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apuntes de castellano de la asginatura de la ioc
Tipo: Esquemas y mapas conceptuales
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Luis NÚÑEZ LADEVÉZE
STUBB (1987/83, 151): «Si los hablantes siempre dijeran lo que quie- ren decir., el análisis del discurso tendría pocos problemas. Pero eviden- temente, no lo hacen y, en principio, no pueden decir exactamente lo que quieren decir». El uso del lenguaje es muy peculiar. Obsérvese que en la expresión que acabo de enunciar —«el uso del lenguaje es muy peculiar»—, es posible dis- tinguir dos cosas diferentes: por un lado, «lenguaje»; por otro, «uso». Se trata, efectivamente, de dos cosas distintas.
Una, «lenguaje», designa —si la contraponemos a la otra: o sea, a su «uso »— una realidad abstracta, que los linguistas conocen con el nombre técnico de LENGUA Obsérvese que decimos «si la contraponemos a la otra». Con esta precisión queremos indicar que la palabra «lenguaje», en el uso habi - tual o cotidiano, puede y suele usarse para referirse a muy diversas co- sas, las cuales, normalmente, no solemos diferenciar. Pero al contra - poner «lenguaje» y «uso», establecemos una distinción entre algo del lenguaje, que llamaremos LENGUA, y otro aspecto del lenguaje que llamaremos USO. Los lingilistas llaman «Habla», o simplemente «Uso», al «uso » del lenguaje. Como contraponemos Lengua y Uso, se puede decir que la Lengua es lo que se usa en el Habla. Obsérvese que al contraponer «lenguaje» a «uso» del lenguaje, dis - tinguimos la LENGUA del «uso del lenguaje», pero no del «uso de la LENGUA». Tienen que ser cosas distintas el «uso del lenguaje» y el «uso de la LENGUA». En rigor, la expresión «uso de la lengua»no de - be tener sentido, ya que si contraponemos Lengua y Uso, queda ex - cluida de la noción de «lengua» toda referencia a «uso». Entonces, «uso
Estudios sobre e/mensaje ptrioflístico. NY 1. Editorial complutense. Madrid, 1994
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de la lengua» sólo puede tener el sentido de «funcionamiento» de la lengua en el uso lingilístico, y es a ese «funcionamiento», exactamen- te, a lo que queremos referirnos. Al funcionamiento de la LENGUA, podemos llamarlo, también con los lingúistas, SINTAXIS. La SIN- TAXIS comprende, por tanto, el conjunto de reglas internas de la LEN- GUA que organizan su uso, o, lo que es lo mismo, que regulan o pres - criben su funcionamiento.
Hemos distinguido, por tanto, LENGUA y USO. Ambos son partes de esa realidad compleja a la que los hablantes aluden mediante la palabra «lenguaje». El «uso del lenguaje» es, pues, el USO de la LENGUA. El len- guaje funciona usándose. Pero lo que se usa es la LENGUA. Con esto que- remos decir que la LENGUA es el instrumento que los hablantes necesi- tan y usan para hablar y escribir normalmente. Este instrumento se organiza sintácticamente, o sea, mediante la aplicación, por parte del usuario, de una serie de esquemas —a los que hemos llamado SINTAXIS—, que organizan la materia de la lengua a la que, en tanto que organizada sintácticamente, llamamos SEMANTICA.
La distinción entre Semántica y Sintaxis es muy complicada. Al- gunos piensan que la Sintaxis no es más que un conjunto de reglas de combinación de la materia semántica. A la hora de la verdad, resulta muy difícil, si no imposible, contraponer Sintaxis y Semántica como Reglas, por un lado, y Materia, por otro. Por eso, preferimos decir que la Sintaxis es la forma como se organiza la Semántica, un esquema or- ganizativo o algo similar, de naturaleza muy abstracta, que regula la combinación de la materia semántica. Esto significa que lo que se usa es la Materia o Sustancia semántica de la Lengua, la cual se encuentra sintácticamente organizada de muy diversas maneras y para respondes a —o cumplir con— muy diversas funciones. Reparemos ahora en la frase de STUBB que nos sirvió de intro-
que quieren decir...» O sea, los hablantes NO siempre aciertan a decir «lo que quieren decir». No USAN el material de la Lengua de acuer- do con su organización interna, alteran esa organización, lo que equi - vale a considerar que la usan incorrectamente. Pero, ¿cuándo ese instrumento para el uso lingilístico, que hemos de- nominado la Lengua, se usa incorrectamente? ¿Quién decide y dónde se establece que un uso de la Lengua haya de considerarse correcto o inco - rrecto? Si preguntamos a los usuarios, o sea, a cualquiera de nosotros, a cualquier persona, muchos responderían que los académicos en el Diccio- nario de la Academia deciden qué es lo correcto o lo incorrecto; otros, tal vez, que los lingtiistas en las gramáticas; y algunos, acaso, que los propios usuarios al usar la lengua deciden qué es lo correcto. Ninguna de estas respuestas es completamente válida, aunque todas contienen una parte de verdad.
