y no en la de las demandas de la pastoral del Episcopado. Naturalmente, en contraste con la Unión Democrática — d o n d e la defensa de la enseñanza laica era una de las raras coincidencias programáti- cas de radicales, socialistas y c o m u n i s t a s — , la n a t u r a l e z a exacta de las referencias católicas de Perón parecía irrelevan- te. Y la agitada campaña de 1945-46 terminó de polarizar posi- ciones, distrayendo a unos y otros del hecho de que el candida- to católico no era un candidato eclesiástico.

caba asociarse a la Iglesia y la tradición católicas en la historia moderna argentina. L o s signos más visibles de esta vincula- ción no provenían de Perón, que después de la victoria electo- ral parecía haber perdido interés en las encíclicas. Los princi- pales v o c e r o s del p e r o n i s m o católico se e n c o n t r a b a n en la miríada de nuevos funcionarios reclutados en diversos secto- res del m u n d o de la Iglesia: la Acción Católica, claro, que aportaría dinámicos militantes imbuidos de las ideas del cato- licismo integracionista a los que el peronismo parecía brindar una oportunidad única de cristianizar la sociedad; pero tam- bién representantes de las elites provinciales de un catolicismo más tradicional, intelectuales católicos independientes y algu- nos ilustres representantes de la vertiente católico-hispana del nacionalismo de los años treinta.

Los temas preferidos del flamante catolicismo peronista no eran ya la inspiración de la doctrina de la Iglesia en las políti- cas sociales del gobierno, que después de las elecciones habían adquirido legitimidad propia y ya no necesitaban referentes externos para justificarse. La presencia del catolicismo se ma- nifestó en una multiplicidad de imágenes, temas y símbolos rápidamente introducidos en el discurso político del flamante movimiento. Los ejemplos sobran. Basta con leer los discursos de los diputados oficialistas que en marzo de 1947 defendieron la legalización de la enseñanza religiosa definiendo al peronis- mo c o m o la única entidad política que entroncaba con la tradi- ción hispana de trescientos años de catolicismo y c o m o el de- fensor del alma nacional de los intentos de secularización y ateísmo de la oposición radical. O revisar los mensajes del nuevo secretario (luego ministro) de Educación, Oscar Ivani- ssevich, quien se refirió a su obra c o m o la enseñanza del "ideal de Dios, el ideal de las virtudes del Evangelio, el ideal de la patria, el ideal de la familia" y a los maestros c o m o los "héroes de la cruz y el libro". O recorrer los d o c u m e n t o s de Arturo Sampay, a u t o r y p r o m o t o r de la r e f o r m a constitucional de 1949, a la que presentó c o m o la implementación de las ideas de la encíclica Quadrage simo Anno. Incluso funcionarios con poca conexión anterior con el universo católico hacían un es- fuerzo por ponerse a tono con el clima general de comunión católico-peronista: tal era el caso del gobernador de Buenos Aires, Domingo Mercante, quien en 1948, en el marco de una

Eva Perón en el Vaticano, 1947.

importante celebración eclesiástica, sintetizó la opción de la

sociedad contemporánea en los mismos términos que el carde-

nal Copello: "Con Cristo o contra Cristo". Sin duda más visi-

ble aún fue la temprana adopción de elementos católicos por

Eva Perón, quien desarrolló la posición oficial en favor de la

legalización de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas

y utilizó frecuentemente la autoridad eclesiástica para legiti-

mar su campaña en favor del voto femenino. Su publicitada

gira europea de 1947 también estuvo impregnada de temas e

imágenes católicos tradicionales. Durante su paso triunfal por

España, recibió de manos de Franco la gran cruz de Isabel la

Católica, y las crónicas periodísticas de su visita al Vaticano

estuvieron rodeadas de fotografías de la Primera Dama de ro-

dillas, vestida de negro y con mantilla.

