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Apuntes antropología económica.
Tipo: Resúmenes
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Lo económico: cosas, significados y agentes culturales
En los enfoques que vamos a tratar en este tema (los culturalistas y posmodernos) no abundan las definiciones explícitas de lo económico. Sí hay un rechazo generalizado de la concepción formalista (neoclásica) de la economía, aproximándose o asumiendo, al menos en muchos casos, la sustantivista o realista.
En esta línea, la economía es considerada, a grandes rasgos, el conjunto de actividades mediante el cual se satisfacen las necesidades humanas (y también los deseos), incluyéndose en ella la producción, distribución-intercambio y el consumo de bienes y servicios. En tal caso, lo económico aparece ligado a la idea de aprovisionamiento (o sustento) de una sociedad o sostenimiento de la vida (ver Gudeman, 1986a, Nelson, 1998: 90).
De esos componentes de la economía, en el análisis culturalista parecen destacar el intercambio (ver también Marcus, 1990: 335; Fernández de Rota, 2000: 35-36) y el consumo, prestándose especial atención a las cosas, a los bienes, etc., que se intercambian y consumen.
Como dice Fernández de Rota (2000: 40): “… se trata de estudiar cómo los humanos usan el mundo material no sólo para mantenerse, sino también ‘para expresarse en grupos sociales’”.
Con ella te vistes, pero también te expresas…
Con él puedes ir a trabajar, pero también te expresas…
Los objetos materiales no tienen solo ciertas funciones y propiedades materiales, sino también significados y valores.
Además, las cosas, como los seres vivos, pasan por diferentes etapas, cambiando de valor, de significado, de utilidad. La producción, el intercambio y el consumo reflejan las fases, las etapas, los momentos cruciales de la vida de las cosas (ver Appadurai, Ed. 1988). De acuerdo con Fernández de Rota (2000: 38): “Es necesario atender a la vida de las cosas en su vertiente social, comprendiendo cómo se produce, cómo se mueve en los procesos de distribución, cómo es recibida por el consumidor”.
No debe pasarse por alto que la vida (social) de las cosas, como la nuestra, implica movimiento: los objetos se producen en un lugar, se llevan a otro para venderlos o cambiarlos y, finalmente, pueden ser consumidos en otro diferente. Tales movimientos pueden producirse en espacios bastante considerables (piénsese, por ejemplo, en las relaciones comerciales internacionales).
Por otro lado, para el enfoque culturalista es fundamental, como se verá, el estudio de las percepciones y “construcciones culturales” de los propios actores económicos, sus representaciones, y como a través de las prácticas son producidas y apropiadas por diferentes grupos. Como señala Fernández de Rota (2000: 33): “… la economía cultural pretende revelar el protagonismo que al hombre le corresponde como actor en el mundo económico. La preocupación por la acción, por la practice , el dinamismo creativo del hombre a lo largo de la historia, constituyen un referente primordial. Por tanto no sólo le interesarán los medios, las relaciones y el trabajo, sino también la experiencia y las ideas que sobre todo ello tienen los seres humanos”.
Gudeman (1986b: 101), en una línea similar, señala que el énfasis en los modelos culturales locales es un intento de restablecer parte de la hegemonía de los sujetos antropológicos, en vez de, como ha sido habitual, imponerles las categorías de conocimiento occidentales.
El sujeto que interesa a la Economía Cultural no es, por supuesto, el hombre económico racional y calculador de la teoría económica, pero tampoco el hombre sociológico o el hombre tradicional, que actúan siguiendo normas, costumbres y creencias fuertemente arraigadas. Se trata, en términos de Bird-David (1997), de un “agente cultural” (creativo, emocional, libre…).
Lo económico: diversidad y construcción cultural
La concepción culturalista de lo económico aparece inevitablemente unida a las ideas de variación y diversidad.
Toda sociedad depende de un conjunto de actividades que garanticen su sostenimiento. Ahora bien, ello, y así lo demuestran los estudios etnográficos e históricos, puede conseguirse de diferentes formas, en el marco de distintos tipos de organización social y económica, en el contexto de diferentes sistemas de valores, de acuerdo con diferentes instituciones.