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ciente. Si el error, o la decisión personal —por ejemplo, la nuestra de lla- mar «mosa» a la «mesa», o la de un locutor de televisión, cosa más frecuente de la deseable, de llamar «plantas industriales» a las instalaciones fabriles— se extiende entre la comunidad hablante, puede llegar a afianzarse en el uso colectivo. De esta manera, se difunde un error personal o una decisión local. Como es a la comunidad hablante a la que corresponde distinguir en- tre lo correcto y lo incorrecto, al final, si la comunidad no reacciona ante el error o la decisión local, y éstos se extienden y generalizan, pueden lle- gar a convertirse en norma aceptada. Esto significa que en el uso lingílistico pueden llegar a coincidir dife- rentes modos de expresar una misma idea o de usar una misma materia se- mántica; pero ocurre que unos modos están más extendidos que otros. Unos son más comunes y familiares en la comunidad hablante, mientras otros son extraños o de uso restringido. A veces conviene no rechazar y aceptar tales usos particulares porque son requeridos para resolver problemas es- pecíficos o necesidades concretas de hablantes muy característicos, pero la aceptación ha de quedar reducida a que esa novedad introducida por una decisión o por una conveniencia particulares se use únicamente en el gé- nero de situaciones o de textos para los que tal uso se hubo previsto. Lo que importa comprender es que la lengua funciona como instrumento de comunicación porque es común a todos; mas, como no todos disponemos de los mismos conocimientos ni de las mismas oportunidades ni entramos en las mismas relaciones ni compartimos la misma curiosidad por las mis - mas cosas ni habitamos en los mismos ambientes, es inevitable que la len- gua se diversifique de diversas maneras. Cuando los académicos y los gra- máticos determinan la norma de lo correcto y señalan lo incorrecto tienen, por eso, en cuenta lo que podría llamarse el «uso ideal», aquél que corres- pondería a un hablante con suficiente información como para distinguir en- tre lo comunitariamente establecido y lo espurio, la novedad que convíe- ne admitir y la superflua. Tal hablante ideal no existe, naturalmente, pero el estudioso trata de describirlo y de identificarse con él. A veces, no tan- to cuando él mismo escribe y habla como cuando estudia cómo escriben y hablan los demás. Cuando lo hace no tiene en cuenta, como algunos creen, criterios de refinada ortodoxia personal sino los intereses homogéneos de la colectividad en cuanto constituida como comunidad de comunicación mediante la lengua. En el funcionamiento de la lengua, lo común facilita la comunicación y lo singularizado la dificulta. Pero no todo puede ser co- mún, ya que cada cual maneja la herramienta conforme a sus necesidades, ni todo puede ser singularizado ya que entonces no habría comunicación Sin embargo, los aspectos más abstractos de la organización de la materia semántica han de ser los más comunes porque en ellos se basa la posibili - dad de que la lengua funcione como instrumento común. Si los modos bá- sícos de regulación de la sustancia semántica no fueran comunes no seria posible la comprensión. Nos comprendemos porque compartimos los sig-
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nificados léxicos, y en la medida en que aplicamos las mismas reglas sin- tácticas para combinarlos, organizarlos, interpretarlos y expresarlos. Re- glas como las relativas a la formación del plural, la concordancia entre nom- bre y adjetivo o sujeto .y predicado, o como las que rigen la subordinación de oraciones, etc. El uso del léxico es más heterogéneo, pues las necesida- des designativas de las personas varian con las circunstancias. El léxico, pues, tiende a especializarse, mientras las reglas y las palabra funcionales o preléxicas (artículos, pronombres, preposiciones, conjunciones) siempre son comunes. La identidad de la lengua se basa en la regulación’ de su uso. Sin embargo, como la comunidad de hablantes es a la vez una comunidad social, es natural que también haya una importante porción de léxico que sea común. Este conjunto de reglas y léxico común constituye lo que algu - nos denominan «lenguaje. ordinario». En efecto, se habla de vida en común porque hay un espacio de vida que es continuamente compartido