La intensa apelación al catolicismo que enmarcaba tantas

iniciativas de este primer peronismo vino de la mano de un

tudinarias típicas de aquellos años, tales c o m o el C o n g r e s o Mariano de 1948, era generosa tanto en recursos como en el tiempo invertido por altas autoridades nacionales y provincia- les. Las ceremonias en las que alternaban los encendidos dis- c u r s o s de f u n c i o n a r i o s peronistas con los del cardenal Ca- ggiano o Copello inevitablemente traían a la memoria de anti- g u o s miembros del Episcopado el recuerdo del Congreso Eu- carístico Internacional de 1934, en el que por primera vez un presidente de la República, Agustín P. Justo, había colaborado y participado activamente en celebraciones eclesiásticas de esa naturaleza. Q u e aquel acercamiento no había estado motivado por inquietudes espirituales del Presidente sino por la necesi- dad de adquirir nueva legitimidad en un contexto de crisis po- lítica e ideológica no era un secreto, pero tal distinción no ha- bía disminuido en nada los beneficios que el cambio había im- plicado para la salud institucional de la Iglesia. En 1948, el peronismo parecía querer situarse en la continuidad de la tradi- ción de colaboración Iglesia-Estado iniciada quince años antes por Justo y recientemente retomada por el gobierno militar in- augurado en 1943. Parece difícil exagerar el peso de esta colaboración estatal en el balance que la jerarquía eclesiástica hacía del peronismo en los primeros años. Contrariamente a la percepción de con- temporáneos, la Iglesia argentina de los años cuarenta no era tan fuerte c o m o parecía. A diferencia de Vargas, Perón nunca trató con una Iglesia con nutrido personal ni f u e r t e liderazgo. E s cierto que la institución había crecido mucho en tamaño e influencia en los años treinta, impulsada por la creación de la Acción Católica, el acercamiento al E s t a d o ya mencionado, la multiplicación de diócesis y la estela de euforia dejada por el Congreso Eucarístico de 1934. N o obstante, esta Iglesia así fortalecida lo era sobre t o d o por oposición a un largo pasado de debilidad que se remontaba a la Independencia. L o s eventos de 1810 habían inaugurado una crisis que había dejado a lo que se convertiría en la Iglesia, ya marginal durante el período colonial, virtualmente desintegrada. Desprovista de liderazgo y de personal, la institución debió atravesar el siglo XIX y bue- na parte del X X negociando su espacio con gobiernos que al- ternaban entre el regalismo y el f r a n c o anticlericalismo. En los años cuarenta, este Episcopado liderado por el carde-

nal Copello —principal responsable de la recuperación institu-

cional de la década precedente— tenía aguda conciencia del

enorme crecimiento del espacio y la influencia de la Iglesia en la

sociedad argentina y de la nueva legitimidad del catolicismo

como fuente de modelos para esta misma sociedad. Pero, ejer-

ciendo el oficio de larga duración por definición, los obispos

también sabían que esta fuerza era relativamente reciente y que

su consolidación dependía en gran medida de la continuidad del

interés de futuros dirigentes estatales en esta asociación. Por lo

demás, la nueva importancia del catolicismo de los años treinta

como fuente de modelos sociales y políticos no producía auto-

máticamente la recuperación — p o r definición lenta— de los

mecanismos de producción y reproducción de la institución

eclesiástica. En otras palabras: si bien la infraestructura básica

de la institución experimentaba innegables mejoras —en este

sentido la multiplicación de diócesis, también realizada durante

el gobierno de Justo, había sido más crucial que el Congreso

Eucarístico—, ésta seguía todavía lejos de los espectaculares

avances simbólicos de la religión en el espacio público.

El presidente Perón se entrevista con monseñor Copello.

expansión corporativa de la Iglesia, así como a su influencia

en el aparato estatal. El despliegue publicitario con el que los

medios oficiales rodearon tal apoyo brindó todos los elemen-

tos para que la imagen de colaboración fuese inquebrantable.

Sin saberlo, quienes promocionaban el acercamiento entre la

institución eclesiástica y el Estado estaban preparando el terre-

no para que las posteriores acusaciones oficiales contra la Igle-

sia "materialista" pareciesen plenamente justificadas, sobre

todo a ojos de muchos peronistas que lo habían seguido con

más resignación que orgullo.

Hacia 1949, la enorme mayoría de partidarios y opositores

del peronismo, católicos y anticlericales, estaban convencidos

de que, para bien o para mal, el gobierno y la Iglesia trabajaban

en estrecha colaboración. Peronismo y catolicismo estaban li-

gados por infinidad de lazos, espirituales y materiales.