Es decir, se subraya la variación espacial y temporal de los sistemas económicos.
La segunda interpretación hace referencia a que la economía, como ámbito que es percibido por distintas personas (formen parte o no de esa economía), como dominio sobre el que se teoriza o reflexiona, es concebida y “construida” a partir de (y mediante) ideas previas, valores culturales, recursos y elementos lingüísticos de diverso tipo (p. ej., metáforas), componentes teóricos…
Es decir, las economías se “ven” mediantes lentes culturales y/o teóricas específicas. Accedemos a ellas y las interpretamos (analizamos, explicamos…) “cargados” de elementos culturales y de otro tipo. Las economías también son construcciones culturales en un sentido amplio, esto es, conjuntos de prácticas, procesos, discursos, significados…
La propia Economía es una de esas “lentes”, pues puede interpretarse como una forma de ver no solo lo económico , sino también la vida en su conjunto (ver también Escobar, 1995: 60).
Economía y cultura
Para los culturalistas, más que para otros enfoques, economía y cultura no forman dos mundos separados. La economía, de hecho, se entiende como cultura. Es decir, los elementos y procesos económicos (los precios, el valor, las instituciones económicas, la producción, las formas de intercambio, los derechos de propiedad…) reúnen las características de lo que los antropólogos llaman “cultura”.
Es más, lo económico necesita la cultura, un “orden cultural” que le dé sentido: “Las finalidades, así como las modalidades de la producción provienen del lado cultural; tal como los medios materiales. […] nada de lo concerniente a su capacidad para satisfacer una exigencia material (biológica) puede explicar por qué los pantalones son producidos para los hombres y las faldas para las mujeres, o por qué los perros son incomibles pero los cuartos traseros del ciervo satisfacen en grado supremo la necesidad de comer. […] las fuerzas materiales de la producción no contienen orden cultural alguno, sino meramente un conjunto de posibilidades y constricciones físicas selectivamente organizadas por el sistema cultural e integradas con vistas a sus efectos por la misma lógica que las causó. Las fuerzas materiales, tomadas en sí mismas, carecen de vida (Sahlins, 1997 [1976]: 205).
La cultura ordena y da (y crea) sentido. La cultura es, desde este punto de vista, anterior, una fuerza configuradora, no un simple reflejo o “resultado de”. En este sentido, se rechaza, por un lado, la determinación económica de lo cultural y lo social (crítica a los planteamientos marxistas y materialistas) y, por otro, la explicación económica del comportamiento humano (Gary Becker y sus seguidores).
Esto no es óbice para reconocer que la economía no solo aparece vinculada a la producción de bienes materiales, a su intercambio y a su consumo, sino también a la producción de valores, significados y puntos de vista. Como señala Sahlins ( [1976]: 208): “[…] la economía es el principal ámbito de la producción simbólica. Para nosotros, la producción de bienes es al mismo tiempo el modo de producción y transmisión simbólicas que privilegiamos. La cualidad distintiva de la sociedad burguesa consiste […] en el hecho de que el simbolismo económico es estructuralmente determinante”.
En una línea similar, Fernández de Rota (2000: 38): “[…] el mundo de la economía es el más potente foco de producción simbólica de nuestro tiempo”. Según Escobar (1995: 59): “La economía no es sólo, o incluso principalmente, una entidad material. Es por encima de todo producción cultural, una manera de producir sujetos humanos y órdenes sociales de cierto tipo”.
En resumen, la economía es a la vez un producto cultural (la economía como cultura) y un productor cultural (la E/economía como generadora de significados, valores, puntos de vista…). La economía tiene una dimensión simbólica (y, por consiguiente, expresiva y comunicativa) que ha sido ignorada por los economistas y por antropólogos económicos de otras corrientes. Y esta dimensión simbólica la que centra la atención de los culturalistas.