y homogéneo, al que los sociólogos suelen denominar «mundo de la vida cotidiana», que constituye un ámbito de ex- periencia uniforme. El sol sale por la mañana para todos, y se pone para todos por la noche; todos comemos y usamos los mismos o similares uten- silios, nos ocupamos de aprovisionamos para asegurar nuestra manuten - ción, escuchamos la televisión y leemos el periódico; hay un conjunto de preocupaciones, de objetos y de referencias que son generalizadamente uniformes; participamos, aunque desigualmente, en la vida pública y nos interesamos colectivamente por ciertos asuntos. Aquello que llamamos «sentido común» está internamente relacionado con lo que denominamos «vida cotidiana». Hay un mundo de necesidades básicas y de actividades que son familiares a todos los miembros de la comunidad, de sentimientos y actitudes que para expresarse no necesitan de mayor análisis que la di- recta aplicación de palabras que también son habituales y corrientes. Hay, en suma, un léxico característico de la vida cotidiana y del sentido común, compartido por todos los usuarios, que se puede distinguir del léxico es- pecializado que refleja intereses particulares de grupos de hablantes. Si te- nemos que designar el Sol en nuestra vida corriente, no necesitamos de ma- yor esfuerzo que el de recurrir a la palabra «sol», pero si somos astrónomos nos veremos, sin duda, en la necesidad de definir el Sol como un tipo de es- trella de ciertas propiedades y características cuya enumeración exige acu- dir a un lenguaje especializado. En todo caso, conviene tener en cuenta que la organización interna del léxico se realiza en la lengua como instrumento comunitario. Por eso, aun- que haya un léxico especifico, apropiado a cada actividad, no puede que- dar al margen o separado de la lengua común si ha de ser considerado co- mo parte de ella, y habrá de ser regulado con referencia al modo de organización de la lengua de que forma parte. Sin embargo, eso no es fácil de controlar Los hablantes confunden las situaciones en que se usan las palabras, o no toman nota de que tal uso está definido para una determi-
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ma de organización propio de la lengua inglesa. La falta de claridad en el uso del lenguaje tiene su raíz en esta multiplicidad innecesaria e inútil de usos, de una misma unidad de la sustancia semántica, que vulneran la or - ganización sintáctica o interna de la lengua. A veces lo que se confunde son las reglas que organizan las relaciones de compatibilidad entre las palabras léxicas; otras, reglas más abstractas de organización sintáctica. Por tanto el problema de cuándo es correcto un uso tiene que ver con el hecho de que el lenguaje no pertenece a un usuario o a sólo un grupo de usuarios. El dueño del lenguaje es, por decirlo así, la comunidad hablante. En ella está depositada la lengua. A ella corresponde, mediante la inte- racción lingilistica, fijar normativamente la espontánea organización sin- táctica del contenido semántico Si no se fijara habría un cambio continuo, predominaría la total arbitrariedad, el caos, y no seria posible la comuni- cación, pues ésta se basa en el orden, en la regulación de criterios comu- nes. Pero esa espontánea interacción reguladora no se produce cuando uno o varíos usuarios en una situación concreta deciden emplear de un modo ad 1-wc algún elemento de la lengua común, la cual está prevista para que pueda ser usada por todos los usuarios en cualquier situación. Ahora bien, eso es exactamente lo que los lingúistas investigan y estudian: los distintos usos del lenguaje; y también lo que los académicos sancionan como más co- rrecto o adecuado: el uso más normal inherente a la organización espon- tánea de la lengua prescindiendo de la situación o de los usos concretos por parte de personas concretas. Ahora parece que incurrimos en una suerte de contradicción. Por un lado decimos que las normas de corrección e incorrección pertenecen a la Lengua cuyo dueño es la comunidad hablante. Por otro, hemos afirmado que los usuarios pueden adoptar decisiones sobre el uso de esos elementos lingilisticos en situaciones cuya regularidad ellos mismos definen y que a ellos corresponde controlar porque son los dueños del lenguaje. Pero son dueños colectivos, no cada uno dueño del conjunto. No hay