LAS TRAMPAS de la f e

Como sabemos hoy, el peronismo resultó ser una entidad

mucho más compleja que la expresión política del ideario ca-

tólico, nacionalista o laborista, o que la combinación de las di-

versas tradiciones en las que Perón pudo haberse inspirado. Un

aspecto poco conocido de esta original apropiación de tradi-

ciones preexistentes reside en la peculiar relación ideológica

entre peronismo y catolicismo. Los primeros signos de un pun-

to de vista peronista sobre la religión diferente del discurso

católico-peronista aparecieron, curiosamente, durante los pri-

meros tiempos. Pasarían varios años hasta que el cambio fuese

integrado al centro del discurso oficial y que el aparato parti-

dario lo radicalizara y magnificara, haciéndolo visible a ojos

de todos. Como veremos, esta demora permitiría que el pero-

nismo desarrollara simultáneamente proyectos contradictorios

con respecto al papel de la Iglesia, poniendo en marcha un dis-

positivo letal para las relaciones entre el Estado y la Iglesia y

complicando irreversiblemente la situación de los militantes

católicos que habían optado por el peronismo.

La gran fiesta católico-peronista de los años cuarenta tenía

un gran ausente, que en su momento no fue considerado tal.

Perón mismo parecía ajeno a la atmósfera creada por las ini-

ciativas católicas de su gobierno, a las que los nuevos funcio-

narios peronistas de raíz católica imprimían tanto fervor. Si

bien las medidas ya mencionadas mostraban que el Presidente

se preocupaba por estar a la altura de las expectativas que ca-

tólicos y dirigentes eclesiásticos habían depositado en él, deja-

ba que otros llevaran a cabo su parte del cumplimiento de un

tácito pacto electoral con la dirigencia eclesiástica. Perón no

fue parte visible de las iniciativas católicas más populares de

este período. Su atención estaba concentrada en temas más

apremiantes: la organización de un nuevo gobierno, la proble-

mática peronización del partido que lo había llevado al poder,

el encuadramiento de los sindicatos, la nacionalización de los

servicios públicos, etcétera.

La campaña por la legalización de la enseñanza religiosa fue

delegada en manos de Eva Perón y funcionarios identificados

con el mundo católico, además de las huestes de la Acción Ca-

tólica y la prensa eclesiástica. Cuando los jefes jlel Episcopado

se trasladaron para agradecer personalmente la iniciativa al

Presidente, éste no se refirió a las ventajas de la ley que sus

diputados católicos habían defendido como una opción vital

para el futuro argentino, sino a la inspiración de su histórica

obra social en la Doctrina Social de la Iglesia. La interpreta-

ción católica de la reforma constitucional de 1949 fue elabora-

da por uno de los ilustres peronistas reclutados en las filas

eclesiásticas, Arturo Sampay, y no por Perón, cuyos discursos

de lanzamiento de la reforma hablaban de justicialismo, no de

catolicismo.

La única ocasión en la que el Presidente tuvo una iniciativa

que lo involucró personalmente en un evento eclesiástico en

los años del "idilio" fue la organización de una ceremonia en

honor al obispo de Resistencia, monseñor De Cario, a quien

Perón deseaba manifestar su reconocimiento por la labor so-

cial desarrollada en su diócesis. Este evento —planeado para

1947 pero finalmente realizado en 1948 debido al pedido de

De Cario de que varios párrafos del discurso presidencial fue-

sen modificados— sería justamente el primero que revelaría

los síntomas de la futura separación entre el peronismo y el

catolicismo.