A lo económico accedemos, como se apuntó antes, “cargados” de elementos culturales (si somos, por ejemplo, simples “observadores” de una economía) y teóricos (si somos además científicos sociales). Los hechos no son algo que está ahí fuera para que cualquiera los descubra, no hay “datos brutos”, libres de teoría y de otros condicionamientos. Los hechos se descubren e interpretan en el contexto de la tradición (teórica) a la que uno pertenece (Hoksbergen, 1994: 685, 687).
Lo anterior significa que en cada acercamiento a lo económico , en cada corriente teórica, sus miembros comparten ideas acerca de los “hechos” que son relevantes, sobre lo que ha de tenerse en cuenta y cómo (tiene lugar, como señala Samuels [1991: 519], un proceso de “percepción selectiva”), normas, principios y métodos para su descubrimiento, su análisis y representación, procedimientos para la comprobación de las teorías, ideas acerca de lo que es la verdad y cómo llegar a ella, acerca de lo que constituye una mejor o peor aproximación a la realidad económica.
La labor de los científicos sociales, los propios científicos y las entidades científicas no están totalmente (ni pueden estarlo) “fuera de”. Esto es, la mirada del economista o del antropólogo difícilmente puede, aunque se haya pretendido, ser como la del físico, la del químico o la del geólogo. En este sentido, el conocimiento de la economía y, en general, de la realidad social tiene lugar desde dentro, es situado.
Parece claro que los antropólogos y los economistas aparte de estudiar la economía actúan como agentes en alguna de ellas (la estudiada u otra). El hecho de que los que investigan la economía formen parte en algún sentido de la “realidad” que estudian, que ocupen diversas posiciones en ella (economista o antropólogo, trabajador asalariado de una universidad u organización, cabeza de familia, propietario, hombre o mujer…) influye de un modo u otro, como hemos dicho muchas veces, en su percepción (y valoración) y, por consiguiente, en los conocimientos producidos. Como dice Halteman (1994: 3), lo que una persona capta de la realidad aparece condicionado por su lugar “en el esquema de las cosas”. Ello quiere decir que los conocimientos son “situados”, reflejan, de algún modo, las experiencias de los individuos o grupos que los producen (Cullenberg, Amariglio y Ruccio, 2000: 22). En nuestra corriente teórica, en nuestra época, sociedad y cultura recibimos lo que se considera “real”, pudiendo añadirse “significativo”, “relevante”, “correcto”…
Tras lo que acabamos de exponer, se entiende que se mantenga que lo que presentan y defienden los diferentes acercamientos y escuelas antropológico-económicas son las realidades económicas particulares que construyen, no una transcripción, fotografía o representación de una realidad dada y externa (Gudeman, 1986a: 28; véase también Escobar, 1995: 62).
En palabras de Gudeman: “[…] cualquier modelo, sea local o universal, es una construcción del mundo, no una transcripción o representación de una realidad ya dada. Un modelo local o cultural incluye las creencias y las prácticas que constituyen el mundo de la gente” (1986a: 28). Escobar (1995: 61) dirá que la propia Economía es un “discurso que construye una imagen particular de la economía”. Y más abajo (ibíd., 62): “Cualquier modelo […], sea local o universal, es una construcción del mundo y no una verdad objetiva, incuestionable acerca de él”.
Es decir, los modelos que se elaboran para dar cuenta de lo que ocurre en un sistema económico, las teorías, las metáforas u otros recursos usados tanto en la investigación como en la docencia (re)construyen (culturalmente) la economía de diferentes formas, no la describen o representan “científicamente”. Nos hallamos ante construcciones culturales que usan los elementos del lenguaje para su elaboración (Samuels, 1991: 517).
El lenguaje formal de algunas corrientes de la Economía
Pero si tenemos en cuenta que los antropólogos (y particularmente los etnógrafos) se basan en buena medida en la información dada por los actores sociales, podemos ir más allá en esta idea y considerar, como hace Geertz (2001 [1973]: 551), que los “datos” de los escritos antropológicos “son realmente nuestras propias construcciones de las construcciones de otros pueblos”. O, como dice Rabinow (1986: 250), las representaciones de las representaciones de otros.