contradicción, entonces, mientras ese uso especifico de un elemento común de la Lengua quede limitado a esa círcunstancia o conjunto de circunstancias particula- res en las que resulta útil. Pero se altera la normalidad lingílística y se da- ña a la uniformidad de la Lengua si por falta de precaución o de suficiente conocimiento, comienza a usarse fuera de esas circunstancias en las que tie- ne una insustituible utilidad. Pondré otro ejemplo. Mi ordenador tiene un mando que en inglés se denomina «mouse». El traductor al español de las instrucciones del inglés ha traducido por «ratón» lo que debió haber tra- ducido por «mando móvil». El lector castellano de las instrucciones no hu- biera tenido ningún problema para identificar tan peculiar «ratón» si el tra- ductor lo hubiera llamado «mando», pero al designarlo como «ratón» al advenedizo le costará un rato identificar a qué pieza se refiere al traductor cuando usa esta palabra. Cuando se incorpora tecnología nueva suele ocU- rrir que casi todas las palabras sirven para indicar funciones desconocidas
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para una gran parte de los usuarios. Por eso, resulta muy difícil compren- der los textos que explican el funcionamiento de esos artefactos. En gene - ral, esas explicaciones son poco útiles porque presuponen que el lector co- noce lo que no conoce: los nombres que usan los especialistas para designar las partes de la herramienta y las funciones que realizan sus distintos com- ponentes. Pero, muchas veces, el nuevo instrumento y la nueva función son nuevos sólo en un sentido especifico. Existen, sin duda, palabras genéricas que permitirían designar sin esfuerzo alguno esas novedades. Un teclado de ordenador no deja de ser un teclado, y un mando móvil no necesita, a pesar de su novedad, ser denominado «ratón». Empero, a los especialistas les resulta más cómodo, porque sólo piensan en su momentánea necesidad, ínventar una palabra, o adoptar cualquiera del léxico común que pueda te- ner una relación metafórica y no directa con la idea u objeto que traten de designar Tal es el origen inglés del « mouse» para designar un mando mó- vil. Si ya su origen inglés es discutible, más lo es la traducción literal de «mouse» por «ratón» que hace el despistado traductor Por esa razón, son tan poco útiles las explícacíones del funcionamiento de los instrumentos informáticos. En el ejemplo, el profano ni siquiera sabrá que «mouse» se refiere a un tipo de «mando», ya que la palabra «ratón», en castellano, no tiene relación ninguna con «mando», ni con «instrumento». Alguien obje- tará: hay muchos mandos, y para evitar la confusión es preferible denomi- nar «ratón» a un mando especifico, separado de los demás, que tiene la pe- culiaridad de ser móvil. Pero el castellano tiene solución para resolver esa objeción sin necesidad de recurrir a la transformación de los ratones en mandos de ordenador Los demás mandos son «teclas» y están en un «te- clado». Y con decir una vez que al «mando móvil» se le denominará senci- llamente «mando», para diferenciarlo de los que están en los teclados, ya está dicho cuanto conviene saber para designar esa específica unidad del artefacto que uso mientras escribo. No hay necesidad de pedir auxilio a ra- tón ninguno. Naturalmente, quienes estén familiarizados ya con el orde- nador se habrán acostumbrado a llamar ratón a lo que yo insisto en que es un mando. Mas lo que importa consignar es que son ellos los que están en contra de la corriente común, y no yo; son ellos los que introducen un tér- mino nuevo, superfluo, y quienes contribuyen a aumentar la ambiguedad lingíiística aumentando a la vez, el ya, a todas luces, excesivamente pobla- do universo de los ratones. Además, las instrucciones no se escriben para los que ya conocen cómo funcionan los utensilios y saben cómo functonan tan singulares ratones, sino para quienes no los conocen. Es a estos desa- fortunados, entre quienes me encuentro, a quienes hay que facilitar la la- borde comprensión. No es ese el procedimiento. Si a ello se añade que las instrucciones se traducen tan literalmente que el traductor ni siquiera se cuida de respetar la estructura de la oración castellana porque calca la in- glesa, el resultado es que un texto, que pretendía ser explicativo, se con- vierte en un galimatías ininteligible.