El elogio que Perón hizo de monseñor De Cario, pronuncia-

do en un discurso ante altos dignatarios de la Iglesia, adquirió

Perón había enviado una carta a Pío XII en la que exponía si- milares quejas sobre la tibieza evangélica del clero nacional, que a su juicio se notaba en la poco entusiasta colaboración de los prelados con la obra social de su gobierno. La implicación de varios sacerdotes en el seudoatentado contra Perón, que de- rivó en el encarcelamiento de Cipriano Reyes en septiembre de 1948, reveló una i n e s p e r a d a a n i m o s i d a d anticlerical en la prensa peronista. U s a n d o a r g u m e n t o s anticlericales clásicos, diversos artículos criticaron entonces la hipocresía y la dudosa moral privada de los curas en cuestión. Sin duda, o p a c a d o por la abrumadora evidencia del gran es- pacio o t o r g a d o al catolicismo en el proyecto peronista y por la visibilidad que los católicos tenían en ese proyecto, el impacto de estos incidentes f u e insignificante. Sólo más tarde — c u a n - do el peronismo ya estuviera firmemente establecido en el po- der y su identidad mejor definida— estos "deslices" se conver- tirían en el único discurso religioso del oficialismo. Una vez que Perón impuso su poder sobre la inicial coali- ción formada a su alrededor para las elecciones de 1946, su objetivo esencial f u e un largo y vigoroso trabajo de organiza- ción y expansión del E s t a d o para encuadrar a la sociedad ar- gentina en organizaciones unánimemente peronistas. Este pro- yecto no era nuevo: desde los inicios de su gobierno, Perón se había referido a la necesidad de lograr la unidad en el seno de la comunidad nacional mediante el consenso alrededor de cier- tos valores primordiales que t o d o s debían compartir. Dichos valores f u e r o n f o r m u l a d o s en discursos presidenciales, libros y panfletos, c o n s t i t u y e n d o una D o c t r i n a Nacional a la que Perón se refería más insistentemente a medida que su poder se consolidaba. El Estado tenía un papel esencial en este proyecto de unificación espiritual, y alrededor de 1950 los resortes de este E s t a d o ya estaban firmemente controlados por Perón. A medida que su situación en el poder se afirmaba y que el proyecto de unificación espiritual se hacía posible, Perón dejó de presentarse c o m o el continuador de tradiciones nacionales preexistentes. Si en 1945 éstas podían brindarle legitimidad en el m o m e n t o de construcción de una identidad política todavía precaria, en 1950 las referencias a f u e n t e s de inspiración no peronistas constituían innecesarios obstáculos al proyecto de unificación espiritual, máxime si dichas f u e n t e s estaban bien

d e f i n i d a s y e s t r u c t u r a d a s y eran, por ende, difícilmente

manipulables. El peronismo de los años cincuenta, ya consoli-

dado en el aparato del Estado, dejó de presentarse como un

nuevo capítulo en la línea de tradiciones sociales, políticas o

ideológicas pasadas, para aparecer como la primera entidad

política capaz de romper con esas tradiciones.

La evolución de las referencias religiosas en el universo pe-

ronista es un ejemplo, entre otros, de este cambio más amplio.

En 1950, Año del Libertador General San Martín, la celebra-

ción de los símbolos y fiestas peronistas, cuya forma había

madurado considerablemente desde el 17 de octubre de 1945,

fue más espectacular que nunca. Uno de estos cambios había

sido, precisamente, la eliminación de las misas de campaña

celebradas como parte de los festejos peronistas de los prime-

ros años. En 1950 las relaciones entre el Estado y la Iglesia se

enfriaron notoriamente, enfriamiento esta vez percibido por

muchos contemporáneos. El inicio de la deserción de cuadros

católicos del peronismo también data de esta época. En 1950,

finalmente, se desarrolló un nuevo discurso religioso oficial:

el "cristianismo peronista", no sólo definido como una entidad

independiente del catolicismo sino, tácita y a veces explícita-

mente, contra la tradición católica. En los años siguientes las

formas de esta separación se multiplicarían y su intensidad lle-

garía a la exasperación.

CRISTIANISMO de iglesia Y CRISTIANISMO DE ESTADO

La ruptura con la tradición católica era en realidad sólo un

aspecto de la nueva versión peronista de la religión, el "cristia-

nismo peronista" promovido por el Estado. Definido como una

religión popular, desinteresada de las formas pero fiel a la

esencia social del mensaje cristiano, era presentado como el

remedio a los antiguos males provocados por una Iglesia mun-

dana y una religiosidad formal desligada del pueblo. De natu-

raleza esencialmente popular —y en este sentido, parte de una

transformación que el peronismo introdujo en el lenguaje pú-

blico en general—, este discurso religioso tomaba argumentos

clásicos de ese anticlericalismo que critica a la institución y a